La historia no oficial de la Noche de los Lápices

In Memoria -
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Fue entre el 15 y el 16 de setiembre de 1976: los militares secuestraron y torturaron a varios alumnos secundarios de La Plata… La Noche de los Lápices. Hubo cuatro sobrevivientes. Emilce Moler es una de ellos. Nos da su testimonio y, a diferencia de lo que cuenta la película que hizo conocidos estos hechos, ella no relaciona la detención con la lucha por el boleto estudiantil sino con su militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios.

Por Sabina Crivelli

El 16 de setiembre de 1976, Emilce había ido al Bachillerato de Bellas Artes. Cursaba 5to. año y ese día estaba organizando la fiesta de la primavera. En medio de los preparativos, alguien le avisó que la noche anterior se habían llevado a sus dos amigas: Claudia Falcone y María Clara Ciocchini. También habían secuestrado a Claudio de Acha, Daniel Racero, Horacio Ungaro y Francisco Muntaner. Todos compartían la militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Emilce tuvo miedo. Enseguida llamó a su padre que le pidió que escapara. Emilce no quería irse dejando a sus compañeras en esa situación, pero sospechaba que sería la próxima en la lista. Y no se equivocó. Esa misma noche, un grupo de hombres encapuchados y armados irrumpió a los gritos en la casa de la familia Moler. Dijeron que eran del Ejército y que venían a buscar a una estudiante de Bellas Artes. Casi se llevan a su hermana, 5 años mayor. Emilce era bajita, estaba en pijama y parecía una nena. Cuando la identificaron, su madre pidió que la dejaran vestirse. Los militares accedieron. Le pusieron las esposas -que se le salían porque le quedaban grandes- y se la llevaron. En el camino pasaron a buscar a otras dos compañeras. Una no estaba. La segunda era Patricia, otra de los cuatro sobrevivientes. Todas fueron llevadas a un centro clandestino. Con el tiempo sabría que era en Arana. Ahí se encontró con sus dos amigas secuestradas la noche anterior. Tenía los ojos vendados, pero mientras caminaba rumbo al cuarto de tortura reconoció los gritos de otros dos amigos y compañeros de la UES: Gustavo Calotti, que sobrevivió para contarlo, y Horacio Ungaro, uno de los tantos desaparecidos. El 21 de setiembre se sumó a ellos un estudiante de la «legión extranjera» que sería el cuarto sobreviviente: Pablo Díaz. «Supuestamente estuvimos juntos en Arana dos días -recuerda Emilce-, pero nunca supe que estaba. Él no militaba en la UES. Al no conocerlo de antes y no haber hablado con él en ese momento, no supe que estaba ahí». El 23 de setiembre cargaron a todos los estudiantes, maniatados y encapuchados, en un camión. Después de un rato, la marcha se detuvo. Alguien leyó una lista: Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Claudio de Acha… Los hicieron bajar y nunca más se supo de ellos. Muchos años más tarde, la que era directora del Bachillerato de Bellas Artes, Elena Makaruk, declaró que se enteró «por comentarios» que los chicos de la «Noche de los Lápices» estaban desaparecidos, pero que la institución no hizo gestiones para buscarlos porque «no se podía considerar verdad un comentario».

Emilce Moler sigue siendo bajita y hoy su vida transcurre en Mar del Plata. Por aquel entonces estaba de novia con Fernando, un joven de 22 años que militaba en la JUP de Agronomía. Ahora es su marido y tienen tres hijos. La chica de Bellas Artes ya tiene 44 años, pero no es difícil imaginarla a los 17. Habla y ríe todo el tiempo con una vitalidad contagiosa que no abandona ni a la hora de recordar los momentos más duros de su vida.

-¿Cómo empezás a militar?

-Yo diría al revés: ¿Cómo no iba a militar? Habría que haber vivido esos años para darse cuenta. Por supuesto que también estaban los que no se enganchaban, pero a la edad que yo tenía, y en Bellas Artes donde todo era libertad, participación y solidaridad, era imposible no militar. La revolución parecía estar ahí nomás. Latinoamérica estallaba por todos lados. Teníamos los modelos socialistas de Chile y Cuba. Yo podía no saber en qué partido, pero que iba a participar no tenía ninguna duda. Había todo un clima en el que estaba muy mal visto aquel que no se comprometía. Decirle a alguien, «sos un teórico», era el peor insulto. Podías discutir, pero si no militabas y no llevabas a la práctica tus ideas, eras lo peor.

De primero a cuarto año participé en todas las actividades de la escuela, pero todavía no lo hacía desde ningún partido. Quería tener un poco más de idea de dónde me iba a meter. Venía de una familia absolutamente anti-peronista. Hice la primaria en un colegio de monjas, en el Eucarístico, y entré a Bellas Artes en el 72. En el 73 todos mis compañeros fueron a buscar a Perón. Yo era re gorila. Poco a poco fui cambiando y me di cuenta de que cualquier cambio en este país venía por el peronismo. Una anécdota es que yo estaba convencida de eso, pero nunca pude cantar la marcha peronista porque no la sabía. ¿Dónde la iba a aprender? Me daba muchísima vergüenza. Cuando me detuvieron, militaba en la peronista UES.

-¿Cuánto tiempo estuviste detenida?

-Casi dos años, más el año de libertad vigilada. Desde enero del 77 hasta abril del 78, estuve en Villa Devoto. Era una presa legal bajo disposición del PEN, siendo menor, con sólo 17 años. Llegar a Devoto fue uno de los peores momentos de mi vida. Cuando entré, una celadora me leyó los cargos en mi contra: asociación ilícita, tenencia de armas y explosivos. Yo lloraba y decía que no era cierto. Sentía una terrible impotencia. Después me encerraron en una celda. Cuando me largan no me dejan volver a La Plata y nos vamos con toda mi familia a Mar del Plata, donde estuve bajo libertad vigilada.

-¿Qué sabés de los demás sobrevivientes?

-Con Gustavo Calotti, sigo siendo amiga. Él vive en Francia, es docente de castellano y está muy bien. Dio su testimonio para el juicio a las juntas militares y ante el juez Baltasar Garzón. Hay otra chica, Patricia, que es muy respetable que nunca haya hablado porque no tenía ninguna relación con la militancia política y le faltaron muchos elementos para comprender lo que le estaba pasando. Tuvo una historia de vida muy dura porque se le murió la mamá estando ella presa. Nunca la dejaron salir a verla y tenía sólo 17 años. Cuando salió, estaba sola y su familia tenía una situación económica complicada. Con ella me comunicaba los primeros años y después fui perdiendo contacto. Ella prefirió callar. Yo la entiendo y la respeto muchísimo.

-¿Cómo vivieron tus padres toda esta situación?

-Fue muy duro. Mi padre era policía, jubilado por suerte. No fue un policía de alma ni mucho menos. Pero fue durísimo para él. Por un lado tenía acceso a montones de lugares para salvarme, pero por el otro recibía todas las humillaciones posibles. Mi mamá lo vivió con mucha vergüenza. Sin embargo los dos, a pesar de que estaban lejos de compartir las cuestiones políticas conmigo, estuvieron firmes ahí desde lo afectivo. No faltaron nunca a las visitas. Mi mamá me escribía semanalmente dos cartas. Eso para mí fue un salvavidas. Yo me sentía muy culpable por lo que vivían mis viejos. Pasaron muchos años para que la sociedad nos reivindicara. En aquellos momentos éramos la lepra. A mi familia más de uno le retiró el saludo. Ellos tenían un proyecto de vida clase media y se encontraron con que en su ciudad los abandonaron. Lo terrible era que nunca sabíamos cuándo se acababa. En diciembre del ´77, según averiguaciones de mi padre, me habían hecho una condena de 5 años más. Los militares hacían como parodias de juicios a algunos compañeros. Eso se llamaba Consejo de Guerra. En ese entonces, en la cárcel, vos no sabías cuánto tiempo ibas a estar, y tampoco sabías cuándo abrían una puerta, te sacaban y te llevaban andá a saber a dónde. Yo ya había pasado por los centros clandestinos y sabía de las torturas… Además, venían nuevos compañeros en estado calamitoso y contando historias de terror. Sacaban compañeras de Devoto que nadie sabía a dónde las llevaban. Los de la Masacre de Margarita Belén salieron del penal. Y allí, precisamente mataron a un primo mío. Yo no tenía ni relación con él pero mi mamá se veía con sus primas, que también iban a ver a su hijo a la cárcel y un día, cuando volvió, mi tía le dijo a mi vieja: «Lo mataron». No sabemos por qué, pero por suerte decidieron darme la libertad vigilada.

-¿Qué pasó cuando saliste?

-Fue en el Mundial, en el ´78. Todos festejaban y yo lloraba. Sentía que nunca iba a poder contar lo que me había pasado. «Nunca me van a creer», pensaba… Estaba presente todo eso de «Los argentinos somos derechos y humanos». Cuando escuchaba a los comunicadores en la televisión, lloraba de la bronca. Hoy sigo teniendo terror de que la gente no vea los procesos históricos. Salí bajo libertad vigilada en una ciudad que no conocía. Empecé a rendir libre las materias de 5to. año. En La Plata me declararon alumna libre por «faltas». Mis padres lograron con gran esfuerzo que me dieran los papeles de 4to. año para que pudiera rendir 5to. libre. Tuve que decir que había tenido hepatitis. Para ese entonces ya tenía 19. Me sentía viejísima. Mucho más tarde me di cuenta de la atrocidad que viví en plena adolescencia. Me iban a buscar a determinados lugares, venían a mi casa a vigilarme, controlaban con quién estaba y no podía reunirme con muchas personas a la vez. Pero venía de tal horror que eso no me molestaba. Pensaba que a mí, dentro de todo, no me había pasado nada. Tardé mucho en darme cuenta de que yo también fui víctima.

-¿Cómo empezaste a estudiar Matemáticas?

-Con un permiso especial me dejaron ingresar a la Facultad. No podía pensar en estudiar arte porque me detenían al día siguiente, entonces me anoté en matemáticas. Me seguían y me esperaban en la puerta de la Facultad. Yo seguía de novia con el que hoy es mi marido, Fernando. Él militaba en la JUP y era más grande. Estaba estudiando en La Plata y siempre mantuvo el contacto con mi familia. Eso fue muy importante porque tuve un compañero y amigo al lado mío. Con él podía hablar de todo.

-¿Cómo termina la libertad vigilada?

-Como me vieron tranquila y aburrida -no me hablaba con nadie-, en julio del ´79 me liberaron de todo y no me molestaron más. A partir de entonces, Fernando se vino a vivir a Mar del Plata. En el ´82 nos casamos. Ese año, por primera vez, le conté a una amiga algo de mi historia. Era una compañera de la Facultad; venía a nuestra casa y me sentí en la obligación de hacerlo. Nunca se lo imaginó. Tardó años en entender. Fue la única persona, en ese entonces en Mar del Plata, a la que le contamos nuestra historia. Hoy seguimos siendo amigas, es dirigente gremial y en política la tiene más clara que yo.

-¿Cómo viviste la vuelta de la democracia?

-Empezamos a contactarnos con otra gente que había vivido lo mismo. En el ´85 di mi testimonio al equipo de Antropología Forense y en el ´86, contra Camps, donde también declaró mi padre. Fue el primer policía en testimoniar contra Camps. Ese mismo año me ubicó una radio de Mar del Plata. Si mi primera declaración hubiese sido en Buenos Aires, seguramente los hechos se hubieran contado como fueron. Yo nunca me negué a contar la historia. Sin embargo me pasó con María Seoane que cuando ella me pidió que escribiera mi testimonio yo acepté pero le pedí leer el borrador del libro. Seoane se negó a dármelo y entonces yo y mi padre no escribimos. A partir de ahí viene el castigo en el libro y después en la película. Ni siquiera menciona la existencia de otros sobrevivientes. (N. de la R.: La Noche de los Lápices, de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, en base al cual se hizo el guión de la película de Héctor Olivera) A mí me interesó salir siempre a decir cómo son los hechos reales y yo siempre los conté así. Éramos estudiantes secundarios y no relaciono nuestra detención con la lucha por el boleto estudiantil, que fue en el ´75, sino con nuestra militancia. Estoy segura de esto. No es una negación de la historia anterior sino es como agregarle algo más, recrearla.

-Sin embargo, todavía es fuerte la versión de que existió sólo un sobreviviente…

-Es bastante extraño porque he hablado muchas veces. Estuve en 1998 en el programa de Santo Biasatti. Esto fue tapa de La Nación en el mismo año y Página/12 también lo publicó. Fui a muchas entrevistas radiales y a charlas en muchas ciudades y se vuelve a decir lo mismo. Más de una vez me ocurre que gente que me conoce, cuando tiene que decir lo que fue «La Noche de los Lápices», vuelve a repetir el tema del boleto estudiantil y que hubo un único sobreviviente. Yo convivo con eso y no pongo energía ahí sino en contar lo que fueron los hechos, lo que significaron y en la transmisión de la memoria para los jóvenes de hoy en día.

-¿Tu familia volvió a La Plata?

-Mis padres nunca pudieron volver y a mí me cuesta horrores. Tardé muchos años. Para volver a mí escuela necesité 20 años y fue durísimo, con mucho llanto. Vine para un acto por los desaparecidos. Recién ahí pudimos abrazarnos y llorar entre varios compañeros. Ahora vuelvo un poco más entera. También fui al acto por los 25 años del golpe con mis hijas y vieron toda la parte de la escuela que yo les había contado. Fue algo fuerte pero reparador.

-¿Cómo te acercás al equipo de Antropología Forense?

-Ellos se acercaron primero para tener mi testimonio. A partir de eso tuve conciencia de la importancia del sobreviviente. Creo que las Abuelas, los Hijos, las Madres, todos juegan roles importantes, cada uno desde su lugar. Cuando llevé mi relato al equipo ellos me empiezan a preguntar por el color de la blusa de tal persona que yo había visto, para poder identificar los restos, y yo ahí veo que puedo describirlo. Me di cuenta de que yo tenía información. Además de las personas a las que vi, tenía detalles de marcas, olores, sensaciones y sonidos que no los tiene nadie. Entonces me di cuenta de que iba a ser un rol mío el del relato. Yo recuerdo todo: las palabras de la compañera que no vi nunca más, el apretón de mano, la palabra de aliento. Mucha gente ha olvidado. Cada uno elaboró como pudo. Yo hice el ejercicio de registrar todo porque, inconscientemente, sabía que eso iba a ser importante.

-¿Cómo llegás a trabajar con el equipo?

-Cómo yo recordaba todo con mucha precisión, cada dos por tres el equipo de Antropología Forense me volvía a llamar. Así empezamos a tener una cierta amistad. Después ocurrió una casualidad: ellos empezaron a encontrar documentación, huellas que pertenecían a desaparecidos. Sin embargo los peritos las rechazaban porque no se podían ver bien. Alguien les dijo entonces que en Mar del Plata había una persona que se dedicaba al procesamiento de imágenes… ¡Casualmente era yo! Me vinieron a ver y empezamos a trabajar juntos. Hoy mi proyecto de investigación en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Mar del Plata es la identificación de huellas dactilares para la identificación de desaparecidos. Me he especializado en eso y ya se identificaron varios. Desde un primer momento yo lo institucionalicé. Está aprobado por el Consejo Académico. Por este trabajo obtuve un premio en el año 2000, en Estados Unidos. Mirá qué paradoja dónde me premian. Era la primera vez que alguien de Latinoamérica obtenía un premio así.. Esto es parte de mi trabajo y no lo quiero dejar porque, ¿quién lo va a hacer? Otros cobrarían mucho por esto. Yo lo hago desde otro lugar y es muy reparador.

-¿Cuál es tu lectura de la situación política actual?

-Estoy enloquecida de contenta. En el ’86 parecía que con el juicio a las juntas las cosas empezaban a cerrar, pero después vinieron las leyes de Obediencia Debida y el Punto Final. Entonces lloré. Después vino el indulto, pizza y champagne y mirar para adelante. Decían que la historia había terminado de la mano de la convertibilidad. En el ´98 pensé que no avanzaríamos más. Todos los chicos que crecieron durante esos años se formaron con la idea de que la lucha no sirve. Como docente, siempre les repetí a mis alumnos que la lucha hay que darla. Si no se da este saneamiento moral, no se puede construir nada. De todas formas, la teoría de los dos demonios hoy todavía circula. Estoy segura de que a mí me llevan a todas las charlas porque soy «la pobre chica del colegio secundario». Si hubiera tenido una historia de lucha armada, no me llevarían. La sociedad todavía no está preparada para ver y aceptar esto. Lo peor que nos puede pasar es hacer análisis equivocados. Todos mis amigos de la JUP están desaparecidos. Hoy no tengo ninguna militancia en ningún partido. Estoy cercana a la asociación de familiares y ex detenidos. En el ’98 me di cuenta, por lo que sentía, de que ese era mi grupo de pertenencia.

-¿De qué cosas te arrepentís y cuáles te marcaron?

-Vi tanta arbitrariedad, por ejemplo con esta chica Patricia que no había estado en nada, que si no me hubiera metido a militar tampoco era seguro que no me pasara nada. Siento que fui coherente con lo que pensé, aunque mi militancia fue muy chiquita. Ojo que ser militante en ese momento, pegar carteles en contra de la dictadura, con ese gobierno militar era muchísimo. Yo no me hubiera bancado la dictadura sin decir nada. Nadie previó una dictadura con tanta represión. Hoy no me podría pensar sin esta experiencia de vida. El silencio y las ausencias de las personas que yo hubiera necesitado que estén al lado mío y de mis padres, me han dolido mucho. Mi objetivo es que mis hijos no se formen con esos valores. Quiero que mis hijos sean solidarios, siempre que puedan y que alguien lo necesite. Me parece que ese es el camino.

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