Foto y textos Xavier Kriscautzky
Existe en la provincia de Catamarca un pueblo llamado Andalhualá. Tiene una sola calle y algunas casas esparcidas entre plantaciones de nogales y parras de uva pasa. Alguna vez pasó por allí una ONG que, pensando por los otros, pensó que la forma de salvar de la extinción al pueblo y sus lugareños, sería fomentando el turismo rural. Así, a través de sus influencias, financiaciones y créditos, el pueblo tuvo un restaurante, un parador y un cíber.
La gente me contó que hasta pusieron un cartelito mencionando cuál fue el primer nogal plantado y para ello eligieron uno a la ribera del camino, porque de esa manera los turistas podrían sacarle fotos. La verdad es que los árboles más añosos están muy adentro del valle.
En la fecha en que visité el pueblo la hostería estaba cerrada porque su propietario necesitaba atención médica y tuvo que viajar, ya que el lugar carece de asistencia sanitaria. Al llegar al restaurante, la señora encargada me pidió disculpas por no poder atenderme: no tenían provisiones:
—Nunca viene nadie —me dijo. De todos modos me invitó a comer de su comida disculpándose porque sólo tenía para ofrecerme un churrasco con arvejas.
La foto es producto del paseo por la calle que lleva al río, donde me encontré con el señor sentado, en la escasa sombra de los brotes del árbol recién podado, en el momento justo en que pasaba una nube y lo dejaba en esa extraña posición, apretado contra el tronco sin que se notara la presencia del sol. Ocurre muchas veces que los que con muy buenas intenciones piensan en qué lindo sería un lugar para descansar, qué hermoso es tratar con gente tan bondadosa y cómo disfrutaría unas vacaciones en este lugar, en vez de preguntar qué necesitan los otros, piensan en ellos mismos y en cómo los otros podrían servirles.