OPINIÓN. Por Ramiro Segura (*)
Nota central > La resistencia de la manta
“Estás en casa” es el eslogan que puede leerse en la gráfica de la presente gestión política de la Municipalidad de La Plata. La casa –lo sabemos– moviliza sentidos de protección, seguridad y familiaridad así como también remite al terreno de lo privado, el orden y la jerarquía. La apelación a la ciudad como una casa (o como una familia) tiene filiaciones políticas conservadoras y abre interrogantes sobre cuestiones fundamentales para la vida urbana democrática como la libertad de acceso, la igualdad de condiciones, el derecho a la (in)diferencia, y las posibilidades de dialogar y de disentir en espacios que, por definición, constituyen ámbitos de encuentro entre diferentes y desiguales.
Si comienzo por este aspecto para hablar de los recientes desalojos de vendedores ambulantes y feriantes de distintos espacios públicos –y, paradigmáticamente, de la gran feria que de manera inercial fue instalándose en la plaza San Martín al ritmo con que empeoraban todos los indicadores socio-económicos– es precisamente porque existe una indudable conexión entre una política urbana que equipara la ciudad a “tu” casa y los desalojos de vendedores ambulantes y ferias de los lugares centrales de la ciudad.
Aunque realizados en nombre de regulaciones y de normativas que no se estarían cumpliendo, resulta demasiado evidente que la informalidad urbana no es el motivo que anima al gobierno municipal. Debemos evitar, entonces, la tentación de pensar en términos de una paradoja (solo aparente). Se trata, en cambio, de un gesto autoritario que busca “ordenar la casa”, es decir, intervenir violentamente en la definición de quiénes pueden hacer qué cosa, dónde y cuándo. Jerarquización del espacio que distribuye desigualmente prácticas y grupos sociales en la ciudad, buscando restituir un supuesto “orden natural” según el cual una plaza geográfica y simbólicamente central como San Martín no puede ser un espacio para la venta ambulante cuyo lugar (en caso de tenerlo) debería ser en la periferia.
Al tiempo que intentan instituir un orden espacial basado en el imaginario de una ciudad planificada, blanca y moderna, estas políticas despojan a los vendedores ambulantes de los espacios comunes en los cuales reproducen –no sin esfuerzos– sus condiciones de vida. Hace tiempo Marx mostró cómo el capitalismo emergió de las políticas de “cercamiento” de las tierras comunes convertidas en capital y del consecuente despojo de los campesinos convertidos en proletarios. Estas dinámicas de “acumulación por desposesión”, como las denominó David Harvey, que se despliegan en las ciudades contemporáneas bajo el neoliberalismo, exacerban la contradicción entre la ciudad como un valor o bien de uso colectivo y la ciudad como mercancía, espacio de valorización del capital. Asistimos así a la proliferación de “nuevos cercamientos urbanos” que van desde los barrios cerrados para clases altas, pasando por la creciente mercantilización de bienes y servicios urbanos y la multiplicación de los dispositivos de vigilancia, hasta llegar a la expulsión de vendedores ambulantes y feriantes de los espacios públicos en los cuales buscan sobrevivir. El “blindaje” de la plaza (como gran parte de la prensa abordó el conflicto) para que los feriantes no accedan muestra la indudable relación de estas políticas con el cercamiento y la desposesión.
La expulsión de los vendedores ambulantes y el posterior cercamiento de la plaza constituyen, de esta manera, un capítulo de una política urbana que incluye cámaras de seguridad, nuevas luminarias y señalética urbana, centros de monitoreo y los inefables puentes multicolores que desde sus carteles nominando barrios y localidades reproducen un orden urbano y (¿nos?) recuerda que “estamos en casa”.
(*) Antropólogo, investigador del Conicet. Autor de «Segregación y diferencia en la ciudad» (FLACSO, 2013)