Hubo un día, hace más de 40 años, en que los diarios contaron cómo pinchas y triperos se unieron en un mismo hartazgo: cantaron juntos contra la Policía. El país padecía la violencia institucional de los meses previos al Golpe del ’76, pero desde el tablón se escuchó un mismo grito: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”
Por Patricio Cermele
Un domingo de fines de octubre del ‘75. Hace más de 40 años. El interzonal del Torneo Nacional que haría bicampeón anual a River, ponía en juego otra fecha del cruce de clásicos: Gimnasia y Estudiantes iban por la revancha en el Bosque.
La Plata había amanecido destemplada, con humedad e indicios de lluvia que pusieron en duda, desde el mediodía, la disputa de otros partidos de esa misma fecha del fútbol oficial de Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
“¿Llevamos paraguas, o no?”, se preguntaban en cada barriada platense. El impermeable y el paraguas bajo el hombro al salir para la cancha, todavía se habituaban como rasgos socioculturales del fútbol argentino. Nadie lo simulaba en la mente como hipotética punta de lanza casera para descargar broncas o fanatismos contra rivales o árbitros de turno.
La expectativa por el partido no trascendía el límite de hinchismo que cualquier clásico de éstos impone por presencia de la historia. Sí lo hacía algo más trascendente la posición expectante que Estudiantes mantenía en su grupo clasificatorio (“Que Estudiantes se tenía fe, lo demostró la popular, muy compacta y más poblada que otras tribunas”, sinceró Mercurio en El Día) en la pelea mano a mano por uno de los dos cupos a la fase final, con River (campeón vigente del Metropolitano) y Huracán, otro gran animador de los torneos de época. Es decir: se perfilaba una convocatoria regular que apenas si alcanzaba el promedio general histórico. Además, con el transcurso de la tarde y los chaparrones aislados, muchos eligieron no ir a la cancha y seguir la transmisión de Radio Provincia (sin la existencia aún de las FM, la emisora de cabecera del hincha de Estudiantes y Gimnasia domingo a domingo). Ya entrada la tarde, los dirigentes de Gimnasia, con el presidente Oscar Venturino a la cabeza, presagiaban que no sería la convocatoria que esperaban. El clima no ayudaba.
Entre pocos e influyentes dirigentes de ambos clubes se iba delineando, en uno de los palcos de la platea techada, la “conveniencia” tácita de que el clásico pudiera ser suspendido y reprogramado para el martes o miércoles por la noche. De esta forma, lograrían sumar la recaudación que esperaban obtener, ya que junto con las visitas de Boca y River a las canchas del Bosque de los clubes platenses, el clásico era (lo sigue siendo hoy) “el” partido de recaudaciones extraordinarias que permitía una buena entrada de dinero por venta de populares.
Sólo en ese selectivo grupo dirigencial se imponía la decisión. En las tribunas nadie pensaba en una suspensión y más aún cuando, pese a la llovizna, se autorizó que a las 14 se jugara el partido de Reserva como previa de la Primera.
“De común acuerdo”
“¡Cómo será la cañada si el perro la cruza al trote!”, comulga el popular refrán. El diario El Día aceptó a modo de editorial en la edición del lunes la “equivocación de los dirigentes”. Y fue por más, poniendo en órbita “otras” posibles causas de la suspensión: “¿o acaso es que (los directivos) suponían que los que habían aguantado a pie firme el aguacero iban a aceptar que se les privase de su fiesta (…) porque los directivos necesitaban ponerse a cubierto de los riesgos de una recaudación menos sustanciosa que lo calculada?”
Media hora antes del inicio previsto para el partido principal, pasadas las 15:30, se produjo el pico de lluvia y en pocos minutos, se convirtió en un lodazal la zona del mediocampo y las áreas de ambos arcos. Ese atenuante clave, sin embargo, no fue excusa condicionante para los cronistas que cubrieron el clásico: se sostuvo que la cancha no impedía jugar el encuentro y que se habían disputado partidos aún en peores condiciones. Las motivaciones olían distinto: entre populares y plateas no se habían vendido más de diez mil entradas.
Los hinchas llevaban casi dos horas en los tablones soportando la lluvia. La impaciencia apenas se atenuaba con el juego intenso del partido preliminar. El árbitro finalizó el encuentro de Reserva dos minutos antes por el descontento que mutó en incidentes (le apuntaron con un piedrazo desde la tribuna del Lobo) bajo la excusa de que sus fallos arbitrales, interpretaban los “Triperos”, habían beneficiado a Estudiantes. Pero el enojo tenía otras razones: se había confirmado por los altoparlantes que la lluvia obligaba a la suspensión del partido principal, después de un “acta acuerdo” firmada por las comisiones directivas de ambos clubes. La decisión se daba en simultáneo con el cese de la lluvia y un clima, de a poco, mucho más benévolo, que incluso traslucía las primeras apariciones de sol. El descontento por la prematura suspensión del clásico tras dos horas de hinchas empapados se agravó por el hecho de que ésta se decidiera sin que mediara una aparición pública del árbitro Barreiro, que aceptó la decisión de los dirigentes sin siquiera salir a la cancha a mostrar el pique de la pelota en las zonas anegadas.
“Asesinos, asesinos”
El locutor del estadio confirmó que se postergaba el clásico a las cuatro menos cuarto. Corría octubre del ’75: la Triple A operando, lo peor de los rancios al mando de la Bonaerense y los militares probándose el traje que se pondrían en seis meses.
Los primeros en reaccionar fueron los hinchas de Gimnasia. Al intento de agresión al árbitro de Reserva, de la tribuna popular le siguió un grupo que en minutos se perfiló por la ochava de acceso a la techada al grito de “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”. Pincha y triperos, todos en uno. La historia oral cuenta que muchos de la barra de Gimnasia abrieron un portón para que ingrese el grupo de “pinchas” que los apoyaban. “Que se vaya Venturino”, coreaban. En las filas inferiores de la platea, otro grupo descolocó varias hileras completas de asientos y las arrojó a la cancha. Los que ya estaban en los jardines arremetieron contra el cuarto de Intendencia, el buffet, las instalaciones de tenis y se colaron al palco oficial y al sector de prensa. Todo lo que quedaba en pie, se descargaba a fuerza de bronca. En otro sector de la popular del Lobo, prendieron fuego a algunos tablones y la Policía ingresó a desalojar con gases y balas de goma. La escena se completaba con los hinchas de Estudiantes apoyando a sus rivales desde la, todavía, colmada popular: “Y rompa. Y rompa. Y rompa Lobo, rompa…”, tronaban.
Se apostó enseguida otro grupo de policías, ahora para reprimir y disuadir la tribuna visitante que se había “solidarizado” contra la respuesta de la Policía hacia los triperos. Ingresaron por la parte inferior. Los pinchas respondieron derribando parte del alambrado para guarecerse del humo de los gases; y apedreando la cabina de transmisión de Radio Provincia. Ahí se unieron los tripas en apoyo a los albirrojos: “Asesinos, asesinos…”, bajaba el grito desde la local.
Una hora después de suspendido el partido, y con la cancha tomada por los gases lacrimógenos que se propagaron con el viento por todos los sectores, los hinchas se habían retirado. Algunos se juntaron en el centro y apedrearon las sedes de ambos clubes.
El partido se jugaría finalmente a las 48 horas y en horario nocturno, como si buscaran exorcizar la unión de los colores y esa misma canción de repudio que, espontánea, surgió para la “batalla” en las dos tribunas: “Gimnasia, Estudiantes, unidos adelante…”
La bronca unió a los hinchas *
“Tanto devanarnos los sesos para saber bien a ciencia cierta quién es el gran culpable de la cosa y resulta que los hinchas atronaron la cueva de las grutas, los claustros de las facultades de la avenida 60 y el barrio del Mondongo, con el estentóreo estribillo de acuerdo para silbar a dúo: “Aquí están, estos son, los que hunden la nación…”
El fanataje estaba desalmado, mufado y empapado. Habían formado $4.400 y algunos tirado el talón que les servirá para el miércoles (sic). La reacción ante la suspensión fue explosiva. No bien el locutor chapó el micrófono, mientras se abrazaban en el centro los terceristas pinchas que habían ganado un match a garrón duro, y en cuanto las gradas oyeron “¡Atención! ¡Atención! De común acuerdo…” una rechifla de órdago ahogó La Voz del Estadio. Romanos y cartagineses se ponían de acuerdo para silbar a dúo. Desde ese momento, tomó la iniciativa el piberío menssana para reafirmar su disgusto en forma contundente. La ira iba in crescendo, encaminada a recriminar a los dirigentes. Escuché la insólita clarinada: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…” y opté por abandonar la cancha cuando el tiempo “abría” y la bronca estaba en su apogeo. Leeré qué pasó pues no soy cronista policial; simplemente, un entristecido comentarista”.
*Extracto de la columna publicada por “Mercurio” el lunes 27 de octubre de 1975 en El Día.
Aquel Nacional ’75 de la atajada de Fillol a Verón
El clásico se jugó a las 48 horas, el martes 29 de octubre. El empate de esa noche lo puso a Estudiantes en el segundo puesto del grupo con Huracán, jugadas nueve fechas del torneo. Se clasificaría luego entre los dos primeros de su zona para al octogonal por el título, que se le escurrió en aquel histórico partido jugado en Vélez (el campeonato se definía con partidos en cancha neutral) en el que Fillol le sacó un “gol hecho” a Juan Ramón Verón, la “Bruja” padre, después de una elástica palomita desde adentro del área chica. El Gráfico se animó a definirla como “la atajada del siglo”. Podía haber significado la ventaja inicial para Estudiantes; y asegurarse el título de campeón si ganaba y se quedaba con el partido: la ventaja se hubiera hecho imposible de descontar, con tres puntos de diferencia sobre River con dos por jugarse. Pero es historia. El Pincha también erraría un penal y River lo ganaría en el segundo tiempo con un gol de Reinaldi. El 1-0 lo puso al equipo que dirigía Labruna como único puntero a falta de una fecha. Se consagró campeón en la última del torneo, en Rosario, ganándole sobre la hora a Central, cuando el empate llevaba la definición del Nacional a un desempate con el Pincha de Bilardo.