Los amores futboleros de Cajade fueron abordados en esta nota publicada en La Pulseada Nº 36. Su pasión por Estudiantes y por Cambaceres, pero también la mano echada a Gimnasia, cuando pidió por su salvación del descenso.
Por Carlos Fanjul
Carlitos y el fútbol. Un apasionado de la vida y su máxima pasión. La que le daba letra en cada día, para cargar o ser cargado. Para vivir intensamente, o, como ocurrió en sus últimas horas de vida, para morir contento por una victoria contundente de su Estudiantes del alma.
Mil historias demuestran esa relación estrecha, bien desde adentro, que genera una camiseta en cualquier argentino futbolero. Y en él resulta mucho más sencillo de explicar: es algo que solo se entiende desde el alma, y, justamente, el alma en Carli es el “órgano” más sano y mejor desarrollado.
Más de una misa lo encontró con una marcada disfonía como producto de algún gol gritado en exceso. Más de una marcha lo llevó a estar lejos de su ciudad y lejos del dato imprescindible en alguna jornada dominguera: “¿Cómo salió Estudiantes?”
Carlitos y el fútbol. Una relación que no se interrumpió en ninguno de sus días. Un tema muy importante para alguien que andaba por la vida abordando cuestiones de trascendencia profunda para una sociedad que se empeñaba en modificar.
…Y modificando cosas andaba aquella tarde en que, a juicio del autor, mejor quedó reflejado que el tema del fútbol, era una cosa seria para este cura del pueblo, para quien, obviamente, ser un intermediario de Dios entre los mortales era una cuestión sublime. Casi solemne.
Carli iba a mil por sus días, pero había un instante sagrado en el que prefería perder algunos minutos para cumplir con una misión ineludible. En vísperas de cada partido importante del Pincha, sentía que no podía dejarlo solo. Si iba en auto mejor, pero si andaba en el 508 igual no dudaba en perder el viaje y tener que esperar por el siguiente micro: siempre se bajaba en 1 y 57, y, frente al estadio, lo bendecía para acompañar la suerte albirroja. Siempre, o casi siempre: una vez, enojado con el director técnico porque no ponía a un jugador que él quería y, en cambio, ubicaba como titular a un “perro que no servía para nada”, eligió mirar para otro lado y pasó de largo. “Que se arregle sin la bendición”, eligió solemnemente…
…la llegada del centenario de Estudiantes, lo encontró a Cajade constituído en un verdadero símbolo del club. Su amistad con Julio Alegre ya lo había llevado a estar muchas veces en el Country para acompañar a los jugadores y a su amigo Cacho Malbernat, o a su idolatrado Carlos Bilardo, o, más tarde, a Mostaza Merlo o Jorge Burruchaga, en quienes depositaba una enorme confianza. El partido amistoso contra el Palmeiras, como parte de los festejos centrales, deparó para él una hermosa sorpresa. Como alguna de las viejas figuras no estuvieron esa noche en la cancha, Carlitos fue convocado al centro del campo y, al igual que la Bruja Verón o el Bocha Flores, recibió una de las medallas con las que el club les decía a sus glorias cuánto valían. “Con esto ya estoy hecho, es una de las alegrías más grandes de mi vida”, le contaba emocionado a Radio Provincia minutos después…
…en ese mismo instante se dio una situación curiosa de la que supo salir con gran altura. Mientras charlaba con los periodistas de la cabina, el partido se estaba jugando, los brasileños avanzaban, la pelota iba al arco, el relator estaba callado escuchando al cura, ¡fue gol!, hubo un silencio nervioso, hasta que llegó la sugerencia “dale animate” y Carlitos le contó a toda la ciudad los detalles de la conquista. “Ahora sí que estoy hecho en serio; aunque sea uno del contrario, nunca me imaginé que yo iba a relatar un gol por la radio”, aseguró doblemente feliz.
…su relación con los colores rojo y blanco, nunca le impidió manifestar su amor por la otra camiseta: la azul y blanca. A pesar de la rivalidad y hasta sus íntimos deseos de derrota eterna para Gimnasia, siempre confesó medio avergonzado que “no puedo, es más fuerte que yo, pero quiero que al Lobo le vaya bien. La mayoría de los chicos del Hogar son triperos, los veo sufrir por Gimnasia como hago yo con Estudiantes, y también siento la alegría que reina cuando ganan. Y la verdad es que yo me prendo, sin que se entere mi familia pincha”…
…“Gimnasia siempre le dio una mano a la obra”, contaba siempre, pero hubo una vez, este mismo año, en que el curita le devolvió al Lobo esa colaboración. Y lo hizo con un empuje divino, que sólo él podía dar. Carlitos tenía una estrecha relación con Néstor Griffo y el resto de la banda de la Filial de Villa Argüello, su barrio de siempre. Con todos ellos mantuvo la inalterable amistad que surge de los años niños y, en medio de gastadas mutuas, no faltaba nunca a una convocatoria de esa barra. Durante el campeonato anterior parecía que las cartas estaban mal repartidas para Gimnasia y que el descenso era algo bien posible. En la cena de la Filial todo estaba vestido de azul y blanco, y el pedido al amigo sacerdote no se hizo esperar. Quien sino él podía actuar de intermediario con el Señor y quién sino él podía convencerlo para que envíe desde las alturas el empuje vital que los jugadores no podían encontrar en la tierra. ¡Y vaya si funcionó la gestión! El Lobo no paró de ganar hasta el final del torneo y se salvó cómodo de la malaria. Esa noche a Cajade lo fotografiaron envuelto en una bandera tripera, lo que le valió más de una cargada del lado albirrojo. Nada le alteró su risa feliz. Es que sentía que, con su mangazo al cielo, había ayudado a sus amigos de la infancia…
…otro amor futbolero fue Defensores de Cambaceres. El club de Ensenada está bien metido en el corazón de toda la familia. Es que hace más de 40 años, José Ramón o, simplemente, Pepe, el padre de los Cajade, supo lucir durante mucho tiempo sus condiciones de arquero y es muy recodado en la entidad, desde aquel trágico accidente de tránsito que terminó con sus días, cuando Carli tenía apenas 9 años. “El día en que me vaya a la casa de Dios, una de las primeras cosas que le voy a pedir es que me presente a mi viejo porque quiero compartir con él, charlar. Saber quién era, qué pensaba, qué sueños tenía, qué cosas vivía”, dijo Carli alguna vez. Y como una de las cosas importantes que vivía eran sus tardes de arco en el viejo Camba, el curita no dejaba de asistir al estadio del camino Rivadavia y Quintana para acompañar a su otro equipo. Y para estar un poco más cerca de su viejo…
…sin dudas que el otro gran dolor de los Cajade fue la muerte de Lilia, la mamá que bancó todo y a todos cuando se quedó sola con sus cinco hijos. Su bondad y su ternura fueron compañías permanente para el alma de Carlitos, y su imagen en forma de foto lo acompañó hasta el final. En la habitación de los últimos días, allí estaba el rostro de Lilia. Junto a ella una imagen de la Virgen María y el tercer elemento reflejaba su otro amor: Estudiantes. En la mesita de luz aparecía la fotografía del equipo pincha portando la bandera que conmovió a toda la ciudad durante cada partido de septiembre y octubre: “Fuerza Carlitos Cajade”…
…la última noche de Carlitos en este lado del mundo tuvo también un fuerte contenido futbolero. El amor por una camiseta parte desde bien adentro del alma. Y solo puede entenderse desde esa dimensión. Tras la victoria de esa noche ante Arsenal, Eduardo Abadie, el flamante presidente pincha, se acercó al hospital para llevarle la pelota del triunfo. El curita ya no supo de semejante obsequio, pero sí en cambio llegó hasta su corazón albirrojo el dato que al oído le susurró su hermano Mario: “¡Carli! Ganaron 3 a 1 con dos goles de Caldera”. El puño se cerró a manera de festejo y un “¡Bueno…bueno!”, transformó en palabras el último mimo que pudo recibir. Para quienes entienden de este tipo de pasiones, no parece extraño que, en horas en que alma le estaba ganando al cuerpo, el amor por Estudiantes se volviera a entrelazar con su vida que se apagaba. Ni tampoco que lo hiciera en forma de alegría.