2011 terminó con una noticia triste, que repercutió principalmente en los amantes del jogo bonito. El 4 de diciembre, en un hospital de San Pablo, murió Sócrates, ídolo y líder del Corinthians y la selección de Brasil en los 80. Concibió al fútbol como arte, desplegó un juego colectivo exquisito y fue la principal figura de un movimiento que resistió a la dictadura brasileña y que cruzó deporte y política.
Por Fernando Vicente Prieto
Magrao, le decían. Flaquito. Un flaquito con cuerpo de “antiatleta”, como alguna vez él mismo definió. Medía 1,93 y calzaba apenas 37. Barbado y con la número 8 en la espalda fue protagonista de un juego en equipo que alcanzaría para recordarlo por siempre. Pero fue eso y mucho más.
Nació el 19 de febrero de 1954 en la ciudad de Belem, al norte de Brasil, pero antes del año su familia se mudó 2500 km. al sur, a Ribeirao Preto, en el estado de San Pablo. Su padre, Raimundo, de infancia pobre y formación autodidacta, era un admirador de los clásicos griegos, y decidió inscribirlo como Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, línea que continuó al llamar a su segundo hermano Sófocles y al tercero Sóstenes. Mucho más tarde, el propio Sócrates usaría idéntico recurso para homenajear a una figura política: le puso “Fidel” a su sexto hijo.
–“Mi madre me dijo: ‘Es un nombre un poco fuerte para un niño’- recordó una vez-. Y le respondí: ‘Mira lo que me hiciste a mí’”.
A los diez años, Sócrates asistió a una escena que transformó su visión del mundo: vio a su padre quemando libros. Brasil sufría el golpe de Estado de 1964, que derrocó al presidente nacionalista Joao Goulart e impuso durante los 21 años siguientes una dictadura militar. Por esa época el pequeño jugó en el equipo Rayo de Oro, una experiencia social importante en su vida, al convivir con personas de otras realidades financieras y necesidades que desconocía.
En Ribeirao, Sócrates cursó estudios en el colegio Marista, “la primera gran escuela: deportiva, ciudadana y de acceso al conocimiento”. Allí aprendió a amar al fútbol, siguiendo al Santos y jugando todo el día con sus compañeros.
Jogo bonito al natural
Tocado por la varita mágica para el trato del balón, a los 16 años se incorporó al equipo juvenil de Botafogo, en la misma ciudad de Ribeirao. Pero la familia siempre había proyectado un futuro más ligado a la academia que a los potreros. Un año más tarde ingresaba a la Universidad y en 1977 se recibió de médico. Toda su carrera la hizo mientras pasaba de juvenil a profesional y se destacaba cada vez más en la delantera del Botafogo.
Su capacidad no era producto de una disciplina rígida. Todo lo contrario: fumaba, tomaba bastante y no llevaba un ritmo de entrenamiento muy exigente. En 1977 amagó con dejar el fútbol porque Jorge Vieira, el nuevo entrenador del equipo, quiso imponer orden: “jugador que no entrena, no juega”. El DT terminó cediendo y Sócrates siguió en ascenso. Los equipos grandes pusieron sus ojos en él y en 1978 pasó al Corinthians (Timao), uno de los equipos más populares de Brasil.
La torcida del Corinthians siempre llevará como uno de sus máximos ídolos al Magrao. Dueño de un exquisito remate de media distancia y de un panorama completo para hacer circular la pelota, contaba con una especialidad en la que sobresalía: la asistencia de taco de primera, facilitada por un hueso desencajado que tenía en el talón.
Democracia Corintiana
Con la camisa alvinegra del Corinthians, Sócrates ganó los campeonatos paulistas de 1979, 1982 y 1983. En este último año fue considerado como el mejor futbolista de América. No eran tiempos fáciles para un Brasil que llevaba casi 20 años de dictadura. Tampoco para el Timao, que a principios de los 80 presentaba problemas financieros. Con el aval de un nuevo directivo del club, el sociólogo Adilson Monteiro Alves, Sócrates lideró en esa etapa del club una nueva forma de gestión: la democracia participativa, acompañada de una mayor intervención en el escenario nacional, en reclamo del fin de la dictadura.
Este contexto abrió una posibilidad de mayor participación a los jugadores. Junto con Sócrates, la mayor influencia la ejercían Walter Casagrande, uno de sus mejores amigos y Vladimir Rodrigues, referente del sindicato de jugadores de San Pablo, comunista, practicante de la religión candomblé y el jugador que más veces vistió la camiseta del Timao en competencias oficiales: 806 partidos. El creador de la expresión Democracia Corintiana (DC) fue el vicepresidente del club, el publicista Washington Olivetto, que considera que “se trataba de un grupo de jugadores inteligentes, cultos, que habían estudiado y defendían sus ideas. Eran pensadores militantes”.
Rápidamente se convirtió en un movimiento renovador de toda la política del club. Las decisiones sobre concentraciones, viajes, comidas, contrataciones, despidos y hasta alineaciones, se tomaban en asambleas de dirigentes, técnicos, jugadores y auxiliares, con obvios liderazgos pero en pie de igualdad. El ejercicio de la asamblea llegó al colmo: un día debatieron si le permitían o no a Casagrande abandonar una gira por Japón y regresar a Brasil, porque extrañaba a su novia. Y votaron que sí.
Los buenos resultados deportivos fortalecieron el proceso de cambio. En 1981 el Timao había terminado en el puesto 26º en el Campeonato Nacional, descendiendo al equivalente en ese momento de la serie B. Con Democracia Corintiana al frente, ganó el bicampeonato paulista 82-83, alcanzó las semifinales del Brasileirao y se recuperó financieramente.
Directas ya!
Sócrates se fue convirtiendo en uno de los referentes máximos de la protesta social en Brasil. Consignas como “Yo quiero votar un presidente” o “Elecciones Directas ya!” aparecieron impresas en las camisetas o en pancartas que se mostraban al comenzar los partidos para interpelar a la dictadura que llevaba casi dos décadas en el poder. Dieciocho sindicatos expresaron su apoyo a las demandas enarboladas por el equipo. Entre otros, el ascendente líder sindical del ABC paulista, el metalúrgico Luiz Inacio Lula Da Silva, con quien Sócrates iba a mantener una amistad de por vida y una militancia compartida en el Partido de los Trabajadores (PT). La iniciativa acercó también a intelectuales y artistas, como Rita Lee, que usaba la camiseta en sus recitales y Gilberto Gil, que les dedicó una canción, “Andar con fe”.
El lema principal del movimiento era “Libertad con responsabilidad”. Recordando la etapa inicial de DC, Sócrates explicaba que “había un sentimiento coincidente en algunos de nosotros. En mi caso, por ejemplo, siempre fui un combatiente del statu quo del deporte, que creo es algo muy opresor y poco inteligente. Vos trabajás con arte allí. No da para pretender limitar a las personas si estás buscando resultados positivos en relación a una actividad artística. Tenés que jugar con libertad. Todo en mi vida está dirigido a conseguir eso y allí encontré personas que pensaban de modo similar. No exactamente igual porque las formaciones eran distintas, como así también las expectativas de vida de cada uno. Existía un sentimiento compartido”.
En su libro “Democracia Corrintiana, La utopía en juego”, Sócrates se muestra orgulloso de la experiencia, que duró tres años y que fue desmantelada totalmente en 1985, ante un cambio en la hegemonía política en el club. “Conseguimos probarle al público que cualquier sociedad puede y debe ser igualitaria. Que podemos desprendernos de nuestros poderes y privilegios en procura del bien común. Que debemos estimular que todos se cohesionen y que puedan participar activamente de los designios de sus vidas. Que la opresión no es imbatible. Que la unión es fundamental para superar los obstáculos difíciles. Que una comunidad sólo puede fructificar si respeta la voluntad de la mayoría de sus integrantes. Que es posible darse las manos”.
En 1984 hizo público un desafío: Si no había democracia en Brasil, no seguiría jugando en el país. Cumplió su palabra y emigró a la Fiorentina. Fue por poco tiempo. Con una saudade infinita y contrariado por el sistema del club italiano, regresó a Brasil, esta vez al Flamengo, entusiasmado por jugar con Zico, poco antes de México 86, donde volverían a actuar juntos. Con la camiseta roja y negra del Fla volvió a salir campeón: en el torneo Carioca y en la Copa de Río, los dos en 1986.
La frustración de los mundiales
Sócrates jugó en España 82 y México 86. Capitán de un equipo de grandísimos futbolistas, la estrella brasileña no pudo sin embargo conducirlo al campeonato. En los dos salió quinto, una ubicación que no se correspondía con el juego vistoso que le imprimía al equipo, junto a jugadores de la talla de Zico, Eder, Falcao, Junior y Toninho Cerezo.
En 1982 fueron eliminados por Italia, en un duelo de estilos que quedó 3 a 2 a favor del juego defensivo conocido como catenaccio.
En 1986 enfrentaron en cuartos de final a Francia, en una exhibición de fútbol de dos grandes equipos. Con goles de Careca y Platini y un penal atajado por el buen arquero francés Joel Bats a Zico, a poco del final, el partido terminó igualado 1 a 1 y fueron a penales. El primero en ejecutar fue Sócrates, y el zurdo Bats, especialmente inspirado esa tarde, la sacó con mano cambiada, tirándose a su derecha. Más tarde erraría Platini equilibrando el marcador, pero en el último penal de Brasil, Julio César -curiosamente un compañero de nombre romano- estrelló la pelota contra un palo y Francia pasó nuevamente a semifinales. Esa fue la despedida de Sócrates de los mundiales.
Al regresar de México continuó en el Flamengo y después tuvo un breve paso por el Santos, donde se retiró profesionalmente en 1989.
La pelota y muchas otras artes
Tras su retiro, a los 35 años, consiguió un trabajo como médico en un centro de salud pública, aunque de manera intermitente, porque desde ese momento hizo de todo. Dueño de un espíritu inquieto, fue director técnico en Brasil y en Ecuador y volvió simbólicamente al fútbol, a los 50 años, en un equipo minero del norte de Inglaterra. También fue actor, cantante y productor de teatro, entre otros oficios. Además de pintor y guitarrista, aunque estas actividades no las realizaba a cambio de un salario.
En sus últimos años trabajó como comentarista deportivo en televisión y columnista en la revista semanal Carta Capital. Su palabra siguió siendo fiel a la esencia de combatir las injusticias. Como en una de sus últimas notas, en unos pocos párrafos era capaz de analizar la política hacia el racismo de la FIFA y criticar la subordinación de Pelé a los poderosos, comparándolo con otros brasileros como el comunista Luiz Carlos Prestes o el líder de la rebelión de Canudos en el nordeste de Brasil de fines del siglo XIX, Antonio Conselheiro, retratado por Vargas Llosa en la novela “La Guerra del fin del mundo”.
En agosto pasado, mientras estaba internado en una clínica, había recibido el llamado de Hugo Chávez, con el que planeaba un proyecto deportivo de educación popular. Unos meses antes Cuba le había ofrecido la dirección técnica de la selección de fútbol. Sócrates expresó que si pudiera iría a cambio del salario que cobra cualquier trabajador, en un país que para él era el símbolo del sueño de igualdad, y al que había que ayudar en lo que se pudiera.
Entre sus proyectos se contaba una novela sobre el próximo Mundial Brasil 2014. Según había dejado trascender, en la ficción pronosticaba una final donde Argentina vencía a Brasil 2 a 0, con goles de Messi.
El adiós de la torcida y el pueblo futbolero
Los últimos meses había reconocido públicamente la adicción al alcohol, que le estaba provocando problemas irreparables en su organismo.
Finalmente, a los 57 años, el 4 de diciembre de 2010, un domingo a la mañana no resistió una infección intestinal, producto de la cirrosis avanzada.
Su despedida fue una conmoción en todo el país, pero en ningún lugar como en San Pablo. Entre muchos otros, Lula lo recordó emocionado. «Su generosa contribución al Corinthians, al fútbol y a la sociedad brasileña no será olvidada jamás».
Años atrás le preguntaron cómo imaginaba el día de su partida y Sócrates había dicho “Quiero morir un domingo que Corinthians salga campeón”. La historia le dio el gusto. A la tarde de ese mismo día el Corinthians obtuvo un empate y el pentacampeonato, dando la vuelta en la cara del su clásico rival, Palmeiras.
En el comienzo del partido, los jugadores de ambos equipos se alinearon sobre el círculo central. Jugadores y torcedores corinthianos lo despidieron con el brazo derecho extendido hacia arriba, recordando el festejo de sus goles.
El club hizo circular un texto donde se manifestaba “agradecido por la honra de haber visto uno de los mayores jugadores de la historia del fútbol vestido con la camiseta alvinegra. Agradecidos por los lindo goles, los toques geniales, por el fútbol magistral que sólo Sócrates tenía”.
Al otro día, el periodista Eric Nepomuceno publicó una carta llamada “Adiós, amigo”, en la que recordaba su último encuentro, donde habían conversado mucho sobre fútbol y escritura. En esa ocasión Sócrates le había dicho: “uno no juega para ganar. Juega para que no te olviden”.
Prioridades
“Ganar o perder, pero siempre con democracia”. Era la final del campeonato paulista de 1983 y en el mítico estadio Pacaembú repleto se enfrentaban Corinthians y San Pablo. El Timao salió a la cancha con una bandera gigante con esta consigna. Ese día Corinthians ganó 1 a 0 con gol de su capitán y número 8.
El futbolista como referente social
En una entrevista concedida al medio de prensa del Sintrajud (Sindicato dos Trabalhadores do Judiciário Federal) de San Pablo, le preguntaron a Sócrates si creía que el fútbol podía cumplir un papel más progresivo.
-Claro. Y ese es el gran miedo del sistema. Imaginate a Gaviões da Fiel politizada –contestó aludiendo a la torcida, también scola do samba-. Que se movilicen dos veces por semana para ejercer su derecho a la acción política, sólo falta politización.
– Falta organización política para los jugadores?
-¡Falta conciencia! En lugar de educar, el sistema hace todo lo posible para que no tengas conciencia social, política, porque eso es lo más importante. Él es el más escuchado que el Presidente, este hombre puede cambiar el país. Una de las peleas que tengo es «¿por qué no educar a estas personas, si la obligación del Estado es educar a todos?”.
En el documental Mundialito, dirigido por el uruguayo Sebastián Bednarik, Sócrates cuenta una anécdota que muestra su eterna preocupación por la formación y el rol del futbolista ante los problemas sociales.
“No existía conciencia, no existía conocimiento, no existía ninguna capacidad de crítica. Yo compraba un diario y lo llevaba a la concentración, o “prisión”. Separaba la página de deportes, la dejaba arriba de la mesa y a un lado dejaba el resto del diario. Esa parte nunca nadie la tocó, nunca nadie quiso saber de economía, ni de política, ni de cultura ni de nada. (…) Me gustaría provocar una reforma constitucional para que el jugador de fútbol sea obligado a tener una formación educativa adecuada porque él es muy importante para la formación de futuras generaciones en un país como el mío, porque él es la persona más escuchada, la referencia de mucha gente”.