La filósofa y teóloga católica feminista, una de las pensadoras más originales de Latinoamérica, reflexiona con La Pulseada sobre un presente de desconcierto y sobre su momento como intelectual. Crítica de una Iglesia gobernada por dogmas masculinos y sin diálogo con el mundo contemporáneo de los pobres, Gebara ha dedicado su vida religiosa e intelectual a trabajar por la liberación de las mujeres de Latinoamérica desde la iglesia católica.
Por Josefina López Mac Kenzie
Fotos: Luis Ferraris / Archivo La Pulseada
Su postura favorable a la legalización del aborto siendo monja la hizo mundialmente conocida en la década de 1990 y le costó fuertes sanciones institucionales. Pero ella no se retractó ni dejó la iglesia católica. Desde adentro, Ivone Gebara profundizó su trabajo en una teología que hunde las raíces en la vida cotidiana de los pobres mientras se atreve a correrle la cortina al poder real del Vaticano, y caminó hacia el feminismo trabajando en desarmar discursos y estructuras que justifican la superioridad masculina.
Con 73 años, después de una larga convivencia con mujeres de una zona de Brasil donde la falta de agua potable moldea los “cuerpos sufrientes” (ver “Una sagrada ira interior”, entrevista en La Pulseada 101 – julio 2012), la religiosa brasileña continúa hoy con su producción intelectual y su trabajo con diferentes grupos “acerca de la dignidad humana, la dignidad de las mujeres y de los cuerpos que no son los humanos”, en la línea del ecofeminismo. Este movimiento entiende que la transformación de las relaciones de género es indisociable de la transformación de las relaciones con el ecosistema. En otras palabras, que existe una conexión en el sistema patriarcal entre la explotación de las mujeres y la de la naturaleza.
Escéptica, con muchas dudas existenciales y profundamente reflexiva sobre su momento como intelectual: en esa clave dialogó Gebara con La Pulseada desde San Pablo, su ciudad natal.
–En una entrevista reciente decías: “El Papa Francisco ha traído muchas cosas importantes pero no en relación a las mujeres. El proyecto del diaconado femenino todavía está al ‘baño María’ y no creo que tenga oportunidad de salir del papel y de las reuniones en las que se discuten eternamente las mismas cosas (…). Él cree que se debe hacer una teología para las mujeres, lo que es una enorme ingenuidad en relación a lo que ya hicimos en medio siglo de actividad en diferentes partes del mundo. Creo que los cambios tienen que darse en las comunidades, en los barrios, en la vida cotidiana de las personas antes de aparecer como decretos del Papa o de algún obispo”. ¿Cómo es hoy el mundo femenino dentro de la iglesia católica?
–Cuando se pregunta sobre la Iglesia la mayoría de las personas entiende la Iglesia como el clero y el Papa. Se trata de la Iglesia jerárquica, clerical. Si se habla de esta Iglesia, no hay cambios significativos en relación al feminismo o a la lucha por la dignidad de las mujeres. Pero si se considera Iglesia también a las comunidades y a las personas disidentes de la organización jerárquica hay algunas cosas interesantes. Hay cada vez más personas que valoran la ética cristiana e intentan releer la tradición cristiana para los días de hoy, pero todavía su número no llega a influir en reales cambios en las instituciones de la religión. Es en esta línea que hablé del “no feminismo del Papa Francisco”. No hay espacios de expresión en las instituciones religiosas católicas para que las mujeres expresen su dolor, sus búsquedas. La Iglesia institucional no es obra de ellas. Hacen servicios para ella pero tienen que seguir las orientaciones de los sacerdotes llamados “legítimos pastores”. Esta estructura ya no permite el avance de la consciencia actual de las mujeres y los necesarios cambios a las expresiones religiosas para que puedan tener pertinencia de sentido frente al mundo de hoy. Para ejemplificar: seguimos hablando en masculino del poder de Dios, seguimos hablando de seguimiento de Jesús como si ignorásemos los retos de hoy. ¿Qué significa todo eso en el contexto actual? Los sacerdotes siguen en la misma retórica acrecida ahora por un mundo de programas de televisión, con shows y espectáculos que atraen mucha gente. La religión se torna espectáculo y centro de curas físicas y emocionales. Esto es marcante en Brasil. No veo muchas posibilidades de cambio institucional en este momento. Pienso que debemos ser honestas nosotras, las mujeres que seguimos cristianas de otra manera. No debemos callarnos, y para que nuestra voz tenga autoridad necesitamos estar ancladas en problemas reales y conocer mejor algunos caminos no explorados de la tradición de muchas mujeres cristianas.
–¿Cómo te llevás con la consigna “Ni una menos”?
–Esta afirmación pública originada de muchos movimientos y manifestaciones de mujeres es como un símbolo que las feministas están utilizando para afirmar que ahora estamos en estado continuo de alerta para denunciar nacional e internacionalmente la violencia y el exterminio diversificado de muchas mujeres. A ellas se incluyen también las cantidades de marginados, inmigrantes de todo el mundo, más allá de las diversificaciones identitarias. Decir “ni una menos” se transformó en una expresión símbolo, una palabra de orden que nos recuerda la necesidad de seguir adelante en la lucha por la dignidad humana de las mujeres. Es una expresión que tiene su sentido conectada a luchas efectivas en todos los países del mundo. Conquistó una dimensión internacional y me parece importante usarla. Pienso también que al usarla hay que cuidar para que no sea banalizada. Este cuidado es necesario y nos invita a que nuestro grito corresponda a acciones colectivas concretas, que manifiesten la coherencia de nuestro grito con lo que estamos buscando.
–En Argentina, si bien aún no se ha logrado legislar el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, reducir la cifra de femicidios o conseguir grandes cambios en una Justicia machista, la agenda feminista sí va ganando visibilidad. ¿Cuál es la situación en Brasil?
–Sabemos que las cosas, aunque han cambiado, guardan el mismo fondo de injusticia en las relaciones humanas. La situación actual de los políticos brasileños y del conjunto de nuestras instituciones no ayuda mucho a percibir los cambios que deseábamos. Sí como decís hay algunos avances en la sensibilidad popular en relación a la violencia hecha a las mujeres, pero estamos lejos de bajar el número de feminicidios y agresiones de todo tipo. Vivimos todas y todos en tiempos difíciles. Descreemos de las cosas que creíamos antes: la democracia que construimos, los partidos políticos, los políticos, la economía que hemos construido. Por supuesto con responsabilidades distintas y con ganancias y pérdidas distintas, pero todos estamos como involucrados en “algo desagradable y contagiante” que muchas veces parece ser más grande que nosotros, más grande que el bien que hacemos y el mal que intentamos evitar. Estamos en un período de grandes descubrimientos científicos y tecnológicos, y al mismo tiempo de gran encubrimiento del corazón humano, de nuestra interioridad. Ponemos máscaras en nosotros, hasta en nuestras creencias religiosas. El cristianismo también es parte y víctima de esta situación. Así que hoy vivo como tantas otras personas, en medio de muchas dudas existenciales…
Hasta los años 2000 más o menos sabíamos lo que queríamos o mejor, pensábamos que sabíamos lo que queríamos y cuál sería el mejor camino para la Historia. Cada grupo tenía su certeza. Y también la gente de la teología de la liberación y después, de la teología feminista. Ahora no sabemos… Y además, lo que sabemos como viejos y viejas ya no sirve para este mundo y para la comprensión actual del ser humano. Suponíamos que Dios nos garantizaba la liberación o la salvación… Ahora no hay estas certezas. Incluso porque hay una irrupción tremenda de imágenes de Dios en complicidad con las malas políticas que nos hacen continuamente preguntar: ¿qué Dios es ese? Por eso creo que hoy es en las dudas que tenemos que ser solidarios. Es en el cotidiano que hay que buscar el sentido de la Historia y descubrir que no hay uno solo sino varios, que entran en conflicto o se completan. Y es en este tiempo y espacio que hay que escoger. Además, ninguno puede pretender que el suyo es el mejor. Hay que buscar muchos caminos para favorecer el bien común. ¿Cuál? No sé… Me guío por valores adquiridos en el pasado y pasados al cribo del presente. El presente me revela las muchas ilusiones en las cuales hemos vivido. Pero cada persona tiene que descubrir sus ilusiones porque aunque muchas sean colectivas son vividas de formas diferentes y tienen consecuencias diferentes.
Teología feminista
Un durísimo artículo que publicó en febrero de 2013, cuando renunció Benedicto XVI, ilustra el lugar de Ivone Gebara como referente de la teología de la liberación feminista. En la agencia Adital, destacaba la “encomiable” decisión de Ratzinger pero cuestionaba a los comunicadores que atribuían a “fuerzas ocultas” la elección del sucesor: “La continua referencia al Espíritu Santo a partir de un misterioso modelo jerárquico es una forma de camuflar los verdaderos problemas de la Iglesia y una forma de retórica religiosa para no revelar conflictos internos que ha vivido la institución -escribió-. Es una teología que sigue provocando la pasividad del pueblo creyente ante las múltiples dominaciones, inclusive la religiosa. Continúan repitiendo fórmulas como si éstas satisficiesen a la mayoría de la gente (…). La elección de un nuevo Papa tiene que ver con el conjunto de las comunidades católicas del mundo y no sólo con una élite de edad avanzada, minoritaria y masculina”.
La teología de la liberación feminista busca liberar los cuerpos y las mentes de la dominación simbólica y cultural del poder masculino. Además de eso, explica Gebara a La Pulseada, “la teología feminista actual propone comprender la diversidad del concepto hombre y mujer. ¿A qué corresponde un hombre? ¿A qué corresponde una mujer? ¿Podría ser diferente? Hablo de todo esto para decir algo de lo que veo y mostrar los sentidos que emergen de nuestro mundo, donde la mayoría religiosa se ubica. Me doy cuenta de que quizás ‘mi religión’ o ‘mi cristianismo’ sean muy reducidos y bien poco representativos del cristianismo actual. También me doy cuenta de que envejecer como intelectual me revela un mundo de percepciones y experiencias de desubicación en muchos lugares, incluso en las iglesias y en los contenidos teológicos tradicionales. Además, me invita siempre a relativizar muchas cosas y percibir la pluralidad de la vida y de sus manifestaciones. Cada vez más me convenzo de que ‘no hay caminos y se hace camino al andar’”.