Infancia violentada

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«Abandonados e invisibilizados desde su nacimiento, las cámaras recién llegan para mostrarlos como peligrosos», dijo en un comunicado la Obra del Padre Cajade

Un niño de 11 años fue expuesto en la tele, en uno de los canales de aire más vistos y en horario central, diciendo que robo y mató. Su caso generó un repudio en cadena que de todos modos no alcanza para reparar el daño que se hizo a él y a todos los chicos que viven situación de vulnerabilidad.

Cuando su cara mal pixelada y su voz perfectamente identificable atravesaron el primer segundo de exposición en la hora televisiva más caliente de un domingo, el daño ya estaba hecho y era irreparable. Era un niño plantado en un contexto de villa en uno de los distritos del Conurbano alardeando sobre su participación en delitos graves. Pero también era cualquier niño que se le parezca convertido en enemigo de los millones de televidentes que probablemente no pudieran o no quisieran verlo a él como una víctima de esas circunstancias: la de su propia vida y la de la manipulación mediática.

Más allá de la reacciones en contra que el programa PPT que conduce Jorge Lanata por Canal 13 generó inmediatamente, poco importará para el futuro del chico o de los miles de chicos que sufren como él, si la escena estuvo montada, si participó la Policía, si están involucrados funcionarios del municipio macrista de Lanús, o si lo que expresó es verdad o fabulación. Poco importará en la medida que esos niños que viven una situación límite por la vulneración de sus propios derechos sigan sin ser vistos como tales.

Todo lo anterior sí es relevante para que no vuelva a ocurrir, para que la condena social o penal en que pueda derivar determine responsabilidades y condenas y obligue a repensar en las intenciones que hay detrás de un mensaje que estigmatiza. Para que un dirigente social como Juan Grabois (que podría ser cualquiera de los educadores de la obra de Cajade), que sí sabe quién ese chico y cuál es su situación, no tenga que desangrarse ni dar ejemplo de dignidad en un duelo dialéctico desigual con los responsables de la peor práctica periodística. Para que no se avance livianamente y con textos simplificados en la penalización de una infancia que ya carga con la condena de la exclusión.

 

Periodismo descartable

Por Mariana Sidoti

“El Polaquito”, un nene de 12 años que se droga, roba y mata. El diario La Nación fija la gravedad de los delitos de menor a mayor –drogarse, robar, matar– esta vez sin verbos condicionales. Parece arte de magia pero es Google: con sólo tipear el sobrenombre de este niño, que saltó a la fama por un informe de la TV, aparecen cientos de notas con títulos derivados, casi un copy & paste, del primero en la lista. El artículo de La Nación es breve, no hacen falta muchas palabras porque lo importante está en el video.

La curiosidad, el morbo, la avidez por la noticia, hacen que el lector dé play. Sorpresa: un niño al que jamás apodarían “el polaquito” sonríe mientras su padre le coloca un casco para la bici. Una niña de rizos dorados se deja abrigar por su madre con una bufanda y un bebé con camisa a cuadros intenta los primeros pasos con la seguridad de que alguien –un adulto, sin dudas— lo protege del vértice de una mesa. Es la propaganda de Swiss Medical.

Omitir publicidad. Ahora sí es el Polaquito, con su cara mal pixelada y su vocecita que no se define entre la tierna infancia y el hampa de la villa más violenta. Los niños rubios se derriten para dar paso al niño, que dice que a los 10 años ya tenía una Magnum Beretta, “una re pistola”. El Polaquito habla con el lenguaje que aprendió en su barrio, el que aprenden cientos de miles de niños y jóvenes del Conurbano bonaerense. Algunos se drogan, roban y matan. La gran mayoría no. Pero ese no es el punto: Césare Lombroso –y gran parte de la sociedad argentina– diría que todos tienen un destino escrito y ese destino es ser adicto, delincuente, chorro y criminal.

El informe de PPT no hace más que confirmarlo. Durante toda la “entrevista”, arriba a la izquierda, la producción dejó un hashtag para que todos puedan opinar en Twitter desde sus cómodos teléfonos celulares: #DrogasYCurros. Al otro día el dirigente social Juan Grabois dirá que al niño lo coaccionaron para conceder la nota, que tiene problemas de salud mental y que gran parte de lo que dijo es mentira.

Después le tocó a la madre del Polaquito tener que salir a desmentir: dijo que su hijo, aunque roba y jala poxiran, se va a dormir mirando Disney Junior. Pero ya nada pesa como el informe del domingo. Ni siquiera las contradicciones de un niño pobre que quiere tener algo y que de vez en cuando roba para comprarse zapatillas y a la vez duerme con el murmullo dulce de dibujitos animados.

El periodismo basura es así: sale de su búnker en el norte de la CABA, aterriza en la villa más caliente, pone un trípode y una cámara y se va sin decir gracias.

—¿Ustedes me están preguntando si maté a uno?
—Sí.
—¿Para qué?
—Para saber.

El Polaquito cuenta, quizás proyecta o miente. En el fondo no importa. Dice que mató, que mató a uno por negarse a compartir un botín, como si fuera el protagonista de una serie policial de Netflix. Ahora todos los que vean a un niño como él por la calle cruzarán de vereda, si es que antes no venían haciéndolo.

Hubo varias cosas que el periodista no probó: por ejemplo visitar su casa y conocer su familia, o tomar una leche con él. Ir a visitarlo en la esquina donde para, charlar varias veces, creer que lo conoce y después darse cuenta que la mitad de las cosas que dice –tenga delirios o no– son parte de la misma coraza que hace que una familia indigente mienta en los censos del INDEC.

Pero al periodismo basura no le interesa probar estas cosas. Dice que pregunta porque quiere saber, y en realidad pregunta para vender: un combo agrandado de miedo, un paquete premium de inseguridad, que sale como pan caliente en la víspera electoral. Ni las alarmas ADT ni las puertas Pentágono logran semejante reacción. Es otra vez el mismo ejercicio: omitir publicidad, omitir publicidad.

 

 

El abrazo del Polaco y el Polaquito

Desde la Obra del Padre Cajade expresamos nuestro más profundo rechazo al repugnante y criminal tratamiento que hizo el programa de Jorge Lanata con la entrevista a “el Polaquito”, un nene de 11 años de Lanús.

Organizaciones como las nuestras, que trabajan con cientos de chicos en barrios castigados por políticas históricas de exclusión como las que lleva adelante hoy el Gobierno de Mauricio Macri, nos cansamos de advertir que muchos de nuestros pibes y pibas se encuentran por primera vez con el Estado a través de su cara represiva. Con familias desarmadas por la pobreza y la exclusión, sin figuras paternas, con madres solas y desocupadas, hospitales abarrotados y colegios que los expulsan, los niños como “el Polaquito” empiezan a ser atendidos cuando “molestan” a una parte de la sociedad que sólo pide encerrarlos.

La misma perversión hacen los grandes medios de comunicación cuando los ponen en pantalla únicamente para criminalizarlos, demonizarlos, culparlos, condenarlos, escupirlos y hasta lincharlos. Abandonados e invisibilizados desde su nacimiento, las cámaras recién llegan para mostrarlos como peligrosos.

Hace algunos años, un pibe que se crió en nuestro Hogar después de nacer en un contexto de violencia familiar, criticó a los canales de televisión y los diarios que se acuerdan de los pibes recién cuando cometen algún delito. “Nadie se acordó cuando ese pibe se cagaba de frío durmiendo refugiado en algún cajero automático o en una plaza, arriba de un colchón meado”, se enojaba.

A ese pibe, hoy adulto, lo conocemos desde siempre como “El Polaco”… Casualidades del destino, pero fue él, con ese mismo apodo, quien nos dio uno de los mejores ejemplos de la pedagogía de la ternura, clave para responder hoy al veneno que desparramó el reciente informe periodístico de Canal 13. Nuestro Polaco, salido del Hogar y convertido en militante por los derechos de niñas, niños y adolescentes en situación de calle, nos contó alguna vez el día que se le “puso bravo” cuando un pibe con problemas de consumo, lo amenazó con un cuchillo debajo de un árbol en Plaza Italia. Temblando de miedo, se acordó de Carlos Cajade y aquello de que “el insumo básico” de los chicos “tiene que ser la ternura”. El Polaco lo abrazó fuerte, hasta que el pibe “bajó la guardia” y soltó el cuchillo. Después comenzó a hacer bromas y, al menos por un rato, recuperó su niñez robada.

Al odio y la violencia mediática, respondamos con la herramienta más importante que nos dejó Cajade: abrazos.

(*) Comunicado de la Obra del Padre Cajade

 

 

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