Historias de malas mujeres

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139-JulianaArensJuliana Arens habló con La Pulseada del proceso que la llevó a escribir “Traidoras”, un libro con el relato de vida de seis detenidas en la Unidad 33 de Los Hornos. Cómo es poner el cuerpo tras las rejas para acercarse a quienes día a día intentan, con sus propias lógicas, sobrevivir al sistema penitenciario.

Textos: Lucía Medina

 

-Hola, ¿usted es la de la Facultad?-  La boca rodeada de arrugas se mueve lo suficiente para dejar ver cuatro dientes cariados. El torso ancho se mantiene rígido, el tono de voz no varía: la doñita cuenta su historia con la parsimonia de una docente tomando lista.

-¿Qué tal? La celadora me mandó que baje porque me va a hacer unas preguntas de mi vida.

El diálogo se da en un aula que supo ser celda, en la Unidad Penitenciaria N° 33 de Los Hornos y es el comienzo de “Traidoras. Crónicas de vida de mujeres privadas de su libertad”, el libro de la periodista Juliana Arens, editado en 2014 a través de Ediciones La Caracola. Es una antología compuesta por las historias de vida de seis mujeres presas. Están contadas en primera persona con el foco puesto en el patriarcado, la cárcel que duele y las resistencias que estas protagonistas construyen para sobrevivir todos los días.

Ana cuenta que en este penal vio morir a cinco hijos y se hizo transa como última opción para salvar a otros dos. Mirta, una profesional que una vez tuvo la seguridad de una vida tipo, dice que hoy sufre los mismos abusos cotidianos de todos los que están encarcelados. Marina recuerda cuando dio a luz estando presa mientras espera ser juzgada por el supuesto asesinato de su hija. Yamila se autodenomina chongo y reconstruye su identidad de género en el encierro. Lourdes fue esclavizada y abusada durante años por su padre. Y Valeria narra su paso por los institutos de menores y la vida en la calle.

A partir de su incursión en el Grupo de Estudios de Educación en Cárceles (GESEC) y de su trabajo como tallerista dentro del penal de mujeres madres de Los Hornos, Juliana Arens conoció a tres de las protagonistas de Traidoras. Que el libro empiece con el diálogo que tuvo en su primer encuentro con Ana, a quién no conoció hasta el momento de la entrevista, fue una decisión muy reflexionada por la autora. “Hay una intención en empezar con esa historia para mostrar que mi participación en la Unidad N° 33 y la experiencia de este libro están marcadas desde el vamos por lógicas carcelarias destinadas a borrar la identidad, a sacar la palabra, a silenciar las historias. Ana bajó a compartir su historia de vida con una persona que no conocía, sin saber cuáles eran los motivos por los que yo estaba ahí, o qué iba a hacer con ese material. Bajó porque le mandaron que baje y me compartió su historia desde un lugar de no libertad”, explica la autora a La Pulseada.

A través de las voces de “las traidoras” se hace visible de qué manera la cárcel y su sistema de tutelaje infantilizan a los adultos, decidiendo en qué momento, cuándo y cómo las personas comen o se levantan, borrando sus posibilidades de ejercer voluntad propia. Negando los conocimientos previos, el derecho a decidir, y sobre todo, a decir.

“La cárcel nos suele llegar en números. En este marco me interesaba pensar la cuestión penitenciaria desde las voces de quienes estaban privadas de su libertad y no desde la estadística. Me parecía que era necesario escuchar y corrernos de ese lugar, permitiendo que sean las voces propias que se autonarren. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) tiene un lema que dice: ‘La cárcel es lo que el preso dice que es’”, explica Arens. Por eso las únicas fuentes de su libro fueron sus entrevistadas. Y nunca le interesó chequear sus causas para ver si realmente las historias que le contaron eran verídicas.

“Traidoras” también expone algunos de los procesos de criminalización de las mujeres en la Provincia. Entre ellos, el narcotráfico por menudeo y la connivencia policial y judicial, el estigma que carga una mujer acusada de filicidio, la institucionalización desde la niñez y la violencia judicial. “Sobre la mujer privada de su libertad recae una doble condena -aclara su autora en la introducción del libro-: por un lado, se la acusa penalmente por el delito del cual se la presume culpable; por el otro, se la condena moralmente por haber sido ‘una mala mujer’, por desoír los roles que le competen según los mitos del patriarcado y disputar los recursos de poder del espacio público”. De ahí el concepto de traición explicitado en el título de libro.

Las lógicas del afuera

La vida en la cárcel no es suficiente para hablar del padecimiento de estas mujeres. Por eso en el libro el lector se encuentra con un doble juego. “Las seis historias sirven para desarmar esta idea de la mujer presa como homogénea, como un todo sin distinciones; entonces, como inexistente. Todas son muy distintas y ayudan a comprender la diversidad de historias de las personas que terminan privadas de su libertad. Por un lado, encontramos todos los puntos en común entre esas historias, me parece que sirven para pensar cuál es la población marginalizada que termina presa. Pero por otro lado nos ayuda a pensar en mujeres distintas, con trayectorias de vida distintas, con capacidad para decidir”, dice Arens.

“En los institutos te maltrataban el doble de lo que vos vivías en la calle. Los celadores y las mismas monjas te pegaban. Yo me acuerdo que andaba salvajeando con otra piba más y a veces nos peleábamos. Y me acuerdo que las monjas te mandaban a rezar el rosario, te castigaban, te daban un chirlo o un sopapo y te cortaban el pelo. Por cada pelea que vos tenías te cortaban tres dedos de pelo”, cuenta Valeria, una de las “traidoras” que dejó su casa a los 9 años para vivir en la calle hasta que terminó encerrada en un instituto católico para chicas. “Cortarle el pelo a las niñas que se portan mal. Y entonces ya no son tan niñas. ‘Varonizarlas’, ese es el estigma”, reflexiona Arens.

Estas mismas lógicas, pero de manera inversa, son las que el libro devela sobre cómo el Estado entiende la idea de “resocialización” de las mujeres presas a través de su oferta educativa. “Acá aprendí muchas cosas: bijouterie, a hacer bizcochuelos, pastafrolas, alfajorcitos, budines de pan, cosas que antes no sabía”, enumera Ana cuando describe su nueva vida en la cárcel. Son esas algunas de las prácticas de “resocialización” del sistema penitenciario que se traducen con un criterio de feminización tradicional: reinsertar a la mujer en la cocina, readaptar a la mujer en la belleza de manos, recuperar a la buena mujer de su casa.

Las resistencias

Para muchas mujeres la cárcel es la primera o quizás la única oportunidad para escolarizarse, aprender a leer o escribir, empezar un taller artístico o aprender un oficio. En ese punto “Traidoras” es una invitación a reflexionar sobre qué está pasando en el afuera para que estas mujeres tengan que estar presas para poder pasar por un proceso de educación o incluso salvarse de otras violencias. “Hay una focalización del sistema judicial y penitenciario en cierto sector de la sociedad marginalizado. Y no es una cuestión que se pueda resolver ‘resocializando’. No existe un proceso de resocialización como tal, pretender que una persona privada de su libertad se resocialice en el encierro es como pretender enseñarle a bailar a alguien adentro de un ascensor. Es imposible pensar que desde las lógicas y los modos que propone el sistema penitenciario, marcados por el despojo, la tortura y el aislamiento, se puedan reconstruir lazos sociales”, aclara la autora.

En el relato de las vidas de estas seis presas hay una mirada lúcida que resalta las resistencias que puede llegar a desarrollar una mujer privada de su libertad. Una y mil maneras de vivir y resistir las lógicas deshumanizantes de la cárcel. Lo muestra Mirta, quien arma una rutina en medio de una selva de violencia y despojo trabajando de lunes a viernes en el archivo del pabellón escolar. Lo hace Valeria, al internarse en el mundo de los chats y las visitas intercarcelarias como una nueva manera de vivir la sexualidad en un contexto de encierro. O Marina, quien disfruta la libertad de estar todo el día con su hijo Santino en la unidad para mujeres-madres y se niega a tomar la medicación que las psiquiatras le ofrecen ante cualquier malestar.

 

  • El libro se puede conseguir en Malisia distribuidora & estantería de libros y revistas (diagonal 78 N° 506 esq. 6 y 59) o través de Ediciones La Caracola.

 

La ley que las criminaliza

Según datos del Informe 2014/2015 del Observatorio de Violencia de Género (OVG) de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires, el aumento sostenido de la población carcelaria femenina constituye un proceso global que en América Latina se ha potenciado a partir de la legislación en materia de estupefacientes.

Los tipos penales que la Ley de Estupefacientes N° 23.737 contiene no hacen distinción aparente entre hombres y mujeres, pero su aplicación ha impactado de manera diferenciada, lo que se traduce en un incremento significativo de la criminalización de mujeres pobres imputadas por el delito de tenencia simple, facilitación gratuita y/o tenencias de estupefacientes con fines de comercialización.

 

El contexto de violencia machista

El informe 2014/2015 del OVG señala que el 2,9% del total de la población femenina encarcelada en la Provincia de Buenos enfrenta cargos por violaciones y abusos sexuales.También ha monitoreado los procesos de criminalización de mujeres en causas donde resultan imputadas y/o condenadas por delitos contra sus parejas o ex parejas, y co- imputadas junto a sus parejas varones por distintos delitos cometidos contra sus hijos/as: delitos contra la vida, abusos sexuales de sus hijos/as menores, o delitos contra su integridad física. En este marco, alerta que en estos tipos de delitos es necesario que las investigaciones judiciales den cuenta de la posible existencia de un contexto de violencia de género en el que se encuentren inmersas esas mujeres.

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