Atilio Borón conversó con nuestro programa sobre la profunda crisis abierta en Brasil a partir del derrocamiento de Dilma y el encarcelamiento y la proscripción de Lula. Las nuevas formas de injerencia de Estados Unidos y por qué pudieron prohibir al calamar sin que haya marea roja.
Si la nación más grande del subcontinente sufre un cataclismo político casi sin precedentes, es imposible que los remezones no se sientan en los demás países de la región. Nuestro ciclo radial dialogó respecto de la situación brasileña y latinoamericana con Atilio Borón, sociólogo y politólogo doctorado en Harvard y comprometido estudioso de la actualidad.
–¿Se puede caracterizar a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff como un golpe parlamentario y a la detención del ex presidente Luis Inácio “Lula” Da Silva como una proscripción lograda mediante un juicio viciado de nulidad?
–Hubo un golpe jurídico-parlamentario y, me atrevería a decir, jurídico-mediático-parlamentario, porque la Red O Globo tuvo un papel fundamental en la preparación de la destitución de Dilma. Y por supuesto también que la encarcelación de Lula equivale a una proscripción. Se trata de una detención producida al margen de todo mecanismo de control, sin el debido proceso y que fue resultado de un juicio insostenible a la luz de los principios más elementales del derecho.
–Usted escribió en un artículo reciente sobre los programas de “buenas prácticas” llevados adelante por distintas agencias del gobierno de los Estados Unidos.
–Son programas de entrenamiento que organiza Estados Unidos con diferentes categorías de actores, fundamentalmente académicos, legisladores, periodistas, fiscales y jueces. Les ofrecen cursos sobre lo que ellos consideran “buenas prácticas”. Lo que evidentemente les enseñan es que los gobiernos progresistas o de izquierda en América Latina deben ser considerados verdaderas excrecencias que deben ser extirpadas, que la corrupción es un fenómeno que afecta a los gobiernos de izquierda y nunca a los de derecha, que los paraísos fiscales no son tan malos porque constituyen la manera que tienen de proteger sus dineros y sus fortunas quienes acuden a la banca offshore. Esas “buenas prácticas” consisten, en definitiva, en hacer lo que a los Estados Unidos le parece mejor. En este caso, quitar del escenario político a Lula, porque los norteamericanos, en coincidencia con la élite económica y política del Brasil, no quieren que haya nunca más en ese país un gobierno progresista o de izquierda. Incluso si llegara a producirse un triunfo electoral de Lula, de su partido o de alguna coalición progresista, la amenaza de un golpe militar sería inminente.
“Es un contubernio entre la oligarquía mediática y la familia judicial, que está totalmente ganada por la derecha y que ha sido entrenada en estos cursos de ‘buenas prácticas’. Sin la injerencia de estos dos factores no estaría sucediendo lo que pasa”
–Efectivamente se han producido recientemente en Brasil hechos muy graves que creíamos que ya no se reiterarían: el atentado político, con los balazos dirigidos a la caravana encabezada por Lula en Paraná el 28 de marzo; en marzo el atentado político con los balazos dirigidos a la caravana que encabezaba Lula en Paraná, el asesinato de la concejala carioca Marielle Franco y el silenciado crimen de otro concejal de Río de Janeiro, Paulo Henrique Dourado, una semana después; el tuit del 3 de abril del jefe del Ejército, Eduardo Villas Boas, presionando a la Corte para que se pronuncie contra el líder del PT y la casi simultánea amenaza de dar un golpe del general retirado Luiz Gonzaga Schoeder Lessa. ¿Esto es un adelanto de lo que podría pasar en otros países de la región?
–Ojalá que no. Pero es algo ante lo que hay que estar alertas. Es el peligro de la llegada de dictaduras militares de un nuevo tipo, en las que no necesariamente los uniformados sean la cara visible. Antes era necesario un golpe de las Fuerzas Armadas pero ahora parece que basta con una conspiración legislativa, judicial o mediática para acabar con un gobierno. Esto marca la determinación de los Estados Unidos de ponerles fin a los gobiernos que podríamos llamar bolivarianos, progresistas, de izquierda o de centro-izquierda, que tienen como común denominador que no se pliegan incondicionalmente a los designios de Norteamérica. Hay que estar prevenidos y tener cuidado de que estas prácticas no se generalicen y se transformen en una costumbre avalada por el imperio.
–El catedrático portugués y habitual animador de los Foros Sociales Mundiales Boaventura de Sousa Santos publicó que “en Brasil hubo presiones extranjeras que están documentadas, como intervenciones del departamento de Justicia de Estados Unidos y del FBI”. ¿Es consecuencia de estas interferencias externas que en naciones como Brasil, Argentina o Ecuador se estén dando procesos más o menos análogos, como la judicialización de la política mediante un Poder Judicial descaradamente politizado?
–A estos procesos hay que encuadrarlos en una contraofensiva norteamericana para recuperar el control sobre América Latina. Que haya un atentado a balazos contra el candidato presidencial colombiano Gustavo Petro, otro en Brasil contra la caravana de Lula, que en Río de Janeiro asesinen a dos concejales y un abogado, que en países como Paraguay, Colombia y México la persecución y la matanza de dirigentes sociales sea cosa de todos los días, que en Argentina se exacerbe la “mano dura”, todo es parte de un mismo propósito consistente en volver a la situación que tenía el continente hace treinta o cuarenta años, en retornar a las épocas en las que desde el norte se marcaba un rumbo y todos iban mansamente hacia allí. Ésa es la razón por la que se está insistiendo tanto en derrocar a gobiernos díscolos y reemplazarlos por otros más dóciles, que acepten los objetivos norteamericanos y los hagan propios.
–¿Este proceso sería posible sin una fuerte pata mediática?
–Las dos patas principales son la judicial y la mediática. Hay un contubernio entre la oligarquía mediática y la familia judicial, que está totalmente ganada por la derecha y que ha sido entrenada en estos cursos de “buenas prácticas”. Sin la injerencia de estos dos factores no estaría sucediendo lo que pasa o por lo menos no se produciría de este modo.
–Usted mencionaba que, después de varios años de avanzar en la unión latinoamericana, ahora hay una contraofensiva estadounidense. Aunque también sigue presente la resistencia, como se vio en la reciente edición de la Cumbre de los Pueblos en Lima. ¿Qué formas concretas está adoptando ahora esa contraofensiva?
–Ellos están tratando de penetrar en movimientos sociales de antigua data. Lo hacen a través de las famosas organizaciones no gubernamentales, aparentemente muy autónomas y muy independientes del gobierno norteamericano, aunque actúan de consuno, con banderas indiscutibles -como la defensa de la tierra-, pero que poco a poco van revelando su verdadero cariz. También lo realizan a través de las iglesias evangélicas, que han adquirido un poderío fenomenal en América Latina. A tal punto que hasta hace unos meses la bancada más importante que había en el Parlamento brasileño era la de los evangélicos. Imagínese lo que esto significa para el Congreso: cuestiones como el matrimonio igualitario o la interrupción voluntaria del embarazo son temas tabúes. En Costa Rica los evangélicos estuvieron muy cerca de ganar la elección presidencial. Son tentáculos del imperio que llevan adelante esfuerzos coordinados para tratar de debilitar desde adentro a los gobiernos progresistas que quedan en pie en la región.
–El ex presidente uruguayo José “Pepe” Mujica dijo hace muy poco que “si en la Argentina pasaba lo de Lula era un incendio; daban vuelta Buenos Aires”. Al mismo tiempo, las encuestas siguen indicando que si en este momento se realizaran elecciones presidenciales en Brasil, Lula volvería a ganar. ¿Cómo se explica entonces que no haya existido una mayor resistencia popular capaz de impedir o retrasar la detención de su principal dirigente?
–Es que en estos casos entran a jugar las tradiciones populares. Y en ese terreno Brasil, a diferencia de la Argentina, no tiene una gran capacidad de movilización. Por eso, aunque las mayorías no estuvieran de acuerdo con lo que venía ocurriendo, no pudieron defender ni a Dilma ni a Lula. No cuentan con mecanismos suficientes para oponerse a estas medidas. Por eso la cuestión de las tradiciones políticas es tan importante. En la Argentina hay una tradición de autoorganización y resistencia muy grande y en Brasil no. Ésa es la clave.
“Los norteamericanos, en coincidencia con la élite económica y política del Brasil, no quieren que haya nunca más en ese país un gobierno progresista o de izquierda”
–El secretario ejecutivo de Clacso, Pablo Gentili, señaló que el caso de Lula no es comparable al de otros presidentes latinoamericanos de las últimas décadas que restituyeron derechos que se habían perdido, sino que él fue el primero en incluir a millones de compatriotas que estaban excluidos. En ese sentido, sus acciones serían más comparables a las del primer peronismo en la Argentina o a las de Chávez en Venezuela. Gentili asegura que es recién a partir de Lula que se puede hablar con propiedad de “república” en Brasil. ¿Coincide? ¿Es por eso que se ganó semejante odio por parte de los sectores tradicionalmente dominantes?
–Exacto. Fue Lula el que inauguró una nueva etapa en la historia brasileña. Fue él quien introdujo nuevos derechos para grupos marginados de la población e instauró una concepción de república social que no existía anteriormente. Por eso el odio inagotable que le tiene la derecha brasileña, que no lo perdona ni lo perdonará jamás.
–Según el título de un reciente artículo suyo “se está clausurando la ruta democrática en Brasil”. ¿Qué alternativas le quedan entonces a las fuerzas populares?
–Si el pueblo tiene mayoría pero no puede ganar porque no lo dejan competir, objetivamente hay una clausura del proceso democrático. ¿Qué queda entonces? Quedan vías insurreccionales no violentas como las de la Primavera Árabe. Si a elecciones no podés ir porque a tu principal candidato lo ponen preso, evidentemente el juego democrático ha quedado demasiado acotado y ya no tiene mucho futuro.