La cantante y compositora chilena toca por segunda vez en La Plata. Ahora para presentar su disco Lonquén, un tributo heterodoxo a la música de Víctor Jara. La cita es el 21 de noviembre en el Pasaje Dardo Rocha, donde Francesca compartirá el escenario con sus anfitrionas: Fulanas Trío y con el auspicio de La Pulseada.
Por Martín E. Graziano
Desde el otro lado de los Andes, Francesca Ancarola se entusiasma. Tiene por delante una gira que incluye conciertos en Azul, Olavarría, Buenos Aires y, de camino a casa, Mendoza. Otra de las paradas es el recital que compartirá en La Plata con Fulanas Trío, el 21 de noviembre a las 21 en el Auditorio del Pasaje Dardo Rocha y el auspicio de La Pulseada. “Me hace ilusión conectarme por allá de nuevo; la primera vez estuvimos con el Negro Aguirre –dice Francesca-. De La Plata ha salido gente muy buena, ¡como los Aca Seca!”. Esas primeras palabras sirven para trazar un mapa de afinidades. Francesca, como Aca Seca, Carlos ‘Negro’ Aguirre y las propias Fulanas, es una cantante y compositora de formación académica que trabaja sobre las músicas folklóricas latinoamericanas. Es decir, músicos que abordan un repertorio de origen popular poniéndolo en diálogo con vertientes como el jazz y la música contemporánea.
Justamente, el disco que propulsa esta nueva visita es Lonquén, un tributo tanto a la obra como a la figura de Víctor Jara. Desde luego, no se trata de un trabajo literal sobre las canciones de Jara, sino que hay alguna canción propia y una relectura que, de acuerdo al aliento de la banda, adquiere un vuelo jazzístico. El ensamble que acompaña esta vez a Francesca incluye nuevamente el piano de Aguirre, a Federico Dannemann en guitarra, Rodrigo Galarce en contrabajo y Carlos Cortés en batería.
“Lonquén significa, para mí, llevar la bandera de Víctor cada vez que lo hacemos; sobre todo ahora que su caso sigue impune en los tribunales de justicia de mi país –explica Francesca-. La poesía de Víctor es de una tremenda vigencia aún hoy en día, cuando la brecha entre ricos y pobres se acentúa cada día más. En ese sentido, la poética de Jara ha de ser la llave o el mapa a seguir a la hora de expresarse en los sonidos”. No casualmente durante los últimos años, la obra de Jara y la de Violeta Parra han adquirido una nueva dimensión para toda una generación de compositores jóvenes. Francesca lo deja aún más claro: “diría que actualmente son, a todas luces, nuestros dos íconos musicales de mayor importancia. El llamado Bicentenario Chileno ha citado este año innumerables veces tanto sus nombres como sus obras, a nivel popular e institucional. Ellos son nuestros auténticos ídolos musicales: nuestro Padre y Madre, por decirlo así”.
Volver a los 17
Apenas repasa un poco su camino, ya la foja educativa de Francesca es bien impresionante: título en la Universidad de Chile, talleres aquí y allá, canto lírico, un premio en Francia por una obra electroacústica y hasta una beca Fulbright que le permitió estudiar en la Manhattan School of Music. Sin embargo, todo parece indicar que –como suele suceder- todo estaba allí desde el comienzo. En la casa paterna sonaban discos que iban desde Bach a Pink Floyd, pasando por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Janis Joplin, Lucha Reyes, Astor Piazzolla y, desde luego, Mercedes Sosa. “Por ejemplo, ‘Volver a los 17’ lo escuché cantado primero por la Negra Sosa y luego por Violeta Parra. Habría que recordar que en esos tiempos de dictadura en Chile había prohibición de difundir autores relacionados con la Nueva Canción Chilena, entre los que por supuesto estaban los Parra en pleno, Víctor Jara, Inti Illimani, por nombrar algunos. Sin embargo tuve la suerte de nacer en una familia de melómanos y en casa siempre hubo buenas alternativas musicales para audicionar”.
-Tu universo musical tiende un puente entre las músicas de Latinoamérica y vertientes del jazz y la música contemporánea. ¿Cómo se fue formando ese mapa?
-Por un lado, por esa formación auditiva en el hogar. Y posteriormente por las influencias de músicas de autores como Milton Nascimento, un músico detonante o catalizador de mi inclinación hacia la música como oficio. Precisamente Milton es un creador e intérprete bastante difícil de enmarcar en un estilo de música. Un crossover de tomo y lomo, que transita por la tradición y la vanguardia de músicas muy variadas. Recuerdo a los 11 años estar escuchando en la toca-cassette del auto de mi mamá “Cantiga” del álbum Sentinela y decirme: “esto es lo que yo quiero hacer”. Después entré a estudiar música en el conservatorio y ahí me curtí más en la música de tradición europea en clases, y también seguí disfrutando tanto del folklor como del rock latinoamericano. La influencia del jazz en mi propuesta es más reciente y soslayada diría yo, se hace más presente principalmente por el hecho de tocar con jazzistas. Incluso cuando residí en Nueva York, la opción al momento de cantar por lo general eran creaciones propias y del repertorio latinoamericano, y no standards…
-¿Hubo un momento epifánico en el que decidiste dedicarte al canto, o fue revelándose lentamente?
-Mi tendencia a trabajar en la música desde el canto es bastante circunstancial. De hecho yo primero quería ser compositora; el canto vino después. Sucedió que mi maestro con quien siempre quise estudiar, Cirilo Vila, enfermó cuando yo cursaba segundo año de la carrera de composición. Como no quise tomar profesor suplente, congelé la facultad y para pasar el rato me inscribí en canto lírico. De pronto me encontré enamorada del proceso de conocer mi instrumento, con el cual siempre había cantado de manera natural desde chica. Al año siguiente ya estaba estudiando en la universidad y posteriormente gracias a becas de estudio seguí perfeccionándome en EE.UU. Ya en el 1999 había logrado superar ciertos problemas técnicos y debutar discográficamente con Que el canto tiene sentido (1999), un disco de corte folklórico que abre con “Manifiesto” de Víctor Jara.
-¿Por qué te fuiste inclinando por un repertorio de música popular?
-El hecho de estudiar en el conservatorio y dedicarme por algunos años a intentar componer para instrumentos desde el lenguaje contemporáneo, no fue determinante al momento de darle un estilo a mi discografía. Diría que es parte de mi etapa formativa. En ese sentido es través del canto y de la poesía que se fue reafirmando mi necesidad de hacer música desde lo popular y desde lo socialmente contingente. Hay en mí un deseo de contribuir a difundir las melodías y los mensajes acallados por la industria y los sistemas de poder. Sin querer ser demagógica, para mí el arte cobra sentido cuando denuncia y cuando se compromete con su realidad social.
-Decías que ya desde tu primer disco arrancaste con un homenaje a Víctor Jara. ¿Por qué partiste desde allí?
-Porque en Víctor Jara existió y existe un hecho coyuntural que define en gran parte la historia de mi país: el cantautor emblemático de la Nueva Canción Chilena y el primer mártir de la dictadura en Chile. Fue un artista que vivió su época y que supo describirla a través de su arte con una valentía que le costó la vida y todo un ejemplo de consecuencia artística. Diría que actualmente Víctor Jara goza de una vigencia y popularidad cada vez más creciente… para pesar de algunos, ¡y alegría de muchos!
El origen
A comienzos del milenio y después de aquel primer disco, Francesca Ancarola empezó lentamente a abrirse camino en los circuitos alternativos de música popular. Tanto en su país como en el resto de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. De hecho, después de grabar en Chile discos como Pasaje de ida y vuelta (2000), Jardines humanos (2002), editó directamente en Estados Unidos su álbum Sons of the same sun (2004). De todos modos, Francesca reconoce que “aunque ese álbum suena muy bien, es un proyecto que no fructificó. Había muchas diferencias conceptuales entre sus dueños y mi visión de ir haciendo el oficio. Fue un lindo intento, y de paso solté el prejuicio de grabar en otro idioma. En todo caso a la hora de cantar siempre lo prefiero hacer en lengua materna, y actualmente elijo muy bien dónde tocar o cantar”.
-Con el Negro Aguirre grabaron un disco como Arrullos. ¿Cómo te fuiste vinculando con él?
-Lo conocí por medio de un amigo en común, Antonio Restucci. En el año 2000 llegó y se instaló en mi hogar con el firme propósito de hacer un disco dedicado a las canciones de cuna latinoamericanas. Eso se transformó en Arrullos, editado en Chile por UNICEF y en Argentina por Shagrada Medra. Coincidimos en muchas cosas con el Negro, desde cómo enfocar un repertorio, pasando por el concepto de autogestión, y en definitiva el de oficiar el arte desde la vida misma como un todo.
-¿Qué lugar hay en la música chilena para una propuesta como la de ustedes?
-Con algunos de mis primeros cómplices musicales, hablábamos de “fusión latinoamericana”. Hoy en día muchos se enmarcan en esa tendencia en Chile. Sin embargo el término para mí ya no es del todo representativo, ya que actualmente el folklor a secas de cada región está cada vez más presente en mi repertorio. Por ejemplo, en Lonquén hay intentos de reactualizar la poesía y música de Jara en lenguajes y texturas más contemporáneas. Sin embargo, también hay otra necesidad muy fuerte: volver al origen.
Fulanas Trío, con la sonoridad de siempre
Sutil y decisivo, el papel del anfitrión exige estar a la altura de las circunstancias. Disponer del espacio y establecer el ambiente adecuado. Por fortuna, para la parada platense de la gira de Francesca Ancarola, el trabajo está en las manos indicadas: Fulanas Trío. “Con Francesca tenemos en común la motivación que generan los músicos y poetas de Latinoamérica –dice Cecilia Picaroni, una de las Fulanas-, eso lleva a una determinada elección de repertorio y a recorrer un camino en común con la música. En Lonquén, el espectáculo que va a presentar acá, nos motivó especialmente la temática para organizar este concierto compartido, ya que nos mueve profundamente la figura de Jara, como la de tantos otros músicos que en épocas difíciles han sabido decir a los pueblos y han dejado en su música testimonios fuertes”.
El recital, además, será una excelente oportunidad para ver la nueva formación de Fulanas, que tras nueve años como trío se convirtieron en cuarteto. El proceso de cambio comenzó en marzo de este año, cuando Vilma Wagner dejó el grupo. Cecilia Picaroni y Silvina Cañoni se tomaron un tiempo para meditarlo y finalmente decidieron invitar a Victoria González Scotti y Adriana Leguizamón. “Los cambios generan un movimiento de reacomode importante –explican-, pero lo que permaneció inalterable en todo momento fue la convicción de seguir adelante con Fulanas Trío”.
La continuidad tiene su lógica. Porque si bien Adriana Leguizamón se incorporó como tecladista y acordeonista, y González Scotti vino a aportar su bagaje como cantante, ambas tienen un gran trabajo en el campo docente: como las tres Fulanas originales. Dice Cecilia: “la singularidad que caracteriza a cada músico, como el timbre vocal y la forma de cantar, la manera en que se ensamblan las voces, el modo de tocar los instrumentos, la incorporación del acordeón, también las ideas musicales al momento de arreglar un nuevo tema, son los elementos nuevos que van dando un color diferente. Pero sin que se modifique esencialmente nuestra sonoridad”.
Así, con casi una década de trabajo, dos discos (A desenmarañar y Azúcar de caña) y decenas de giras, las Fulanas siguen renovando su caudal. La apuesta pasa por buscar nuevas formas de articular los folklores de Latinoamérica, encontrar nuevos autores y sumar otras tonalidades a la paleta expresiva. “Han sido años muy movilizantes –cuentan-. La música que interpretamos, todo lo que implica la búsqueda de una forma de decir, de encontrar una estética propia, ver que la gente que nos va conociendo y se emociona… Todos los vínculos que vamos entrelazando con la gente de cada lugar, sean o no músicos, hacen que un proyecto como este se sostenga con vitalidad”.