La calle Nueva York de Berisso es un camino adoquinado enmarcado por los enormes galpones abandonados de los frigoríficos Swift y Armour y por viejos conventillos de chapa.Allí conviven los llegados de las provincias con los descendientes de los inmigrantes europeos que desde ese mismo lugar iniciaron el 17 de octubre de 1945. Muchos de esos jóvenes, que ya no disponen de los beneficios de los que disfrutaron sus padres, vienen organizándose desde hace años para repensar su barrio y la sociedad. Como parte de esa historia, el basural más grande de la zona se convirtió en un espacio verde que hoy invita al encuentro.
El pasto está recién cortado en esa nueva placita. A pesar del frío, la mañana despunta con un sol tenaz. Desde temprano hay un gran movimiento de vecinos. De la carpintería autogestionada del barrio, Juan cruza dos tablones y caballetes; el centro cultural Mansión Obrera acerca los parlantes y Martina trae de su casa un toldo previendo el sol del mediodía. Wichi y Miguel van acomodando los cajones de frutas y verduras y escribiendo los precios, otro compañero llega con la balanza y de lado a lado de la placita se desenrolla un pasacalle: “Hoy mercado popular: contra el hambre y la inflación”.
Mientras ubica los paquetes de fideos sobre la mesa, Pato, ingeniero agrónomo y militante del Frente Popular Darío Santillán, explica cómo nació esta iniciativa que ya lleva dos años recorriendo los barrios populares de Berisso, Ensenada, La Plata y otros sitios de la Argentina: “Los mercados populares surgieron para buscar una solución colectiva a problemas que enfrentan diariamente las familias. Con el aumento de los precios se hace cada vez más difícil acceder a una alimentación digna. Luego de darle vueltas a esta situación, se nos ocurrió que podíamos organizarnos entre los vecinos para hacer compras comunitarias y vender alimentos al costo, sin intermediarios que le agreguen valor”. Esta práctica se va alternando todos los sábados en distintos barrios populares. “De este modo, también denunciamos políticamente al gobierno por no garantizar la alimentación. Por eso le exigimos al Estado que replique esta iniciativa y organice mercados populares en todos los barrios pobres del país”.
Las cumbias de un cantante local, Pedro El Colombiano, empiezan a sonar desde los parlantes y marcan el compás de todos los movimientos. Entre canción y canción, una radio abierta convoca a los vecinos: “Asómese a mirar y traiga su bolsa de los mandados, porque hoy en su barrio hay feria popular con productos básicos al costo”. Los primeros que se acercan son los más chicos, que inauguran el sube y baja, aprovechan las hamacas y se suman a la propuesta de hacer barriletes. Mientras tanto, quienes participan todos los sábados del taller de oficios en la carpintería están construyendo los bancos que se van a usar para compartir el guiso del mediodía. Forman parte de un proyecto de capacitación que viene realizando el Frente Popular Darío Santillán con jóvenes de entre 13 y 20 años en Berisso, Ensenada, La Plata y el conurbano bonaerense interesados en aprender herrería, albañilería, electricidad, panadería, costura, teatro y comunicación.
Mónica tiene unos 60 años. Llega a la plaza con un bolso ya repleto y una mesa plegable. Saluda y al costado del tablón de alimentos arma su puesto de tejidos de lana. “Me invitaron unas vecinas y me pareció buena idea venir. Este año tejí un montón pero nunca había vendido. Me gusta la idea de la feria para charlar con los vecinos, tomar unos mates y de paso mostrar lo que hago”.
Los volantes circulan de mano en mano. Dos señoras entran al almacén para contarle al dueño que “el mercado no va a competir con los comercios locales, va rotando por distintos barrios y sólo dos veces por año pasa por acá. No les queremos sacar ganancias, sólo se trata de pensar una alternativa colectiva para demostrar cuánto saldrían los alimentos de la canasta básica si los consumidores no pagáramos IVA”.
Calculadora en mano, Laura y Max, estudiantes de Ciencias Económicas, hacen las cuentas de las compras para sumarle al precio de los productos solamente el costo del flete del traslado hasta el barrio. “El IVA –dicen- es un impuesto que le saca a los que menos tienen. Hoy es del 21 %, es decir que por cada 10 pesos que gastamos, el Estado se queda con 2,10. Independientemente de nuestra situación económica, todos lo pagamos cuando compramos alimentos, remedios y otros productos básicos. Menos las empresas que están en condiciones de deducir impuestos. La idea de estos mercados es poner eso en cuestión: pensar cuánto pagaríamos por los productos básicos si no estuvieran gravados con el IVA”.
Esta apuesta de pensar una economía distinta llevó a Martín y a otros estudiantes a apoyar la propuesta. “En la Facultad –agrega- formamos un grupo, llamado TAP (Taller de Asesoramiento Productivo) para trabajar con distintos emprendimientos y desde hace un año venimos dando una mano en los mercados populares”. Comenta que “en un país donde se producen alimentos para 400 millones de personas (11 veces la población), en los barrios más humildes hay niños que se mueren de hambre. Esto sólo se explica por un sistema injusto que concentra la riqueza en pocas manos y empobrece a la mayoría. Nosotros le reclamamos al Estado que financie y sostenga centros de abastecimientos comunitarios en donde los vecinos puedan adquirir productos a un precio accesible sin intermediaciones. Si el gobierno apoyara iniciativas como esta se podría reproducirlas en toda la nación”.
Con un cajón de plástico repleto de quesos de campo, Luz desciende del micro 214 que se detiene en la esquina. El producto, elaborado por un emprendimiento autogestionado de Villa Argüello, ya tiene más de tres años de historia y pasó por decenas de ferias populares. Asegura que “los mercados populares que hacemos todas las semanas en distintos barrios también son un espacio en el que podemos mostrar el trabajo que diariamente realizamos en las organizaciones sociales. Y de dar a conocer otra lógica de producción: sin químicos, artesanal y sin jefes. También le agregamos la oferta de verduras de nuestras huertas, para que los vecinos puedan acceder a productos sanos, sin agrotóxicos”.
En respuesta a las invitaciones hechas desde la radio, llega cada vez más gente con sus bolsas de mandados. Saludan, compran y se quedan en la plaza, conversando y escuchando música. Se anuncia por el micrófono que quienes gusten pueden sumarse a pintar un mural sobre una de las paredes de la plazoleta. Sin descanso se despachan frutas y verduras, productos de limpieza, paquetes de fideos, arroz y enlatados. Los organizadores aprovechan para conversar con los asistentes: “sería bueno que en el próximo mercado seamos muchos más vecinos preparando la feria y haciendo las compras”.
Los mercados, motorizados desde el Frente Popular Darío Santillán en conjunto con los habitantes de cada zona, se vienen efectuando desde hace más de dos años. En ese camino, recorrieron los barrios de Altos del Sol, Puente de Fierro, Malvinas, El Futuro, Ringuelet y Gorina de La Plata; Villa Argüello, Villa Nueva, Nueva York, Barrio Obrero y El Carmen de Berisso; Mosconi, Villa Rubencito y El Molino de Ensenada. Se asentó sobre plazas, frente a comedores comunitarios, en veredas o en el medio de las calles. En cada territorio, el mercado fue tomando características distintivas del lugar, incluyendo música, murales, talleres de esténcil, feria de artesanías, actividades para niños e incluso campañas de atención de mascotas. En ese sentido, estudiantes de veterinaria realizaron vacunaciones contra la sarna y la rabia, además de castraciones de cientos de perros y gatos.
El sol llega al punto más alto cuando ya casi no quedan verduras ni frutas en los cajones. En menos de tres horas el barrio pudo llenar sus alacenas de yerba, arroz, harina, manzanas, lavandina y papel higiénico, entre otros productos. Martina, Miguel, Juan y Wichi ya no están solos para llevar los tablones y los bancos de vuelta a la carpintería. En un costado, el mural con la cara y la guitarra de Pedro El Colombiano empieza a secarse. De fondo, las ruinas de los frigoríficos son testigos herrumbrados de una época en que las organizaciones agudizan el ingenio y la solidaridad para enfrentar en común los problemas colectivos.
Producción periodística:
Cooperativa Janequeo (Colectivo de comunicación popular)
janequeo@riseup.net
Fotos: Melina Deledicque
UNA FERIA LATINOAMERICANA
Siete años atrás, cuando Ramona vivía en Sucre, tenía un puesto en el mercado campesino, que atendía junto a su marido Ever y sus dos hijos. Con otros puesteros organizaban semanalmente las compras, el traslado y acordaban los precios. Vendían decenas de variedades de papas, camote, tomates, plátano, mandioca y diversas clases de frutas procedentes de toda Bolivia. Cuando la situación económica los obligó a emigrar hacia nuestro país, la familia de Ramona se instaló en una zona de Villa Argüello lindante con Villa Nueva, un nuevo barrio construido por inmigrantes de Paraguay, Perú y Bolivia.
Con la lucha para sobrevivir, el oficio de feriante quedó atrás y al tiempo que Ever buscaba trabajo en la construcción, Ramona se integró a la cooperativa de una organización social de la zona que estaba construyendo las veredas del lugar.
Como el de Ramona, muchos otros barrios por donde pasan los mercados populares son asentamientos de inmigrantes de países limítrofes. En las ferias vuelven a encontrarse con la esencia de sus orígenes, con la cultura de ocupar el espacio público para comprar y vender, para resolver la subsistencia. Hoy, aportando su experiencia de feriante, Ramona está presente en cada uno de estos nuevos mercados que se organizan.
EL ANTECEDENTE VENEZOLANO
Los sistemas de producción y distribución de alimentos de Venezuela eran manejados en una importante proporción por grandes corporaciones nacionales y multinacionales. A fines de 2002, en pleno golpe de la derecha, las comunidades venezolanas decidieron enfrentar el saboteo empresarial con más organización. Ante la falta de productos de primera necesidad, vecinos, estudiantes, trabajadores y campesinos, juntamente con las organizaciones sociales, decidieron juntarse y comenzaron a reestablecer la cadena de producción y distribución de alimentos. Basándose en estas experiencias comunitarias, el gobierno de Hugo Chávez decidió impulsar la Misión MERCAL (Mercados de Alimentos).
Creado oficialmente el 24 de abril de 2003, este programa social tiene como objetivo construir almacenes y supermercados para proveerlos con productos de primera necesidad a bajo precio. Los alimentos están subvencionados para que sean accesibles a la población de menores recursos y llegan a los estantes sin intermediarios, de modo que 12 millones de venezolanos acceden a productos con un descuento de entre el 30 y el 45 por ciento.
La Misión Mercal busca garantizar el acceso permanente a los alimentos y romper los esquemas de comercialización predominantes. Con ese objetivo, fomenta la producción regional mediante un programa de compras a los pequeños productores ubicados en el interior del país, reforzando de este modo la búsqueda de la soberanía alimentaria.