Expresarte, el grupo de mujeres que rompe muros

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Foto: Luis Ferraris
Foto: Luis Ferraris

No tienen los ensayos suficientes, la mitad sabe que no actuará y hasta último momento peligra la función. Son cerca de 15 mujeres, están detenidas en la cárcel 33 de Los Hornos y actúan a beneficio de comedores y hogares de niños. Una crónica de cómo este elenco inestable al que ya nadie las esperaba hizo tambalear el piso de una escuela por los pibes del Hogar de Carlitos Cajade.

Por Juan Manuel Mannarino

Miércoles 23 de mayo, 6 de la tarde

La entrada de la unidad penal 33, ubicada en Los Hornos, parece una tienda. En la puerta se estacionan camionetas del Servicio Penitenciario con barro en las lunetas. Está oscuro, los muros son bajos y un par de chicos silba a cinco guardias de no más de 40 años que están paradas en una esquina. Hay un papel pegado con cinta que dice “toque timbre”. Se abre una ventana enrejada. Un oficial, como si preguntara por la compra del día, registra los documentos. De fondo se escucha un noticiero televisivo. Una puerta que se abre, otra que se cierra. Hay una virgen de cerámica y una de las dos sillas de la sala de espera está rota. Una puerta que se abre, otra que se cierra. Un ruido metálico, violento.

La cárcel por dentro es un laberinto interminable. Hay un espantapájaros en el centro de una huerta y una calle interna semeja la sensación de estar, por un segundo, en un bulevar. Se oyen llantos de bebés. Es el pabellón de las madres, una particularidad de esta unidad. Unos metros hacia el fondo está la “escuelita” (en la 33 funcionan la EGB N°702, la Escuela de Enseñanza Media N° 19 y el Centro de Formación Profesional N° 401). Hay un salón principal y un par de aulas. Dentro de una de ellas, diez chicas del grupo de teatro Expresarte y un hombre llamado Miguel Di Benedetto, su director, están preocupados. No es para menos: en unos días tienen que hacer una función en el Normal 3 a beneficio del Hogar del Padre Cajade y todavía no recibieron los permisos para salir de los muros.

Miguel, “el Pelao”, como le dicen ellas, explica que siempre se repite la misma historia. Los expedientes dan vueltas por las oficinas de los juzgados y sólo dejan salir a menos de la mitad del grupo. Y para colmo, es a último momento que les comunican quiénes pueden y quiénes no. Miguel, entonces, saca dotes de malabarista. Los personajes que faltan se los reparten entre todos. Una actriz, por ejemplo, hizo tres papeles distintos.

El aula es chica y, ante el acecho de una celadora que entra sin pedir permiso, las chicas tienen ganas de contar. Dicen que el Servicio Penitenciario las trata como números y no como personas, que viven en condiciones de pobreza, que la cárcel es la muerte. Analía, la líder del grupo, habla y hay silencio. El teatro para ella es comunicación: se tocan, se ven, se enojan, se disfrutan. Un espacio propio. “Es uno de los pocos momentos en los que no nos sentimos  vigiladas. Acá si tenemos ganas de llorar lloramos y si tenemos ganas de reír reímos. A veces venimos con el ánimo por los pies, sin ganas de hacer nada. Y Miguel está con la mejor cara; él siempre sonríe, es como un padre, nos aguanta las broncas y las ansiedades. Nosotras cuando ensayamos nos mostramos como somos, no nos guardamos nada”, enfatiza.

Miguel está en la puerta del aula, más afuera que adentro; se cruza de brazos, se toma las cosas con humor. Explica que el grupo, creado en 2008, ensaya en el salón principal. Es un cuadrado sin telón ni escenario, abierto al paso de todo el mundo. Los tiempos son cortos. A ellas les gusta hablar de crear un “despelote”. Cada ensayo es un caos: tardan en juntarse, porque están en pabellones diferentes, y no es fácil combinar horarios. Una vez que se reúnen, como han pasado mucho sin verse, se dispersan y les cuesta concentrarse. Algunas llevan a sus hijos y Miguel hace de niñero. “Nos ponemos a trabajar, pasamos el texto y después las acciones. Entonces, le preguntamos al Pelao qué tal estamos actuando. Y nos damos cuenta de que está en otra cosa, jugando con los nenes o moviendo un cochecito. Él levanta un pulgar y nos dice que vamos perfecto, que somos grandes actrices”, dice Susana, una de las más experimentadas.

En el grupo, que nació como desprendimiento de un taller literario y tuvo varios directores hasta que llegó Miguel, hay discusiones: algunas dicen que tienen una obra y el director dice que son dos. Así siempre: ellas dicen una cosa, él otra y bromean. Como si, ante los demás, representaran una comedia de enredos: el padre y las hijas en un concierto de risas, retos y reproches. Lo cierto es que Expresarte tiene una rica historia de funciones. Por ejemplo, cuando hicieron la obra “Brevísima e incierta historia del teatro”, compuesta y creada por el grupo, en el Taller de Teatro de la UNLP, ante cerca de 300 personas. Fueron aplaudidas de pie, como ocurrió también en el Pasaje Dardo Rocha y en el Liceo Víctor Mercante.

Aquella tarde en el Teatro de la UNLP fue especial: después de la función subieron dos nenes con unas bolsitas de cartón que tenían alfajores y unas tarjetitas. Ahora, en el recuerdo, los ojos de las chicas están brillosos. Aquellos nenes, dicen, podían ser sus hijos. Ellas, que tienen entre 20 y 50 años, son madres, pero algunas hace años y otras hace meses que no ven a sus nenes. No saben ni cómo están ni dónde andan. Cuentan historias. Son hijos que están en la pobreza, desamparados, en instituciones o con algún familiar; lejos. Hijos sin madres.

Romina es una de las más jóvenes y dice que cuando hacen teatro se encuentran como en ningún otro lugar. “Acá nadie es una estrella y las demás son un relleno. Para la sociedad somos presas, y eso significa que, cuanto peor estemos, mejor. Nosotras aceptamos que nos equivocamos, pero también necesitamos recuperarnos. Cuando ensayamos todas somos iguales, porque cuando hay un problema nos damos cuenta de que si no estamos unidas no tiene sentido hacer las obras que hacemos, acompañarnos en los ensayos, intercambiar los personajes y aguantarnos con nuestras personalidades”, subraya.

La aclaración no es menor. Hace unos años, el programa televisivo La Liga hizo un especial sobre Analía, una de las mujeres con condena más alta del país. El efecto fue nocivo: por el enfoque sensacionalista de la nota, Analía quedó como la figura conflictiva del penal. “Lo que se ve en los informativos es que todas nosotros somos delincuentes, asesinas y nada más. Y nosotras tenemos una historia detrás. No somos carmelitas descalzas, porque estamos pagando condena por lo que hicimos. Pero, aunque sea difícil de entender, vivimos muchos hechos desagradables que nos hicieron hacer lo que hicimos”, aclara Analía.

Cuando ensayan, cuatro horas por semana, algo mágico circula en el ambiente. Se ponen trajes de papel crep y ropas donadas por algunos actores de la ciudad, y juegan a ser personajes: soldados romanos, payasos, Hamlet y Ofelia, Romeo y Julieta. “Ellas no existen para la sociedad, no existen para el Servicio. Están en una situación de indefensión total. Y tenemos que cuidarlas mucho cuando las exponemos ante la opinión pública”, dice Miguel.

El corazón. Miguel pondera el corazón de las chicas. Cita la biblia: las compara con la bondad de Jesús porque, dice, del corazón del hombre sale la bondad. Lo interrumpen y lo corrigen: acá es de las mujeres, no de los hombres. Él se pone serio y no lo dejan. “El maricón siempre llora. Hacemos la función y llora como un boludo —le dicen—. Nos vuela la mente. Nos hace repetir la escena miles de veces y te sale con cada cosa que dan ganas de matarlo”, agregan.

Se acerca la noche. No hay novedades. Hasta el momento, hay sólo cuatro permisos para una obra de quince personajes. De repente, entra una guardia con una pizarra y pasa lista, pide nombres y apellidos.

Cuanto más ensayamos, peor sale la obra.

Eso dice Miguel. Y se vuelven a reír. “¿Te acordás cuando vos no quisiste salir vestida de payaso?”, pregunta Susana. Nadie se hace cargo. Hasta que todas se confiesan: las veces que una se olvidó la letra, las que otra se rebeló ante una orden de Miguel, las que rechazaron un papel porque no les gustó.

Cuanto más ensayamos, peor sale la obra.

 

Martes 29 de mayo. 12 del mediodía

Falta media hora para dar la función y Miguel no es más el chistoso del grupo. Ahora está tenso, a punto de explotar. No hay noticias de las actrices. Ni de cuándo salieron ni de si están en viaje ni de si todavía están en la cárcel. Que las demoren no es una novedad, es otro obstáculo para superar en el puro instante: cómo hacer para disimular la crueldad del Servicio… La función, Miguel lo sabe, corre riesgo.

El salón de actos del Normal 3 está lleno. Hay una expectativa enorme. La mayoría de los que esperan son chicos del secundario que están a contraturno. Es decir, están allí porque quieren estar y no porque la escuela los obligó. Ellos juntaron dos filas de alimentos no perecederos para el Hogar. Aguardan sentados, jugando con los celulares y haciéndose bromas, con el escenario vacío ante sus ojos.

Miguel sube y baja las escaleras, un tanto resignado. Las preceptoras miran el reloj. En un rato, a los chicos se les terminará el permiso de los padres y deberán regresar a sus casas. Algo, sin embargo, ocurre. Un silencio recorre el colegio. Como si se tratara del simulacro de un operativo gigantesco, seis chicas esposadas son llevadas a un cuarto. Hay policías armados custodiando los pasillos. Los alumnos se paralizan. Algunos se fascinan por los uniformes y las armas. Otros miran asustados, sin entender demasiado lo que pasa.

Las maestras les avisan a los chicos que la obra, finalmente, se hará. Y Miguel se transformó, una vez más, en malabarista: de los 15 personajes, sólo tiene 6. Las actrices llegan esposadas hasta el escenario. Para la mayoría, esa acción forma parte de la ficción. Minutos después, las actrices salen con máscaras y reparten chupetines. Empieza la función.

La obra cuenta la historia del teatro en pequeños actos. El director interpreta a un narrador que presenta las escenas. Ellas, con notable versatilidad, hacen monólogos, duetos, tríos, cuartetos y coros. Se las ve un tanto nerviosas. Las guardias que las custodian, en fila cerca de la puerta, no saben que además de representar desde una tragedia griega hasta un número de clown improvisan las escenas que otras en el penal se quedaron con ganas de hacer.

Se escucha el timbre de los recreos y de la calle entra el ruido de una manifestación. Hay momentos dramáticos, como cuando Analía relata su historia en la metáfora de los ángeles, y otros de diversión, como el de un trío de payasos que hace participar a los espectadores.

La obra duró una hora y media. Los chicos rieron, hicieron silencio y aplaudieron. Hasta las guardias sonrieron sin poder disimularlo. En el final, con el número de un radioteatro, se despidieron con un lema: “¡Ya llegó, ya llegó! ¡El teatro, sí señor! ¡Ya llegó, ya llegó! ¡El teatro y su ilusión!”.

Miguel está emocionado. No puede creer que se hayan juntado 90 kilos de alimentos para la Obra de Cajade. “Lo que logramos es enorme, porque estos pibes se bancaron casi una hora de espera con tal de ver la función. Las chicas demostraron ser un grupo de trabajo increíble; trabajan todo el año para encontrarse con la gente, tienen una voluntad de hierro. Y con todas las dificultades, porque hoy hay quienes ensayaron y no fueron autorizadas para salir, y están con nosotros y siguen estando cuando tranquilamente podrían irse”, dice el director, eufórico.

A ellas y a los pibes está dedicado el temblor. Porque el piso del salón de actos del Normal 3 tardará bastante en recuperar el equilibrio.

 

Una experiencia única y solidaria

Todas las funciones de Expresarte son a beneficio: la entrada que cobran es un alimento no perecedero que donan a comedores infantiles. Miguel, el director, dice que para las que pueden actuar es una experiencia única. Y explica que cualquier actor, antes de salir a escena tiene todo preparado: el camarín, el vestuario, las luces y la escenografía. Ellas, en cambio, no saben dónde ni cómo: nunca antes vieron el lugar y no tienen tiempo de hacer un ensayo técnico. Allí adonde llegan, se ponen la ropa y salen a escena.

“Eso es impresionante —enfatiza—. Las chicas acá en la cárcel viven en una pobreza física y afectiva y, sin embargo, sin nada, van a hacer obras a beneficio de los pibes. Saben que lo importante son los chicos. Hay que verlas cómo llegan esposadas al momento de la función, las bajan del camión como si fueran ganado y así y todo dejan la vida en el escenario”.

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2 commentsOn Expresarte, el grupo de mujeres que rompe muros

  • Hola chicas las felicito de todo corazón.. Sepan que se muy bien lo qué están pasando, lo que es sentir el desprecio del sistema ante el intento de querer hacer algo positivo con nuestras vidas.. No bajen los brazos la vida es hermosa y nos merecemos una segunda oportunidad, a pesar de la realidad que a fuerza de errores nos construimos. Les mando toda la fuerza!!!! VAMOS LAS PIBAS CARAJO!!!!!!!

  • hola soy yanina… mas conocida como la flaca… estuve detenida y fui alumna del pela hoy hace 4 meses recupere mi libertad y estoy con muchas ganas de contactarme con mi profe, ese pelado q me sacaba de las rejas y me asia sentir en libertad en cada una de sus clases… por favor necesito su ayuda… dejo mi celu para que se lo pasen a el… 1123354695 diganle que quiero ir a hacer teatro con el…

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