Chicos encerrados en un instituto de La Matanza y chicos “de afuera” se unieron para hacer la obra de teatro “Jóvenes en peligro, no peligrosos”, que habla de ellos y de cómo los ve la sociedad. “Somos personas, queremos que nos vean”, resumen e interpelan tras la presentación que realizaron en el cierre del programa Jóvenes y Memoria 2012.
Por María Soledad Vampa
La sonrisa de Juan es incontenible, estalla en los ojos, se mueve detrás de cada gesto y parece filtrarse en toda la piel. Llegó a Chapadmalal con un grupo de compañeros para presentar una obra de teatro en el marco del programa Jóvenes y Memoria, que organiza la Comisión Provincial por la Memoria. Como cada año, miles de adolescentes confluyeron en esa localidad cercana a Mar del Plata para debatir y exponer sus realizaciones. La de 2012 fue la tercera edición en la que participaron alumnos de escuelas que funcionan en contextos de encierro (ver recuadro).
Todo es nuevo para Juan: el mar, las charlas casuales y hasta salir a caminar sólo por el placer de hacerlo. “Vivo en Maquinista Savio pero vengo de un contexto de encierro”, dice y se entusiasma con la idea de una entrevista sobre esta nueva experiencia, aunque a la hora de concretarla considera mejor que hable su compañero, Alejandro, que ya había participado de un encuentro de este tipo. Nos encontramos al finalizar la obra “Jóvenes en peligro, no peligrosos”, a la que Juan y Alejandro, alumnos de la escuela del centro cerrado para jóvenes adultos Virrey del Pino (La Matanza), le ponen el cuerpo y las historias junto a Micaela y Pablo, compañeros de la secundaria Nº 55.
“En enero de 2012 nuestro profesor de Historia, Marcos, nos presentó el proyecto y nos preguntó si queríamos trabajar para Jóvenes y Memoria investigando si los jóvenes eran peligrosos o no”, resume Alejandro. Y aclara que existía la posibilidad de que chicos de una escuela ‘de afuera’, la 55, pudieran ingresar al centro cerrado a hacer el mismo proyecto”.
−¿Y cómo se sintieron en esos primeros encuentros?
Alejandro: Fue algo nuevo. Creo que mucho no se hace eso, y bueno, costó… Costó mucho, hubo muchas trabas, pero se hizo, se logró. En mayo hubo un primer encuentro en el que los chicos pudieron ingresar al Centro.
Micaela: Para nosotros esa experiencia fue buenísima, porque no te pasa todos los días. Ellos querían estar con nosotros y a nosotros desde la primera vez que fuimos nos gustó y la seguimos. Fue emocionante, es algo que no se olvida nunca.
Pablo: Yo cuando entré al instituto, te digo la verdad, no tenía miedo pero decía “¡uh, con qué me voy a encontrar adentro!”. ¡Pero no! Estos pibes son mejores que nosotros… En algunas cosas son mejores que nosotros.
Luces y sombras
A lo largo de ese intercambio, en ese atravesar los muros, también fueron apareciendo las preguntas e inquietudes que guiaron la investigación para el proyecto que llevaron adelante los chicos. “El tema que elegimos surgió por el contexto en que me encuentro yo y mi compañero Juan, que somos de la extensión Nº 60”, explica Alejandro con referencia a la escuela que funciona en el centro cerrado.
El grupo enseguida sintió la necesidad de dar a conocer sus experiencias y visibilizar sus cruces. De “sacar los pedacitos de la historia de cada chico que se encuentra en situación de encierro y a la vez agregar a la sociedad, que son los chicos que están afuera. Por eso hicimos este tema: si los jóvenes son peligrosos o no. Eso tratamos de investigar”, describe Alejandro.
Decidieron comenzar conversando con los vecinos del barrio. “La entrevista la elaboramos entre todos, pensando, haciendo un análisis de cómo la gente cree o piensa hacia nosotros. Nos fuimos haciendo preguntas entre todos y se fueron agregando. Hicimos una encuesta y los chicos después la pudieron hacer afuera”, comentan Juan y Alejandro.
La primera pregunta fue si sabían de la existencia del centro cerrado en su barrio. Qué era ese lugar. Un gran porcentaje lo ignoraba y se sorprendieron. “Son del mismo barrio, de la localidad, pero no sabían qué era este lugar. Sabían que había un lugar que tenía luces, todo, pero no sabían qué era”, describen.
Lo segundo era indagar qué pensaban sobre esa realidad.
Alejandro: Y, como todo, ¿no? En gran parte piensan que somos como monstruos, como basura, como que cometimos un error y que no tenemos perdón, que cuando terminemos de pagar lo que hicimos vamos a seguir, que vamos a reincidir. Piensan que no tenemos futuro. También preguntamos por qué creían que estábamos en ese lugar, que caíamos en esos lugares: si era por problemas de droga, familia, violencia de género, todo ese tipo de cosas. La mayoría decía que era por la familia y por la droga. Y la otra pregunta de la entrevista era si creían que volvían a reincidir, y bueno, la mayoría decía que sí, que reinciden.
Con esos resultados llegaron a la etapa de procesar el material. “Se juntaron todas las encuestas y se analizaron. Obviamente había más respuestas negativas que positivas. Hay gente que decía como que no… cómo lo puedo explicar… como que no tenemos posibilidades, no tenemos otra oportunidad, que tendríamos que quedarnos toda la vida ahí… eso es lo que decían…”, afirma Alejandro, y el silencio se instala.
Pablo intenta buscar una explicación: “Es que tenemos un preconcepto de que las personas que están en una cárcel están encerradas por algo, robo, homicidio, lo que sea… Apuntamos al hecho, pero no al porqué, y eso es lo que hace que juzguemos mal a la gente”.
Su reflexión inicia un debate:
Alejandro: Nosotros eso lo respetamos. Pero por eso cuando entraron los chicos y nos conocieron como personas se llevaron otra experiencia. A ellos mismos, cuando hicimos una ronda y hablamos, les preguntamos qué pensaban antes de venir. Y nos dijeron de los miedos que tenían y todo, y después se llevaron otra experiencia. Lo mismo sería si lo pudiéramos hacer con todos los vecinos que hicieron esa encuesta… pero es algo imposible. Por eso queda en cada uno de nosotros cuando salga el tener que demostrar a la sociedad que realmente se puede cambiar.
Pablo: En Chapadmalal le dije a alguien: “Acá entre nosotros hay dos pibes encerrados en un instituto. ¿Podés saber quiénes son?”. Y no, no podían saber, porque ellos se integraron a nosotros. Son personas igual que todos nosotros. Y eso estuvo bueno porque demostraron que no son distintos, no son malas personas porque cometieron un error sino que son buenas personas igual que vos, vos y vos. Cada uno de nosotros.
Micaela: No son todos iguales, capaz siempre pensamos de distinta manera, pero conocerlos a ellos, aunque no estuvimos con todos sino con unos pocos, estuvo buenísimo.
Alejandro: Desde que empezamos con este proyecto, los seis chicos de sexto año que participamos sabíamos que había que buscar el ‘sí’, porque el ‘no’ ya estaba. Creo que fue la fuerza y la voluntad que tuvimos porque sabíamos que por ahí no podíamos viajar y sin embargo seguíamos trabajando porque sabíamos que los chicos de afuera, o sea ellos, los de la 55, iban a poder venir a Chapadmalal y representarnos. O sea, no bajamos los brazos y seguimos… Fue difícil porque hubo muchas trabas pero se pudo.
Micaela: Y nosotros nos podemos caer miles de veces pero nos levantamos por ellos, porque sabemos que querían estar y esto es entre todos.
Los caminos y las salidas
Para Juan y Alejandro la experiencia vivida en Chapadmalal fue más que importante. Les permitió volver a creer en ellos mismos y en un futuro distinto.
Juan: Se pudo y acá estamos. Para mí ésta es una experiencia inolvidable porque la verdad nunca me tocó vivir algo así. Estoy privado de mi libertad hace 3 años y 8 meses y nunca dormí afuera… Ayer estaba acostado a la madrugada y me puse a pensar y me dieron ganas de salir a caminar, a pasear, cosas que no estoy acostumbrado a hacer. Y de acá pienso yo que me voy a llevar recuerdos muy lindos y va a ser una anécdota inolvidable. Pienso que para mis compañeros también. Como decían los chicos, ellos capaz que pensaban otra cosa de nosotros, hasta que nos fueron conociendo y se dieron cuenta realmente lo que somos: personas, un pibe común y corriente como cualquier otro. Eso es lo que somos.
Alejandro: Yo ya tuve una experiencia en Jóvenes y Memoria en 2010 y creo que eso sí fue raro porque toda la gente ya sabía de dónde veníamos, ya se había corrido el rumor. Ahora fue distinto porque nadie sabía que mi compañero Juan y yo venimos de un lugar de encierro. Igual nosotros lo contamos, creo que es algo que no se debe ocultar, no me da vergüenza decirlo. Quiero que me conozcan como persona y no por el lugar de donde vinimos. Estamos pagando lo que hicimos, los errores que cometimos, ¿no? Y nos acepta bien la gente la verdad; cada vez que lo conté no hacen caras ni nada. Es más, me hablan, me aconsejan, me dicen que siga que no baje los brazos, y eso da mucha fuerza.
Juan: Ayer nos pasamos hablando por teléfono con nuestros compañeros y ya les contamos todo. Cuando lleguemos nos van a estar esperando con los brazos abiertos y cuando les contemos van a estar contentos; ya están contentos porque los estamos representando, con eso ya alcanza y sobra. Pero a mí me gustaría que este proyecto se presente en todos los institutos. Que todos los pibes tengan la posibilidad de conocer Chapadmalal, que es una belleza.
Alejandro: Son tres años que chicos en contextos de encierro tocan este lugar, de 2010 al 2012, y creo que cada vez se van abriendo más las puertas. Me parece que es una muy buena experiencia, no tiene palabras, la verdad; te llevás algo increíble.
Pablo: Y es una forma de que la gente sepa que porque ellos cometieron errores, no ellos particularmente, no sé quién, no me importa quién, como robar, cuando piensan “uh, éste robó, tiene que ir a la cárcel”, o como las frase esa de Susana, ¿no?, “el que mata tiene que morir”, que hay muchas personas que roban y no van a la cárcel, como por ejemplo muchos que están muy bien, excelente, económicamente, y que también se fijen en eso. Es demostrarle a la gente que quizás, al ser humildes, no tenemos por qué cometer un error a propósito… no sé si puedo expresarme bien, es como que lo hacemos porque la sociedad… el camino de la vida que tenemos nosotros hace que no nos quede otra cosa que tomar ese camino porque no queda otra salida.
Alejandro: Es la primera vez que dos chicos de este Centro salen. Es difícil, porque está el Servicio Penitenciario Bonaerense… No es común que salgan dos detenidos a un lugar así… Y nosotros venimos acá con la esperanza de que la gente nos vea, por eso dije que yo les conté de dónde veníamos, que no tenía nada que ocultar. Que nos vean, que cambien la mirada, que no piensen que todo es como los medios de comunicación dicen, que todo es lo que muestran los medios. No. Hay otra cosa, que la gente no sabe. O sea, uno por la tele puede ver miles de cosas, pero hay que vivirlo, hay que estar como nosotros… y quiero también, cuando pase al escenario, dejar un consejo para los jóvenes: que es feo pasar por esos lugares. Fueron situaciones vividas que nos llevaron a esto pero no me gustaría que otros jóvenes lo pasen. Creo que hay otros caminos para seguir, no hay solamente uno.
Esa noche, ante un auditorio repleto que los aplaudió de pie, los chicos presentaron su obra de teatro.
El centro cerrado
El Virrey del Pino aloja jóvenes de entre 18 y 21 años que se encuentran a disposición de la Justicia de Responsabilidad Penal Juvenil. Tiene una administración conjunta entre el ministerio de Justicia y Seguridad (el Servicio Penitenciario Bonaerense realiza tareas de “custodia y seguridad” de los chicos) y la Secretaría de Niñez y Adolescencia, a cargo de las funciones de “tratamiento”.
La memoria como derecho
En 2002 la Comisión Provincial por la Memoria lanzó el programa “Jóvenes y Memoria. Recordamos para el futuro”, apostando a la escuela como espacio donde trabajar con la memoria. El punto de partida no es sólo recordar como mandato sino reconocer el derecho a la memoria en las nuevas generaciones, y la meta es promover en los chicos un sentido crítico sobre el pasado.
Durante todo el año, los participantes investigan sobre la historia reciente y el presente en sus comunidades. Abordan temas tales como memorias de la dictadura, guerra de Malvinas, agenda actual de derechos humanos, violencia institucional y exclusión social, entre otros. El resultado de las investigaciones se presenta luego en diferentes soportes (producciones audiovisuales, musicales, obras de teatro, libros….) que a fin de año se exhiben y comparten en un encuentro masivo en Chapadmalal. Pueden participar escuelas secundarias, organizaciones sociales y grupos juveniles. En 2012 unos 10.000 adolescentes de 800 escuelas del Gran Buenos Aires y del interior del país fueron parte de la experiencia.
Más información en la web de Jóvenes y Memoria.
Más de 1.000 proyectos
El eje propuesto para trabajar en las investigaciones de Jóvenes y Memoria edición 2013 es “30 años: los desafíos de la democracia en las luchas por la igualdad”. La convocatoria cerró en abril pasado y se inscribieron 813 escuelas públicas y 85 de gestión privada. Además, se sumaron a la convocatoria 107 equipos de investigación de organizaciones sociales o grupos juveniles (comedores comunitarios, organizaciones políticas, grupos de teatro).
Entre los ejes más elegidos por los jóvenes surgieron: discriminación, género y violencia; exclusión social; participación juvenil y protesta social; agenda actual de derechos humanos; reconstrucción de episodios locales de represión y resistencia, entre otros. “Aquí se ve que una gran parte de los equipos de investigación quieren pensar la actualidad y ésa es una tendencia que se va acentuando a lo largo del tiempo en el programa. La mitad de los proyectos investigan algo relacionado con la dictadura militar y la otra piensa una agenda de derechos humanos actual”, analiza Sandra Raggio, directora general de Promoción y Transmisión de la Memoria de la CPM. “La composición de los grupos que participan es muy heterogénea, y de las organizaciones sociales van a participar grupos juveniles en situación de mucha vulnerabilidad social. Esto hace que se trabaje en los temas que atañen a los jóvenes hoy. Ellos ponen su agenda en el programa”.
De los 1.005 proyectos recibidos para este año hay 585 provenientes del conurbano bonaerense, 71 de La Plata y alrededores, y 349 del resto de la provincia de Buenos Aires.