La última gran inundación platense dejó una monstruosidad de pérdidas, un resurgimiento de los lazos vecinales, un “voto castigo” en las elecciones primarias y una batalla por la verdad. Paradójicamente, también indiferencia. Esquivados por las autoridades y parte de la sociedad y de los medios, distintos damnificados rebobinan el naufragio medio año después y a semanas de volver a votar. Apuestan al reclamo y la unión con otras víctimas de la desidia: Once y Rosario.
Por Josefina López Mac Kenzie
Ilustración Juan Bertola
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Es irónico. Una de las conjeturas urbanas para el apresurado cierre gubernamental de la lista de muertos por la última inundación platense es que la cifra no debía superar las 51 muertes de la tragedia ferroviaria ocurrida el 22 de febrero de 2012 en Once. Al margen de que son más de 80, si algo caracteriza la situación medio año después es la unión, afectiva y estratégica, entre familiares de víctimas de ambas catástrofes.
El 2 de septiembre pasado, las asambleas de inundados caminaron por quinta vez en 2013 el centro de nuestra ciudad y el recorrido lo acompañó María Luján Rey, referente de Once —mamá de Lucas, una de las víctimas—, que se encargó de leer en la puerta del palacio municipal una extensa y siempre provisoria lista no oficial de fallecidos.
También estuvo Carlos Laguía, papá de Santiago, el último rescatado de los escombros tras la explosión que el 6 de agosto pasado dejó 21 muertos en Rosario. Carlos viene seguido, por eso estaba en La Plata cuando empezó a rodearlo la peor noticia de su vida; y volvió menos de un mes después, con el alma en un hilo y la cara cruzada de lágrimas, para marchar junto a otras víctimas de “cosas que requieren políticas integrales para nunca más ocurrir”, alcanzó a sostener ante esta revista. Él pidiendo verdad y justicia en la Municipalidad es otra ironía: el “modelo Santa Fe” fue el proclamado por el intendente Pablo Bruera para “readecuar la ciudad”. Allá murieron inundadas en 2003 unas 158 personas según varias organizaciones pero 23 para el gobierno (La Pulseada 14). También fue en abril. Fueron imputados los entonces intendente, ministro de Obras Públicas y director de Hidráulica, que hoy apuestan a la prescripción de la causa. No se responsabilizó al entonces gobernador, Carlos Reutemann.
“La diferencia es que en uno es un tren, en otro el gas y en otro el agua, y que la gente no se sigue muriendo en Once o en Rosario y en La Plata sí. Pero siempre es por lo mismo: la desidia de los gobernantes. Y el dolor es el mismo”, plantea Gabriel Colautti, referente del colectivo de familiares de víctimas del 2 de abril constituido en los últimos meses. El agua se llevó a su papá, Jorge Pío. “La culpa la tienen Cristina, Duhalde, Néstor, De la Rúa, Alfonsín, Scioli, Solá, Ruckauf, Bruera…”.
Ante la indiferencia del gobierno y de un sector de la Justicia, las empresas periodísticas y la ciudadanía, “si las tres patas empiezan a articularse puede ser una puerta para ampliar un poco la boca de difusión, y me esperanza”, dice Fabricio Breccia. Su abuela, Tati Velinzas, se ahogó el 2 de abril en La Loma y hoy él siente “una paleta de emociones que van de decepción, bronca, cansancio y pensar que a los platenses no les importa lo que pasó, a la esperanza que te nace si vas a las marchas y caminás esas cuadras de plaza Moreno a San Martín”.
Tres en una
“Se descarta la posibilidad de que San Pedro haya tenido la intención de mandar la lluvia… —ensayó en mayo, ante los concejales de la comisión formada para investigar el desastre, el juez Guillermo Atencio—. Consecuentemente es un estado culposo, porque no se hicieron obras que se debieran haber hecho (…), pero se descarta que haya sido intencional”. Fueron “tres tormentas en una”, recreó insistentemente Bruera, para ungir de excepcionalidad e inclemencia las responsabilidades de una década. Enero de 2002, febrero de 2008 y abril de 2013 (sin contar marzo de 2005). Y admitió: “Una vida que se hubiese podido salvar hubiese justificado la inversión más importante de la Argentina”.
Silvia Migoni, que desde 2002 se empapa de conocimientos ajenos a su profesión, abogada, en la asamblea de inundados de barrio Norte, argumenta: “Sí, se superpusieron tres y llovió cuatro horas seguidas, pero con plan de contingencia y obras no hubiera habido semejantes daños ni víctimas…”. Ya no la sorprenden los anegamientos reiterados ni las promesas evaporadas, pero sí la indiferencia ante la catástrofe, esa especie de castigo bíblico que el 2 de abril de 2013 azotó en forma de tres tormentas juntas cayendo como una cortina implacable y mortal, en un año electoral y una década con tres grandes inundaciones.
El domingo 27 de enero de 2002, su vecino José Rusconi se despertó “sobresaltado, nervioso”. Había 50 centímetros de agua en su casa. Sabían muy poco “del tema”, empezaron a socorrerse mutuamente y fundaron una asamblea que el 31 de enero de 2002 tuvo 300 personas en el club Lavalle. Desde allí, “literalmente le arrancamos una obra a Alak —subraya hoy Migoni, mezcla de orgullo y frustración—. Para calmarnos, le hicimos gastar $700.000 que no tenía previstos”. Es “un conducto pluvial grande, de 1,80 por 1,60, que va de 9 y 33 hasta 11 y 531”, precisa Rusconi. Era sólo “una aspirina”.
El combustible de diciembre 2001 (asambleas, cacerolazos y piquetes) permitió que aquel movimiento de inundados irrumpiera en la Municipalidad y también en las tapas de los diarios, por sus pintorescos “baldazos”: se manifestaban con secadores de piso, pilotos, paraguas, lanchas y disfraces de hombres rana. “A pesar de que El Día respondía al intendente Julio Alak era medio difícil escondernos”, analiza Rusconi, militante político de izquierda y hoy candidato a concejal por el frente Podemos.
En 2003 “la gente vio la obra, sintió como que se había dado una solución y dijo ‘¿para qué seguir luchando?’”, interpreta Rusconi. Mientras se deshilachaban, las asambleas pasaron del foco hidráulico a uno cultural y político: se expresaron contra la guerra en Irak y escracharon a El Día en el Pasaje Dardo Rocha, por el “banquete anual que hace para recaudar con fines caritativos cuando había hambre en Tucumán” (después de eso en barrio Norte se quedaron sin su espacio de reunión). En 2008 se anegaron otras zonas y cuando asumió Bruera, que como concejal y candidato a diputado había tocado “el tema”, recibió a inundados. “Era marzo, nos dice que justo había recibido el informe del ingeniero Pablo Romanazzi, pedido por Alak en 2002 —reconstruye Rusconi—. Que nos iba a llamar y a reunirse con Hidráulica provincial… Le dijimos: ‘Nos vamos a volver a inundar y va a ser peor’” (sobre el informe hidráulico, ver La Pulseada 109).
Abril despertó a esa experiencia participativa. Ya en la primera semana, mientras denuncias cruzadas y pedidos de jury embarraban la cancha de quienes buscaban investigar, vecinos de distintas edades que quizá nunca se habían hablado se organizaban en los barrios. Para compartir la lavandina, suplir al sistema de emergencias, entrar a casas desvencijadas, llorar a los muertos y gritar la indignación a los cuatro vientos.
Pero el entorno electoral y el duelo que imponen tantas muertes (cifra que comenzará a afinar la sentencia del juez Luis Arias) no parecieron el cielo más diáfano para una indignación masiva. Damián Demaro, diseñador gráfico, también de barrio Norte, se decepcionó: “Esto fue muy grave; estuve bajoneado porque no podía comprender la relación entre lo ocurrido y su manejo. Ante una marcha, no hay una tapa. Y Scioli parece que se enteró ahora de la peor catástrofe de nuestra historia, no leyó nuestro petitorio y traba al juez mientras dice que va a dar todas las garantías”. Migoni agrega: “Toda la ciudad debería estar participando”.
Cada asamblea de hoy reúne en promedio a 60 vecinos, debieron esperar cinco meses un encuentro con el Gobernador (bochornoso y pedido más de 15 veces, detalla Benjamín Palumbo, delegado de los Autoconvocados de Tolosa) y este mes sacan sus reclamos a la calle por sexta vez. Mientras, el apellido Bruera no fue excluido de las boletas electorales pero sí de muchas noticias y el intendente no fue a la Justicia penal ni a las comisiones investigadoras legislativas. Tampoco Daniel Scioli, que en agosto conmemoró a 21 policías caídos en 2013 pero ignora a las víctimas del agua desde abril y no previó asistencia psicológica para los familiares. Muchos recién logran empezar a hablar.
Las pérdidas y las plazas
“Soy nieta de una víctima y tenía ganas de venir pero es difícil todavía”, alcanza a decir entre lágrimas Sofía Breccia, estudiante de Historia. Algo similar sienten los demás damnificados, de distintas zonas, edades y perfiles, que comparten el mate en la Redacción de La Pulseada. Varios se cruzaron, sin conocerse, en el tumulto oscuro de la morgue policial o en la primera plaza de inundados. A todos les pesa el silencio.
En las marchas “te reconfortás de otra manera”, expresa Sofía, que por ahora no participa activamente de asambleas pero destaca el esfuerzo de los que concurren, como su mamá, Alicia Maiori: “Se están matando, van con Scioli, esto y lo otro, un montón de horas, y todo parece en vano. Yo creo que se resuelve con política —analiza—. El tema es cómo la hacemos; creo que es muy difícil poner lo colectivo sobre lo individual y que está todo medio estancado”.
“En la marcha por los 5 meses muchos terminamos llorando. Hoy siento una mezcla de bronca y dolor por la falta de respuestas”, expresa Lucas Ibarlucía, docente, candidato a consejero escolar por el frente Podemos y delegado en parque Castelli, “donde muchas personas solas se encontraban destrozadas y no habían podido ni limpiar”. Y agrega: “La idea es cómo eso se transforma en algo productivo y en obras para todos los barrios, que no tienen que ser de campaña. Son obras necesarias para la vida”.
“No hay manera de sentirte bien. Pero tengo dos opciones: o me tiro en la cama o transformo el dolor en acción”, coincide Colautti. El 4 de abril, cuando encontró a su papá, entró en un torbellino de trámites “para resguardar lo poco que te quedaba: sucesión, créditos, pensión, seguros y, sobre todo, mi madre, Mirta. Cuando tenía todo cerrado, el 3 de junio, me senté en un cordón de la plaza pero como espectador. A mirar. Fui con un perro”, cuenta. La primera reunión como subgrupo de familiares fue el 27 de junio.
“No hay millones que puedan devolvernos a nuestra mamá. Es durísimo. Y pasando estos meses nos sentimos igual o peor”. A Julia y Laura Aguirre Posse, que casi no pueden hablar, les pasó al revés: fueron el 3 de mayo a la primera marcha convocada por las asambleas y después dejaron. Su mamá Anahí Posse tenía fobia al agua. Laura salió tras ella “en un arrebato de locura cuando llegó mi papá chorreando y muerto de frío, diciéndome que la había llevado la corriente”. Recuerda “a las 3 de la mañana, sólo las luces de los celulares reflejadas en el agua y el ruidito del agua correr… Hasta que la encontré”.
“Una vez que la enterramos quedaba mi papá, todo el tramiterío y la casa —detalla Julia, docente—. Cuando terminamos nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho. Hoy no tendría la fuerza”. Pese a todo, en estos meses se graduó de licenciada en Turismo. Con Laura, volvieron en la quinta marcha: “Mi marido me decía ‘te va a hacer mal’. Y lloré como loca. Pero me fui sintiendo que mucha gente está, y me movilizó. ¿Y todos los que faltan? Decimos falta El Día, pero también faltan muchos platenses para atraer atención de los medios”.
La llama del calefón
“Lo que te conmueve estar dentro de la marcha no te lo genera nada y es el alimento que podemos tener, sin ser ingenuos —insiste Fabricio—. Lo que pasó es muy absurdo y la anécdota de que el 3 de abril ya había gente corriendo en las ramblas es tan fuerte como el 2 de septiembre cuando frenábamos autos y preguntaban por qué marchábamos. ¡Hay personas que no están! Que eso tenga algún sentido… Y articulemos con otras tragedias para buscar justicia, memoria y verdad, pero también pensemos a nivel regional y juntémonos con gente de Ensenada y Berisso”.
“Si miramos qué pasó antes, durante y después, hay un Estado inactivo y el pronóstico es muy poco esperanzador. La reunión con Scioli fue lo peor que vimos —se preocupa Demaro—. Pero que deban atendernos y contarnos su plan hidráulico, del que no saben, son logros. Hay que seguir creyendo que presionando se podría modificar algo de los gobernantes que tenemos y peleándola en la asamblea”. Allí, cuenta, pudieron “evolucionar de un primer momento catártico a otras temáticas, no individualistas, donde está muy presente lo comunitario” (ver aparte).
“A pesar de que con abril cualquier persona decía ‘murió Bruera’, cerraron las listas Nación, Provincia y Municipio, que se venían acusando de todo… La gente lo castigó: su hermano sacó 4% allí donde había triunfado. Pero las elecciones a veces juegan en contra: como una forma pasiva para canalizar la bronca: ‘A éste no lo voto’ —reflexiona Rusconi—. Como en todo orden de la vida es fundamental que nos organicemos para luchar. Tenemos grandes discusiones internas y acordar en política sería sensacional, pero creo que esto no está muriendo sino cambiando de forma. En 2002, un asambleísta de barrio Hipódromo decía: ‘Nosotros tenemos que ser la llama del calefón. Si está prendida calienta el agua. Si está apagada no’”.
La primavera encontró un casco urbano aturdido de silencios y de bullicios. De mensajes oficiales bruscos y confusos sobre qué le pasó a La Plata y quién rendirá cuentas por ello, sobre reparaciones económicas, listados de muertos y soluciones habitacionales para las periferias, tan ignoradas como antes y después de abril —y de octubre—. Pero la llama está prendida. En Tolosa Daniela promete “no vamos a bajar los brazos hasta que nuestro petitorio esté cumplido”. Y en barrio Norte sugiere “tener paciencia, aunar”, Silvia, que cree en este movimiento y aprendió que el agua “es impredecible, y cuando le cerrás la salida por un lado la busca por otro”.
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