Quizás el alegato más contundente de los últimos tiempos a favor de un inocente, “The Rati Horror Show” es un feroz documental sobre cómo la policía y la justicia armaron una causa para ocultar un operativo fallido. Enrique Piñeyro condena a los que condenaron a 30 años de prisión a Fernando Carrera, un ciudadano que el documentalista rescata como caso ejemplar de una complicidad tenebrosa entre fuerza policial, sociedad civil y poder judicial. Entre viajes, amenazas y presentaciones judiciales, Piñeyro dialogó con La Pulseada y contó que sigue enojado, sí, sacado de quicio.
Juan Manuel Mannarino
El de Enrique Piñeyro es un cine de combate. Un cine amasado a fuerza de adrenalina narrativa y de reflexión acerca del lugar del cineasta en la trama que construye. “Whisky Romeo Zulú”, “Fuerza Áerea S.A.” y “Bye bye life”, sus anteriores películas, son ficciones y documentales cuyo centro de gravitación es la narración de un límite, de un borde entre la vida y la muerte. Ahora es el turno de un caso policial. Con “The Rati Horror Show” se destapa el mundo del revés: aquí los inocentes son los culpables y los culpables son los inocentes que duermen tranquilos.
Hay un “tono” Piñeyro. Una forma de hablar, de decir las cosas. En cada documental, Enrique Piñeyro habla, deja pasar un silencio, retoma con otro ritmo, pero siempre con una voz indignada, que irrumpe con el chiste más inesperado en el momento más dramático. El “tono” Piñeyro sube a todo volumen en su nuevo trabajo. “The Rati Horror Show”, el documental que acaba de salir en los cines comerciales, se puede entender como un acto de desmontaje. Porque de eso se trata: cuestionar una “verdad” sobre un caso policial, una verdad construida, en sintonía, por los medios, la policía y la justicia. Se trata de lo que, allá por enero de 2005, se conoció como “La masacre de Pompeya”, una persecución policial con tiroteo callejero incluido y que terminó en un accidente fatal, ocasionado la muerte de tres peatones.
Los hechos, según los recompone Piñeyro, fueron los siguientes: Fernando Carrera, un ciudadano común y corriente, comerciante, se disponía a cruzar Puente Alsina en dirección a Lanús en su Peugeot 205 blanco cuando se encontró con un Peugeot 504 negro sin ningún tipo de identificación policial y un par hombres que, armados, le hicieron señales para que detuviera la marcha. Temiendo un robo, Carrera huyó por la avenida Sáez. La persecución duró 300 metros. Sin uniformes ni sirenas, los policías de civil emergieron por las ventanillas del Peugeot 504 y le dispararon a quemarropa, dándole 18 veces al 205 y ocho a su conductor. El desenlace fue brutal: un tiro le pegó a Carrera en la mandíbula dejándolo inconsciente, por lo cual su auto siguió adelante sin control hasta chocar con una camioneta. En el camino atropelló y mató a dos mujeres y un chico.
Todos mienten
Pero los hechos, según la versión oficial, fueron otros. La policía aseguró que había tenido lugar un tiroteo entre ambos autos; un testigo explicó que Carrera era un ladrón que escapaba de la policía y que después de atropellar a los peatones siguió disparando hasta desfallecer, y el comisario Villar, a cargo del operativo, se encargó de “limpiar” la escena antes de que llegaran los fiscales y no sólo eso: en una comunicación radial con la comisaría, no llegó a ponerse de acuerdo sobre si Carrera estaba “inconsciente, consciente o semiconsciente”. El documental demuestra lo que la justicia no quiso investigar: el testigo era nada más ni nada menos que el presidente de la Asociación de Amigos de la Policía, a Carrera le plantaron un arma durante la pesquisa y los policías lo que menos hicieron fue interrogar a otros testigos cuyos testimonios contradecían la versión oficial. A Carrera lo dejaron morir como un perro: los vecinos pedían su cabeza y las ambulancias tardaron media hora. Lo increíble es que, pese a la balacera recibida, Carrera sobrevivió. Una paradoja desquiciada: el hombre que nada hizo para merecer semejante crueldad, zafó de la muerte para después ganarse una temporada en el infierno. “El delincuente que mató a tres inocentes después de un robo y que salvó su vida después de un tiroteo con la policía”, según relataban los medios por aquel entonces, fue juzgado y condenado a 30 años de prisión.
“Fernando Carrera puede ser cualquiera de nosotros. Digo, Carrera puede ser cualquiera que tenga un auto blanco en el lugar y en el momento equivocado. Es una locura lo que hicieron con él: le armaron una causa, lo encerraron y todos contentos. Es un desastre. Pero lo peor es que la justicia no sólo que se come la versión policial sino que interviene directamente en el caso tergiversando testigos. No hay un hecho que lo vincule al robo, no hay nada de nada. Pero igual el Tribunal Oral Nº 14 lo condena por el robo y por el triple homicidio. No es un documental sobre la historia de Carrera, sino de lo que a mí pasó con la historia. Y yo no quería quedarme cruzado de brazos mientras veía todo eso frente a mis ojos”, dice Piñeyro, con ánimo justiciero, y el documental parece una película de cine negro, tragicómica, con un inquietante poder testimonial y un montaje de suspenso con archivo de noticieros, animaciones digitales, efectos de 3-D, recreaciones dramáticas (como la de acribillar una res para mostrar el efecto real sobre la carne) y hasta una voz en off en vivo.
Con un estilo que recuerda a los laberintos opresivos de Franz Kafka, donde individuos como Carrera son acusados por delitos que no cometieron, Piñeyro logra trasmitir una carrera sin aliento entre la complejidad de lo que expone y el tono en que lo hace. Con Fernando Carrera en prisión y a la espera de que la Corte Suprema analice su caso, Piñeyro dialogó con La Pulseada, mientras tiene problemas con la custodia de la Policía Federal, un testigo que aparece en el documental sufre amenazas, y el documental llega a los pasillos judiciales, porque hasta que el hombre no salga de la cárcel, Piñeyro no podrá estar tranquilo.
-¿Cómo arranca tu curiosidad por el caso?
-Es bien simple. Mi hijo me acerca un video del programa de Nelson Castro sobre el caso. En un momento, una de la juezas del caso, Bistué de Soler, dice algo así como “Mire, doctor, le puedo asegurar que Carrera manejó en estado de inconsciencia por cinco cuadras”. Ahí, Castro, que es neurólogo, la contradice. Miré eso y me quedé asombrado. Y después el periodista Pablo Galfré y el cineasta Pablo Tesoriere me trajeron una investigación del caso y un proyecto para un documental. Ahí no dudé. Es un caso que ya venía con olor a podrido: Adolfo Pérez Esquivel, que fue veedor en el juicio, y Alicia Pierini, defensora del Pueblo de la Ciudad, habían advertido el nivel primitivo de los argumentos jurídicos y el armado de una causa policial.
-Desde tu punto de vista, ¿qué hicieron con Carrera?
-Bueno, no hay que ser muy lúcido para decir que le arruinaron la vida. Es ridículo leer el fallo y ver la catarata de irregularidades. Un montón de barbaridades. Carrera había dejado a sus hijos en lo de la abuela, hasta estaban los dibujitos de los nenes en el auto. La policía habla de raid delictivo, que buscaban un Peugeot 205 blanco como el que tenía Carrera, pero es un disparate la manipulación de las pruebas que hacen para tapar un error insoportable: ¿Carrera era un delincuente? ¿Y qué hace la policía entonces siguiéndolo en un auto sin identificación y sin sirena, con oficiales de civil y disparando con Itakas a quemarropa? ¿Qué tipo de procedimiento es ese? Es de terror. A él le plantaron un arma plateada, pero el militar al que supuestamente se la habían robado declaró que era negra. No hay un hecho que lo vincule al robo: eso es lo increíble. Lo más alucinante es que no le hicieron un dermotest, que es la prueba para ver si tenía pólvora en las manos, porque si vos disparás un arma siempre te queda pólvora en la mano. Y no hay deflagración de pólvora en el auto, esto dicho por peritos de Gendarmería y de la propia policía, ¿eh? No lo digo yo. Además, los damnificados no lo reconocen, no reconocen la gorra que aparece en las fotos, no le encontraron la plata, no hay huellas dactilares en el arma que aparece en el auto de Carrera, porque tampoco hacen la dactiloscopia. Hay una lista de testigos sobre el caso que nadie pidió. Todos hicieron la vista gorda para que un tipo inocente se hunda en las tinieblas. Y lo peor es que, sin ninguna prueba, Carrera estaba condenado desde un primer momento.
-¿Qué te llamó más la atención cuando estabas en el proceso de investigación del documental?
-En primer lugar, la endeblez argumental de la jueza Bistué de Soler. Pensaba: “si esta mina condena a 30 años a un tipo con argumentos tan pedorros, algo hay que hacer”. Lo que no entra en la cabeza es que los jueces hayan tergiversado las pruebas como lo hicieron. Todo eso me escandalizó. Debo decir que no arranqué de cero, sino que recibo una investigación bastante hecha. Empezamos en diciembre del año pasado y en abril presentamos una versión, que es de primera adolescencia. Con ese material, presentamos ante la Justicia un video de casi 40 minutos bajo la firma de Amigos del Tribunal, junto a Pérez Esquivel y Nora Cortiñas, con testimonios que creíamos valiosos para revertir el fallo judicial. Y después vino la segunda adolescencia del trabajo, que es lo que se puede ver ahora en los cines.
-¿Y cuándo estará la versión adulta?
-No, nunca. Igual estoy conforme, no nos guardamos nada. Lo mío es bastante atrevido: sigo pensando que soy un piloto con algún conocimiento de cine y nada más.
-Volviendo al documental, la acción empieza con el foco en la policía, y luego el eje se desplaza hacia la justicia. ¿Por qué?
-Porque el estofado se hace a fuego lento en la cocina, luego los mozos se lo llevan a los comensales y éstos, que lo ven mal cocido, en vez de rechazarlo, no sólo que no lo hacen, sino que lo sazonan y dicen “qué rico estaba”. En este país, que la policía arme una causa y meta inocentes en la cárcel, bueno, vaya y pase, ¿no? Digo, no es sorprendente con la calidad de corrupción que hay en nuestras fuerzas policiales. Pero que el chamuyo se lo coma la justicia, me saca de quicio. Lo que es inbancable es que un juez manipule los dichos de los testigos, eso es prevaricato, un delito inexcarcelable, tipificado en el Código Penal. A los jueces les cabe una pena de uno a quince años. Tienen que ir en cana.
-¿Pensás que lo que hicieron con Carrera es algo sistemático propio de nuestra policía, de nuestra justicia?
-Sí, sí y sí. Es tan brutal la falta de instrucción, la falta de nivel intelectual. Hay reglamentaciones de la ONU que dicen “para detener la marcha de una persona hay que dar la voz de alto”. Es lo que jamás hicieron con Carrera, porque si era un delincuente, hay que capturarlo. Si pesás 180 kilos, no podés correr a nadie. A mí, cuando era piloto, cada seis meses me hacían una evaluación para comprobar mi capacidad física y psíquica, pero en la justicia y en la policía eso no existe. No hay selección de personal, nadie está del lado de la ley y las reglamentaciones están pegadas sólo con una cinta en las comisarías. Y encima cuentan con complicidad social, como el testigo que descubrimos que es el cajero de la comisaría. Otro punto que me produce escalofríos es que el Dr. Righi, hoy Procurador General de la Nación, hace 37 años cuando era ministro del Interior de Cámpora arengaba a la policía para que asegurara la presunción de inocencia. Y ahora, con el caso Carrera, invierte la carga de la prueba, o sea, avala la presunción de culpabilidad. Es un país de locos. Luciano Arruga desaparece de una dependencia estatal y ni a Scioli ni a la Presidenta parecen importarle nada. A Carrera le preguntan en el juicio, ¿y usted por qué no se acercó a un puesto de policía cercano? Es de no creer. Cualquiera de nosotros, si ve a un par de tipos que le tiran con Itakas, lo único que le sale hacer es rajar para otro lado. Y para completar la salsa del estofado, el abogado que defendió a Carrera había defendido antes a la policía. ¿Querés más? La Comisaría 34, la que estuvo en el caso de Carrera, es la misma que asesinó al pibe Ezequiel Demonty: en el 2002 lo obligan a que se meta en el Riachuelo cuando él les dice que no sabe nadar. Y hay un caso similar al de Carrera. Fue con el cabo Jorge Saravia de la Bonaerense: se bajaron del mismo auto con que ametrallaron a Carrera y le metieron 24 balazos. El tipo estaba de civil, haciendo de custodia y lo confundieron con un delincuente. Con esos antecedentes la justicia no hizo nada, ni siquiera investigó la semejanza de los procedimientos.
-Asumís la primera persona en todo el documental, conduciendo el hilo del relato. Algunos críticos te tildaron de personalista.
-Armé una estructura narrativa para mantener el interés del espectador, porque todo puede ser muy didáctico y bonito pero si no hay suspenso, nada sirve. Carrera, por ejemplo, aparece en la mitad del relato. Pero si yo me saco, ¿qué ves? ¿Un actor puede hacer lo mismo que hago yo? Si yo me voy, aparece la figura de un editor y a los cinco minutos se aburren todos. Hay una diferencia entre poner la cabeza y poner la mente. A veces los críticos no saben que si sacás lo que ellos sugieren sacar, ¿qué hacés? Ponés todas cabezas parlantes, entrevistas y no pasa nada. Huyo de la solemnidad. Yo quiero que mis documentales los vea la gente, para que tengan impacto social, para que tengan efecto político. Creo en poder cambiar las cosas, creo que un documental puede abrir un debate y transformar cosas que se hacen mal. Si no creo en eso, me quedo en mi casa sentado frente a la televisión mientras veo cómo un tipo marcha preso sin que haya matado una mosca y un avión se cae porque unos ineptos no hicieron los controles suficientes. No me quiero ir del país. Me encanta la Argentina, simplemente hay cosas horrendas como lo que hicieron con Carrera y quiero contarlas. Yo no me quiero ir, que se vayan ellos. Quiero mantener las líneas áreas seguras, quiero que me devuelvan la presunción de inocencia como ciudadano.
-Sos muy duro con los policías, fiscales, jueces. ¿Salieron a contestarte públicamente?
-Los jueces están preocupados, refugiados en sus cuevas. Lo llamativo es que todavía nadie salió a hablar, yo les dije delincuentes en la cara y nadie me desmintió. Si a vos, a mí, nos acusaran de un delito como lo hago en el documental, enseguida nos defenderíamos con nuestras pruebas. Lo que comprobé es que a los funcionarios es peor hacerlos quedar como tontos que como humanos. La ironía del documental muestra la banalidad del mal.