Encuentro con el fotógrafo Gabriel Díaz: “Un collage de la depredación humana”

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Gran parte de su obra y el último trabajo, Formas de vida, pueden verse en el Museo de Arte y Memoria de nuestra ciudad durante todo junio. Imágenes de niños en las calles de la ciudad de Buenos Aires en los años 90, chicos que han sido víctimas de la catástrofe nuclear de Chernobyl y otras series que hablan del espacio urbano de la Buenos Aires actual conforman una oportunidad para acercarse, chocarse, vincularse, distanciarse y reflexionar acerca de los contrastes de la realidad que nos rodea.

Por Josefina Oliva

“Como harás para ver
y aliviar el dolor en el jardín de gente
algún acuerdo en tu alma tendrás
Y ya no sé
si es que amanece
o veo el cielo como
un gran collage…
el collage de la depredación humana”

Jardín de gente, Luis Alberto Spinetta
en Spinetta y Los socios del desierto, 1997

La muestra del fotógrafo Gabriel Díaz -que se expone en el Museo de Arte y Memoria en la calle 9 entre 51 y 53 y que puede verse durante todo junio- es un collage compuesto por imágenes de niños y lugares que, no por su gran sensibilidad y belleza dejan de impactarnos y enfrentarnos a una realidad repleta de contradicciones y sin sentidos. La mirada desafiante de los niños desamparados en los pasillos subterráneos de Constitución –denominada Muertes menores, realizada durante los años 91 y 92 en la Ciudad de Buenos Aires- y los rostros de los chicos calvos después de la tragedia de Chernobyl –tomadas en el 95, 97, y 2003, en los hospitales de La Habana, Cuba, a donde los niños fueron llevados para realizar tratamiento médicos-; los lugares, las viviendas de diferentes barrios en Capital Federal, pero que bien podrían ser del resto del mundode su último trabajo, realizado entre 2009 y 2011, denominado Formas de vida– nos hablan de un desfasaje entre las diversas condiciones en las que viven los hombres, del contraste entre lujosos edificios y el cartón y la madera, del uso que se le puede dar a una chapa para publicidades de grandes empresas y marcas, o para cubrirse de la lluvia en una choza armada al borde de una autopista. Nos colocan y enfrentan, como el mismo autor dice, ante las piezas del “collage de la depredación humana”.

 

-¿Cómo vinculás las distintas series que se exhiben en esta muestra?

-Si hubiese tenido que ponerle un nombre en conjunto a todas las series hubiera usado una frase de Spinetta de su canción Jardín de gente: “el collage de la depredación humana”. Por la marginación de los niños en las calles de Buenos Aires, el sufrimiento, las víctimas de la actividad nuclear, de la ambición humana, de autoexterminarse. Entre los primeros trabajos y Formas de vida, hay una diferencia de 20 años. Me pareció interesante verlos todos juntos porque de alguna manera una serie es consecuencia de la otra. Aquel primer trabajo se llama Muertes menores y éste Formas de vida. Si bien fui el mismo fotografiando, muchas cosas cambiaron, desde mi percepción, ánimo, actitud y forma de ver. Antes tenía la palabra muerte en el título, ahora tengo la palabra vida, eso también da alguna pista de cómo fui abordando los temas.

Las series que involucran a los niños están realizadas en blanco y negro, que implica “desde el comienzo, representación, metáfora”, explica Díaz, y mantienen el vínculo entre el fotógrafo y aquel que es fotografiado. En cambio las de Formas de vida son en color: “si bien es una elección estética, vale también como un enfoque más neutral: es lo que ve el ojo. Es una mirada un poquito más distante”. De alguna manera, dice, el primer periodo se relaciona con un estilo más expresionista, mientras que el actual es más documentalista antropológico, descriptivo, menos intervencionista. En las fotografías de Formas de vida casi no aparecen personas, sólo lugares. A pesar de estos cambios, todas las piezas se hilvanan a través del dolor de la mutilación.

“Hace veinte años, tenía una forma más visceral de fotografiar, más cuerpo a cuerpo, desde el dolor, y lo que me propuse ahora es hacerlo quizás dando un paso atrás, sosteniendo una mirada más amplia y fría, más descriptiva, analítica y no tan pasional y visceral como cuando fotografiaba a los niños. Aunque en definitiva, estoy hablando de lo mismo, de la gente, pero en este caso con una mirada más distante”, reflexiona el fotógrafo, que comenzó sus estudios en la Escuela de Arte Fotográfico de Avellaneda y continuó luego durante ocho años en los Talleres de Estética Fotográfica de Eduardo Gil.

-¿Cómo surge la idea de tomar las fotos de los chicos? ¿Lo planeás o llegás naturalmente?

-Se da de forma más natural… De casualidad no se puede decir. Las primeras fotos de los chicos en las calles de Buenos Aires fueron en los ‘90. Pensaba fotografiar la ciudad, la calle… Después aparecieron los chicos como protagonistas y apareció el despojo de la mutilación, los niños pelados, eso fue quizás el disparador para desarrollar este trabajo y las ganas de hablar en nombre de un hijo (sólo por una cuestión de generaciones, sin tener ninguna conexión con los hechos de Chernobyl), quizás con mis ausencias… Era el tiempo en que perdí a mis padres, una parte fue motivada por eso, pero básicamente fue lo de la imagen, o lo que la estética me transmitía de esa pérdida a través de la falta y de lo cruel que me resulta, más allá de las enfermedades en los niños, la pérdida del pelo. Me parece una imagen de despojo y es muy cruel, los niños sin pelo y sin cejas.

A pesar de haber dejado de fotografiar el “cuerpo a cuerpo” y colocar en cuadro sólo a los lugares, no dejó sin embargo de hacer foco en el mismo punto: el de observar la realidad en sus profundidades, contándola a través de los diversos espacios, y cómo éstos son habitados: altas paredes y fortalezas con alambres de púa “al mejor estilo Guantánamo”, con cámaras de seguridad, muestran la forma de vida de algunos sectores más privilegiados, que sin embargo viven encerrados. Lujosos edificios que tapan el sol y lo reflejan en sus ventanales de los que asoma una mujer con uniforme de mucama se contraponen al viejo monoblock derruido, en otro barrio de la ciudad. “Ésa es un poco la idea original: la de fotografiar los contrastes y la desigualdad en las formas de vida”, advierte el fotógrafo.

La imagen de un árbol podado en el centro de la escena, en la que aparece por detrás una casa de tejas azules con su prolijo jardín y rejas blancas situada en una pulcra esquina nos deja perplejos. No por la casa, no por sus rejas…. Quizás por todos esos elementos que en conjunto otorgan protagonismo al árbol que quizás ya no es sino un conjunto de gruesas ramas despojadas. Esta vez es el árbol quien viene a hablarnos -como en su momento lo hacen los niños pelados-, de la depredación.

Gabriel Díaz, quien además crea y dirige –junto a Darío Lanis- la Colección Fotógrafos Argentinos (Dilan Editores), nos muestra no sólo las distintas formas de habitar, sino las de ya no estar, las de haber pasado por un sitio y dejar un rastro, una huella. Como en la imagen a la que denomina Los fuegos, a través de oscuras manchas en las paredes, de aquello que se encendió y en algún momento, finalmente, se apagó. Al fin y al cabo, ¿no es algo de eso la fotografía? Para él sí. Aunque en algún momento la sintió como una manera de “salvar a las personas”, hoy reconoce aquello como algo “un poco pretencioso”, y afirma que sí es una posibilidad de salvar a las personas pero “en la memoria”, y a través de ella “poder conservar su luz”.

-¿Por eso elegiste fotografiar?

-Sí. Por la posibilidad de sumar a mi memoria personal, como una forma de intentar hablar, lo cual me cuesta bastante. Poder contar una preocupación, una historia. La única manera de canalizar o expresar un dolor, de expulsar algunas angustias, es poner en palabras, -paradójicamente, poner en palabras- ideas y sentimientos y a través de ellas poder exorcizar lo que siento.

Palabras que en realidad son imágenes, y a las que él no agrega ningún texto, no porque lo desvalorice y piense que está todo dicho con las fotografías. No es de los que piensan que una imagen “dice” más que mil palabras. En todo caso, dice otras cosas. Y sus imágenes nos dicen mucho.

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