La detención y posterior muerte de una haitiana dan cuenta de múltiples fallas y discriminaciones en la sociedad trasandina. Por ser mujer, negra, migrante, pobre y no hispanohablante, a Joane se le adjudicó la figura de “mala madre” y se le condujo a un destino aciago. Un cronista chileno cuenta su historia para La Pulseada.
Por Carlos Fuentealba V.
Subnota > “Los haitianos no entendemos la viveza”
“¿Dónde está mi beba?”, fueron las últimas palabras que pronunció Joane Florvil el pasado 27 de septiembre. Dos días después murió en la sala de urgencias del Hospital de la Universidad Católica, en Santiago de Chile, donde había sido trasladada un día antes desde la Asistencia Pública. La esperanza de la haitiana, que en noviembre hubiese cumplido 28 años, había comenzado a extinguirse un mes antes, cuando fue detenida arbitrariamente y separada de su beba, Wildiana, de dos meses de edad.
El parte de Carabineros informó de un paro cardiorrespiratorio producido por una falla hepática fulminante. Según exámenes médicos oficiales, Joane no presentaba disfunción hepática, pero el fármaco proporcionado alertaba sobre efectos adversos ante un cuadro de esas características. La Fiscalía Centro Norte de Santiago abrió una investigación para determinar la causa de su muerte. La formal, claro, la que queda escrita en los archivos de la burocracia. Porque del verdadero motivo –aquel que atañe a la conciencia humanitaria de los pueblos– aún hay mucho que debatir.
La culpable inocencia
Lo Prado es una de las comunas más carenciadas del poniente santiaguino. Por eso es uno de los lugares más accesibles para el establecimiento de la migración haitiana en Chile. Hasta allí, llegó a vivir Joane Florvil a fines de 2016, con la ilusión de un destino más próspero del que su natal pueblo, Juana Méndez, podía ofrecerle. Pocos días después, el 24 de diciembre, llegó su marido, Wilfrid Fidele.
La esperanza de la pareja no era antojadiza y forma parte, más bien, de una gran ola migratoria que está recibiendo el país trasandino. Según un informe del Ministerio de Relaciones Exteriores, desde el 1 de enero al 26 de julio de 2017 entraron 44.876 haitianos a Chile. El año anterior, habían entrado ya 24.744 y en 2015 otros 9 mil. En comunas de la periferia santiaguina –como Quilicura, Lo Espejo o Cerro Navia– se nota a simple vista cómo ha cambiado el paisaje cultural, y la opinión pública lo hace sentir: son uno de los temas preferidos de conversación para la mala conciencia de taxistas y opinantes de foros electrónicos.
Joane había podido abstraerse de eso y arreglárselas lavando autos y con otros empleos esporádicos. El nacimiento de su hija, Wildiana, el 10 de julio, fue un buen aliciente para darse ánimo y salir adelante. Así, por lo menos, lo recuerda su vecina Isabel Araya (64), con quien hizo una fugaz amistad, pese a las barreras idiomáticas. “Era muy atenta conmigo, muy tierna. Joanita era buenamoza y educada”, comentó al diario El Desconcierto, “no sabía hablar español, pero nos entendimos de las mil maravillas. Íbamos juntas a la feria y aprendía palabras sueltas: me decía ‘¿qué estai haciendo?’ Yo la retaba porque me tuteaba y se reía. A veces venía, me gritaba ¡vecina! y me invitaba a comer de esas cosas ricas que hacia ella”.
Todo cambiaría la mañana del 30 de agosto, cuando Joane llevó a Wildiana al consultorio. Cuando caminaba de vuelta a su casa, un extraño la abordó para comentarle sobre dos puestos laborales en la Oficina de Protección de Derechos de la Infancia (OPD) de la comuna, cuyo requisito excluyente era contar con teléfono celular y una muda de ropa. En su precario español, la mujer pidió al extraño que la esperara y corrió a avisarle a su marido. Éste salió junto a su primo y siguieron al hombre hasta la oficina comunal.
Allí, frente al guardia de seguridad, el supuesto contratante les pidió que se cambiaran de ropa y que fueran a limpiar los baños traseros del edificio. Él, aseguró, custodiaría sus pertenencias. Wilfrid y su primo obedecieron y partieron a hacer aseo, ante la curiosa mirada de todos los transeúntes. Cuando volvieron, sin embargo, su supuesto jefe había desaparecido con la mochila donde estaba la documentación de la familia y los celulares de los haitianos. El guardia, desentendido, sólo atinó a mandarlos a la comisaría, donde no quisieron cursarles la denuncia.
Al día siguiente, Joane puso a Wildiana en su cochecito y acudió a la OPD para tratar de recuperar sus pertenencias, pero en el lugar no había facilitadores interculturales y nadie la entendió. Desesperada, se acercó al guardia, le pidió que mirara el coche mientras iba a buscar una persona que oficie de traductora. Pero en los quince minutos que pasaron entre que salió del lugar y volvió, dos funcionarios interpretaron que había abandonado a su bebé y la denunciaron a Carabineros.
El horror de la incomunicación
Esa noche, la prensa ya estaba afuera de la casa de Joane cuando llegó la Policía. Alertados por una teniente, la televisión llegó hasta el lugar y captó los 20 segundos que demoró la Policía en salir de la casa con Joane esposada, llorando, y subirla a un vehículo policial. La haitiana, sin poder explicar su versión de los hechos, fue trasladada hasta la 48° Comisaría de Asuntos de Familia, donde fue encerrada en un calabozo.
A los canales de televisión le bastaron esos 20 segundos de imágenes para construir un relato: “Haitiana abandonó a lactante”. Y si la televisión lo dice, es cierto para los diarios electrónicos, y si es cierto para ellos, también lo es para la radio. Así, todo el sistema de medios contó la historia que ellos suponían que estaba esperando la audiencia, que dio rienda a todos los estereotipos de clase, género, raza y nacionalidad. Joane Florvil se volvió el reverso del poder: mujer, negra, extranjera, pobre y mala madre.
Esa noche la bebé fue trasladada hasta el Centro de Salud Familiar Santa Anita, donde una evaluación médica determinó que estaba en óptimo estado. Por instrucción del fiscal, la niña fue entregada al Servicio Nacional de Menores (Sename).
Y la historia se vuelve más turbia. Según el parte policial, la mujer se desesperó ante la situación de incomunicación y comenzó a darse brutales cabezazos contra la muralla de su celda, por lo que debió ser trasladada a la Asistencia Pública la madrugada del 31 de agosto, bajo custodia policial. A las 11 de la mañana fue trasladada a la Unidad de Cuidados Intensivos por una falla hepática.
Su esposo Wilfrid pasó la noche recorriendo comisarías sin éxito y recién la pudo ubicar en la tarde del día siguiente, porque nadie le decía dónde estaba. Cuando la encontró, los enfermeros le dijeron que tenía epilepsia, lo que le sorprendió porque Joane nunca había tenido ese diagnóstico. Después le aclararon que sólo había sido un cuadro epiléptico. La mujer estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos hasta el día 4 de septiembre, siempre preguntando por su niña.
Tras su muerte, el director del centro asistencial, Sergio Sánchez, dijo a la comisión investigadora de la Cámara de Diputados que Florvil había relatado al médico traductor del hospital que había sido golpeada por la Policía. Pero una semana más tarde el traductor Jean Telo Noel negaría esa versión.
En su declaración posterior, Noel relató su conversación del 5 de septiembre con Florvil: “Me siento humillada, maltratada por haber sido acusada de abandonar a mi bebé de apenas un mes y tres semanas”, le dijo la haitiana, “me quitaron a mi única bebé, me arrestaron y me esposaron como a una ladrona. Con qué cara me voy a presentar frente a mi familia; es primera vez que un caso así ocurre en mi familia”. La joven haitiana estaba herida física y emocionalmente: “Me divulgan por la prensa para que todos me vean y lo que más me afectó es que no me puedo defender porque no hablo español. Los haitianos nunca van a tener justicia en Chile. ¿Usted cree que si fuera de otra nación me iban a hacer esto?”.
La salud de Joane fue una montaña rusa. Su ánimo, en cambio, fue en caída libre. Preguntaba todos los días por su niña, que estaba en la Casa Nacional del Niño por orden del juzgado. Wilfrid iba a ver a la niña todas las mañanas y luego visitaba a Joane. La madre le pedía fotos, pero éstas estaban estrictamente prohibidas en la institución pública. Así pasaron los días y Joane se deprimió ferozmente: pensaba que todos le mentían y que su hija no estaba bien.
A fines de septiembre el Juzgado de Familia de Pudahuel ratificó que la niña seguiría bajo la tuición del Sename, lo que descompuso horriblemente a Joane. A las 3 de la tarde fue trasladada a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde la sedaron y entubaron: sufría una hepatitis fulminante. “¿Dónde está mi beba?”, preguntó. Dos días después, murió.
La deuda no es sólo con Joane
Sólo después de su muerte se conoció la versión de Joane Florvil de los hechos y se volvió tema de agenda noticiosa. Apenas una minoría compartió su pesar y le escandalizó la negligencia generalizada, el resto siguió con los ojos puestos en las elecciones presidenciales, donde la delincuencia, el crecimiento económico y el conflicto del Estado con grupos mapuche son los temas más candentes. De los candidatos, sólo Marco Enríquez Ominami (hijo del guerrillero Miguel Enríquez) tocó el tema y se comprometió a defender los derechos de los migrantes.
Al cierre de esta edición el cuerpo de Florvil seguía en el Servicio Médico Legal. Un oficio de la fiscalía autorizó su retiro sólo por parte de su esposo Wilfrid, quien decidió aceptar la petición de los padres de Joane, para repatriar el cuerpo y enterrarlo en Haití. La ceremonia no se ha realizado porque la familia de Joane no quiere enterrarla hasta que la justicia chilena determine las responsabilidades correspondientes.
Wildiana, mientras tanto, permaneció bajo la custodia del Sename hasta el 26 de octubre, cuando fue devuelta a su padre.
Encender las memorias
El 1 de noviembre se realizó una velatón en la Plaza de Armas de Santiago, frente a la Catedral, para conmemorar la muerte de Florvil y clamar al Estado y la sociedad una mayor conciencia con los derechos de los migrantes y las mujeres. Fue la segunda que realizó la colectividad haitiana este año: en junio se congregaron para despedir a Benito Lalane, que murió de hipotermia tras dormir en las calles de Pudahuel. Al día siguiente Carabineros encontró el cuerpo de Rose Stephanie Charles, de 21 años, en una pieza que arrendaba junto a otros dos haitianos en la ciudad de Villarrica. Según el Servicio Médico Legal la causa de muerte sería un edema pulmonar que derivó en un paro cardiaco, descartando la intervención de terceras personas. Una semana después del incidente, al igual que el de Joane, el cuerpo de Charles seguía en el Servicio Médico Legal debido a que sus familiares no contaban con los recursos para enterrarlo.
3 commentsOn En busca del sueño chileno: la trágica historia de Joane Florvil
Este viernes 5 de Enero, las autoridades de La Araucanía (sur de Chile) encontraron a cinco ciudadanos haitianos, quienes se encontraban viviendo en un establo en la zona rural de la ciudad de Villarrica.
En el lugar trabajaban cortando y apilando leña sin siquiera recibir un sueldo.
es decir de esclavos …
Ganar dinero, cueste lo que cueste, parece ser la costumbre cada vez mas arraigada en Chile
HOLA
les escribo para preguntar si puedo usar el dibujo de Joan Florvil para acompañar una décima que será publicada en una revista que hacemos los estudiantes de canto a lo poeta en diciembre de 2018. Si es así ¿cómo anoto los créditos?
Saludos y gracias
Hola Alejandra, esa nota es una colaboración de un periodista chileno con el que hemos perdido contacto. La ilustradora también es una artista chilena cuyo instagram es @holamirona, te pediríamos que te contactes con ella para usar su ilustración.
Gracias por contactarte, saludos!
Redacción La Pulseada