En pocos días se presentará un libro sobre Carlitos Cajade, el fundador de una obra que fue modelo de abordaje de las políticas para la infancia. Su autor, el periodista Pablo Morosi, adelanta en exclusiva fragmentos de la introducción y el capítulo final. Una investigación basada en las voces de quienes fueron testigos de su vida y de su obra.
Carlos Alberto Cajade fue un cura militante que entregó su vida a la infancia desamparada y luchó con coraje contra desigualdades e injusticias. Ganado por una fe inmensa y una espiritualidad singular desde la que concibió indisoluble lo humano y lo divino, vivió a golpes de corazón regido por sus impulsos y obsesiones.
Nacido en un barrio obrero vivenció en su juventud los bríos del peronismo revolucionario a cuyas banderas se abrazó con convicción. Veneraba a Evita y al Che tanto como a Mugica o Angelelli.
En respuesta a un fuerte mandato familiar y a una revelación que lo asaltó en plena adolescencia ingresó al seminario para convertirse en sacerdote. Formado al calor de las discusiones sobre el aggiornamento que propuso para la iglesia el Concilio Vaticano II eligió la opción preferencial por los pobres que llevó a la práctica al fundar el hogar de la Madre Tres Veces Admirable, una iniciativa que adaptó la pedagogía de José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, centrada en la libertad y la confianza y que planteó un modelo de intervención que se convirtió en referencia para las políticas públicas destinadas a la niñez abandonada, que hasta entonces sólo proponían el encierro.
Cajade sembró con su ejemplo otras iniciativas que se expandieron y multiplicaron un sendero. Quizás sea eso lo que, a lo largo de los años, más se ha valorado en los reconocimientos a su labor.
Su principal legado está en el Hogar de la Madre Tres veces Admirable, en su ejemplo como modelo de intervención de hogar-abrigo para la infancia que llegó a alcanzar a unos 500 niños y adolescentes en forma directa y a otros 3000 de manera indirecta. No obstante, asumir su herencia supone mucho más. Implica trabajar para darle continuidad a la Obra y, a la vez, cumplir con el anhelo de cerrarla cuando ya no sea necesaria. Significa, en definitiva, dar la pelea de fondo por una sociedad igualitaria.
La tarea no es sencilla. A las dificultades que afrontó el Hogar en el último año de vida del cura se le sumó una profundización de los problemas que sobrevinieron a su muerte. El deterioro del presupuesto estatal para la niñez, traducido en recorte de becas y subsidios afectó sensiblemente el funcionamiento del Hogar y, consecuentemente, a todo el sistema. Los intentos judiciales para exigir al Estado que cumpla con sus obligaciones resultaron insuficientes para normalizar la situación, aun hoy asfixiante.
Cajade estaba convencido de que la práctica del evangelio debía incluir un compromiso crucial y activo con los desposeídos que sirviera para mejorar la vida de camino a la eternidad. Comprendió pronto que la verdadera pelea estaba en la calle donde los poderosos imponen las reglas generales del destino de los pueblos.
En los ‘90 resistió las políticas neoliberales de achicamiento del Estado y flexibilización laboral que, según él, cimentaban una fábrica de pobres. Desplegó una fuerte figura pública capaz de irritar a la jerarquía eclesiástica incursionando en el sindicalismo o integrándose a la Comisión Provincial por la Memoria desde donde denunció vejaciones y abusos en cárceles y comisarías. Como coordinador del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, que contribuyó a fundar junto a su gran amigo Alberto Morlachetti, impulsó la idea de instaurar una asignación de carácter universal para menores de 18 años.
El Padre Cajade no usaba sotana ni el resto de los habituales atuendos religiosos. Como sintetiza el párroco Alberto Meroni: “Era un sacerdote que olía a barrio en lugar de a incienso”. Lo caracterizaba su humanidad y un modo de ser afable y generoso; tenía el don de hacer sentir bien a la persona con quien trataba; y una bondad manifiesta en innumerables gestos como compartir lo que recibía, fijarse que a los demás no les faltara nada o ayudar haciéndose invisible para evitar la humillación. También lo definía una impuntualidad que a veces irritaba tanto como sus distracciones o la desconcentración en que a veces incurría frente a múltiples preocupaciones y responsabilidades.
Distinto a la mayoría, se reveló como un sacerdote de extraordinarios carisma y sensibilidad. Lograba conectar de un modo muy especial con los fieles que se identificaban con él por su actitud comprometida y su estilo simple y directo que, sin eufemismos ni acartonamientos, hablaba de las cosas de todos los días. Con su guitarra, sus canciones y ese rasgo de humanidad tan propio, hacía de la misa una celebración inspiradora. Apuesto y apasionado provocaba una potente empatía y atracción que generaba fervientes adhesiones a la vez que despertaba pasiones ocultas y desenfrenadas que, en ocasiones, no encontraban freno en su condición de cura.
Construyó un mito de sí mismo y de cada una de sus acciones. Por eso circulan alrededor de su figura cientos de anécdotas, en buena parte incomprobables. No hay un solo Padre Cajade sino tantos como personas lo conocieron: hay un Cajade santo y otro hereje; uno público y otro secreto.
Repasar su vida y su obra es también echar un vistazo al derrotero de la iglesia platense a lo largo de cuatro décadas. Sus reproches al verticalismo y las arbitrariedades de la estructura eclesial lo ubicaron en los bordes de una institución dominada por el conservadurismo a la que sirvió y amó aun con sus diferencias. Cuestionó el celibato al que consideraba una imposición absurda y arbitraria que aislaba a los clérigos de las vivencias del resto de la gente. Lo hizo desde el discurso, pero también desde la acción: se enamoró y tuvo tres hijos a los que crió, sin reconocerlos formalmente.
Vivió contra la corriente, preso de los preceptos imperantes en una época cargada de oscurantismo y represiones; cercado por la rigidez de la iglesia de los castigos, distante de aceptar o, siquiera, entender los ardores que atravesaron su existencia sublevada y audaz. Así, mantuvo oculto el alumbramiento de su primera hija, íntimamente vinculado con la creación del Hogar para chicos de la calle.
Lejos de convertirse en un díscolo aceptó las condiciones que imponía el orden eclesiástico convencido de que su misión presbiteral era trabajar por los derechos de la infancia encarnando el rol, siempre incómodo para el episcopado, del sacerdote políticamente comprometido con los vulnerados.
Como activista por los derechos de los niños de la calle tal vez sea la figura más relevante de las que ha dado la Iglesia argentina. Da cuenta de ello la dimensión de su Obra, su visibilidad y, sobre todo, su inusual incursión en la política conservando su condición de clérigo. El fundador de la Casita persistió en el sacerdocio persuadido de que su misión era la de encarnar un modelo de sacerdote políticamente comprometido con los derechos de los desamparados, un perfil que no ha sido acompañado con simpatía por las jerarquías de la institución.
En la historia argentina hubo clérigos que pensaron que el momento histórico exigía necesariamente un compromiso político con el movimiento popular encarnado en el peronismo concebido como la forma concreta en que el pueblo se convirtió en sujeto protagonista de la política. La figura más emblemática de esa posición fue Carlos Mugica, asesinado en mayo de 1974. Cajade asumió esta mirada. En los años ‘60, varios obispos y curas pensaban que no podía garantizarse la justicia social por fuera del peronismo. A estos círculos suscribió el joven Jorge Mario Bergoglio. La mayoría de esos religiosos no consideraban, sin embargo, la lucha armada como una opción.
En 2002, en la primera edición de La Pulseada, Cajade se describió a sí mismo: “Tuve siempre dos vetas muy fuertes. Una es la espiritual, la mística, digamos, de una fuerte vinculación con Dios a través del movimiento de Schoenstatt a la que dedicó mucho tiempo. Y la otra es la social, el encarnar el Evangelio en el más débil. Soy fruto de una generación que mantiene ideales sociales como naturales a su propia cultura y que hoy tiene 30 mil desaparecidos. Yo siempre le fui fiel a esos dos ideales. Esas son mis dos vetas: una espiritualidad muy honda y ese compromiso social tan fuerte que no tengo problema en salir con los tapones de punta, así quede mal con quien sea.”
Sus incursiones en diversos terrenos, a menudo farragosos, y su acostumbrado trajinar en las “periferias existenciales”, de las que tanto habla Francisco, lo llevaron a trazar caminos, algunos de los cuales ha comenzado a desandar la propia Iglesia últimamente. Podría decirse hoy que la Iglesia se parece un poco más a la que Carlos Cajade soñó y contribuyó a construir con sus aciertos, errores, virtudes, defectos y humanas contradicciones. Tras largos años de marginación, el patrón eclesial del cura de los pibes de la calle parece empezar a redimirse a partir del pontificado del Papa argentino.
Quién es el autor
Pablo Morosi nació en La Plata en 1965. Se graduó como Periodista (1989) y Licenciado en Comunicación Social (2004) en la UNLP. Es docente de periodismo en las universidades de La Plata y Quilmes.
En el periodismo gráfico se inició en 1990 como redactor del suplemento La Plata de Página/12. Fue colaborador en los diarios nacionales Página/12 y Perfil y se desempeñó, primero como cronista y luego como jefe de la sección Información General, en el diario platense Hoy en la Noticia. Entre 1999 y 2014 trabajó en el diario La Nación, como corresponsal en La Plata. También escribió para distintas publicaciones como las revistas Crisis, Puentes y La Pulseada y fue fundador y presidente de la cooperativa de trabajo de periodistas El Atajo.
Su biografía de Carlitos Cajade (de próxima aparición por Editorial Marea) será su quinto libro. Antes escribió “Crónicas de una masacre escolar” (EDULP, 2006). Además es autor de “¿Dónde está Miguel? El caso Bru. Un desaparecido en democracia” (Editorial Marea, 2013), sobre el difundido caso del estudiante de periodismo detenido y torturado hasta la muerte por efectivos de la comisaría 9ª de La Plata en 1993.
En coautoría con Miguel Braillard publicó “Juniors: la historia silenciada del autor de la primera masacre escolar de Latinoamérica” (Letras del Sur, 2014), una investigación sobre el caso del alumno de 15 años de una escuela de Carmen de Patagones que en 2004 disparó contra sus compañeros de aula, matando a tres e hiriendo a otros cinco.
El año pasado presentó “Un tal Nuñez. El primer desaparecido por la bonaerense de la democracia recuperada” (Editorial Octubre, 2015), que reconstruye la historia del crimen de Andrés Nuñez, muerto por los golpes recibidos en la Brigada de Investigaciones de La Plata en 1990 y cuyo cuerpo fue quemado y ocultado.
Un imprescindible
Por Pablo Morosi
La fuerza de la figura de Carlos Cajade me impresionó desde que en 1989 comencé a trabajar en el periodismo. El encomiable desarrollo del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable y sus emprendimientos así como la forma que tenía el cura de plantarse en sus convicciones lo hicieron siempre un personaje imprescindible y, por ello, digno de atención y seguimiento.
Transcurrida una década de su muerte y en el 30º aniversario de la formalización del Hogar de Villa Garibaldi me pareció un momento más que oportuno para volver sobre su potente figura, ejemplo de militancia y referencia ineludible a la hora de pensar en políticas de intervención en favor de la infancia. Se suma también el particular aire de renovación que envuelve a la Iglesia desde la asunción como Papa de Francisco, abriendo espacio para acciones y reflexiones que, sin lugar a dudas, Cajade hubiera celebrado.
El trabajo incluyó la realización de medio centenar de entrevistas a familiares, amigos, educadores, sacerdotes, sindicalistas, políticos, periodistas y ex integrantes del Hogar, además de un rastreo de material periodístico y de los archivos de la propia Obra y del Arzobispado de La Plata. Contribuyeron con sus testimonios y recuerdos desde el premio Nobel de la Paz y presidente de la Comisión Provincial por la Memoria, Adolfo Pérez Esquivel; la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini; los dirigentes Juan Pablo Cafiero, Julio Alak, Víctor de Gennaro; hasta el obispo Héctor Aguer, entre muchos otros.