El latido inquieto de América del Sur

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140-TemerJamaisLa Pulseada reconstruye paso a paso la avanzada de la derecha y la suspensión de Dilma Rousseff. De las lágrimas a la acción. La voz de tres referentes de organizaciones populares en el corazón del subcontinente. Prometen “paralizar el país” con movilizaciones y piden que vuelva a gobernar el Partido de los Trabajadores, pero sin ajustes y con una agenda social.

Por Fernando Vicente Prieto

 

“La sociedad precisa comprender que el gobierno de Michel Temer es ilegítimo y no tiene el respaldo de las organizaciones de la clase trabajadora ni de la juventud – le dice a La Pulseada el coordinador del Levante Popular da Juventude y secretario general de la Unión Nacional de Estudiantes, Thiago Pará – No reconocer a Temer significa ubicarlo y tratarlo como lo que es: un golpista, un usurpador, un vendepatria. Significa ir hasta las últimas consecuencias en la lucha política y en la resistencia democrática: paralizar el país con manifestaciones cotidianas, que es lo que viene sucediendo en estos días”.

El dirigente explica que lo que ocurrió es un golpe de Estado de nuevo tipo, que utiliza la burocracia, los monopolios de la comunicación, sectores del Poder Judicial y parte del Parlamento. Desde su óptica, estos sectores se unieron para llevar a cabo un golpe que no tiene que ver con el supuesto y promocionado combate a la corrupción, sino con un cambio de proyecto de país: neoliberal, aliado a los Estados Unidos.

Consultado respecto a la relación con el gobierno, el dirigente estudiantil asegura desde San Pablo que no habrá ningún reconocimiento: “En la práctica, esto implica no abrir ningún canal de diálogo”.

El camino destituyente

Brasil es fútbol, samba y una majestuosa geografía, que ocupa casi la mitad de América del Sur. Es también la séptima potencia del mundo, de acuerdo a su PBI y en lo que va del siglo se ha convertido en un actor relevante en el tablero geopolítico mundial. El 26 de octubre de 2014, más de 54 millones de brasileños y brasileñas reeligieron a Dilma Rousseff como presidenta. La novedad, en esta campaña, fue que el candidato de la derecha, Aecio Neves, estuvo sólo un 3,3 puntos porcentuales por debajo, con una diferencia de 3 millones y medio de votos. Desde ese mismo día, tal vez, comenzó a organizarse el golpe de Estado, que el 17 de abril y el 12 de mayo de 2016 tuvo a dos de sus momentos más importantes: concretar -primero en la Cámara de Diputados y luego en la de Senadores- la suspensión provisoria de Rousseff.

Este proceso, de características muy complejas, tuvo su inicio formal el 2 de diciembre de 2015, cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, denunció a la presidenta por violación a normas administrativas: básicamente, lo que se conoce en Brasil como “pedalada fiscal”, que consiste en retrasar imputaciones de fondos a bancos públicos y privados, maquillando las cuentas del Estado.

El procedimiento es utilizado habitualmente -incluso por gobernadores de estados- para mostrar mejores indicadores fiscales, y es muy difícil de presentar como una causa de destitución presidencial. Pero todo quedó en un segundo plano en el contexto de la “Operación Lava Jato”, que investiga casos de corrupción donde están involucrados dirigentes de todos los partidos políticos, tanto oficialistas como opositores. Así fue instalada la acusación genérica de corrupción de Dilma Rousseff, desatándose una intensa campaña mediática para justificar su salida. Esto fue acompañado por movilizaciones masivas, alentadas desde la derecha política, sectores religiosos y grandes medios como la Red Globo. En las marchas se podían ver carteles que pedían que el país no se convierta en Cuba o Venezuela o reclamando el retorno de la dictadura militar, que en Brasil duró más de dos décadas, entre 1964 y 1985.

A estas acciones, en estos meses convulsionados, se le opusieron otras impulsadas por movimientos populares y partidos de izquierda, que plantearon su preocupación por el desconocimiento de la voluntad popular. También, advirtieron sobre la hipocresía respecto al desigual tratamiento de la corrupción: el intento de destitución (o “impeachment”) de Rousseff estaba motorizado por políticos que sí estaban involucrados en robo de dinero público, con varios procesos judiciales en su contra. Este es el caso, por ejemplo, del propio Eduardo Cunha, una figura central en todo el proceso, quien fue suspendido en su cargo como legislador y presidente de la Cámara pocos días después de la aprobación del impeachment en Diputados.

La destitución de la presidenta tiene un profundo impacto, no sólo en Brasil, sino en todo el continente. Implica un paso clave en la reconfiguración geopolítica de América Latina y el Caribe, que en el siglo XXI se alejó de la órbita de Estados Unidos, abriéndose a relaciones multilaterales, en particular con potencias como China y Rusia; y también con otros países de la región. Este proceso de integración más autónoma dio lugar a organismos como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Además, Brasil es un jugador global importante e impulsó el grupo de países conocido como BRICS, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica. El nuevo gobierno, de orientación neoliberal, se propone reorientar la política también en este plano. Una disposición que no es nueva: el propio Michel Temer, el vicepresidente que rompió la alianza de gobierno para pasarse a las filas opositoras y ser nombrado presidente interino tras la suspensión de Rousseff, fue denunciado como informante de la Embajada de Estados Unidos por Wikileaks. De acuerdo a esta fuente, en 2006, mientras era diputado federal, Temer elaboró un informe de la situación política del país para el Comando Sur del Pentágono, división de las Fuerzas Armadas estadounidenses que controla lo que sucede en América Latina y el Caribe.

Los primeros pasos de Temer no parecen ir en la dirección de un gobierno de amplio consenso social. Las encuestas indican que sólo el 2% de la población lo votaría como presidente. La mayoría de los movimientos populares desconoce su legitimidad. En el momento de asumir, la Policía Militar reprimió una manifestación contra el golpe en Brasilia. Sus primeras medidas fueron de ajuste del gasto público: entre ellas, la disolución de los ministerios de Cultura, de Derechos Humanos, de Igualdad Racial y de Mujeres; la paralización de un programa de viviendas sociales; y el anuncio de una reforma previsional regresiva y de miles de despidos en el Estado, en lo que parece ser sólo el comienzo de un recorte que impactará en el humor social, de por sí bastante crispado. Además, habrá que ver qué pasa con la joya de la Corona: Petrobras, la petrolera estatal que hace pocos años se revalorizó al descubrir un importante yacimiento en aguas atlánticas.

El nuevo gabinete, a su vez, expresa muy gráficamente el cambio entre Dilma y Temer: no hay allí ninguna mujer y ningún negro. En cambio, sí hay varios políticos vinculados a casos de corrupción. Según un informe del diario O Estado de Sao Paulo, más de la mitad de los ministros -al menos 12, de 23- están procesados por actos ilegales, lo cual da la pauta del cinismo con el que se manipula el argumento de la búsqueda de transparencia. Mientras a Dilma no pudieron encontrarle causas de corrupción y tuvieron que conformarse con imputarla por “crimen de responsabilidad” por las “pedaladas” fiscales, en el propio gabinete que la reemplazó abundan los prontuarios por robo del dinero público.

Luego de tres mandatos y medio de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), la casta política tradicional expresada en los derechistas Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) vuelve “con entusiasmo”, como remarcó varias veces Michel Temer en el acto de asunción. ¿Podrá mantenerse este gobierno en un contexto de crisis económica y política? ¿Será suficiente con el apoyo de los grandes medios privados de comunicación para hacer tolerable su ilegitimidad?

“Dilma, con programa popular”

Alexander Coicenção es integrante de la Coordinación Nacional del Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra (MST), una organización de cientos de miles de integrantes que impulsa, junto a otros movimientos, el Frente Brasil Popular. Esta articulación ha sido uno de los espacios más activos en la denuncia al golpe y la defensa del mandato constitucional de Dilma Rousseff, a pesar de sus críticas a la política económica encarada por la presidenta, en particular respecto a su segundo mandato, iniciado el 1° de enero de 2015.

“Lo que pasó en Brasil es un golpe parlamentario, organizado por la derecha nacional e internacional en busca de resolver los problemas de la crisis del centro del capital, para apoderarse de los recursos naturales de Brasil, para limitar los derechos de los trabajadores”, resume Alexander a La Pulseada desde Brasilia. “Lo que pasó fue lo previsto: que difícilmente la presidenta Dilma saldría victoriosa de este proceso, porque las oligarquías, el capital internacional y la clase política de la derecha se unificaron para hacer el golpe en Brasil. Por lo tanto, se admitió el impeachment, que todavía no está firme, porque hay un proceso de 180 días de defensa de la presidenta. Por eso seguimos luchando contra el golpe”.

“Desde el MST proponemos resistir, diciendo ‘No al Golpe’ y ‘Fuera Temer’. Haremos la lucha con la presidenta legítima, para que en la calle podamos derrotar el golpe y reconstituir en Brasil nuestra democracia”, sostiene. De todas maneras, el MST insiste con la imposibilidad de aplicar un programa de conciliación de clases, en este marco de crisis económica mundial. “Queremos que la presidenta Dilma vuelva a su puesto pero con una política volcada a los intereses de la clase trabajadora, no al ajuste fiscal y a la política económica neoliberal que se apoderó de su gobierno. Que vuelva con una pauta de desarrollo económico y social que garantice que los pobres, los trabajadores, los estudiantes y todos los sectores populares tengan más derechos adquiridos y no retroceder como pretende este gobierno golpista y entreguista del presidente Temer”.

“Convertir la derrota en un avance popular”

Paola Estrada es militante de Consulta Popular e integra la secretaría operativa de la Articulación Continental de Movimientos hacia el ALBA. Desde su casa en San Pablo, relata a La Pulseada cómo vivió la jornada del 11 y 12 de mayo, en momentos en que el Senado decidía la suspensión de la presidenta: “Aunque ya esperábamos el resultado, fue un día muy triste: saber que está ocurriendo un golpe, conocer quiénes son estos diputados y estos senadores, cómo está todo tramado para derrotar a la democracia, para derrotar al voto popular y a la mayoría. Fue un día muy triste”.

“Yo llegué a Brasilia el miércoles en la noche y estaba muy raro en la ciudad, parecía que estábamos velando un cuerpo. Al final la votación fue a las 6 de la mañana y claro que quedamos tristes, porque es una derrota”, agrega Paola, quien rápidamente cambia su tono para afirmar: “Pero también estamos seguros de que hoy hay más gente por la lucha, por la democracia. La lucha contra el golpe va a seguir. Este gobierno ilegítimo de este golpista traidor no se va a sostener, porque vamos a seguir en lucha, vamos a mantenernos en la calle y vamos a imponer derrotas a ese gobierno”.

Las protestas que se desarrollaron en la previa al impeachment no han aflojado en los primeros días del gobierno de Temer, en los que se registraron cortes de rutas, marchas, actos, festivales culturales y hasta un cacerolazo, el domingo 16 de mayo, cuando el presidente interino estaba hablando en una entrevista con la Red Globo, principal cadena de medios del país.

“Lo interesante que está pasando en Brasil es que además de los movimientos del campo popular, hay un movimiento de gente desorganizada que cada día se suma más a esa lucha, hay un movimiento creciente de la lucha contra el golpe. Desde el día que Dilma salió del palacio de Planalto (la casa de Gobierno) todos los días ha habido movilizaciones. Movilizaciones de gente diciendo que no reconoce a este gobierno, que es ilegítimo, que no reconoce a las políticas que comenzaron a implementarse en menos de una semana. Hay una cuestión concreta de este creciente movimiento que nos alegra mucho: muchas veces, aunque no hay un llamado de la izquierda, hay gente haciendo convocatorias y generando luchas. Esto es muy positivo en esta coyuntura de derrota”, agrega la dirigente.

Entre estos sectores, Paola destaca el movimiento ligado a la cultura y el arte, que incluso llevó la protesta al Festival de Cine de Cannes, como modo de evidenciar que se trató de un golpe y no de un proceso institucional normal, como sostienen algunos gobiernos -entre ellos el argentino, primero en reconocer a Temer- y la mayoría de los medios privados de comunicación del mundo, que intentan naturalizar este proceso.

Sobre la perspectiva para el resto del año, que estará marcado por el interinato de Temer, la joven militante analiza que “ellos intentarán acelerar el juzgamiento en el Senado, pero serán como días de mucha lucha, en los que estamos tomando las calles y dialogando con la gente desorganizada. Ya está pasando que hay gente que apoyó el impeachment y está cambiando de idea, porque están viendo lo que está haciendo este gobierno en sus primeros días”.

Un balance necesario

Ante esta situación, la pregunta ineludible es por las debilidades, errores y omisiones que hicieron posible el desarrollo de un anunciado y larguísimo proceso de golpe parlamentario, que aún sigue su curso.

Paola Estrada afirma que “es necesario hacer un balance de lo que fue el PT en el gobierno en estos años, y de la izquierda brasilera como un todo. Aunque unos y otros no quieran enfrentar este debate, que crean que no es el momento apropiado, será inevitable, porque esto ya está pasando en todos los lugares”. Esta mirada crítica no se reduce a su segundo mandato, si bien el nombramiento de cuadros políticos neoliberales en puestos clave fue un balde de agua fría para gran parte de los apoyos de Dilma en las elecciones.

Paola enumera tres cuestiones principales: “Los movimientos ya teníamos muchas críticas al gobierno de Dilma. Había realmente una insatisfacción con las políticas que el gobierno estaba asumiendo ante la crisis económica mundial. Para nosotros desde los movimientos populares, la centralidad única y casi exclusiva en la lucha institucional fue uno de los errores cometidos por el PT en esos períodos. Hubo una gran parte de esos años, de desconocimiento del movimiento popular, incluso una desmovilización del movimiento popular”.

También, es muy importante recordar que desde incluso mucho antes de ganar el gobierno en 2002, el PT ha abandonado la formación política ideológica en toda su estructura y ha abandonado todo el debate referente a un proceso revolucionario, de tomar el poder del Estado y no solamente el gobierno. Las tres cosas están imbricadas: la centralidad en la institucionalidad, dejar la formación política y asumir una política económica como la que ha asumido en los últimos dos o tres años. Esos son algunos de los puntos. Entonces se va a abrir un período de debate muy interesante entre las organizaciones populares y de izquierda en Brasil. Van a ser balances muy profundos los que tenemos que hacer. Hoy tenemos esa herramienta que es el Frente Brasil Popular y queremos fortalecerlo con este debate necesario”, completa la dirigente.

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