El guitarrista que cautivó a Leonardo Favio

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Foto: Luis Ferraris

Más conocido en Cuyo que en La Plata, Pilín Massei aprendió a tocar la guitarra mirando a su padre en Villa Elvira, barrio que nunca abandonó. Luego le dedicó el tema “El Cusa”, que llegó a oídos de Favio y se convirtió en la banda sonora de “Aniceto”, su último film. Misterios de un hombre sencillo que prefiere ir a pescar antes que salir de gira.

Por Juan Manuel Mannarino

Una tarde cualquiera, hace más de diez años, sonó el teléfono en la casa de Pilín Massei. El guitarrista, que por ese tiempo tenía un kiosco, atendía el negocio cuando escuchó el grito de un sobrino. Decía que lo buscaba un tal Leonardo Favio.

—¿Quién?

—Un hombre que se llama Leonardo Favio. Quiere hablar con vos.

Cuando agarró el tubo del teléfono le tembló la voz. Creyó que ese hombre, al que escuchó de pibe en los long plays de su madre, se habría equivocado. Luego pensó que sería la broma de un amigo. Pero no. El cineasta lo llamó por “El Cusa”, un tema de Pilín que conoció por un amigo en común. Poco tiempo después, lo convocaría para hacer la banda sonora de “Aniceto”, su última película. En cuestión de días, como si fuera una epifanía del destino, el guitarrista se sumó al set de filmación en un hangar de Quilmes.

A Pilín le gusta hablar de “las vueltas de la vida”. Dice que no fue la única vez que, por sus temas, llegó a personas y vivió experiencias que parecían lejanas, inalcanzables. Le pasó, entre otros, con los Indios Tacunau –a quienes escuchaba cuando era chico-, con Roberto Grela —su ídolo indiscutido— y con Cacho Castaña —de quien fue arreglador y guitarrista—. Sentado en su pequeño estudio de Villa Elvira, el barrio de La Plata donde vive desde que nació, rodeado de guitarras y fotos con Argentino Luna, Mariano Mores y con sus hijas, Pilín Massei, de 55 años, dice que no sabe, que no entiende cómo se hizo músico.

—¿Cómo que no entiende?

—No me explico cómo conocí tanta gente con mi música. Es como si mi viejo pusiera sus dedos en los míos cuando tocaba. Compuse “El Cusa” en cuestión de horas. Por ejemplo, Mariano Mores me dijo que era imposible grabar “Tanguera” en guitarra. Escuchó mi versión y no lo podía creer. El acordeonista brasileño Luiz Carlos Borges me pidió grabar el vals “Nélida Esther”, que andá a saber dónde lo descubrió. Lo mismo pasó con Antonio Tarragó Ros, que se enteró de mi versión de “Argentina secreta” y me invitó a tocar a su programa televisivo en San Luis. Antonio para mí era intocable. Y los Indios Tacunau también, sólo los veía en televisión: esperaba que la cámara enfocara sus manos para sacar los acordes. Y de pronto grabé cuatro discos con el grupo con todos arreglos míos. Hace poco, Rudi Flores me pidió grabar “Vals para Yolanda” y me dijo que lo hacía llorar porque su mamá se llamaba así. Qué casualidad, ¿no?

La trayectoria musical, en el relato de su propia historia, es una suma de azares, enigmas, desplazamientos. La vida cotidiana, sin embargo, es otra cosa. Apenas abre la puerta de su casa, Pilín se muestra como un hombre calmo, de la periferia, que peina canas y está contento de vivir con sus hijas, que disfruta del silencio de su estudio y que no se complica si hay algo que no logra descifrar. Así se define: como alguien que prefiere ir a pescar y no sufrir el vértigo de las giras. Que elige ver partidos de fútbol en la tele antes de salir a escuchar a un músico. Parece sencillo, terrenal, pero el misterio no desaparece.

—A mí me dicen Pilín y nunca supe por qué. A mi viejo le decían El Cusa y tampoco supimos quién le puso el apodo y qué significa. Es muy raro todo.

—Pero vos venís de una familia de guitarristas, primero tu abuelo, después tu viejo. Hay una explicación, una herencia cultural…

—Sí, claro, a mi viejo le debo la educación que recibí. Lo observaba tocar y aprendí solito, no hizo falta que me enseñara. Él me decía que cada vez tocaba peor, porque digitaba muy ligero. Cuando uno es chico, se apresura. No se puede demostrar en diez minutos lo que te llevó ocho años. Me mandaron a estudiar música, pero no hubo caso. Me aburría, mi espíritu es ser autodidacta, pero no recomiendo que se siga ese camino. Leer música abre la cabeza y a mí, cuando me acercan una partitura, me da vergüenza. A medida que uno crece, la música va pasando por otro contexto. Hoy por hoy puedo componer un tema sin pensar en el reconocimiento. Me interesa ser feliz con lo que hago. La fama está en un segundo plano.

Cuando fue a grabar “El Cusa” con la Orquesta Sinfónica del Colón para “Aniceto”, entró a los estudios ION y se cruzó con dos hombres de traje. Lo estaban esperando: eran los directores de la Sinfónica. De pronto, se acercaron y lo felicitaron por el “sonido” de “El Cusa”. Luego, abrieron unos maletines y le dieron una pila de partituras. Pilín se asustó y miró hacia el piso. “No sé nada de esto”, les dijo. “Quedate tranquilo, de esto no sabrás nada, pero lo que hiciste, nosotros jamás lo podríamos hacer”, contestó uno de los directores. Cuando escuchó el arreglo de las cuerdas sobre su guitarra, pensó que no habría instante más glorioso en su carrera.

—¿A vos por dónde te pasa la música?

—Pasa por la persona que uno es. A veces escuchás a un músico y sentís cómo toca y entonces te podés hacer una idea de cómo es en la vida. Paco de Lucía era un hombre sencillo y transmitía como el mejor. Eso es la música. El buen músico tiene que tener sentimiento, cultura y noche. Tierra.

—¿A qué te referís con eso?

—A que hoy hay más facilidades para aprender la música por la tecnología y por la cantidad de escuelas, pero tal vez no alcance. La música no es tocar bien. No es un deporte. Pasa por transmitir, por emocionar, emocionarse uno y a las personas que te están escuchando. La música es un estado de ánimo. En el mundo no hay dos personas iguales. A veces compuse cosas en el estudio y al otro día las borré. Las composiciones se convierten en lo que uno vive. A mí no me sale hacer temas por encargo. Si hay historias que me conmueven, agarro la guitarra. Si no, no.

Escenarios

Es viernes y a la noche tocará en La Salamanca después de dos años. Ahora está esperando a Nico Favio, uno de los hijos de Leonardo, de quien se hizo amigo y con quien tocará junto al guitarrista Fernando Vázquez. Rubén Edgardo “Pilín” Massei ceba mate dulce y dice que podría haber sido futbolista, que jugaba de diez en la Liga Amateur Platense pero que la pelota perdió la pulseada ante la pasión por las cuerdas. Entonces cuenta la historia de Don Jiménez, un hombre que era casero de un campo y que cayó en una profunda depresión cuando los hijos de sus patrones le avisaron que lo dejaban sin trabajo. Pilín dice que se imaginó el dolor del desarraigo más brutal: el que se sufre por estar lejos de la tierra. Le compuso la milonga “Pa’Don Jiménez”, el primer tema de su último disco, “Tesorito” (2012). El nombre del disco fue en homenaje a una amiga que falleció de una enfermedad, a quien le dedicó una balada bellísima. Cuando la recuerda, los ojos se le ponen vidriosos. Desde aquella vez, dejó de componer.

—¿Cuándo empezaste a hacer tus propios temas?

—A los 24 años. Estaba harto de tocar “Pájaro Campana” en los boliches y me propuse componer algo parecido. A la gente le gustó. Se llamó “Notas en el aire”. Luego hice un gato dedicado a los Indios Tacunau, que lo sumaron a un disco suyo. Fue uno de mis primeros orgullos, no lo podía creer.

A los 16, Pilín pisó por primera una vez un escenario. Fue segunda guitarra de su padre en una peña folclórica. Luego tocaron en casas de familia y bares de la ciudad. En esa época, ser guitarrista estaba asociado a la vida bohemia. A la borrachera.

—Te miraban como si fueras sapo de otro pozo. Hoy es normal ver a un pibe con un guitarra en la calle. Pero antes no era así. Igual, soy un bicho raro. No tomo alcohol, ni fumo, ni nada. ¡Y eso que me regalan cajas de vino cada vez que toco!

—Luego de tocar con tu papá, ¿qué pasó?

—Con el tiempo formé un dúo de guitarras que se llamó “Tango 2” con Hugo Magnelli, y después otro con Jorge Rey, “Las guitarras sonoras”. Con él compusimos la cueca “Catador enólogo”. Ese tema es muy famoso en Cuyo. Lo canta todo el mundo. Y en el medio acompañé a un montón de cantores de tango en los cabarets. Lo hice por cinco o seis años, estaba pasado de vuelta, dormía mal. Hasta que una noche corté y me hizo muy bien. Ese fue un punto bisagra, porque a partir de ahí me la jugué con mis composiciones, confié en que mi música pudiera llegar a todo el país.

—Tenés un arraigo fuerte en Cuyo. En tu repertorio hay cuecas, tonadas….

—Sí, ¡tanto que mucha gente pensó que había nacido ahí! Me gusta la música cuyana, es tan sencillo como eso. En San Luis me contrataron varias veces y tengo mucho reconocimiento. Dicen que soy un puntano más. Y en San Juan y en Mendoza conozco a miles de guitarristas. Ahora, incluso, estoy grabando un disco con toda música cuyana que será subvencionado por el gobierno de San Luis.

—Sin ir más lejos, también trabajaste con cuyanos como Jorge Marziali, Mónica Abraham…

—Claro, grabé varias veces con ellos. Y en mi estudio estuvo Jorge Viñas, con el que siempre hablamos de que la música cuyana es hermosa, pero que el músico cuyano tiene el problema de que no sale de su frontera, que es bastante cerrado. Eso quizás explique que la música cuyana no se conozca demasiado.

 

De repente, prende su computadora y suena el tema “A mi viejo San Juan”, de Favio, cantado por Nico, su hijo. “Se parecen, ¿no?”, dice y cuenta que están grabando un disco juntos de nombre “Lentejuelas”, en el que estará esa canción y otras pocos conocidas del Favio padre. “La gente ya no va a comprar discos a las disquerías”, comenta, “ahora se venden después de los conciertos” y hace un repaso de los suyos. El que más le gusta es “El Cusa” (2009), donde hay composiciones propias como el tango “A Don Ángel” y el exquisito vals “A Chiche Ligalupi”, un guitarrista platense que fue uno de sus referentes. En sus discos, desde “Otoño azul” (2004) y “Notas en el aire” (2006) hasta “Tesorito”, hay zambas como “Zamba azul”, choros brasileños como “Choro Nº1”, cuecas como “Entre Mercedes y San Luis” y tangos del estilo de “Quejas de bandoneón”.

—Cuando voy a cobrar por mis derechos de autor no puedo creer cómo pasaron temas en radios de Formosa, Corrientes, Entre Ríos. Me llegan mails de Chubut, de Catamarca, de gente de todo el país que se emociona escuchando y tocando mi música. Apenas los leo, se me pone la piel de gallina.

 

“Favio era mágico”

—Contame de tus encuentros con él. ¿Cómo fueron?

—Favio era mágico. El tipo me hacía entrevistas, quería saber de mi vida. Cuando le conté que me crié en un barrio de tierra, que iba a pescar a un arroyo y cazábamos pajaritos, él se sintió identificado. Le decía que éramos una familia de clase media baja, con mi hermano y mis hermanas mellizas, de los sacrificios que hicieron nuestros viejos para que nunca falte un plato de comida. Y el tipo se emocionaba. Me convenció de grabar “El Cusa” con la Sinfónica del Colón, te imaginás lo que fue para mí. Todavía conservo las diferentes versiones que no quedaron en la película. Es un tesoro.

—Hubo una conexión directa entre ustedes. Vos dijiste que se hicieron amigos al toque.

—“No necesito ningún tango conocido. Tu melodía es perfecta”, me dijo la primera vez que nos vimos, y me abrazó. Fue un genio como cineasta, un tipo que no hacía distinciones entre la gente común y la gente reconocida. Un día me llamó y me dijo que fuera a visitarlo. Cuando entré a su edificio, instaló en el ascensor un dispositivo de audio donde se escuchaba “El Cusa”. Increíble. Abrió la puerta y me dijo: “¿Viste qué lindo se escucha?”. En su oficina privada había cestos con bollitos de papeles. Era el guión de la película. Me confesó que tuvo que escuchar el tema para terminarla. Y le contesté que el personaje del Aniceto que representaba Piquín se parecía a mi viejo, que también era un mujeriego y atorrante. Nos morimos de risa.

—¿Qué tipo de música escuchás ahora?

—No reniego de ningún género. De grande empecé a escuchar rock, blues, jazz, a los Beatles. En mi casa se escuchaba a Camilo Sesto, Manolo Galván, al Trío Los Panchos, a Sandro, no sólo folclore o tango. Me gusta tocar lo nuestro. Toco algún tema internacional, como “Zorba, el griego” y música brasileña. Nunca me animé a grabar jazz, es una deuda pendiente. Los arreglos sinfónicos de los boleros de Luis Miguel me conmueven y la voz de él también. Escucho muchas orquestas, tanto de música clásica como contemporánea. Las bandas sonoras de las películas también me encantan. Una buena película con dos tonos musicales te hace llorar. De eso se trata la música. En los encuentros de “Guitarras del mundo” que organiza Juan Falú, por ejemplo, siempre conozco jóvenes talentos que me emocionan.

—¿Qué guitarristas te gustan?

—De pibe me fascinaban Los Indios Tabajaras y su disco “Casualmente clásico”. Después descubrí a Roberto Grela, Oscar Alemán, Luis Salinas, también Juanjo Domínguez. Ellos son muy criticados, pero son unos grandes.

—¿En qué sentido lo decís?

—Se dice que son solamente virtuosos, pero tienen mucho sentimiento. Nadie tocar mejor que nadie. A veces es difícil tocar más lento que ligero. En mi caso soy rápido con los dedos, pero eso no dice nada. Es como hablar: es más jodido articular las palabras que gritar. No cualquiera habla bien. A mí me pasa que ensayo todos los días y grabo lo que puedo tocar. Toco lo que siento y hasta donde doy.

—Con Roberto Grela tuviste una relación personal. ¿Cómo lo conociste?

Admiraba a Edmundo Rivero y lo iba a escuchar en el “Viejo Almacén” de San Telmo. Me iba caminando desde mi casa hasta la estación de trenes de La Plata porque no tenía plata y de ahí me colaba. Tenía 22 años. A Grela lo conocí en el “Viejo Almacén”. Lo observaba, lo estudiaba, le pedía estar cerca. Una noche, en su camarín, puso la guitarra en mis manos.

“Tocas muy bien, pero no vayas tan rápido”, le dijo, tal como le había dicho su padre. Le preguntó si estudiaba y Pilín le dijo que sí: de lo contrario, Grela lo hubiera ignorado. Hasta que sucedió lo inesperado: el maestro le pidió que fuera al programa “La Botica del Tango”, de Eduardo Bergara Leumann. Que estaba mal “del cuore”, como le gustaba decir, y no podía ir. Era un programa especial sobre Carlos Gardel. Pilín grabó varias veces. A su padre, un gardeliano de la vieja época, casi le agarra un infarto.

—Imaginate la emoción. Estaba reemplazando al padre de todos los guitarristas. Grela después me llamó y me felicitó. El maestro tocaba jazz antes de hacer tango, tenía miles de recursos. Luego lo dejé de escuchar, porque se me metía mucho adentro. Es tan fuerte la personalidad de un músico que si no lo dejás, se te pega.

 

La fama es puro cuento

Hace unos años conoció al Chaqueño Palavecino en una radio porteña. En los pasillos, le tendió la mano para felicitarlo por su éxito. “Estoy pasando el peor momento de mi vida”, contestó el Chaqueño, y confesó que se la pasaba trabajando, que carecía de tiempo libre y no podía disfrutar de la música. “Ser famoso no es fácil”, comenta Pilín, que también fue testigo de cómo Cacho Castaña sufría los embates de la popularidad. En los camarines del Gran Rex, a Cacho le temblaban las manos. “Estaba tan cagado como yo. Todos somos iguales a la hora de salir al escenario. Pero me dijo que de tan popular que era, tenía miedo de que la gente se defraudara con él. Le dije que había que despejar la cabeza, y me pidió que le tocara El Cusa”, ríe Pilín.

 

Un programa inédito

En 2009, antes de fallecer, el locutor Miguel Ángel Gutiérrez grabó un programa especial sobre Pilín Massei para Radio Nacional Folclórica, pero el material quedó inédito. La mujer del maestro de ceremonias del Festival de Cosquín lo llamó y le acercó el audio, que en la presentación dice lo siguiente:

“¡Ahora sí, Cusa! El muchacho tiene lágrima propia. Para eso sirvió tu vuelo irreversible y aquel espacio humano y sonoro que dejaste vacío con tu muerte.
¿Te acordás?… Pilín nació cuando tú recorrías el itinerario inapelable de la música por la rigurosa geografía bohemia de La Plata, intentando desentrañar el legado que crecía junto al mito desde las cenizas de Medellín. Porque Gardel volvía redivivo en ti y en tu guitarra por derroteros que te llevaban noche a noche a La Querencia o El Cabildo, aquellas catedrales laicas que le hacían un cerco de tangos y milongas a la vieja estación de la ciudad. Por entonces, el chiquilín aquel encontró su cuna más cálida en el estuche vacío de tu guitarra cuando la invitabas a ser la anfitriona de esa legión de amigos que amparaban todas sus soledades bajo la acogedora techumbre de tu casa. Y fue en esos encuentros en que el niño, al verte, aprendió que en el brocal de esa guitarra habitaban todas las resonancias y también todos los misterios. Y, que en un mutuo cautiverio, ella se entregaba a ti rendida ante la firmeza de tu abrazo.

Él también entonces se enamoró de tu amor por la guitarra. Y allí comenzaste, sin saberlo, a ejercer el alto magisterio del arte popular imponiéndole a tu hijo los códigos esenciales para llegar al alma de los hombres. Por eso hoy, viejo Cusa, en la guitarra de ese retoño hay una trama tejida por sus manos virtuosas, pero hay también silencios por donde respira el instrumento sus verdaderas emociones… como tú querías. Cusa… siendo tu herencia irrenunciable, Pilín quiere pagarte la última asignatura que le diste… la de la lágrima. Y quiere hacerlo en 2 x 4, con una melodía que conmovió a un ‘duro’ como Leonardo Favio, el que la incorporó emocionado a su última película. Es una cadencia inspirada en tu ausencia y se parece a los atardeceres de otoño en el Paseo del Bosque, hermosos… pero muy tristes. Bueno, Cusa… ¡Vamos ya, que Pilín y su guitarra nos esperan!”.

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1 commentsOn El guitarrista que cautivó a Leonardo Favio

  • Una gran persona el Pilín Masei, muy apreciado por su humildad y sencillez, le enviamos un cordial saludo y nestra admiración, desde Malargüe Mendoza, y seguiremos cantando su hermosa cueca «Catador enólogo». Atte. Néstor Vázquez y César Arroyo «Malargüe Dúo», (dúo folclórico ahijado artístico de Los Indios Tacunau, desde 1996), y habiendo registrado una nueva juntada con Nelson, Cacho y Pilín, en el festival del Chivo en Febrero de 2018.-

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