“El gato de la calesita”, que popularizó Hernán Figueroa Reyes, recrea el mundo infantil en las plazas y la ilusión por sacar la sortija y dar una vuelta más. La Pulseada buscó historias, conoció a quienes hacen funcionar esta diversión que une generaciones y le dio un giro a la letra de la canción para comenzar esta recorrida.
Por Daniel Rojas Delgado
Los sábados y domingos por la tarde, Andrea y Fernando se mudan a la plaza Sarmiento, de 19 y 66, su nuevo lugar de trabajo. Entre piedras blancas, detrás de un ombú robusto, está la calesita que compraron en enero e implicó sacrificar la costumbre de ir a pescar los fines de semana. Andrea Heguilor (41) y Fernando Colbasiuk (46) toman mate en las reposeras, a metros de la plataforma giratoria en la que suena Piñón Fijo. Toda la familia recibe a La Pulseada: Belén (19) atiende la boletería, Martín (16) descansa junto a sus padres y Nahuel (12) juega a la pelota con un amiguito. Después de varios días de lluvia pudieron volver a la plaza.
Fernando es de La Plata y Andrea nació en Bavio. Comparten un departamento y en los últimos meses el verde les cambió la vida. También la de los vecinos, que aseguran que la calesita “levantó mucho la plaza”.
Fanático de Queen, Fernando aprovecha los intervalos en que la calesita está desocupada para poner los temas que le gustan, porque “es un trabajo pero también una distracción”. Cuando se acerca un chico se apura a poner algo infantil, aunque una vez un papá le pidió que dejara la banda británica que tanto les gustaba a él y a su hija. Fernando también chofer de la línea 275, dice que “esto es como el baile”, donde la música es el anzuelo. “Tenés que ver la gente que hay” para elegir el repertorio. Si a los chicos los traen los abuelos les pone Gaby, Fofó y Miliqui, porque se saben los temas, “enloquecen y empiezan a cantar”, cuenta Andrea. “Estudiar la clientela”, sintetiza Fernando.
El hermano de Fernando compró en 2011 la calesita que les vendió a principios de este año. Andrea recuerda que su cuñado quería comprar algunas piezas nuevas, porque restaurarlas salía más caro, pero los vecinos le pidieron que las conservara: les traían recuerdos de la infancia. El motor sufrió refacciones y sigue funcionando —calculan que debe tener unos 50 años—, pusieron un kiosquito en la boletería ($4 la ficha o tres vueltas por $10), pintaron los bancos y les agregaron unas tiras de luces LED y unos láser de colores bellísimos. La modernizaron y está más linda, aunque no tiene la ansiada sortija ni es todo música y color: “Cuando empieza a oscurecer no sabés lo que es esto”, dice Fernando; cuenta que ya le robaron tres veces y ahora, cuando se van, se llevan el equipo de sonido, las luces y hasta la planta que cuelga junto a la boletería. Y tapan la calesita con un toldo.
Los caballitos del lago
A unas cuadras de la plaza Sarmiento, frente al Hospital de Niños, en 14 entre 64 y 66, un micrito que dice “Río de la Plata” circula por los caminos interiores del parque Saavedra con tres pasajeros que no superan el metro de altura. Es domingo de primavera y está cayendo el sol. Más allá, al ritmo de Panam, titilan las luces de una calesita atendida por una mujer de ojos claros y cabello corto. Aunque siendo estrictos no se trata de una calesita sino de un carrusel. “En la calesita los caballos de madera permanecen quietos, mientras que en los carruseles suben y bajan. Esta es la principal diferencia aunque se nombren indistintamente”, aclara el sitio web “Arcón de Buenos Aires”.
Silvia Steiner (59) es de Berisso y con su marido siempre estuvo vinculada a este tipo de juegos: Luján, República de los Niños, Walmart de La Plata ni bien se inauguró y ahora, desde hace 14 años, el parque Saavedra.
Como el flujo de “pasajeros” es incesante, la charla con La Pulseada tiene interrupciones: cobra los $7 que sale la vuelta, se fija que estén todos bien acomodados, les retira la ficha a los nenes cuando están arriba, enciende el motor que lleva a la fantasía y vuelve a la entrevista.
“¡Mi caballo va más rápido que el tuyo!”, dice una nena de rulos que se ubicó a la izquierda de su amiga. Suben y bajan a la misma velocidad mientras simulan cabalgar sobre la plataforma que gira en el sentido contrario a las agujas del reloj. Ambas sujetan las riendas del animal pero la de la derecha estira con más fuerza la correa e imagina estar ganando.
Silvia cuenta que algunos de los que eran chicos cuando ella empezó hoy le llevan a sus hijos o pasan simplemente a saludarla. Es que en esa parcela alambrada y tapizada de conchillas pasa mucho más que un juego de niños: cambian el ambiente y el humor.
“Tenés que ver la carita cuando te dan la ficha. ¡Está para filmarlos!”, asegura, orgullosa. Todos los días, la primera vuelta es especial: está reservadísima para Bonita, la perra que la acompaña y es tan o más feliz que los chicos. Su dueña, además, tiene ocho caballos, un canguro, un elefante, dos pequeñas calesitas giratorias y un sillón con leones en los apoyabrazos.
Una calesita viajera
Néstor San Martín (79) está en el negocio desde 1986. Hoy atiende sólo la calesita que tiene en la plaza Martín Iraola, de Tolosa (2 y 530), a metros de las ruidosas vías del tren y de su casa. Ahí trabaja hace 10 años, pero con su esposa, casados hace 50, “supimos tener dos”: una en la plaza Azcuénaga (44 y 19) y la otra en la plaza Presidente Perón (25 y 60), llamada Brandsen hasta 2011.
Hasta no hace mucho, en “La Pituquita” —el nombre de esta calesita— Néstor tenía la ficha a $0,50 centavos y regalaba golosinas. Después tuvo que recortar los dulces y subir el precio, a $2,50. La sortija sigue sin estar presente.
—¿Pagás algo por estar acá?
—¡La puta si pago!
Recuerda que cuando el intendente era el radical Juan Carlos Albertí “no pagábamos impuestos” y que desde la gestión de Julio Alak debe abonar la luz y un canon municipal, otro impuesto por brindar un espectáculo público, el seguro y su monotributo. Fernando, el de plaza Sarmiento, cuenta que los impuestos y los servicios rondan los mil pesos por mes; Silvia paga un poco más.
A Néstor también le han robado varias veces en Tolosa: “Estás expuesto, con los nervios de punta acá”. Cuando estaba en otra plaza más céntrica y había recitales masivos se quedaba a hacer “guardia” hasta tarde y siempre ganaba algún pesito más, pero más que nada era para cuidar a La Pituquita.
Parado en la boletería frente a las imágenes de Winnie Pooh y Patricio Estrella —el mejor amigo de Bob Esponja—, cuenta que una madrugada de 2005 le rompieron la calesita. Un vecino les avisó, cuando llegaron estaba destrozada y tuvieron que ir a buscar a varias cuadras algunas de las piezas. Las restauraron como pudieron y son las que aún utilizan. Además de los tres caballos, La Pituquita cuenta con un auto, dos cisnes y dos avionetas. “Esta calesita debe tener 100 años”, dice orgulloso quien la adquirió hace 28. Uno de sus nietos lo ayuda a darle las primeras vueltas antes de que empiece a funcionar el motor.
La sortija está en plaza Belgrano
A las corridas, Patricia Franchi (38) cuida a sus dos hijas mientras atiende la calesita de plaza Belgrano (13 entre 39 y 40), la única de esta recorrida que está sobre baldosas, “enterrada” en una de las lomadas que tiene el predio, bajo paraísos y fresnos. Al rato llega su esposo y la ayuda con las nenas. Es en esta calesita donde finalmente La Pulseada encuentra la sortija tan buscada.
“La sortija es lo que más les gusta —asegura Patricia cuando suena un tema de Xuxa. Ella abre su calesita casi todas las tardes, y los días en que no va los chicos se lo reprochan—. Es un trabajo lindo de cuatro horas; conocés gente y siempre te saludan”. Cómplice, el elefante azul —¿Dumbo, quizás?— junto a las focas y los caballos que llevan sobre sí a los chicos, parecen darle la razón.
Compraron la calesita en 2011 y a paso lento pero seguro comenzaron a repararla: le cambiaron parte de la plataforma de madera, terminaron de cercar el lugar y pintaron el biombo que está en el centro. La primera ficha sale $6 pero a partir de la tercera hay promociones (tres por $15 y cinco por $26).
Las vueltas del futuro
Algunas personas piensan que las nuevas generaciones, como nacieron en un mundo digital, ya no tienen interés en juegos como la calesita. ¿Será tan así? Néstor, el calesitero de Tolosa, dice que nota un cambio en las edades. “Antes se subían hasta los 12 o 13 años. Ahora son más gurrumines”. Incluso a veces pasa que “los padres los traen para ver si les sigue gustando”.
Durante la entrevista, por ejemplo, habían llegado tres pibes, dos de entre 3 y 5 años y una más cercana a los 10, que fingió desinterés pero terminó montando uno de los caballos junto a sus hermanos. Otras veces, como cuentan Andrea y Fernando, “ves el entusiasmo de los padres y los chicos no quieren saber nada”.
La calesita es eso: compartir un rato con los hijos, con los abuelos, una bocanada de aire fresco bajo el sol. Quizás el futuro de las calesitas no dependa tanto de los padres ni de los propios chicos, sino de los niños que los adultos llevan adentro y que no tienen miedo de sacar a pasear.
El mapa calesitero platense
En La Plata llegó a haber más de 20 calesitas, tanto en el centro como en la periferia. Algunas, por ejemplo, estaban en las plazas Alsina (1 y 38) o España (7 y 66), en 131 y 60, cerca del club Los Quinteros (66 y 143), e incluso en el Zoológico, donde llegaron a funcionar tres. Actualmente hay por lo menos 11: aparte de las mencionadas en la nota, hay en los parques Alberti (25 y 38), San Martín (25 y 51) y Castelli (25 y 66), y en las plazas Olazábal (7 y 38), Paso (13 y 44) y Belgrano, de City Bell (Cantilo y 3). Además, la República de los Niños, el Pac-Man de calle 8 y el restorán La Trattoria de Gonnet cuentan con este juego.
Entre las iniciativas vecinales vinculadas al tema que pueden destacarse están las del parque San Martín, donde este año un par de vecinos se ofrecieron para restaurar la calesita, que necesitaba un toque de color, y la de la plaza Yrigoyen, donde un espacio vecinal a cargo de Julia Guerín promueve la cultura calesitera. En esa plaza está “Tino” Echarren, un setentón amable de perfil tan bajo que no quiso ser entrevistado, que lleva más de cuatro décadas en el rubro y es un vecino muy querido. “Encontramos muchas personas que de chicos fueron a la calesita de plaza Yrigoyen y después de años volvieron con sus niños. Tino tiene una historia interesante porque es un hombre de trabajo que recorrió mucho la calle”, cuenta Julia. En la página de Facebook “Yo también di una vuelta en la Calesita de Plaza Yrigoyen” recopilan anécdotas con la idea de editar un libro para que las historias no se pierdan y sigan dando vueltas.