La historia de este refugio del folclore que cerró hace 30 años es fascinante. Albergó a los más importantes exponentes de la música popular. En 1978, la dictadura arrestaba allí a Mercedes Sosa y a todo su público. Había talleres, teatro y muestras pictóricas. Expusieron Berni y Quinquela Martín. Y a Edmundo Rivero le gustaba más que su histórico reducto de San Telmo.
Por Carlos Sahade y Martín Luna
Subnota > El día que se detuvo a “la cancionista”
En el triángulo que forman las calles 3 y 40, con el vértice apoyado en la diagonal 74, hay una casona de estilo colonial que era un Almacén de Ramos Generales desde antes del nacimiento de La Plata. En la ochava, Carlitos Gardel desteñido y un letrero en madera: El Viejo Almacén San José. Al lado de la puerta de entrada del actual boliche de música tropical, una insípida placa colocada el 27 de noviembre de 2009 y firmada por el entonces intendente Pablo Bruera: “En homenaje a la artista Mercedes Sosa, por su eterno legado a la cultura popular”. Nada que permita imaginar que se trata de un lugar histórico de la cultura de nuestra ciudad.
Muchos aún se emocionan cuando recuerdan haber visto allí por primera vez al flaco Viglietti, al negro Heredia cuando era “pendejo”, a la cubana Elena Huerta, Chabuca Granda, Buenos Aires 8, a Los Trovadores cuando le rindieron homenaje a Salvador Allende a pocos días del golpe genocida de Pinochet… Y a Mercedes Sosa que fue detenida allí el 21 de octubre de 1978 junto con todo el público.
Es común que quienes pasaron el medio siglo de vida hablen de “el Almacén del Pájaro y Cristina”, los administradores de un espacio que marcó la vida cultural y política de La Plata, fundamentalmente en la década del ’70, y que trasciende al atropello y el arresto de la Negra.
Apasionada, detallista, memoriosa, pragmática, comunicativa, Cristina Dorato recibe a La Pulseada para hablar de un boliche emblemático del que se hizo cargo en abril de 1973 pero que se había fundado 1970.
Quienes comenzaron con la actividad fueron estudiantes de Veterinaria nucleados en la COMIPREV, comisión encargada de recaudar fondos para los viajes de fin de curso que en esa época tenían a Europa como destino. Cada promoción le pasaba la posta a la siguiente. Era una tradición. Durante varios años se hicieron fiestas en Carrusel, un local ubicado en la avenida 60, cerca de la calle 10, que era alquilado en cada ocasión.
El viejo almacén de 3 y 40 fue comprado por los dueños del entonces Restaurante La Plata pero estaba derruido. Pese a su estado calamitoso, los alumnos de Veterinaria lo alquilaron con la intención de aumentar sus ingresos desde una sede propia.
Las refacciones fueron producto de una tarea colectiva dirigida e ideada por el arquitecto Sarno. Abrieron arcadas, consiguieron puertas de los viejos tranvías para cerrar las galerías y armaron una especie de anfiteatro de ladrillos a la vista y en el centro un fogón cavado en el piso con una campana construida con la chimenea de un barco que se había hundido en el Río de la Plata, cerca del Club Náutico.
“Todas las noches había fuego con quebracho y en invierno, para no sentarse sobre ladrillos fríos, cueritos de ovejas traídos por estudiantes del interior”, recuerda Cristina. También menciona como característica distintiva el cedro, la Santa Rita y los jazmines del patio. El Almacén San José comenzó a funcionar con esa fisonomía en 1970.
Mientras tanto, Cristina y su marido, El Pájaro, empezaban a hacerse conocidos desde otro lugar de la ciudad.
Le decían “El Pájaro” a Víctor Carlos González Becerra, peruano y estudiante de Medicina, pero “un peruano muy particular porque jugaba al rugby en Los Tilos, era amigo de todos y le gustaba cantar así que animaba todas las fiestas”. Un día llegó a su casa “amargado y asustado”. El laboratorio de productos medicinales para el que se desempeñaba como visitador médico había despedido a los que tenían menos de 15 años de antigüedad. Él estaba en la lista. Un amigo, “el gato Castilla”, le ofreció hacerse cargo de un “localcito que había armado en calle 9 casi esquina 49 –haciendo cruz con el lugar en donde años después estuvo La Salamanca–”.
Según Cristina, era tan chico que “no teníamos cómo ponerle cortinas” por lo que acudieron a alumnos de Bellas Artes que hicieron “figuras psicodélicas como las de un disco de los Beatles”. Se llamó “El Submarino Amarillo”, aunque fundamentalmente había folclore y tango. “Hacíamos guitarreadas tan grandes que llegamos a ocupar la calle 9… A los choferes del micro 8 que venía por 49 le ofrecíamos un vaso de vino… Yo cocinaba locro así que se comía locro en la calle…”.
–Locro, vino y Beatles.
–Nosotros nada que ver con los Beatles pero era la época… En “El Submarino Amarillo” había de todo. Una noche te podías encontrar con los viejos Andariegos, con cualquiera. Y como éramos amigos de la gente del Almacén, los artistas que iban a cantar allá, terminaban y se venían para El Submarino. Nuestro fuerte eran las guitarreadas.
Del Submarino al Almacén
A fines de 1972 se disuelve la COMIPREV y les ofrecen a Cristina y al Pájaro hacerse cargo del Almacén. Por la gestión de algunos amigos y un crédito del Banco Crédito Provincial, compran la llave que, asegura Cristina, “costaba una fortuna”. Se hizo una cooperativa, INTERFAC (interfacultades) porque comenzaron a participar gente de Medicina, Veterinaria, Ingeniería y otras dependencias de la Universidad.
La nueva etapa se inaugura el 18 de abril de 1973 con lleno total. La publicidad viajaba en los autos de todos los amigos. En papel afiche y con fibra: “Abrimos el Almacén. El Pájaro y Cristina”.
“Llevamos a Mingo Martino y a Multiplus en donde cantaba el Negro Cabrera que hacía ‘estos son Nicola y Bart’ (Marcha de Sacco y Vanzetti), así que arrancamos con todo y después hasta el ’88 no paramos más”.
Era la época de Los Beatles y de los Swingle Singers, que habían pasado por la Argentina y por el “Gran Cine Rocha” de La Plata. Tiempo de sueños colectivos a punto caramelo, construidos al calor de la combinación de rebeldía, determinación, certezas y esperanza. Tal vez por eso el auge de los grandes grupos vocales. Cristina Dorato admite esa característica de época y enumera algunos de los conjuntos que pasaron por el Almacén: Dúo Salteño, Los Andariegos, Los Trovadores, el Cuarteto Cedrón, Quinteto Vocal Zupay, Los Cinco del Norte, Los de Salta, Los Fronterizos, Los Hermanos Ábalos, Los Huanca Hua, Los Hermanos Cuesta, Quinteto Tiempo, Las Voces Blancas, Buenos Aires 8 (“eran de la casa”), Grupo Vocal Argentino, Grupo Pueblos, Los Quilla Huasi, Opus Cuatro, Cantoral, Los Nocheros de Anta, Nuevo Día… y los coros, siempre presentes en la vida de la ciudad de las diagonales.
También era la época del canto con fundamento, de la innovación instrumental y como siempre, la canción romántica. La lista de artistas sigue y sigue, aunque sin precisiones temporales: Jaime Dávalos, Armando Tejada Gómez, Hamlet Lima Quintana, César Isella, Suna Rocha, Ángel Parra, Ariel Petrocelli (“era abonado, un amigo que venía siempre”), Cecilia Todd (“vino millones de veces”), Chango Farías Gómez, Cuchi Leguizamón, Chabuca Granda, Eduardo Rovira, Domingo Cura, Dora López, Ignacio Anzoátegui, Carlos Barocela, el Indio Juan (Carlos René Álvarez Mermet, “que era de la movida grande de los números de izquierda”), Cristina Fernández y Washington Carrasco, Jaime Torres, Jorge Cafrune, Julio Lacarra (“vino montones de veces”), León Gieco, María Creuza, María Elena Walsh, María Garay, Marikena Monti, Alberto Marino, Miguel Saravia (“también era un abonado… Cada vez que nos faltaba alguien lo llamábamos a Miguel”), Miriam Sofía, Facundo Cabral (“nuestro amigo del alma”), Horacio Guaraní, Hugo Díaz, Huerque Mapu, Inés Rinaldi, Litto Nebbia (“estuvo varias veces”) Nacha Guevara, Ramona Galarza, el Gato Peters (“empezó con nosotros”), Raúl Carnota (“que era amigo nuestro”), Marián Farías Gómez, Anacruza (“varias veces… Ahí estaba el Mono Izarrualde”), Miguel Cantilo, Caracol, Sergio Denis (“era re jovencito”), Víctor Heredia, Soledad Bravo, Les Luthiers (“la primera vez que vinieron a La Plata actuaron en el Almacén”), Sixto Palavecino, Susana Rinaldi, Canto Popular Uruguayo, Swing 39… “Por el Almacén pasó todo el mundo”, sintetiza Cristina, aunque aclara que “sólo nombré a los más conocidos”.
–¿Nunca hubo rock?
–Muy poco. No era el momento del rock
–Sergio Pujol recuerda que también estaba La Vizcachera del Chango Nieto y que ahí podías encontrar a Los Chalchaleros, mientras que al Almacén iban otro tipo de artistas.
–Es verdad. Todo el mundo decía que el público del Almacén era “orejero”.
–¿Orejero?
–Que sabía escuchar. No podías llevar cualquier cosa. El público del Almacén era distinto al de La Vizcachera. Le gustaban las voces, los coros, los arreglos. La gente del Almacén no era chalchalera. Una vez me insistieron tanto, que les di una fecha a Los Chalchaleros. Vinieron 80 personas y toda gente que no era del Almacén. De los nuestros, ninguno.
–¿Y cuántas personas entraban?
–Sentadas, 200 personas. Paradas, muchísimas más. Después lo ampliamos.
–Además de tener “oreja”, ¿había una diferencia ideológica en el público del Almacén y de La Vizcachera?
–No, porque al Almacén venía cualquier tipo de público. En el 73 había Montoneros, del ERP, de las FAR, de la CNU…
–¿También de la CNU?
–Sí… las cosas que he vivido ahí… Yo los desarmaba en la puerta. El problema no era tanto cuando había espectáculos. Ese día la cosa era más tranqui, pero en los bailables se llenaba hasta la manija. Sabía que todos andaban armados… Iba a la facultad (estudiaba Derecho) y todos sabíamos quién iba armado y quién no. Yo me iba a la puerta con un bolso y cuando llegaban los registraba y les sacaba el arma. Para un varón era más problemático pero a una mujer todavía la respetaban. Entonces, los palpaba de armas, se las sacaba, con cinta scotch les pegaba en la culata un número de talonario y con cuidado las guardaba en un bolso que llevaba para la cocina que estaba en el fondo. Bueno, nos habían traído una heladera de esas de cuatro cuerpos antiguas, marrones, como de carnicería. No funcionaba pero era tan grande que no se podía sacar así que la usaba de estantería para, por ejemplo, el pan lactal con que hacíamos los sándwiches que salían con el sello ‘JS’ –San José-. Ahí empecé a poner las armas.
–En lugar de un guardarropas había un guardaarmas…
–Al único boliche al que nunca le hicieron quilombo fue al mío porque iban al de Don Felipe, en 10 y 40, y los del CNU se jactaban de haberle bajado varias veces el decorado y el decorado era una terrible estantería de botellas de vino.
Un verdadero centro cultural
El Almacén abría los viernes, sábados y domingos. “Era un país en cambio social, político, cultural, todo, así que no daba para hacer espectáculos todos los días”. Los viernes estaban reservados para los números musicales. Los sábados eran bailables para estudiantes universitarios, que siempre tenían descuentos, y los domingos, guitarreada con entrada libre.
Para comer, empanadas. “Al principio las hacíamos nosotros pero llegó un momento en que no podíamos porque teníamos talleres para chicos a la tarde, el coro del Almacén, teatro para grandes, exposiciones, de todo”.
El encargado del teatro era Mario Castiglione, que después integró I Médici Concert y fue marido de Moria Casán. El Almacén ofreció obras de teatro con artistas como Edda Díaz y Cipe Lincovsky “que fue mi amiga… La amaba”. También estuvo María Vaner “que vino a hacer café concert cuando recién abrimos el Almacén”.
En la vieja casona de 3 y 40 llegaron a exponer Antonio Berni y Quinquela Martín, mientras que hubo muestras colectivas con pintores platenses. Cristina Dorato remarca que Rubén Elosegui, “llenó de esculturas todo el Almacén”.
Más o menos para la misma época, pero a 60 kilómetros de distancia, surgía otro almacén. En mayo de 1969 Edmundo Rivero transforma la edificación colonial que aún existe en la esquina de Balcarce e Independencia en El Viejo Almacén que pronto se transformaría en el boliche de tangos más emblemático de la ciudad de Buenos Aires.
“Recuerdo que Rivero admiraba el Almacén San José. Y me decía: ‘Si yo tuviera esta casa en Buenos Aires, sería millonario’ y yo le contestaba: ‘Sí, pero vos tenés esa esquinita en San Telmo y yo esta casona en La Plata, que no es lo mismo’”.
Entre ambos lugares hubo amistad, no competencia. “Una noche hicimos con Edmundo Rivero un espectáculo que se llamaba ‘Del Viejo Almacén al Almacén San José’. Fueron dos funciones dos días seguidos, una a las 9 y la otra a las 12 de la noche. Las cuatro funciones las llenamos hasta la manija”.
Cristina se acuerda con orgullo que en una oportunidad vinieron “unos alemanes de Eurovisión” para filmar un documental sobre Eduardo Rovira, que en 1973 fue designado director del Teatro Argentino de La Plata. “Lo hicieron en el Viejo Almacén de Rivero pero no les gustó así que vinieron para acá y filmaron en el fogón, en el piano, con el conjunto del maestro Rovira tocando… Estuvieron un día entero en el Almacén San José”.
Como en tu casa
–¿Qué tenía de particular el Almacén?
–Tenía magia… Conservaba gran parte de lo que había sido la estructura de la casa. Blanco con puertas verde inglés estilo colonial y los techos de ladrillo a la vista. Adentro, blanco con las vigas pintadas de negro y lleno de cuadros, con ese jardín con todas las plantas y las flores… Las galerías eran de ladrillo a la vista. Era re-lindo el Almacén. Pero como en este país no hay criterio para la conservación de los edificios antiguos…
–¿Cuál era el secreto del Almacén?
–El secreto de un buen lugar de encuentro es que cada uno se sienta como en su casa.
–El Almacén se mantuvo abierto durante la dictadura. ¿Cómo vivieron esa etapa?
–Fue terrible. Metieron presa a Mercedes Sosa, dos por tres venían y hacían allanamiento con listas para ver si había gente adentro… Nos temblaba todo porque podía estar cualquiera en esas listas…Después de lo de Mercedes nos clausuraron durante 9 meses así que trabajamos clandestinamente en distintos centros de estudiantes.
El Almacén San José cerró en 1988. La vieja casona se vendía. Cristina y el Pájaro tuvieron la intención de comprarla para donarla a la Universidad y lograr que se mantuviera como centro cultural y lugar de trabajo para estudiantes del interior. “Si nos vamos a morir por lo menos que quede algo”, justifica. Obtuvieron un préstamo del Banco Hipotecario pero entre que se otorgó y se hizo efectivo “pasaron como 30 días”. La hiperinflación no perdonó. Todo aumentaba día a día. El Almacén se hizo inalcanzable. Cristina recuerda con una mezcla de orgullo y de incredulidad que fueron al banco a devolver el préstamo. Les aconsejaron comprarse algo, “lo primero que encuentres”. Ahora concluye que “gracias a eso tengo un techo propio”.
–¿Cómo fueron los últimos tiempos del Almacén?
–Tranquilos. Seguíamos haciendo bailables los sábados, los viernes espectáculos y los domingos la guitarreada, pero hubo una decantación. Era lógico. Cuando empezamos en el ’73 la gente iba masivamente al Almacén porque no tenía a dónde ir. Después, a partir del ’83 empezaron a abrirse más espacios, más opciones.
–¿Se podría restaurar el Almacén?
–Sí, pero me parece que es imposible. Los actuales dueños piden fortunas. Eso lo tendría que comprar el Estado porque un privado no lo puede pagar.
–¿Podría volver a ser lo que fue?
–Tenés que dejar pasar un tiempo. No creo que sea lo mismo porque la gente cambió.
–¿Ahora hay algo parecido al Almacén?
–No, nada. Te lo digo sinceramente. Cualquiera que haya vivido esa época te lo va a decir.
Cuando cerró el Almacén San José, Cristina y el Pájaro abrieron el Café de las Artes frente al Coliseo Podestá donde había música, poetas, coros y teatro. Al poco tiempo muere “El Pájaro” y Cristina pensó no hacer nada más, pero tuvo ofrecimientos y siguió: Entre el ’93 y el ’98, la Casa Amarilla de 38 y 122. Allí conoció a Carlitos Cajade porque iba a ver espectáculos folclóricos y porque en algunas ocasiones iba con los chicos del Hogar a festejar el Día del Niño. No paró allí: contratada por la Municipalidad, organizó espectáculos en el Pasaje Dardo Rocha; volvió al Almacén San José pero dio por cerrado este capítulo cuando llevó a Pepe Soriano con El Loro Calabrés y sólo fueron 60 personas; puso La Casa de Cristina; estuvo en El Ágora de 54 entre 6 y 7; en el Foro 53 de Teresa Aramburú; el Pasillo y La Casa de la Trova. Mucho para contar, recordar y enorgullecerse por lo hecho y por lo cosechado: “Soy millonaria de amigos, de alegrías, de haber compartido la vida con tanta gente hermosa. No me tengo que arrepentir de nada”.
Facundo Cabral
“Era nuestro amigo del alma. Venía siempre al Almacén cuando no era nadie. Facundo Cabral –nacido en La Plata– vivía en un hotel sobre Avenida de Mayo. Solía encontrarlo cuando iba a SADAIC… Me parece verlo vestido con un overol y gritando desde lejos: ‘¡Cristina, llévame al Almacén que me estoy muriendo de hambre! ¡Tengo que pagar el hotel y no tengo plata!’. Yo le hacía señas, venía y buscaba la forma de darle un lugar: juntábamos Hamlet Lima Quintana, Armando Tejada, Los Andariegos, corría a alguien de la programación y lo ubicaba a Facundo. Después volvió al Almacén con ‘Pateando tachos’, su gran éxito”. Cristina recuerda también que ya siendo muy conocido, organizaron presentaciones en Atenas y en el Polideportivo donde “reventamos”.
Chabuca Granda
Durante 15 años, Cristina y El Pájaro representaron a Chabuca Granda en la Argentina. Cada vez que venía a Buenos Aires, se presentaba en el Almacén. “Una vez, alrededor del año 75, se quedó un mes en mi casa. Te imaginás lo que era… Todos los días lleno de gente. El maestro Rovira, que era el que le hacía los arreglos, venían con sus músicos. Una fiesta”.
Chabuca les pagaba a sus guitarristas y el resto lo dejaba para el Almacén… “A ella nunca le importó el dinero y era un desastre con la plata. En una ocasión estuvimos dos meses juntas en Mar del Plata y el dinero se lo administraba yo”.
Cristina recuerda que en una ocasión Chabuca vino con “Cecilia Barraza, una gran cantante peruana”, y que en otra oportunidad “subió al escenario del Almacén junto a (Hugo) Guerrero Marthineitz, con quien de chicos se juntaban a jugar en Perú, porque la madre del ‘Negro’ era costurera de la familia de Chabuca”.
La última actuación de Chabuca en la Argentina fue en 1982 en el Almacén San José.
Subnota > El día que se detuvo a “la cancionista”