Dirección y guión de Álex de la Iglesia
España (2010)
107 minutos
¿Puede resultar coherente una historia en la que dos payasos se enfrentan más allá de todo límite por el amor de una trapecista con el fondo de los crueles vaivenes de la guerra civil española, el generalísimo Franco despuntando el vicio en un coto de caza, el casi bautismal atentado de ETA contra Carrero Blanco y la construcción del tenebroso y esperpéntico monumento levantado por el régimen en el Valle de los Caídos? ¿Es posible imaginarse, al mismo tiempo, que como parte de la banda sonora Raphael cante el tema del título y Marisol entone Tengo el corazón contento de Palito Ortega? Sí, todo eso es posible, por lo menos si se trata de una película de Alex de la Iglesia. Como otros directores españoles de su generación, como Bigas Luna o el propio Pedro Almodóvar, el realizador de Muertos de risa demuestra que es capaz de ofrecer lo mejor de sí mismo cuando permanece fiel a sus impulsos de incorrección política y estética. Trabajos insulsos como Los crímenes de Oxford no lo representan (así como tampoco La camarera del Titanic estaba a la altura de lo que es capaz Bigas Luna). Aquí hay alto presupuesto pero sin resignar nada de los excesos que caracterizan la obra de este ex director de la Academia Española. Esa desmesura que no permite que ante sus filmes se permanezca indiferente: se los ama o se los odia. Nosotros estamos entre los que disfrutaron de principio a fin con esta alocada alegoría en la que la España mujer-objeto-de-deseo termina tan destrozada como esos dos alucinados que se autodestruyen al disputársela. La puesta en escena es extraordinaria y las imágenes son potentísimas. Igualmente notables son las actuaciones de Carlos Areces, Antonio de la Torre y Carolina Bang, responsables de encarnar a los personajes que integran uno de los triángulos más desaforados de la historia del cine
Carlos Gassmann