Documentar la injusticia: La inocencia de Cristina Vázquez

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Un llamado telefónico fue el puntapié inicial para que Magda Hernández Morales se reencontrara con una antigua amiga. “Parece que Cristina mató a martillazos a una vieja”, le dijeron. Algo no cerraba. Hoy esa duda es un documental que pide a gritos justicia por Cristina Vázquez.

Por Ayelén Vázquez

Solo me resta hacer referencia a que si bien no existe prueba directa que acredite la autoría de los encartados respecto del hecho investigado, sí hay prueba de carácter indiciaria suficiente para consolidar un estado de certeza sobre el hecho investigado y sus autores.

¿Cómo se mide la injusticia? ¿Cómo se hace para meter presa a una inocente? La cita es un fragmento de uno de los fallos más vergonzosos de la historia de la justicia argentina. Desde hace nueve años una mujer está encarcelada en Misiones, condenada a cadena perpetua por un crimen que no cometió. Y es tan claro que es inocente, que los propios jueces que la encerraron no tuvieron ningún reparo en dejarlo asentado en el veredicto.

Magda Hernández Morales llegó de Colombia en noviembre de 2007, con la intención de quedarse dos años para hacer una maestría en comunicación. Nunca más se fue.

Lo primero que hizo fue buscar trabajo, y así llegó al restaurante Montana Ranch, una típica parrilla para turistas frente al Cementerio de la Recoleta. Ese día también entró Cristina Vázquez.

Magda y Cristina hablaban mucho mientras fajinaban la vajilla. Eran las dos nuevas, las dos extranjeras, y además vivían cerca. En poco tiempo se hicieron muy amigas. A Magda siempre le pareció que a Cristina le pasaba algo que hacía que la sonrisa se le nublara de vez en cuando. Siempre pensó que era un mal de amor que arrastraba desde Posadas. Al tiempo, Magda consiguió trabajo en una productora audiovisual y se fue. Nunca más volvió a hablar con Cristina.

A mitad de 2008 llamó por teléfono a un ex compañero de Ranch. “La semana pasada entró la policía y se llevaron a Cristina. Parece que mató a martillazos a una vieja”, le dijo el ex parrillero. Magda no lo podía creer. Cortó. Se quedó pensando. Buscó la noticia en Clarín. Su amiga estaba ahí. “¿Me hice amiga de una asesina?”.

Pasaron cinco años, pero nunca dejó de pensar en ella. Aún con muy mala memoria para recordar caras y nombres, Magda creía que la veía en todos lados, confundía a mujeres en la calle con su amiga del bar. Un día no aguantó más y empezó a buscar información. No sabía muy bien para qué, sólo quería saber qué había pasado con esta chica con la que había compartido muchos meses de su vida, y que ahora estaba acusada de un homicidio muy violento. Según los diarios, su amiga era la reina del martillo.

En 2013 Magda estaba haciendo un curso de cine documental. Sin pensarlo demasiado, aprovechó que había planificado unas vacaciones a las Cataratas y fue a Posadas, a la penitenciaría de mujeres donde estaba Cristina. Cuando llegó no sabía si lograría ingresar a verla, y tampoco sabía si Cristina la recordaría.

“Cuando Cristina me vió le cambió la cara. Con su expresión me dijo que se acordaba de mi, y me abrazó. Y lo primero que me dijo fue yo soy inocente Magda, yo soy inocente”, cuenta la hoy directora de Fragmentos de una amiga desconocida, la película que se estrenó el 11 de julio en el Cine Gaumont y que –junto al auspicio de la ONG Innocence Project y la Asociación Pensamiento Penal– lograron visibilizar el caso Vázquez.

A Cristina en el expediente le dicen promiscua, pero nunca se explica cómo eso tiene algo que ver con la muerte de su vecina

“Nos quedamos charlando como una hora, fue muy copado. Era como que toda esa buena onda que había sentido cinco años atrás estaba ahí, estaba viva. Pero cuando la vinieron a buscar y aparecieron las guardias del servicio penitenciario para llevársela de la oficina, toda la gestualidad de Cristina cambió. Y ella que estaba súper relajada conmigo, charlando, de pronto bajó la mirada, porque cuando están junto a las guardiacárceles tienen que mirar al piso”. En ese momento Magda vio en la cara de su amiga la dureza de la cárcel.

La sospechosa perfecta

Hace unos meses, Magda entrevistó al periodista de Clarín en Misiones que usó por primera vez el apodo “la reina del martillo”. Le confesó a Magda que el titulo lo había inventado “porque vende”, pero que no había contrastado fuentes que probaran que era a Cristina a quien las reclusas le decían así. Cuando Magda lo enfrentó para preguntarle si no había considerado la posibilidad de que esas acciones hayan tenido consecuencias, el periodista le dijo “la otra vez viniste más mansita”. El peritaje habla de un objeto romo. Nunca se probó que fuera un martillo.

Como explican Indiana Guereño y los abogados y abogadas de la Asociación Pensamiento Penal, en el expediente no existe prueba alguna que vincule a Cristina con el homicidio. “En la escena del crimen no hay rastros ni huellas de Cristina Vázquez, y diez pruebas científicas demuestran que Cristina Vázquez no tuvo relación con el hecho. Tampoco hay testigos directos que la culpen”. La propia sentencia lo admite cuando afirma que no hay pruebas suficientes. “La condena viola todos los principios que protegen la libertad ya que juzga un estilo de vida que el tribunal imagina conocer, cuando en nuestro sistema penal sólo se pueden juzgar actos. Para condenar a las personas que cometen esos actos, ellos tienen que ser probados en un proceso donde se respeten las garantías constitucionales. Hasta que eso ocurra toda persona es inocente y tiene derecho a ser juzgada en un plazo razonable”. La primera vez que Magda se reunió con la fiscal, esta le decía constantemente “esa chica era drogadicta. Pobre los padres con esa chica”.

En la escena del crimen no hay rastros ni huellas de Cristina Vázquez, y diez pruebas científicas demuestran que no tuvo relación con el hecho. Tampoco hay testigos directos.

Cómo protegerse de un sistema construido en base a prejuicios de género y clase, con funcionarios que repiten chismes y condenan a una chica porque algunos testigos declararon que “andaba por ahí sucia y desarreglada”. A Cristina en el expediente también le dicen promiscua. Pero nunca se explica cómo eso tiene algo que ver con la muerte de su vecina, Erselida Lelia valos. Magda lo resume así: “Para mi la clave de la culpabilidad de Cristina es que es mujer y no quiso ser una niña bien. Haber elegido ser una adolescente más bien rebelde en vez de quedarse en su casa hizo que la culparan”.

¿Podría la justicia inculpar a un hombre por promiscuo? ¿Se imaginan a un grupo de jueces y juezas diciendo que un varón es un asesino porque tenía una vida licenciosa? Bueno. Eso es patriarcado actuando en el sistema judicial. Eso pasa cuando la justicia no tiene perspectiva de género. “Yo no me puedo dar el lujo de ser pesimista. Como mujeres no nos podemos dar ese lujo. Tenemos que creer que podemos cambiar el mundo porque sino apagá y vámonos”.

Desenredar un laberinto

Es Junio de 2019. Adentro de la sala de visitas cuatro mujeres y dos bebés miran una película. Magda, Indiana, Cristina, y una de las abogadas de Innocence Project están juntas para ver Fragmentos de una amiga desconocida. El entusiasmo se choca con los nervios del momento. Por suerte, la presencia de los dos bebés ayuda a distender unos ánimos cargados de emociones encontradas. Cristina mira atenta. Juegan un poco con los bebés y la solemnidad se rompe. Ahí, en ese lugar sin tiempo o con todo el tiempo del mundo encerrado, cuatro mujeres se dan fuerzas para seguir y se miran y se reconocen. “Mirá lo que hicimos juntas”, dicen que fue el comentario de la tarde.

Desde que conoció el caso de Cristina, hay algo que Magda repite y logró que se entienda muy fácilmente: no existe ninguna prueba que sirva para relacionar a su amiga con el crimen. Cristina ni siquiera estaba ahí el día que matan a Dávalos. ¿Cómo iba a hacer para contar esta historia? sin conocimiento de Derecho, y sin recursos, sólo podía empezar por desenredar el único ovillo al que tenía acceso, el expediente judicial. “Cualquiera que lee el expediente se da cuenta que es una barbaridad”.

Después de su primera visita a Cristina, Magda conoció a Gabriela Cueto, hoy productora de la película. Magda, Gabriela –y más adelante– el equipo de filmación compuesto en gran parte por mujeres viajaban cuando podían. Al principio se instalaban una semana. Magda se metía en la cárcel a entrevistar a Cristina. Esas visitas duraban muchas horas y eran muy duras. Magda se sentaba con una cámara, un micrófono y preguntaba y representaba mil veces para que Cristina se pudiera soltar, y pudiera empezar a contar su historia como Magda necesitaba. Dos mujeres intentando demostrar que el sistema penal argentino estaba condenando a una inocente.

“El primer día de rodaje fue un desastre”, recuerda. Magda se sentó frente a su entrevistada para lograr un plano tradicional, pero no logró que Cristina se relajara, las dos estaban muy tensas y la conversación no fluyó. Al otro día, Magda cambió la estrategia: se sentó al lado de Cristina, muy pegada a ella, y le dijo al director de fotografía “arreglate”. Magda estaba exactamente en la mitad entre ella y la cámara. Y así logró que Cristina le contara lo que no podía hacer en voz alta porque no quería que las guardiacárceles la escucharan. Este obstáculo inicial finalmente se convirtió en un gran aliado, porque la película logra transmitir la cercanía emocional entre ambas. Fragmentos… también es la historia de Magda, una mujer que descubre que su amiga está presa, y en el camino, se hace documentalista.

Magda no pudo entrevistar a los jueces, a la fiscal, o a los demás actores claves del caso. Todos la recibían pero nadie le quería dar notas en cámara. La única que accedió a ser entrevistada es Celeste García, la amiga con la que Cristina viajó a Garupá –a 8 kilómetros de Posadas– la noche del homicidio, a quien un testigo nombra durante el juicio, y reconoce que ambas mujeres habían pasado por la puerta de la casa de la anciana, allí tomarían el remís que las llevaría a la casa de su amiga en las afueras de la ciudad. A Celeste tampoco le creyeron. Celeste también es mujer, joven y andaba sola por ahí.

El documental puede verse en YOUTUBE

Rápidamente Magda se dio cuenta de que la película que había pensado no sería posible. Tenía que repensarla. Si ni la jueza ni la fiscal querían hablar, ¿cómo contar, donde poner la voz de quienes la condenaron sin pruebas? Quizás no eran necesarias. La voz del sistema judicial era el expediente. Es que el fallo que la condena está tan groseramente redactado, incurre en tantas faltas al Código Penal, que hablaba por sí mismo. Son fojas y fojas, tomos y tomos de papeles que reflejan con pasmosa claridad todas las grietas por donde el sistema judicial deja que se filtren prejuicios de clase, estereotipos y sentido común. Todo está ahí: las contradicciones, la falta de información, los chismes, los datos absurdos, como el remisero pseudo investigador privado, que afirma que Cristina es la homicida sólo porque estuvo preguntando por el barrio. El expediente no se niega a hablar.

Hoy, gracias a Magda y las organizaciones que acompañan el caso, el expediente de Cristina está nuevamente en la Corte Suprema (ver recuadro). Es el último recurso para que la justicia la absuelva. Lo que Magda, Indiana y –por supuesto Cristina– esperan que suceda sólo pasó una vez: con el caso Carrera. El que Enrique Piñeiro logró visibilizar con la película El Rati Horror Show, donde cuenta cómo se manipuló deliberadamente la causa de la masacre de Pompeya. Piñeiro se sumó al caso Vazquez junto con la asociación Innocence Project.

A Cristina le dicen que espere, porque si lo hace, puede que consiga ser libre. Y Cristina espera, desde hace diez años. La incertidumbre a Cristina a veces la vence. Encerrada en unas paredes que son siempre las mismas, en un lugar donde no podés ser vos, una vez la llamó a Indiana y le dijo “déjenme, suéltenme, ya está”, como si fuera una cosa que se puede abandonar en un rincón. Y es que a Cristina el sistema la abandonó, y la dejó, y la deja ahí. Por suerte Cristina tiene una amiga como Magda, para no rendirse jamás //LP


El caso en la corte suprema

La Asociación Pensamiento Penal (APP) es la organización que impulsa el caso Vazquez para demostrar su inocencia dentro del sistema judicial. Sus integrantes también son quienes a través del observatorio acompañaron el caso de Belén, la joven tucumana que estuvo presa acusada de un homicidio por un aborto espontáneo.

Indiana Guereño y Magda Hernández Morales se conocieron en 2013. A partir de ese momento el equipo de abogados y abogadas que conforman APP comenzaron a analizar el expediente y descubrieron algo gravísimo: Cristina estaba esperando que la Corte Suprema de Justicia de la Nación se expidiera sobre su caso, pero allí no había nada. El caso de Cristina nunca había llegado porque la defensa no había presentado el último recurso disponible. Cristina estaba en la cárcel pensando que podría salir en libertad, pero su condena estaba firme. Unos meses después Magda y APP presentaron una carta de puño y letra de Cristina dirigida a los jueces del máximo tribunal. La Corte revisó el fallo y lo devolvió al supremo tribunal de Misiones. La revisión de la justicia misionera fue un chiste malo: un fallo que copia y pega fragmentos del original donde no revisa ninguna de las contradicciones, ni las incógnitas más graves, como – por ejemplo–  por qué no se investigó a la última persona que fue vista en la casa de la víctima, un electricista que tenía acceso a la vivienda.

A casi 10 años del primer veredicto, la Corte Suprema tiene la posibilidad de revisar el fallo definitivamente, con la esperanza de que Cristina sea finalmente libre.

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