Desde este año, el calendario bonaerense incorpora un día destinado a fomentar este derecho esencial para la infancia. Quienes lo toman bien en serio piden que el Poder Ejecutivo se juegue con políticas para garantizar su ejercicio, que haya juegotecas en todos los barrios y que se aprenda jugando.
Por Pablo Antonini
En la provincia de Buenos Aires el derecho a jugar es ley. Sería un lindo título pero no es noticia: ese derecho está consagrado en nuestro país hace ya 25 años, desde que el Congreso nacional ratificó la Convención de los Derechos del Niño el 27 de septiembre de 1990. Lo que hizo la Legislatura bonaerense a fin de 2014 fue sancionar una ley que instituye el 27 de septiembre como “Día del derecho a jugar”.
En sus considerandos, el proyecto, presentado por el diputado radical Walter Carusso, plantea que “el juego es una actividad esencial para el desarrollo del individuo a nivel motriz, intelectual y emocional”; que “jugar es vital para el desarrollo en la infancia”, “estimula todos los sentidos”, “facilita el desarrollo de habilidades físicas, del habla y del lenguaje”, favorece “la inteligencia racional mediante la comparación, la categorización y la memoria”, y “es la forma natural y espontánea que tiene el niño/a de aprehender el mundo, conocerlo, expresarse, desarrollar sus inteligencias múltiples y valores”, al posibilitar “la conexión con otros seres humanos en forma creativa y crítica, enfrentar y resolver problemas, construir su subjetividad y su autoestima”.
La nueva ley (Nº 14.667, promulgada el 23 de diciembre de 2014), dispone que a partir de 2015 cada 27 de septiembre el Poder Ejecutivo difundirá este derecho “a través de una masiva campaña de difusión e información” e “implementará convenios con asociaciones, clubes, organizaciones vecinales y otras instituciones para coordinar acciones y actividades conmemorativas”.
¿Y entonces?
“Vital, esencial, primordial, constitutivo de la subjetividad y la autoestima de cada persona”… Resulta entonces –y así lo establecen la nueva ley y la Constitución— que garantizar el derecho a jugar de un niño o una niña es igual de necesario que garantizar su derecho a la alimentación, la educación, el hábitat o la salud. No es optativo. No es un valor agregado. No es un simple ornamento de los otros derechos asociados a la subsistencia. Es una obligación del Estado garantizar que puedan hacer lo que más naturalmente les sale: divertirse, disfrutar, jugar. Pero ¿las políticas públicas necesarias para garantizar este derecho, existen? ¿Son posibles? ¿Costaría mucho multiplicarlas?
Enrique “Quique” Nella es profesor de educación física y parte de un equipo que sostiene dos “juegotecas” en Los Hornos y Altos de San Lorenzo. Se trata de espacios abiertos y gratuitos en los que chicos y chicas simplemente juegan, a partir de actividades propuestas o utilizando los elementos disponibles. La experiencia —que comenzó como taller en la Estación Provincial de Meridiano V y hoy está financiada por un programa municipal— está lejos de constituir una política pública, pero es un espacio ganado. Para Nella es necesario “capacitar y decidir de qué manera llevar adelante estas cosas; que no sea un día al año sino una agenda permanente, porque si estamos hablando de un derecho hay que fortalecerlo”.
Hugo Figueras, experto en combinar melodías con risas, adivinanzas y muñecos, casi no concibe enseñar si no es jugando, pero entiende que aún es un camino para recorrer en la educación formal: “En la escuela sería genial que uno pudiera aprender matemática, lengua, desde el juego. No que sea un viva la pepa, pero generar el interés por eso, hacerlo atractivo —plantea este músico con más 20 de años de docencia en jardín de infantes, y autor de los discos “Un vagón de canciones”, “Con todas las letras” y “Música para acunar”—. Mi objetivo es desarrollar habilidades básicas musicales: que puedan andar afinados, en ritmo, escuchar al que tienen al lado y tocar algo… Pero nunca pierdo de vista que los pibes tienen que estar divirtiéndose todo el tiempo”.
Quique apoya el educar jugando pero va más allá y reivindica como algo formativo el juego en sí mismo, sin otro objetivo detrás. Porque “también pasa —explica— que, con la mejor de las intenciones, la maestra a veces sigue considerando el juego como algo utilitario: ‘Bueno, jugamos pero para aprender’. Esto a veces distorsiona las verdaderas intenciones del chico y ya en el nivel primario se va perdiendo. De hecho, el único espacio que tienen para este derecho es el recreo, donde muchas veces también está restringido: por condiciones materiales, espacio reducido o criterios de prevención, se les bajan ciertas maneras de jugar desde la visión del adulto”.
“No corramos que hace calor —ejemplifica Quique—. ¡Al pibe no le importa! En esos 5 o 10 minutos quiere correr, jugar. Creo que hace falta una lavada de cara a esa mirada del jugar por sí, especialmente en el ámbito escolar. Que solamente eso sea lo productivo: que salga y juegue”.
Otras armas
“¿Por qué hay tantos jóvenes con armas en las calles?”, se preguntó un informe elaborado por La Olla TV. Allí Omar Giuliani, referente del hogar convivencial y centro de día Ruca Hueney, de General Rodríguez, suma un elemento que debería estimular políticas para la niñez incluso desde quienes están más preocupados por cuidarse de ellos/as que por cuidarlos: el juego es inversamente proporcional a la violencia.
La gran diferencia entre un niño que porta un juguete y otro que porta un arma, asegura Giuiliani, es que el segundo “al juguete creció viéndolo por TV. Nuestros hijos a muy corta edad ya dejan de jugar. Una de las principales características de los pibes que llegan a nuestra casa (Ruca) es que debemos trabajar en que vuelvan a ser niños”.
Para Quique Nella esto se explica porque “en los chicos la comunicación se da a través del juego. Desde que consensuamos que este termo es un cohete y jugamos a ver quién lo tira más lejos, y le damos un mismo significado, ya establecimos un contacto. Jugar con otro genera un vínculo: reconocer a alguien diferente pero con cosas parecidas. Entonces no es alguien tan ajeno, que desconozco y por lo tanto agredo o temo. El juego no es salvador pero sí es un espacio importante de elección, y cuando uno puede elegir otras vinculaciones tiene otras oportunidades. En un barrio nos pasó que nos dijeran: ‘A ése no lo dejes entrar porque rompe todo’, y fue todo un trabajo consensuar que ese otro ‘con pinta de chorro’ tenía el mismo derecho a venir a jugar. Porque si ya lo estamos dejando afuera ¿qué otra oportunidad tiene?”.
Apto para todo público
“¿Cuándo uno deja de ser chico?”, plantea Figueras, docente de música popular de la Facultad de Bellas Artes, donde también propone jugar y “poner en ridículo el juego. Por ejemplo, cuestiones rítmicas, que por ahí un flaco de 20 años no las tiene resueltas”, dice.
—¿Y qué recepción tenés?
—No sé, no les pregunto, ¡por las dudas! Algunos se copan, otros dirán ‘qué pelotudo este grandulón’.
“Pero tengo la ilusión —continúa— de que no se pierda de vista el juego en todas las edades… Yo eso lo encuentro de pronto haciendo una canción: poder aislarme hasta que no sé si pasó media hora o tres, metido en eso, que es fantástico y se parece mucho al juego. Así como los chicos tienen que jugar —concluye/recomienda Hugo—, yo creo que los grandes no tienen que dejar de jugar. Una persona es una continuidad, yo tengo 43 años y no me di cuenta”.
Nella coincide en que jugar es un derecho a toda edad. Por eso en la juegoteca de Altos de San Lorenzo quieren que se quede toda la familia. Se lo empezaron a plantear al ver que los adolescentes también se quedaban, “porque veían un espacio de cordialidad, de escucha… ‘Hoy me quedo a mirar, mañana me pongo a jugar al metegol’, y así se iban ‘colando’ —cuenta Quique—. Entonces fuimos buscando cosas y espacios que les interesaran a ellos”. Enamorado de los espacios que construye, Nella propone que deberían abrirse juegotecas por toda la provincia.
¿Y más políticas públicas? Si el próximo 27 de septiembre la consagración del derecho a jugar que una ley acaba de convertir en obligación del Estado provincial se limita a realizar shows y actividades públicas se habrá ganado una nueva efeméride colorida pero seguirá pendiente la estrategia integral para alcanzar ese objetivo máximo que Carlos Cajade solía resumir con su sabiduría y sencillez como “un país donde los niños sean felices”, en el más importante de todos los juegos.
Relaciones espinosas 1: juego y competencia
Quique Nella define su trabajo como “facilitar la gratificación de querer moverse”, no para sacar puntos o ver quién logra más cosas, sino para “despertar esas ganas de hacer” y compartir. “En la mayoría de los colegios —ejemplifica— está como reglado jugar al fútbol una vez por mes y el profe lo incorpora como: ‘juegan y yo descanso’. Pero cuando lo trabajás de manera en que puedan participar no sólo el habilidoso sino también el gordito y las nenas, lográs que no sienten la presión de que ‘por culpa de él perdimos’, o ‘nos ganaron porque no pude atajar’. Si sólo vamos a jugar para ganar, al otro no le queda nada”.
“No está mal jugar a una actividad competitiva si cuando pierdo me puedo reír de mis errores y el otro no me esté gastando toda la semana —continúa Quique—. Cuando uno empieza a jugar se encuentra con sus emociones y las del otro, y depende de cómo se proponga el juego esa comunicación va a ser beneficiosa o perjudicial. No siempre el juego va a ser bueno. Si te hacen un matasapos y el que gana recibe un aplauso y el otro sólo una prenda, probablemente el que perdió no tenga ganas de volver a poner ahí su cuerpo y sus emociones y pueda hasta eliminar toda actividad relacionada con la gratificación de moverse”.
Relaciones espinosas 2: juego y responsabilidad
“No tuve una infancia de mucho juego —sorprende Hugo Figueras en su charla con La Pulseada. Y amplía—: Me crié en el campo, era más bien solitario, hasta que fui a la escuela, en el pueblo, era muy tímido, y no hice jardín. Me crié con otra filosofía: mi mamá me hacía lustrar los zapatos y me daba una moneda para enseñar el valor del ahorro; con eso íbamos al kiosco, pero eso también para mí era una especie de juego. ¡Medio capitalista, pero bueno!”.
“O lavar los platos, porque hay que colaborar en la casa. En un ámbito de contención y educación, creo que eso no es malo… Caer en ‘soy niño ¡cómo voy a lavar un plato!’, es correrse demasiado. Estamos lejos de hablar de laburo infantil, que es algo tremendo porque al pibe le estás quitando las posibilidades de desarrollo que tiene el juego. Pero tendente la cama, lavate las zapatillas, sí, porque si no, ¿cuándo es el momento del quiebre? Te vas a acostumbrar a que te lo hagan otros”.
Convención Internacional de los Derechos del Niño (Art. 31)
*Los Estados partes reconocen el Derecho del niño al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y las artes
*Los Estados partes respetarán y promoverán el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural y artística y propiciarán oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad, de participar de la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento
(Incorporada por el Congreso en 1990 y con rango constitucional desde la reforma de 1994. Explicitada en el marco normativo de las leyes nacional y provincial niñez, Nº 26.061 y 13.298, respectivamente).