De la catástrofe a una fábrica de sueños

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128-2A-JuguetesEn el Taller de Diseño Industrial 1 “A” de la facultad de Bellas Artes convirtieron restos de la inundación de 2013 en juguetes que donaron en Las Quintas. Hoy capacitan a madres y padres del barrio en un emprendimiento productivo a partir de aquellos modelos.

Por Damián Le Moal

Cajas que no logran contener papeles, fotos y archivos íntimos apilados sobre maderas hinchadas que supieron ser cajonera o bajomesada, ya no puede saberse. Quizás una heladera quemada, rellena con juguetes percutidos y fierros oxidados. Revistas, focos, ropa en bolsas negras tajadas por algún curioso. Ya no sirve nada; o quizás todo. La montaña de desechos en cada casa es una postal inolvidable que para nosotros los inundados, esa categoría de ciudadano platense reeditada en abril de 2013, significa también una herida, una pérdida que con la catarsis de la limpieza quisimos sanar.

Esa misma postal, esa trinchera de basura que colmó las calles, despertó en el Taller de Diseño Industrial “1 A” de la facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata una idea que dos años después sigue vigente y potenciada. El chispazo inicial fue tomar lo que la gente apilaba a metros de sus puertas y reutilizar esa materia prima para diseñar un juguete, un rodado, un material sustentable que guardara en sí trozos de esta historia tan silenciada. Un objeto de memoria colectiva.

“Nos preguntábamos ‘¿qué hacemos, seguimos con la asignatura anual como si acá no pasó nada, o paramos y hacemos algo?’”, recuerda Julio Longarzo, el profesor titular de esta materia central del primer año de la carrera de diseño industrial, que en abril de 2013, junto a sus compañeros de cátedra, comenzó a recolectar en camioneta pedazos de madera, fierros, chapas, ruedas de los que los inundados se despojaban. Los guardaron en su talleres personales y en sus casas, y buscaron incentivar a los alumnos para que se sumaran a la idea movilizadora de anclar la cursada de ese año a aquel contexto duro de la ciudad, y así generar un puente entre la Universidad y la comunidad. La idea era “aportar un granito de arena, justamente desde el área de la disciplina que contribuyó al crecimiento y desarrollo de la polución de objetos que nos rodean”, explica el docente.

“Cuando salimos a la calle —continúa— vimos que además de un número indefinido de gente que perdió la vida había también un pedazo de historia de la gente que estaba tirada en la calle. Y había un deseo de enterrarlo, de que eso no estuviera más en la calle. Nos propusimos guardar algo, un pedazo de roble, un sillón de alguna abuela, una placa laminada de alguna heladera, de una Siam; de un montón de objetos que tenían su historia, y reutilizarlos, crear objetos que guarden lo que habíamos vivido”. Con esos materiales la propuesta fue construir “espacios recreativos: “No son sólo un juguete, que es muy Toy Story. Al definirlos como un espacio de creación estamos abriendo una problemática”, explica Julio, entendiendo que convertir un material desechado con impotencia y tristeza en un triciclo, un monopatín, un juego de mano de laberintos y hoyos, un rompecabezas y un ludo, todos objetos que desarrollan la capacidad cognitiva, creativa y motriz, va mucho más allá de un objeto lúdico.

Memoria, barrio y academia

Dos maderas simétricas enfrentadas hacen de eje en un estructura simple; un asiento y un respaldo también de madera, con posiciones ajustables; dos caños como manubrio y tres ruedas de distintos colores forman un triciclo de diseño; un rodado que encierra recuerdos; la reutilización de objetos despojados en abril de 2013 en alguna esquina de La Plata; la inserción de la praxis universitaria en la realidad social; la proyección de un alumno de Bellas Artes; la apuesta por el cuidado del medio ambiente en el auge del hiperconsumo; y la concreción de un juguete que potencie el desarrollo de un niño en alguna barriada. Todo eso junto.

Porque el proyecto del Taller de Diseño Industrial 1 “A” —una cátedra que tiene una larga trayectoria de militancia social (ver recuadro)— además de producir desde la recuperación busca que las creaciones de los alumnos se donen a instituciones de bien público acordes a las características de los objetos; en este caso se destinaron a espacios recreativos para niños de 2 a 6 años. En el espíritu del equipo está el lugar de la academia en la comunidad: “La Universidad es un espacio de circulación de conocimiento, y como en todo espacio de circulación, éste debe circular hacia dentro y también hacia afuera. La salida al contexto es fundamental para que la Universidad se valide, para que la gente sepa qué hacemos y en cierta manera, anclar los vínculos entre estudiantes, docentes y la realidad social”, afirma Longarzo.

Los objetos diseñados con desechos de la inundación de 2013 se donaron a La máquina de los sueños, una entidad de bien público, educativa y sin fines de lucro que surgió en 1997 a partir de un grupo de docentes que comenzaron a unirse para que niños con menores posibilidades cognitivas y dificultades de todo tipo pudieran acceder a una educación equivalente a la que reciben niños en mejores condiciones sociales. Anclada en el barrio Las Quintas (San Carlos), la organización asiste a las actividades de las escuelas de la zona y en un jardín de infantes brinda clases de apoyo, artes aplicadas e inglés, asistencia pedagógica y psicológica. El vínculo entre la cátedra y La máquina comenzó con un llamado de Julio: “Dijimos ‘¿dónde podemos donar lo que producimos con los materiales de la inundación?’, y levantamos el teléfono y los llamamos”. Aquel chispazo que buscaba resignificar lo que el barro había devastado encontraba dónde crecer.

El emprendimiento productivo

En poco tiempo la donación de juguetes y rodados se extendió a un proyecto más grande y vigente: capacitar a madres y padres del barrio para que se involucren en la construcción de más juguetes y rodados a partir de aquellos prototipos que se diseñaron en el Taller con los alumnos. La idea es que el barrio pueda producir más objetos de recreación, desde un triciclo hasta una calesita infantil, y comercializarlos a través de La máquina.

“A través de un Voluntariado Universitario de programa Nacional logramos equipamiento: herramientas y maquinas; caladoras, amoladora, cortadora, equipos de pintura, taladro, que donamos a La máquina para ver si podíamos armar un pequeño emprendimiento: capacitar a madres y padres de los nenes que asisten, transferirles lo que hacemos en el taller y lograr que armar una incubadora productiva”, comenta Julio, y aclara que están “a full” con este proyecto. “Los trabajos que realizamos en el taller son factibles de hacer, de baja complejidad productiva. Estamos enseñando a cortar, a soldar, a doblar una chapa. Es dar a conocer una disciplina compleja como el diseño, con técnicas que parecen sofisticadas pero son muy simples. Queremos capacitar para que la gente pueda producir”.

Para este año, la meta es gestionar un lugar físico donde instalar definitivamente el taller. “Estamos esperando alguna donación de dos contenedores, de esos de 12 metros, que podríamos adaptar para lograr un espacio y no usar las aulas del jardín o a la escuela; La Máquina tiene un terreno donde podríamos armar el taller para el barrio”.

 “El diseño debe resolver problemas”

“Creemos que la sociedad de la opulencia lo resuelve todo, pero basta con correrse cinco kilómetros o ir a la periferia para ver que no resuelve nada”, comenta Julio Longarzo, y describe el contexto en el que opera el diseño industrial. El “desafío urgente”, avanza, es trabajar desde una perspectiva ecológica y sustentable, entendiendo todo lo que nos estamos jugando como sociedad. “Tenemos que entender esta disciplina como algo complejo: no es sólo forma, color y magia. Intervienen muchos factores; el diseño está inmerso en lo económico, lo ambiental, lo cultural, lo social, inclusive en lo semiótico, en los discursos del objeto. La historia del producto, la evolución del producto”, repasa Julio.

En una era de hiperconsumo, “el diseño debe resolver problemas y no crearlos. Si queremos solucionar los problemas con la misma mentalidad que los creamos estamos al horno —dice el docente, y ejemplifica—: Una chica de la cursada quería trabajar con cartón y le propusimos hacer un caja para un televisor plasma, muy requerido en la sociedad de consumo, que pueda ser a su vez un juego y no sólo envoltorio; entonces la familia que se compra el plasma puede armar un juego, darle tiempo al padre de comunicarse con su hijo en una cotidianidad altamente mediatizada, darle un uso ecológico al cartón que de otra manera termina siendo basura. Tenemos que poner en crisis casi todo, y el diseño también debe ponerse en crisis”.

Con perfil social

La cátedra de Julio Longarzo tiene varios antecedentes de militancia social. Por ejemplo, trabajaron volcando el conocimiento de los alumnos en espacios comunitarios luego de la crisis de 2001; en 2002 firmaron un convenio con la Municipalidad para capacitar beneficiarios del Plan de Jefas y Jefes de Familia, transferirles los prototipos que realizaban en el taller y promover que encararan un emprendimiento productivo de fabricación de espacios recreativos de baja complejidad (la propuesta no llegó a completar todas sus fases); y una propuesta similar surgió con el Hogar Tres Veces Admirable: el padre Carlos Cajade visitó el taller y se interesó por vincularlo a un proyecto de carpintería en el Hogar.

En 2003, la cátedra le donó las producciones de ese año al Jardín Municipal Infantil, de 12 y 64. Y en 2013 el trabajo académico se asoció al contexto de la inundación y el resultado se donó a La máquina de los sueños. Docentes y alumnos eligieron intervenir en ese territorio en el que estudian, viven y crean. “Si el lugar es el shopping, donde todo está diseñado, pensado, impoluto, la calle es entonces el no-lugar. ¿Quién piensa el no-lugar? Este no-lugar se inundó, gente perdió la vida —subraya Julio, y cierra—: Ahí, a ese no-lugar es donde fuimos a intervenir con nuestra disciplina”.

Más información sobre la cátedra en http://tallerdi1a.weebly.com/

 

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