En marzo de este año murió uno de los intelectuales más lúcidos y polémicos en doscientos años de historia argentina. Su última charla en La Plata fue el 15 de julio del año pasado, en el Colegio de Abogados, organizada por la Secretaría de Cultura del club Estudiantes. Repasamos, en sus palabras, los mejores momentos de su paso por nuestra ciudad. Como una constante en su vida, Viñas no dejó pasar la oportunidad de dar la cara.
Edición: Juan Manuel Bellini
El intelectual, la crítica, Sócrates, Cristo y los dos Rodolfos
“El rol del intelectual es joder a la mansedumbre, a la aceptación de los hechos consumados. Hay que desnaturalizar todo. A mayor rigor crítico, mayor riesgo de sanción. Ahí aparece la figura del intelectual; para tomar un ejemplo, se puede ver a alguien de mi generación, Rodolfo Walsh, cómo va asumiendo cada vez más la responsabilidad del uso de la palabra, del privilegio de la palabra. Para decir cualquier gansada no, sino para denunciar lo que está pasando en nuestro país. En la Carta a la Junta Militar les dice: ‘Ustedes son todos asesinos’, y el riesgo es que te matan. Estás poniendo el cuerpo realmente, estás materializando el uso de la palabra, no es algo abstracto: te van a matar. Te mataban, y de qué manera…
Y el otro Rodolfo: Rodolfo Ortega Peña. Fue a la Cámara de Diputados, a jurar, y fue con sus dos hijos. Eso es un intelectual responsable. Te mataron, Rodolfo, en la avenida 9 de Julio. Lo velaron en la Gráfica Bonaerense, donde había un dirigente sindical –Raymundo Ongaro− al que le mataron un hijo, y alguien preguntó: ‘¿Pero no tenía guardaespaldas Rodolfo?’. Rodolfo Walsh, Rodolfo Ortega Peña, ¿qué es ser realmente un intelectual? No es hacer alarde de nada. No es decir cualquier cosa. Eso es la televisión.
La crítica es cuestionamiento del sentido común. Está el riesgo de convertirse en una excepcionalidad, a través de un componente elitista, que eso viene de Nietzsche. Se corre el riesgo de una exaltación ineludiblemente elitista. Hay que estar atentos frente al elitismo, a ese ‘yo soy el que entiende’. Yo no soy el que entiende, soy el que pregunta, el que se autocuestiona. Sócrates y Cristo son tan intelectuales críticos que los matan. Ninguno escribió libros, pero alguien leyó las obras completas de Sócrates. Con el uso de la palabra alteraron lo que tiene que ser inalterable”.
Literatura argentina y política
“Un personaje reconocible, cercano, como Manuel Puig −Manuelito, Manolito−, me dijo: ‘ser puto en General Villegas es el infierno’. Extraordinario. Tenía mucho coraje Puig”. También se refirió a Rafael Barrett y la reedición de sus cuentos por la editorial Mil Botellas: “Era un anarquista de origen español, unos compañeros platenses hicieron una reedición de su obra y me pidieron una introducción. Barrett comenta la Argentina de 1910, pero no la Argentina de la fachada.
De la generación del ‘80 tengo una debilidad que es Lucio V. Mansilla. Mansilla le regala al cacique ranquel Mariano Rosas un poncho de goma, moderno, para la lluvia, fabricado en serie. ¿Y qué le regala el cacique Rosas? Un poncho tejido por una de sus mujeres. Lo artesano y lo industrial. La civilización y la barbarie.
Entre mis intelectuales amigos está León Rozitchner. A veces se produce un malentendido porque apareció un hijo de él en televisión, en el programa de Mariano Grondona. Todo lo que hace este chico, Alejandro, es contra el padre. Otro intelectual era Ramón Alcalde, tenía una gran formación humanista, era profesor de griego, lo despidieron de la facultad, se murió de tristeza, pero escribió un trabajo memorable que habría que difundirlo hoy, se llamaba ‘Iglesia argentina, instrucciones para su uso’. Eran intelectuales de la revista Contorno.
El General Mitre era masón, era un liberal clásico, hasta en cómo se vestía: usaba chambergo, no usaba galera de copa. Iba todas las noches al quilombo. La Nación ya no es el diario de Mitre, él no tenía nada que ver con los alcahuetes que están ahora, hoy es una sociedad anónima.
“Tulio Halperín Donghi es el hombre que más sabe de historia en la Argentina, es el más técnico. Es un liberal, cada vez más. Es el tipo que más ha manejado documentos en la Argentina. Para entenderlo: sus padres eran intelectuales liberales tradicionales. Publicó sus memorias y permanentemente habla de su casita en Punta del Este. Habla de la guerra de la independencia, y yo digo: ‘sí, pero discrepo’.
Ricardo Güiraldes, en el primer número de la revista Sur, le ofrece a un francés con ese lenguaje de los machos: ‘Te voy a mandar a una chinita de 14 años’. ¡Ricardito! Está bien, querido, tu novela es mediocre, en la segunda parte prácticamente no aparece más Don Segundo Sombra… Hagamos una lectura en serio, con rigor crítico: es un libro mediocre”.
Jacobinos
“Leí un libro apasionante llamado Los jacobinos negros. Yo conocí al autor, el Negro James, que vivía en Londres. La novela transcurre en Haití, que es el primer país revolucionario de América; fueron los que le dieron el olivo al ejército de Napoleón. Fue el primer país y hoy es el último país. Para los criollos, los negros esclavos sublevados eran el cuco, por extensión decían ‘vienen los negros’. Miren el caso de Mandela: más 25 años en cana. A mí me conmueve eso. Me conmueven también los fusilamientos en el Cañadón de la Yegua Quemada, en Santa Cruz, parece el título de una novela, donde fusilaron a los obreros. Los jacobinos negros y los jacobinos porteños. ¿Ustedes pensaron lo que es irse de a caballo desde Buenos Aires hasta el lago Titicaca? Y lo hizo un abogado, el doctor Belgrano, que era un jacobino. Belgrano y Mandela eran considerados locos”.
Un proyecto
“Le fui a proponer a Horacio González una colección sobre América Latina, arrancando con tres países: México, Brasil y Chile. Que sean libros baratos, porque yo compro libros españoles y todos están más de cien pesos, es una locura. El proyecto serían libros argentinos emitidos por la Biblioteca Nacional, de arranque saldrían dos de México, dos de Brasil, dos de Chile. Que sea como la colección venezolana que dirigía Ángel Rama, que era fenomenal. Publicaría de México a Juan Rulfo, sus dos libros; de Brasil una antología modernista de los años 20 y de Chile ‘Hijo de ladrón’, de un argentino descendiente de chilenos: Manuel Rojas. Rojas se parecía al boxeador Luis Ángel Firpo, era un tipo elegante; fue campesino, ferroviario, marinero”.
Epílogo
“Para cerrar la charla voy a hacer una crítica al diario La Nación. Ese diario le dedica una columna íntegra –advierto: yo no soy K− a que se le ha corrido un punto de la media a la señora presidenta en un viaje a Europa. Lo que escribe el señor Morales Solá es indecoroso. Todos los días La Nación saca el santoral y yo les aconsejo que si se aburren mucho que lean la página de los clasificados, el rubro de Acompañantes, donde ofrecen ‘culitos universitarios’. Si ustedes tienen otro tipo de interés tienen el santoral y esta página de clasificados. ¿Cómo se llama eso? Doble discurso, una tarea de alcahuetes”.
Prontuario
Reivindicado por intelectuales disímiles −y, en algunos casos, peleados entre sí− como Ricardo Piglia, Rodolfo Fogwill, Beatriz Sarlo, José Pablo Feinmann y Roberto Fontanarrosa, David Viñas entendía a la literatura como una suma de “confrontaciones, tironeos, pulseadas”. Sus intervenciones en congresos y en los medios de comunicación, que podían derivar en discusiones y peleas, dejaban la posibilidad de encontrarse con un escritor lleno de ideas propias y argumentadas. Escribió novelas, obras teatrales, cuentos y ensayos, y fue uno de los fundadores, en los años 50, de la revista Contorno, que reivindicaba la figura de Roberto Arlt, en esos momentos un olvidado.
Como surge de la última charla en La Plata, que repasamos en estas páginas, Viñas sentía más cariño por el ladroncito Silvio Astier –protagonista de El juguete rabioso− que por el Don Segundo Sombra de Güiraldes, que en vez de prontuario tenía Don. Fue una constante en su vida: tomó siempre partido por los desclasados en lugar de por los poderosos. Podían ser los fusilados en la Patagonia Trágica o María Soledad Morales. Con Adelaida Gigli –única mujer del grupo Contorno− tuvo dos hijos que fueron desaparecidos por la última dictadura militar. Entre 1976 y 1979, en pleno exilio, escribió su novela Cuerpo a cuerpo, que se editó en Argentina recién en 2006. Está dedicada a su hija, a Haroldo Conti, a Paco Urondo y a Rodolfo Walsh. Fue una muestra más de que, pese al dolor y a la muerte, no dejó de seguir cuestionando.
Juan Manuel Bellini