Gus Van Sant
Estados Unidos, 106 minutos, 2012
Este director es el responsable de audacias vanguardistas propias del cine indie tales como “Elephant” (una película sobre la masacre de Columbine) y también de productos típicamente comerciales. En este caso, aceptó realizar una película que su amigo, Matt Damon, produjo, escribió y protagonizó pero no se atrevió a dirigir. El resultado es una cinta tan convencional y apegada a las fórmulas que —viniendo de quien viene— hasta parece una parodia. ¿Qué justifica entonces su recomendación? Pues el hecho de que esta vez las corporaciones de Hollywood se han puesto a denunciar a otros grandes consorcios económicos. Dos empleados de una empresa, no casualmente llamada Global, llegan al interior rural a ofrecer suculentos pagos a quienes acepten que sus tierras sean objeto de perforaciones en busca de gas natural. Se valen de una técnica llamada fracking (fractura hidráulica), consistente en romper la capa rocosa del subsuelo mediante agua a presión mezclada con arena y sustancias químicas. Un procedimiento señalado como contaminante y hasta capaz de aumentar los riesgos sísmicos. Un profesor de la secundaria del pueblo lo advierte y propone realizar un plebiscito. Se suma al debate el miembro de una organización ambientalista y no conviene develar lo que ocurrirá después. El filme fue aplaudido por ecologistas en el Festival de Berlín y estimuló el rechazo del fracking en países como España. Alguien le preguntó a Damon si la película no hace con los espectadores lo mismo que Global con los granjeros: intentar manipularlos. ¿Da igual servir a las buenas causas con las mismas recetas de siempre?
Carlos Gassmann