Está en el límite de Berisso, Ensenada y La Plata y fue el primer brote en la región, lo que obligó a cerrarlo para su abordaje. Un trabajo de campo de la facultad de Ciencias Exactas siguió la huella del virus en la zona a través de la detección de anticuerpos y sus habitantes se propusieron como donantes de plasma. Una experiencia que puede replicarse.
Por Pablo Spinelli
Fotos de portada: Télam
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El barrio José Luis Cabezas es una urbanización que nació como asentamiento y después de dos décadas se consolidó y extendió hasta ocupar varias manzanas justo enfrente del Bosque platense, cruzando la avenida 122, en el límite entre Berisso y Ensenada. Fue a principio de junio el lugar donde se dio el primer brote de coronavirus en la región cuando se detectaron 20 casos, lo cual obligó a un abordaje intensivo que incluyó su aislamiento total para evitar la propagación. Desde entonces, el Grupo COVID-19 de la facultad de Ciencias Exactas de la UNLP se sumó al trabajo sanitario y lo continuó hasta agosto con un objetivo preciso: hacer una análisis serológico de la población. En otras palabras, se investigó la presencia de anticuerpos IgG presentes en la sangre, que es la evidencia de la exposición al virus por lo menos en las dos semanas previas a la toma de la muestra.
Se trataba de seguir la huella que el virus dejó al irrumpir en el barrio para aportar las conclusiones a la construcción de estrategias sanitarias en otros lugares. El trabajo, cuyos resultados empezaron a conocerse a principios de septiembre, derivó en un pedido de los propios vecinos y vecinas para constituirse en potenciales donantes de plasma para tratar la enfermedad. “Eso era algo que no nos habíamos planteado nosotros al comenzar el trabajo, lo propusieron los vecinos y empezamos a coordinarlo con el Banco de Sangre”, explica a La Pulseada el bioquímico José Viegas, uno de los profesionales que participó del trabajo.
En los dos meses que duró la intervención en el territorio participaron 173 habitantes (un 19% del total) que viven en unas 94 viviendas (el 52% de las que forman parte del barrio) a quienes las brigadas Ramona Molina -bautizadas así en homenaje a la militante social de la Villa 31 de Retiro que murió infectada con el COVID-19- tomaron muestras.
Las conclusiones
La primera conclusión importante a la que se llegó es que el 24 por ciento de las personas tenían anticuerpos, es decir que habían contraído el virus aunque de modo asintomático. La segunda, derivada de la anterior, indica que la gran mayoría de quienes tenían anticuerpo (el 86%) los tuvo en niveles altos, lo cual las convierte en personas “aptas para la donación de plasma”.
La tercera conclusión importante del trabajo ratifica lo que se había empezado a corroborar en Villa Azul, en el límite de Avellaneda y Quilmes: la efectividad de establecer un control de circulación estricto en la comunidad y un cierre parcial del barrio durante 23 días, que abarcó cerca de 70 familias habitantes de la zona con mayor cantidad de casos confirmados. “Vimos una proporción mucho más alta de personas que poseen anticuerpos en la zona del barrio que fue cerrada durante el brote. Eso puede significar que esa decisión tuvo un efecto importante, que fue evitar una circulación del virus más explosiva por todo el barrio”, dice Viegas.
La cuarta conclusión o enseñanza que deja el trabajo en el barrio demuestra el poder de transmisión que tiene el virus y las dificultades de lograr el aislamiento cuando las condiciones habitacionales no son las apropiadas. Se encontró que en casi la totalidad de las viviendas que tenían un caso positivo (el 96%), todos los habitantes presentaron anticuerpos. “Esto significa que fue sumamente difícil evitar el contagio dentro de cada familia”, dice el informe.
La quinta conclusión habla del alto nivel de asintomáticos que tiene la enfermedad. Un 43% de las personas que mostraron anticuerpos no tuvieron antes síntomas y se enteraron de la infección a partir de la realización de este trabajo.
La donación
Tal vez sea la determinación de las estrategias futuras para la donación de plasma la enseñanza menos buscada y más importante que deja el caso del barrio José Luis Cabezas. “Cuando intervenimos no habíamos visto el objetivo de buscar donantes, fue un planteo de los vecinos cuando empezaron a aparecer los primeros resultados con los niveles de anticuerpo”, reconoce Viegas. Entonces el grupo tomó contacto con el Banco de Sangre para definir una forma de acción.
Decidieron además implementar una segunda instancia: ubicar a todos los vecinos que tenían concentraciones (títulos) de anticuerpos suficientes para ser donantes y avanzar. “En el entusiasmo todos querían ir inmediatamente a sacarse sangre, pero hay todo un procedimiento que cumplir, como para cualquier donación de sangre”.
En esa etapa está ahora el grupo: tomando las muestras para determinar si los potenciales donantes conservan el mismo título de concentración serológica o tienen algún impedimento como los antecedentes de enfermedades infectocontagiosas. “Ya nos estamos comunicando para encarar la donación”, dice la carta que el equipo envió a los vecinos notificando los resultados. El tiempo apremia ya que, según el comportamiento del virus, la inmunidad, expresada en concentración de anticuerpos, empieza a decaer entre dos y tres meses después del contagio.
Más allá de la viabilidad o no de que el Barrio José Luis Cabezas se convierta en un banco de plasma en sí mismo, la experiencia servirá para ser replicada en el resto de la zonas donde el Estado interviene detectando la circulación del virus.
“A partir de esta experiencia, en otros barrios vamos a colectar cantidad de sangre suficiente de cada persona en la primera intervención para lograr con esos sueros determinar el dosaje o el nivel de anticuerpos y a la vez extraer el plasma para el tratamiento en caso de que sea apto. Eso disminuiría la tarea del Banco de Sangre y permitirá ahorrar tiempo”, explica Viegas otra de las grandes enseñanzas del Barrio José Luis Cabezas //LP