Nota principal: “Estamos demostrando que sí merece la pena luchar”
Andrés Carrasco, científico principal del Conicet y jefe del Laboratorio de Embriología Molecular de la Universidad de Buenos Aires, conoce de luchas y resistencias. Tras confirmar los efectos devastadores del glifosato —herbicida pilar del actual modelo agrícola — aun en dosis muy inferiores a las utilizadas en la agricultura, sufrió censura, intimidaciones y una mediática campaña de desprestigio (La Pulseada Nº 94).
Estuvo en Alto Carrizal cuando se estaba gestando la pueblada (cuando se esperaba represión y una tensión que luego se volvió permanente) y se quedó unos días allí, acompañando. Después dialogó con esta revista sobre la magnitud de lo que ocurre en La Rioja, mucho más que el impacto ambiental: “Famatina fue más allá y discute los conceptos de autodeterminación de los pueblos, principios emancipatorios y soberanía —sostiene—. La experiencia fue muy interesante porque uno ahí confronta teoría y práctica. Uno de los grandes errores de los intelectuales latinoamericanos fue alejarse de la praxis, del curso de estos fenómenos coloniales y quedarse en el decir, en el pensar. Estos sectores recién ahora empezaron a demostrar una movilidad no respecto a lo intelectual, sino respecto a las condiciones de realidad, de un estadio neocolonial que nunca fue interrumpido y que hoy se hace más fuerte, más visible.
-A partir de la pueblada en Famatina empezaron a ser visibles tensiones latentes, luchas por el territorio y los recursos en distintos puntos del país…
-Las tensiones se vuelven visibles porque aparece una etapa donde todo el sistema de recursos, el territorio, el control social presente en los mecanismos de apropiación —y la convivencia de las poblaciones con esos modos de apropiación de los recursos— comienzan a ser interpelados. La etapa de los conflictos aparece como inaugurada después de lo de Famatina; sólo una gran inteligencia de parte del poder político aseguraría que la interpelación no se profundizara. Creo que va a haber un fenómeno de retroalimentación, de efecto dominó que va a asegurar la continuidad de las protestas, luego de Famatina se reorganizó Andalgalá, salió Esquel…
-¿Cual es su posicionamiento respecto a la lucha frente al saqueo de los recursos naturales, en este caso, el agua?
-En esos lugares uno refresca las condiciones no solamente del estado de cosas, respecto de la megaminería o de los sistemas de apropiación (minerales -metalíferos o hidrocarburos-, recursos energéticos) para decir cómo uno se coloca; más bien me gusta ver cómo funciona el conflicto. Es un cable a tierra para quien vive pensando en los escritos y allí pregunta, ¿qué hay para hacer? Acompañar, ése es un propósito. Tengo un enorme respeto por los movimientos sociales que ponen el cuerpo día a día, en el lugar del conflicto. Voy a comprenderlo y a formar parte del mismo y eso supone el mayor de los respetos, inclusive en aquellas cuestiones en las que se puede no estar de acuerdo; no soy yo el que estoy en el corte todo el tiempo, dando batalla hace siete años, peleándome con dos gobernadores e impidiendo que tres empresas trasnacionales suban y vuelen el cerro. Esto tiene un valor simbólico muy importante porque pone blanco sobre negro que sí se puede hacer, que el pueblo está de pie para dar la batalla, y el que crea que no están dadas las condiciones prácticas para hacerlo está equivocado.
-¿Qué le dejó la experiencia de Famatina?
-Fueron días muy movilizantes, una experiencia formidable, la percepción de que esos pueblos no van a bajar los brazos. La enorme satisfacción de saber que “no iban a pasar”, costara lo que costara. El valor de los compañeros que están en el corte de decir “cueste lo que cueste”. Acá hay una decisión tomada, muy compleja, porque es una decisión personal, que junta a algunos y divide a otros; es una decisión de un modo de vida, por la que uno sacrifica cosas; es una decisión intuitiva. Ellos están haciendo política y dibujando un conflicto que en lo local es una representación de los conflictos que atraviesan toda Latinoamérica y nos llevan a cuestionarnos quién depreda a quién, quién saquea a quién, quién se hace dueño de quién.
Los impactos ambientales nos conducen a hablar de autodeterminación, de principios emancipatorios y de soberanía. Famatina, Esquel, Andalgalá han dado un paso adelante, no se quedan en la discusión del impacto ambiental. Hablan del oro y el agua, y el tema pasa porque nos saquen el agua, nos rompan el cerro, nos roben el oro; éste no es un problema sólo de contaminación sino de soberanía; nos vienen a sacar el oro y no deben llevárselo, porque el oro es nuestro, es nuestro capital. Nosotros debemos discutir cómo, cuándo y para qué explotar cerros, sacar oro. No es sólo que vienen y nos saquean sino que como sociedad permitimos que lo hagan. Tiene que ver con la posesión real de los recursos y con la explotación del territorio. Cuando los movimientos en lucha dicen “nos quitan la vida, nos quitan nuestra manera de vivir, nos quitan nuestro territorio”, están avanzados en este sentido de trascender lo ambiental.