A principio de año, Claudio Simone fue despedido del colegio que dirigía, dependiente del Arzobispado. Ex catequista formado en los grupos parroquiales juveniles de los ’80, señala el “autoritarismo” de la institución y admite: “Hoy hasta me planteo si vale la pena discutir si Dios existe o no”.
Por Pablo Antonini
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Claudio Simone reparte actualmente su tiempo entre su trabajo en la Estación de Cría de Animales Silvestres (ECAS) del Parque Pereyra —donde dirige el taller para chicos “La fauna nos enseña” y un espacio de análisis socioambiental para grandes— y algunas horas como profesor de Educación Física y de Construcción de Ciudadanía en escuelas públicas. También tuvo tiempo para volver a la música, vieja afición postergada que ahora recupera en un trío donde canta y toca el bajo.
Es una realidad muy diferente de la que ocupó los nueve años anteriores, como director de una escuela, y su semblante tranquilo de octubre contrasta con el de marzo pasado, sombrío, cuando se hizo la primera parte de esta nota. “Extraño los vínculos con los chicos, con los docentes, las cosas que hacíamos —cuenta—. Pero la parte administrativa, los conflictos con la gente del Arzobispado, los choques… no, ¡dejame así!”.
Su nombre quedará igual asociado, mucho tiempo, al del colegio del que lo echaron, porque así irrumpió en los medios. También en carteles que decían “Claudio es Del Valle”, con los que padres, alumnos, docentes y egresados protagonizaron marchas y vigilias frente a la parroquia de 57 entre 1 y 2 y en la Catedral platense, pidiendo explicaciones al padre Gustavo Cicchino y al arzobispo Héctor Aguer, que nunca las dieron. Cicchino llegó a poner curas “suplentes” en sus misas, para eludir a los manifestantes.
Simone asegura que no lo buscó, ni se lo imaginaba, cuando escribió una “carta de despedida” en Facebook luego de que le comunicaron que cesaba en sus funciones. “Yo no tenía dimensión de lo que pueden generar esas redes, es como un virus que se propaga. Se contactaron padres con docentes, empezaron a llamar a medios. Yo iba viendo y me iba asustando… uno decía ‘Conseguí el teléfono de América’ y otro: ‘Yo conozco a tal periodista’, y empezaban a llamar, me mandaban mensajes, que no podía ser, que volviera… surge esto de las vigilias y movilizarse a las misas a pedir explicaciones. Y yo no sabía qué hacer”.
—En esa primera etapa vos no aparecías.
—No. Yo casi no atendía el teléfono, pero no por ponerme en estrella, necesitaba conservar la calma, pensar. Supongo que es la historia que uno arrastra del catolicismo, esa cosa de que el hombre nace pecador, tiene que arrepentirse y tiene culpa. Entonces esa cuestión interna al principio la tuve. Me pesó. Me lo replanteé yo, fueron días…
—Una especie de “algo habré hecho…”
—Tal cual. ‘Debo ser incapaz, debo ser un desastre’… me llamaban medios y yo no atendía, o me disculpaba y prometía ‘la semana que viene contesto’. Porque también tenía que dar respuesta a esa comunidad que estaba moviéndose para que volviera. Y después cuando participé, de entrada dije: “Yo no vuelvo”.
—¿Nunca fue tu objetivo ser reincorporado?
—No. ¿En qué contexto iba a volver, rodeado de guardianes que no me dejaran hacer nada? Yo le decía a la gente: piensen que yo soy un pichi, frente a toda esa estructura de poder, es imposible. El saldo final es positivo porque me fui con el mejor de los recuerdos, y con la conciencia muy tranquila de que uno hizo todo el esfuerzo y fue fiel a sus convicciones. De que fue una historia hermosa, más allá del final triste.
Semillas
Para Simone, lo que pasó también significó “ver en acción esa semilla que se plantó por nueve años, con un equipo que trabajó un concepto democrático de escuela, donde el alumno sea protagonista de su presente conociendo la historia del país y la ciudad en la que vive. Hacíamos campamentos, convivencias, viajes, proyectos sobre la Noche de los Lápices, semanas de actividades propuestas por alumnos y docentes, radios abiertas, vino la mamá de Miguel Bru, participamos en los programas de Jóvenes y Memoria, donde los alumnos hicieron un audiovisual muy bueno… Hacíamos de todo”.
Otras semillas pueden encontrarse mucho más atrás, cuando en 1980, de adolescente, comenzó a frecuentar con un grupo del barrio la parroquia Virgen del Pilar, en 15 entre 33 y 34, a la que llegó un seminarista que se convertiría en visitante asiduo de las páginas de La Pulseada: Alejandro Blanco. Y con él “otros dirigentes que coordinaban los llamados ‘grupos parroquiales’, una movida juvenil impresionante”, evoca. Tenía 15 años y sintió que se le abría el mundo: “Fuimos privilegiados, porque nos dieron una enseñanza religiosa ligada a la realidad y a distintas áreas del conocimiento, como la filosofía, la sociología, la antropología. Una enseñanza muy libre dentro de lo posible en la Iglesia, y eso hizo se nos abriera un poco la cabeza”.
Fue por un reencuentro con el cura Blanco, asignado a comienzos de este siglo a Nuestra Señora del Valle, que empezó dando cursos de catequesis, siguió como profesor de Educación Física y al tiempo le propusieron ser el director del secundario que se estaba creando en la institución.
El final empezó en 2012, cuando hacía rato que había cura nuevo. Comenzó por el desembarco de personal que “le hacía de espía”, asegura, o “desastres administrativos” que sospecha provocados. Un trabajo de investigación que una docente de su equipo propuso al aprobarse la ley de voto a los 16 años (los chicos, en grupos, debían aprender qué partidos políticos se presentaban a elecciones, sus discursos y propagandas), terminó en un tacho de basura: “No se hace política en el colegio”. Un acto del 24 de marzo fue interrumpido intempestivamente por la representante legal del Arzobispado: “Es muy largo”.
—Pero las escuelas católicas son subsidiadas, se rigen por el Ministerio de Educación, ¿la jerarquía de la Iglesia igual puede hacer lo que quiera con ellas?
—Ese es el tema. La escuela es 100% subvencionada, entonces estamos hablando del Estado, que tiene una ley de Educación. Yo no hice nada que esté fuera de esa ley. Los actos del 24 de marzo y actividades por la memoria están incluidos. Pero además no hice nada anti católico tampoco. Si se planteaba algún tema como el aborto el debate se hacía, yo tengo mi postura pero no hacía una bajada de mis posiciones. Yo no le voy a llenar la cabeza al pibe porque estaría siendo autoritario también.
Al igual que la gran mayoría de los colegios católicos de La Plata, Del Valle es una escuela estatal de gestión privada, no una escuela privada a secas. No podés aprovechar la subvención del Estado por un lado y por otro querer salirte de las normas que regulan las escuelas estatales. Para eso que la Iglesia presente su forma de subvencionarse, sus lineamientos, sus contenidos, sepárense del Estado (a éste le va a venir muy bien, porque es mucho dinero que podría destinarse a escuelas públicas y salarios, entre otras cosas) y ahí sí, yo director de un colegio católico me la tengo que bancar. Por todo esto hoy creo que la Iglesia es una de las instituciones más hipócritas e incoherentes que existen.
—¿Y la cuota que se paga, para qué va?
—Ja, ja, qué buena pregunta. No teníamos recursos materiales, no nos compraban —que hasta por escrito se los pedía— materiales de Educación Física o audiovisual… Algún sueldo propio paga la escuela, o alguna materia extra programática. Pero entra mucha plata. Con todo subvencionado por un lado y por otro una cuota de entre $400 y 500 por alumno, multiplicalo por 230 chicos en el secundario solamente. Más primaria, con turno mañana y tarde de primero a sexto, más el jardín, con seis salas de tres a cinco años… Y después, mirá el salón del secundario con agua por todos lados, los baños con caños rotos, el cielorraso agujereado, cables eléctricos sueltos…
—¿Hay casos similares al tuyo otras escuelas?
—Sí, hay un montón de casos que no salen a la luz. Un día que fui al Ministerio de Trabajo con el gremio SADOP, que me acompañó en todo momento, cuando terminamos una de las delegadas le dice al representante legal nuevo, que viene de otro colegio: “Ah, tenemos que hablar también por el despido del profesor de allá –se ríe–. O sea… el mismo había echado a otro y aprovechaba que lo veía para hablar de ese caso también. Hay un control permanente y no es de ahora, es de siempre. Pero con Aguer en los últimos tiempos hay una especie de Inquisición muy grande.
—Mira que lo pongo con ese título…
—Sí, ponelo. Me hago cargo.
Creencias
Más recuerda Simone y más se rebela contra algunas prácticas que durante demasiado tiempo fueron parte de sus obligaciones, “como el Corpus Cristi, que termina con misa en la Catedral. En todas las escuelas católicas, entre comillas se ‘invita’ a los padres y se nos obliga a ir a docentes y alumnos. Yo nunca los obligaba pero al menos teníamos que ir con los abanderados para representar al secundario. Y al otro día en los diarios veías la homilía de monseñor Aguer hablando de ‘la gran manifestación de fe’. ¿Qué manifestación de fe? ¡Si eran un montón de pibes de primaria y secundaria obligados a ir de todas las escuelas!”
—Y en casos como las movilizaciones contra la ley de matrimonio igualitario ¿también se daba esa situación de “invitar” u obligar a ir?
—No, ahí sí se debatía el tema. Esos temas se trabajaban con los chicos desde las distintas posturas en la sociedad y dentro de la misma Iglesia, y se tenía que discutir. A veces en jornadas tipo asambleas, o debates por aula y después plenarios para que cada grupo con papel afiche expresara qué habían discutido.
—Mirando este presente desde aquel principio en la Iglesia del barrio ¿te seguís definiendo católico, creyente…?
Suspira el ex director de escuela religiosa, ex catequista, ex entusiasta adolescente de los grupos parroquiales.
—No. El último tiempo los chicos me lo preguntaban a veces: “¿Vos sos católico Claudio?”. No importa eso, yo hacía el saludo inicial de la jornada lectiva con una oración, pero hace rato que dejé de ser católico, y hasta me planteo si vale la pena discutir si Dios existe o no. Creo que debe limitarse a lo personal, a respetar la creencia de cada uno.
—Pero ¿y esa cruz…?
Simone acaricia la emblemática reliquia de madera que le cuelga del cuello. Hace muchos años que la lleva, pero antes tenía otra. La anterior se la regaló a un chico con el que compartió otro tipo de batallas, una noche que se quedó a “hacerle el aguante” en un hogar de tránsito porque quería desintoxicarse y tenía miedo de fallar si se quedaba solo. Se llamaba Omar Cigarán (ver aparte), y cuando lo mató la Policía el año pasado todavía la llevaba encima.
—Es la Tau.
—¿No es una cruz?
—Es una Tau. San Francisco de Asís la tomó como su símbolo porque era la última letra del alfabeto hebreo. Él tenía los principios de una Iglesia pobre, y de seguir esa convicción hasta las últimas consecuencias ¿Entendés? Y yo la uso por admiración a San Francisco, como admiro a otras personas católicas de esa línea de la Iglesia que han seguido fervientemente esa concepción. Es más, sí creo en Jesús. Un Jesús hombre que revolucionó su época, su contexto. Yo admiro a esas figuras y a esa perspectiva de Iglesia. Pero en la Iglesia y el Dios católico ya no creo más. Soy muy respetuoso de todas las creencias, y si me decís en situaciones límites que uno dice “por favor, Dios” sí, bueno, a veces lo hago. Todos apelamos a algo más grande que nosotros.
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1 commentsOn “Con Aguer hay una especie de Inquisición en La Plata”
Mons Aguer es un Torquemada llegado por el túnel del tiempo a restaurar el apetito inquisitorial de tortura y de muerte del peor catolicismo de la historia: háganse cargo uds. los católicos; que yo sepa, Aguer no nació siendo arzobispo, ni salió de un repollo ¿no? Ese tipo es ya no solo el opio sino, lisa y llanamente, el veneno mortal de los pueblos. ¿Por qué no le piden a Bergoglio -el adalid de «la guerra de Dios» contra el matrimonio igualitario (sic)- que lo saque a Aguer? Apostaten de una vez, católicos, apostaten. Así podrán profesar el cristianismo de una vez, si es lo que quieren.