El sociólogo Jerónimo Pinedo, docente-investigador de la Facultad de Humanidades de la UNLP, invita a pensar las transformaciones que el temporal del 2 de abril produjo en una ciudad que se declaraba perfecta.
Por Jerónimo Pinedo
Cuando la ciudad es amenazada, se convierte en un teatro de operaciones. Solía decir Héctor Germán Ohesterheld para explicar el impulso inicial de la saga El Eternauta. Quien recuerde esa gran obra de la literatura argentina del siglo veinte, sabrá del sentimiento aterrador que se apodera de sus personajes cuando los copos blancos caen sobre el barrio de Juan Salvo. La amenaza por lo desconocido, cuando finalmente se consuma, es fuente del miedo ubicuo y la muerte inminente. El miedo sobreviene como un huracán imparable cuando algo que no podía pasar, pasa.
La invulnerabilidad es un mito, que en La Plata se delinea sobre su traza urbana. La ciudad cuadrada, la ciudad planificada, la ciudad ordenada por la matemática. Son pocos los que han notado que además de traer espanto y muerte, la anegación urbana más grande que haya conocido el país, arrastró consigo el último girón de la ilusión urbana positivista a la que el relato oficial platense aún se aferraba. La ciudad que negaba su periferia, que negaba sus clases populares, que negaba su propio desarreglo urbano, que prefería cantar los oropeles de una historia inventada para la ceremonias de estado y los premios de la Unesco, descubre súbitamente y en masa la fragilidad del orden social y político urbano.
Tras las inundaciones, se produjeron transformaciones en las cuatro tramas que ensambladas configuran la vida urbana.
La primera trama tiene que ver con la economía, pero no en el sentido tradicional de los economistas, sino en el sentido de las prácticas de adquisición y consumo de bienes estudiada por algunos antropólogos clásicos. La solidaridad -que en tiempos de incertezas, fragmentación y desconfianza, curiosamente goza de buena prensa- no es más que un enorme sistema de intercambio de bienes materiales y simbólicos que está modificando las relaciones sociales de una manera aún desconocida. Un sistema de prestaciones totales por el que circulan no sólo botellas de agua, bidones de lavandina, colchones, subsidios del ANSES, que sino además, por su intermedio, se arman buenas y malas reputaciones, prestigios y estigmas, se quiebran viejos liderazgos y se construyen nuevos.
Hay una segunda tranformación, articulada con la anterior: la de los aparatos políticos territoriales. Lo que estamos experimentando son las consecuencias políticas de las inundaciones, que han desatado una batalla por el control político del territorio de la capital de la provincia de Buenos Aires. Todos los acuerdos y arreglos políticos previos se han alterado, y la ebullición militante que lo prosiguió es el precedente de un intento de volver a suturar un orden. El interrogante de la hora es saber quién finalmente logrará hegemonizarlo.
Una tercera trama es la de las relaciones sociales alteradas e invertidas. Aparece cuando los efectos más devastadores de la inundación se producen sobre las clases medias que habitan el centro y no únicamente, ni como tradicionalmente se esperaba, sobre las clases populares de la periferia. ¿Qué pasará con el sistema de relaciones de clases locales tras la inundación?
Y hay un cuarto nivel, el de los significados. Rossana Reguillo explica, “la cultura aparece no sólo como un espacio de imaginación, sino además como un espacio de explicación de la catástrofe, de contención de la incertidumbre y de acción frente a los miedos”. Las explicaciones o pseudo explicaciones, la chorrera de rumores que se impregna en las conversaciones, los hálitos que rodean a los nuevos visitantes de la ciudad. ¿Buscan muertos? ¿Buscan galpones? ¿Buscan territorios dónde asentarse?
Cuando aún se discute sobre listas oficiales y listas ocultas de muertos por la inundación, cuando aún se ven los despojos de autos en las calles, cuando todavía las muestras de solidaridad se constituyen en especies de desembarcos en Normandía, sería esperable que la argamasa simbólica de la sociedad platense se transforme de una manera que aún no está el alcance de nuestra compresión.