Apartado de las luces del centro, ajeno a las modas, al autobombo y a los mandatos de la academia, Pablo Ohde (1970 – 2012) fue urdiendo una escritura sin par. La reciente publicación de su obra reunida habilita a un público más amplio el descubrimiento de un escritor indispensable. Un desacomodador.
Por Juan Bautista Duizeide
A mediados del siglo XIX, Charles Baudelaire escribió: “Pobre del poeta que no tenga dentro suyo un crítico”. Así introducía el tema de la autoconciencia propia del arte moderno. Hoy se podría ironizar en torno a aquella afirmación: pobre del poeta que no es también publicista de sí mismo y experto en relaciones públicas. Ya son enjambre los versificadores cuya máxima especialidad es que los publiquen, reseñen, bequen, traduzcan, estudien, alaben. Otros eran los rumbos de Pablo Ohde. Él no buscaba acomodarse. Era un desacomodador. Cero en buenos modales, cero en táctica. No quería hacer carrera ni posar de poeta. Escribía porque era su forma de habitar este mundo, de comprenderlo. Quizás de hacerlo más comprensible, más habitable para los otros.
En 1976 había partido al exilio con sus padres. “Un viaje no programado a España”, escribió con ironía en su único libro de cuentos: Crónicas del señor Cornely. De regreso de Barcelona —donde estudió en una escuela anarquista— fundó junto con Lautaro Ortiz y Nicolás Zafra el grupo de poesía Turkestán. Más que los tumultuosos recitales de poesía o la pelea con los Verbonautas nucleados en torno al entonces ascendente rockero Palo Pandolfo, vale recordar sus sistemáticas pegatinas de afiches con poemas por las calles platenses en los ‘90. Años de Carlos Menem propiciando festivamente el desguace nacional, con Eduardo Duhalde a la cabeza de la Provincia y Julio Alak cortando el bacalao en La Plata. Desde entonces, Ohde se plantó: no como un mero opositor sino como un disidente de tiempo completo.
Turkestán fue también editorial. Y con tal sello se publicó en 1997 el primer libro de poemas de Pablo Ohde: Atlante. Nada que ver con lo que por entonces aseguraban las cátedras y los suplementos literarios que era la poesía argentina. “Toda” la poesía argentina. Lo propio de Pablo Ohde no eran las instantáneas del desastre ni el refugio en el juego verbal. No por capricho de originalidad, sino por consecuencia con las voces que lo habitaban y lo constituían.
En 2009, Julián Axat incluyó Panteo —segundo poemario de Ohde— en la colección que fundó y dirige junto a Juan Aiub: “Los detectives salvajes”, especializada en editar poesía escrita por desaparecidos —Jorge Money, Rosa María Pargas, Joaquín Areta, Luis Elenzvaig— si bien abarca libros de poetas pertenecientes a la misma franja generacional de los hijos de desaparecidos. Al año siguiente, Axat sumó poemas de Pablo Ohde en Si Hamlet duda le daremos muerte, una antología-manifiesto que alzó bastante revuelo por la forma virulenta de oponerse a la poesía joven consagrada, con las figuras de Fabián Casas y Washington Cucurto denunciados como “vendedores de papel picado” y “perros publicadores”. Hasta cierto punto, cómplices de un estado de la cuestión poética tendiente a obturar la emergencia de voces nuevas.
Más allá de que Si Hamlet duda… es un libro estéticamente muy diverso, podría resultar extemporánea la presencia de textos de Ohde, no porque no lo merecieran sino porque él solía mantenerse al margen de esa discusión que la antología planteaba. Sin embargo, la obra y la figura de autor de Ohde son reveladoras para pensar los ‘90 de otra manera, no limitada a los rasgos más evidentes de la época. Si Fabián Casas (autor, por ese entonces, de libros de poesía como Tuca, El salmón y Pogo) ganaba las luces del centro y la fama con relatos y poemas en los cuales incurría en una suerte de barrialismo tardío —en la misma época en que el menemismo destruía la cultura del trabajo y las redes sociales y políticas que antes caracterizaban a los barrios—, Ohde iba creando una obra intensa y rigurosa, sin la menor concesión al anecdotario de lumpenaje y reviente.
En Atlante y Panteo, Ohde se aventura en una escritura visionaria como prácticamente no existe en la poesía argentina. Cabe considerarlo hermano literario de otro “outsider”: el Miguel Ángel Bustos de Visión de los hijos del mal (1967) e Himalaya o la moral de los pájaros (1970). En Atlante y Panteo fulguran algunas de las imágenes más potentes de la poesía de los últimos años. Conforman una especie de épica sin relato. Teniendo en cuenta las circunstancias biográficas de su autor —en 1993 le diagnosticaron un trastorno neuropsiquiátrico permanente— cabe leer esos libros a la vez como metáfora del Mal, de la enfermedad; como instrumentos de exploración de la subjetividad y del lenguaje; como testimonio de una lucha y como armas en esa lucha: la lucha por manejar el lenguaje del propio cuerpo y por apoderarse del cuerpo del lenguaje. Son, por supuesto, testimonio de una gran victoria. Pueden parecer oscuros, pero como escribió la poeta Olga Orozco, “la oscuridad es otra luz”.
La Eva de las tres muertes (2011) —armado a partir de retazos de libros previos inéditos, sin la unidad de Atlante o Panteo—, puede considerarse una obra de transición. Otros asuntos asoman por allí: el amor paterno, el lenguaje, la violencia, sea callejera, como en el poema Nueva York, o política, como en la sutil alusión a las desapariciones de sus tíos que consta en No amanece.
La publicación del volumen Obra reunida —compilado, prologado y comentado por Fernando Alfón— abre la posibilidad de que esta poesía (y también los magníficos cuentos satíricos incluidos en Crónicas del señor Cornely) alcance un público lector más amplio. Sería justicia que esto sucediera. Justicia poética.
Mínima antología de un poeta máximo
Un encuentro al final del viaje
¿por qué todo el sol amaneciendo en tu espalda?
¿cuánto tiempo tu cuerpo impidiendo el horizonte?
¿cuántas veces el silencio?
¿por qué el paisaje detenido?
¿dónde tanta ceniza y luz y cielo escondiendo la mañana a las estrellas?
¿dónde los cachalotes con grandes brazadas de mástiles sumergidos cubriendo la noche?
Atlante
¿sólo esto para las ventanas?
(de Atlante, 1997)
VIII
nunca se le han visto alas
pero su zancada es agitada
ágil
y reptil
engaña nuestros sentidos
con bellas figuras
y deslumbrantes sinfonías
también se nos puede aparecer
como una Luna
que en su vértice superior
señala el brillo
de una única estrella
esa es su mentira
ese nuestro alimento
(de Panteo, 2009)
Test de Judas
para saber quién es quién
se toma un amigo al azar
y se le pide
que levante un puño en alto
que levante la voz en alto
y que en alto grite
“Presente”
si lo hace
y los muebles empiezan a temblar
bien
eso está bien
invítalo a tu casa
y que beba a la salud de cualquier cosa
pero
si la voz se le quiebra
el brazo se le dobla
o de su garganta brota el silbido de un jilguero
ignoralo
nunca va a pelear por lo suyo
nunca va a hacer una revolución
ni nunca va a tener los cojones
para acatar o impartir una orden
se va a esconder
y tarde o temprano
te va a traicionar
(de La Eva de las tres muertes, 2011)