Cepillar la historia a contrapelo

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A los 78 años Alicia Dujovne viajó a Jujuy y escribió Milagro, un libro que, según cuenta en esta entrevista, barre con los prejucios ideológicos y en el que hablan los tupaqueros que “tenían las palabras -y las lágrimas- atragantadas”.

Por Carlos Gassmann

Nacida en Buenos Aires en 1940, hace cuatro décadas que Alicia Dujovne Ortiz va y viene desde Francia, país al que llegó en 1978 como corresponsal de La Opinión.

A partir de 1967 publicó numerosos libros de poesía, ensayos, novelas e investigaciones periodísticas. Además escribió biografías de María Elena Walsh, Maradona, Eva Perón, Carlos Dujovne –su padre– y Dora Maar –la artista plástica francesa–. Su trabajo sobre “la abanderada de los humildes” ya ha sido traducido a veinte idiomas y Mario Wainfeld opina que, junto a la de la española Maryssa Navarro, es la mejor reconstrucción que existe de la historia de la Duarte. También fue columnista de La Nación (Argentina), Excélsior (México), La Vanguardia (España) y Le Monde (Francia) y asesora de la editorial Gallimard.

En marzo de 2011, La Pulseada ya había recomendado con entusiasmo su libro ¿Quién mató a Diego Duarte? Crónicas de la basura, impactante indagación del negocio de los desperdicios y del mundo del cirujeo hecha a partir de que el 15 de marzo de 2004, en los inmensos basurales a cielo abierto de José León Suárez, fue encontrado, sepultado bajo una montaña de desechos, el cadáver de un joven de 15 años.

La misma Alicia explicó cuál fue el origen de Milagro, este texto “urgente” sobre la fundadora de la organización Tupac Amaru. En la capital francesa la incluyeron en una mesa redonda sobre los femicidios en la Argentina y le propusieron hablar también de Milagro Sala. Pidió un breve tiempo para pensarlo y, mientras tanto, leyó todo lo que encontró sobre ella. Concluyó que no sólo quería referirse a ella sino también dedicarle un libro. A 48 horas del debate parisino ya estaba volando hacia Jujuy, donde permaneció durante 20 días, haciendo el “trabajo de campo”. Observó todo lo que pudo y habló tanto con la líder del movimiento como con sus seguidores.

El resultado es un volumen iluminador, editado primero en francés y en noviembre de 2017 en castellano, sobre el que Dujovne Ortiz aceptó hablar con La Pulseada.

-De quiénes se elige hablar define también una postura: Evita, Diego Duarte… Walter Benjamin hablaba de “cepillar la historia a contrapelo” adoptando la perspectiva de los vencidos y oprimidos ¿Coincide? ¿Qué la motivó a los 78 años a salir de la comodidad de su casa de Francia hacia Jujuy para ocuparse de Milagro Sala? 

“Viajé para saber quiénes eran los tupaqueros y quién es Milagro, qué significado ha tenido esta revolución de pobres de verdad, de carne y hueso, no de libro”

–Ya pronto serán 80. Estoy feliz de haber viajado a entrevistar a Milagro y a los tupaqueros y, si me da el tiempo, al terminar Aguardiente –tercera parte de mi “autoficción”–, me gustaría ir a la patagonia argentina y chilena para conversar con esas otras Milagros que son las machis, las autoridades espirituales de los mapuches, que son siempre mujeres. Comparto la idea de Benjamin sobre los oprimidos, un tema que al fin me ha impulsado a militar a mi manera. En los años ‘70 no lo hice porque desconfiaba de la verticalidad y hasta del machismo de los Montoneros –muchos de los cuales eran mis amigos–. Pero a partir de 2001 me interesé en el fenómeno cartonero por lo que éste tiene de anarquista, en el sentido de prescindir del Estado que los abandona para asociarse en cooperativas. Y, por el mismo motivo, me llamaron la atención las fábricas autogestionadas. “Cepillar la historia a contrapelo” significa también inventar recursos de supervivencia y, al hacerlo, conscientemente o no, imaginar nuevos tipos de sociedad.

–En francés es otro, pero resulta muy atinado el título en castellano: “Milagro”. Porque es el nombre de la protagonista pero enseguida adquiere otras resonancias. Bourdieu decía que “un movimiento de desocupados es un milagro sociológico”, queriendo señalar que cuando todas las condiciones son adversas es muy difícil organizarse para reclamar colectivamente. ¿No es otro “milagro sociológico” que, siendo mujer, morena e “india”, Sala haya logrado todo lo que consiguió, movilizando a lúmpenes, levantando de la calle a “drogados y putas”?

–Es un milagro, y es eso lo que está pagando tan caro. Una revolución profunda y original, no de obreros asalariados de camiseta impecable, como los de la propaganda soviética, porque en Jujuy ya no hay fábricas, sino de adolescentes drogadictos, de madres de trece años, de mujeres golpeadas, vale decir, de pueblo real, no del soñado sino del de hoy, del que tenemos. Haberlos considerado no como desocupados sino como trabajadores de un nuevo tipo cuya fábrica es el barrio, lograr devolverles la dignidad junto al amor por el trabajo y conseguir restituirles la identidad perdida al hacerles recobrar sus ceremonias ancestrales, a ellos, que no tenían la menor idea acerca de su origen, es algo único en nuestra América y en el mundo.

–Usted dice que, al iniciar el viaje, va con ansias de hallar lo que desea encontrar. ¿En qué medida se ajustó a sus expectativas el fenómeno de la Tupac? ¿Algo en especial la sorprendió para bien? ¿Algo en particular la decepcionó?

–Con Milagro hablé poco porque ella no se sienta nunca a conversar tranquila. Los que me hicieron entender ese fenómeno fueron los tupaqueros. Me recorrí la provincia para escucharlos, entré en sus casas, hablé con los coyas de Huamahuaca, con los guaraníes de Las Yungas. Todos tenían las palabras –y también las lágrimas– atragantadas. Sentían una tremenda necesidad de hablar de Milagro y de la Tupac, de contar lo que habían hecho, cómo habían trabajado de sol a sol porque todo lo que hacían era de todos. Fueron encuentros conmovedores con personas que tienen la verdadera inteligencia: la de la vida. Lo decepcionante, si algo en esta experiencia social extraordinaria lo es, tiene que ver con la verticalidad de Milagro. Pero también es cierto que su autoritarismo, en esta etapa de su revolución, era inevitable: Milagro sabe cómo tratar al lumpen porque emplea sus mismos códigos, los que aprendió en la villa donde pasó su adolescencia. Es imposible comprender el universo de la marginalidad, que siempre es el de la urgencia, desde criterios de estabilidad y de seguridad económicas. Pienso que tuvo poco tiempo para evolucionar y que en otra etapa hubiera adoptado una mayor horizontalidad en la toma de decisiones, apoyada por una nueva generación de tupaquerxs a los que ella les permitió estudiar.

“Lo decepcionante, si algo en esta experiencia extraordinaria lo es, tiene que ver con la verticalidad de Milagro. Pero su autoritarismo, en esta etapa, era inevitable”

–Usted es autora de una de las biografías más leídas de Eva Duarte. Y a lo largo del libro va trazando paralelos entre Evita y Milagro. ¿Cuáles le parecen los mayores parecidos y las diferencias más notorias entre estas dos mujeres?

–La propia Milagro contesta, cuando la comparan con Evita, “pero yo soy negra”. Es una herida, un sufrimiento que se remontan a su infancia, cuando no la dejaban entrar a una pileta a causa del color de su piel. El parecido está en el desprecio por la burocracia, por el papeleo, o sea, nuevamente, en un anarquismo menos inconsciente de lo que parece. Mientras escribía mi biografía de Evita en los ‘90 entrevisté a viejos anarquistas y ellos me confirmaron que ella les había hablado más de una vez y que había aplicado la idea libertaria de la distribución directa de la riqueza. Con respecto a Milagro, el sindicalista Nando Acosta, que fue su maestro, se autodefine como un “anarcoperonista”. Esta manera antiburocrática de hacer las cosas la convirtió en una presa fácil para sus enemigos. Por ejemplo, hizo casas que no figuran en ningún registro porque la gente del lugar las necesitaba: siempre el criterio de la necesidad urgente por encima del cálculo político o económico.

–Apunta también que no es nuevo esto de las “grietas” que nos dividen. Pero, igualmente, es difícil no preguntarse: ¿cuánto hay de ignorancia y cuánto de mala fe en los miles que piensan o actúan como si Amnesty International, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dependiente de la OEA o el Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria de la ONU formaran parte de una conspiración kirchnerista para liberar a una delincuente? ¿Basta como explicación la manipulación mediática?

–Ingenuamente pensamos que puede ser ignorancia. Pero el ejemplo de Bolsonaro en Brasil nos revela el inmenso poder de las “fake news” (lamento tener que decirlo en inglés, pero de ahí vienen), capaces de manipular la opinión hasta límites todavía desconocidos. Pensar que nuestra vida política está manejada por las iglesias evangelistas da frío en la espalda.

–¿Cree que hay que hacer una distinción en relación con otros lugares del país y que en Jujuy “el odio hunde sus raíces en la historia de la colonización”?

–Toda la Argentina es racista, pero en lugares como Jujuy, donde no ha habido inmigración, el odio del blanco hacia el indio o el mestizo parece haberse quedado congelado como si los conquistadores acabaran de llegar. Pero no hay una variedad de odios: hay uno solo.

–¿Acuerda con la autocrítica del compañero de Milagro, Raúl Noro: “No supimos ir contando a todos la profundidad de lo que estábamos haciendo y subestimamos el condicionamiento de la sociedad para con los de abajo”? ¿O cree que esta suerte de revolución ha quedado trunca también por otros motivos?

–Ante todo ha quedado trunca porque, lo repito, no le dejaron tiempo. Pero le cuento lo que me preguntaron en una librería latinoamericana de Ginebra donde presenté mi libro y donde enumeré los errores cometidos por Milagro. “¿Y si no los hubiera cometido –me interrogaron– la habrían perdonado?”. Pensé un poquito y contesté: “No, ser negra y ser mujer era de todos modos imperdonable”.

–Sus testimoniantes le confirman su impresión de que un auto la sigue hasta donde se hospeda y le cuentan de variados mecanismos de amedrentamiento y vigilancia. A partir de su experiencia, ¿cabe hablar del de Morales como de un Estado provincial policíaco?

–Me siguió un auto de la Policía desde el hotel hasta que me subí a un taxi. “¿Vas todos los días a verla a la cárcel y eso te extraña?”, me dijo Noro. La Jujuy de Morales es una provincia feudal sometida a un régimen de terror donde todo el que haya estado con Milagro va preso o se queda sin trabajo y donde la prensa no consigue publicidad, vale decir, no puede sobrevivir, si no echa pestes contra ella.

La dirigente social Milagro Sala en el inicio de un juicio oral en su contra. Foto: Edgardo Varela/LAP

–Hay capítulos que parecen un ajuste de cuentas con cierta izquierda tradicional y dogmática (la charla con el representante de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, la conversación con la antropóloga). Usted dice: “Antes que en la severidad y la adustez de toda ideología creo en la manga ancha maternal”. O también que “la nostalgia del proletariado puede resultar dañina” y que “desocupados del mundo, uníos” le parece una consigna más apropiada para estos tiempos. ¿Piensa que aunque puedan tener razón los que le reclaman a Milagro “ideología”, “objetivos”, “crear conciencia”– con la mera razón no alcanza para comprender lo que ella y su movimiento representan?

–Es exactamente eso. Pero el ajuste de cuentas puede provenir de mi historia familiar. Mis padres, Alicia Ortiz y Carlos Dujovne, fueron comunistas. Él estudió en la URSS, fue enviado a América del Sur como agente soviético de agitación sindical y, cuando abandonó el Partido en 1947 junto a mi madre a causa del estalinismo, fue denigrado y oscurecido por sus antiguos camaradas. Ese ajunte de cuentas ya lo hice de manera detallada y metódica en El camarada Carlos: itinerario de un enviado secreto, una biografía basada en datos que recogí en los archivos de la Internacional Comunista o Komintern, en Moscú.         

–Considerando la idiosincrasia y los prejuicios del interior profundo, ¿no le llamó la atención la amplitud de criterio de Milagro con alguien como Huguito, cuando prácticamente lo empuja a asumir públicamente su homosexualidad, a adoptar una niña con su pareja, a crear y encabezar la Secretaría de Diversidad de la Tupac y a organizar las Marchas del Orgullo en Jujuy?

–Es lo que muestra la modernidad absoluta de Milagro. Si se hubiera limitado a las ceremonias del Inti Raymi y de la Pachamama en la plaza central de la capital jujeña hubiéramos podido verla como una nostálgica de la Edad de Oro, cosa que puede tener cierta connotación de extrema derecha. Después de todo, existe un rock antisemita azteca e inca.  Pero haber llenado esa plaza de plumas y lentejuelas ante las barbas del obispo la describe como una mujer de vanguardia.

–En Francia el libro apareció por medio de un sello editorial feminista. Si una revolución está viviendo Argentina y no sólo Argentina, afortunadamente– es la de las mujeres. Pero parece haber también aquí distintos feminismos. Uno es, por ejemplo, el de los sectores medios ilustrados y urbanos. Y otro el de los sectores populares del interior. ¿No es también revolucionario que la líder de la Tupac sea una mujer y que haya otorgado tanto protagonismo a sus compañeras? ¿No es sorprendente esa manera de combatir la tan enraizada violencia de género enfrentando al marido golpeador con un grupo de ocho como una cifra cabalística– mujeres y amenazándolo con tener que abandonar la casa que le adjudicó la organización si reincide?

–Junto con las marchas del orgullo gay, probablemente esos grupos de choque femeninos que agarraban a piñas al marido violento sean lo más original del movimiento tupaquero. Con respecto a “la revolución de las hijas” en la Argentina, me parece que por fin el pueblo de las mujeres salió a la calle. Participé en una manifestación de Ni Una Menos y estaban todas: las inmigrantes de los países limítrofes (a partir del último Encuentro de Trelew habrá una nueva consigna: Ni Una Migrante Menos), las madres de las chicas secuestradas por la trata, las trans, las pibas del pañuelo verde, todas. Mi madre era una escritora feminista de esas a las que llamás ilustradas y que abrieron el camino, pero esto que está pasando es nuevo y me alegra haber llegado a tiempo para verlo.

–¿Qué repercusión está teniendo el caso en el exterior y cuán influyentes pueden ser las presiones internacionales?

Te cuento mi propia experiencia: aunque mi libro en francés sobre Sala casi no haya tenido prensa, porque los periodistas no la conocen y al leer los horrores que salen sobre ella en Internet desconfían mucho, curiosamente me han convocado a hablar de Milagro en unas veinte universidades y centros culturales de Francia y de otros países europeos. No tengo explicación para el fenómeno. Acepto todas las invitaciones para hacer conocer el caso. Pero las presiones internacionales se han revelado inútiles frente al desprecio por la ley que se vive en Jujuy, por no decir en la Argentina toda.

El libro culmina con un Epílogo provisorio, fechado el 15 de octubre de 2017, cuando Milagro ya llevaba 500 días de cautiverio. Allí Dujovne Ortiz habla del temor compartido por la salud física y psíquica de Sala y coincide en que el poder la quiere muerta. Ahora, transcurridos bastante más de 1.000 días de esta detención, en realidad un secuestro, sólo cabe concluir sumándose a los reclamos: ¡Basta de presos políticos! ¡Liberen ya a Milagro y a todxs sus compañerxs!    ///  LP


FRAGMENTOS DEL LIBRO

Invasión intolerable

“¿Cómo no comprender la irritación provocada por la indiecita de un metro cincuenta que, de buenas a primeras, implementando un ‘Estado paralelo’, hacía ella lo que el gobierno se olvidaba de hacer? Insoportable desafío, el de esta mujer que, rodeada por una multitud y en pleno centro de la ciudad, celebraba a la Pachamama, la diosa tierra; o mandaba a cortar las calles céntricas en reclamo de mejoras salariales; o, acto final de la tragedia, organizaba durante semanas un ‘acampe’ frente al Palacio de Gobierno: los ‘negros’ durmiendo, comiendo y arrojando cáscaras de banana bajo las propias barbas del señor gobernador. Invasión intolerable para la clase alta y para las clases medias, aterradas ante la perspectiva de ser confundidas con ese pueblo maloliente. Milagro fue detenida en diciembre de 2015 durante un célebre acampe, que incluía grandes tiendas para albergar a las familias tupaqueras y hasta pequeñas piletas para los niños, porque hacía calor y ella siempre había pensando en todo. Milagro, madre de dos hijos propios y de doce adoptivos, esos que en la provincia se llaman ‘hijos del corazón’”.

“¿Cuántos le quedarán ahora, cuántos la visitarán en la cárcel, arriesgándose a afrontar las amenazas, la represión policial? Es lo que me propongo averiguar, a mis 78 años, la edad justa para largarse a la aventura, sola, con la mochilita a la espalda, rogando porque Milagro sea tal como me la imagino y tal como en la Argentina algunos la han llamado, a causa de esa manía suya de regalar a los pobres cosas de ricos: la Evita negra”.

(Fragmento de la introducción del libro de Alicia Dujovne Ortiz).


Equívocos de la “identidad”

“Entre los males de la conquista y la colonización española y del imperialismo yanqui figuran los nombres. Colón creyó haber descubierto las Indias y a sus habitantes los llamó indios. Pero la historia se vengó de él cuando un tal Américo Vespucio escribió su libro sobre el ‘descubrimiento’ del continente, el que en vez de llamarse Cristobalia acabó llamándose América. Segundo capítulo de una historia de errores, siglos más tarde, los ‘americanos’ del norte se adueñaron del nombre, se autodenominaron americanos a secas y a todos los otros nos tildaron de ‘latinoamericanos’ (referencia racial que en relación con ellos mismos tuvieron la inteligencia de esquivar, de lo contrario habrían resultado, también erróneamente, sajonamericanos). Por su parte, los españoles nos llamaron hispanoamericanos. ¿Pero un argentino de apellido búlgaro puede considerarse latino, o hispano? ¿Y un negro? ¿Y un indio?”.

“Aquí llegamos al meollo del asunto, porque un chileno de abuelos polacos puede sentirse harto de oírse llamar latino, pero no humillado: después de todo, la palabra evoca ritmos tropicales, maracas, guitarras, sombreros, vale decir, nuevamente, mitos, aunque no despectivos sino condescendientes, mientras que negro o indio son palabras malditas marcadas por una historia atroz”.

“Durante cierto tiempo, los estudiosos de la presencia africana en América intentaron un eufemismo bienintencionado y al negro lo llamaron ‘hombre de color’. Pero ¿de cuál? La alusión cromática circunspecta recuerda al tono contrito con que, aún hoy, muchos pronuncian la palabra ‘judío’, en voz bajita, púdica, como para no herir, o la reemplazan por israelita, que debe de sonarles menos injurioso. Tuvieron que llegar las Panteras Negras para acabar de un plumazo con tanto circunloquio: ¿un movimiento de autoafirmación rabiosa podía llevar por nombre Panteras de Color? El día en que el negro arrojó su negritud a la cara del ‘blanco’ –tono de piel desconocido, los blancos en el norte europeo suelen ser rosados y en el sur, marfileños– significó un avance que al indio le deseo de corazón. ¿Tienen razón quienes llaman al poblador más antiguo de nuestro continente Pueblo Originario, como tratando de cuidarlo, de protegerlo? Lo hacen para devolverle su orgullo a un pueblo lastimado, es claro, pero ¿quién conoce el origen del ‘indio americano’? ¿Vino del Asia, de ahí sus caracteres asiáticos (en la Argentina siempre se lo apodó ‘chino’)? ¿Atravesó el estrecho de Bering en épocas de helada? ¿Hay alguien en este mundo que sea originario? ¿Vale la pena restañar una herida surgida de una equivocación y un genocidio, apoyándose en una idea superada, ahora que por fin se admite el origen común? El Inca Garcilaso de la Vega, primer cronista del imperio de sus antepasados y primer intelectual de dos sangres, lo declaró con una altivez digna de toda reverencia: ‘En el Perú y en España, mestizo es un insulto, pero yo me lo digo a mí mismo a boca llena’”.

(Extractado del décimo primer capítulo)

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