Nota principal: Los chicos que sobran
Siempre atiende. Puede estar estacionando el auto o denunciando en una universidad cómo se desangra una generación de chicos villeros, pero ella atiende, promete una respuesta inmediata y continúa con su tarea. Cumple la promesa ni bien se desocupa. Está acostumbrada a ser en el mundo para los otros.
Llegó de Corea del Sur en 1976, a los 19 años, junto a su familia. Influida por el catolicismo de su madre, empezó a estudiar en el seminario y se unió a la congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, en Paso del Rey, en 1978. Vivió en la Patagonia, donde compartió la vida injusta y la lucha por la tierra y por la identidad de los pueblos originarios. Está en Itatí desde mayo de 2000. Ese año murieron violentamente allí 26 jóvenes de entre 17 y 28 años, recuerda en el libro de Olga Wornat Nuestra santa madre. Historia pública y privada de la iglesia católica argentina.
“Donde yo vivo es un lugar privilegiado porque la presencia de Dios se revela, me indica, me llena. Es una vida que se recicla −se enorgullece hoy esta impulsora de la Asociación de Cartoneros, un milagro con cimientos de desperdicios−. Fui descubriendo de a poquito que el cristianismo, seguir a Jesús, tiene sentido estando en un lugar. El lugar geográfico y social donde uno trabaja y vive”.
“Caminamos para construir una comunidad fraterna. Todo lo contrario a lo que dicen los medios, para quienes todo lo malo parece salir de la villa −sostiene Cecilia−. Si supieran todo lo que se recicla, y desde una precariedad inmensa. Estamos creando algo maravilloso, y no es una utopía. Antes muchos tenían miedo a La Cava. Hoy es una belleza, es vida en construcción, una pequeña semilla. Por eso estoy ahí”.