Cartonear en la pandemia

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Los carreros que están cooperativizados y trabajan para la Municipalidad volvieron a sus labores un mes después de decretada la cuarentena. Pero los que están al margen de ese sistema y son mayoría tuvieron que hacerlo mucho antes. Desigualdades que desnudó la pandemia entre quienes tienen menos recursos para respetar el aislamiento.

El número de carreros no cooperativizados crece al ritmo del COVID 19: se estima que por cada 1 en el sistema, hay otros 10 que están afuera

Por Pablo Spinelli
Fotos: Gabriela Hernández

Un grupo de jóvenes llega a Plaza Rocha cargando sus carros con cartones, papeles y botellas de plástico. Se identifican a la distancia por sus camisas azules con vivos fluorescentes que les garantizan ser visibles cuando la tarde de otoño termina y todo se vuelve más oscuro. Encuentran en ese atuendo una identidad que en el contexto de la pandemia representa mucho más que un sentido de pertenencia. Es un lunes de fines de abril en el que las calles de La Plata están más tristes que nunca, desiertas. Ellos terminan la jornada laboral, montan los bolsos con la mercadería en un camión para trasladarla al galpón de la cooperativa que los nuclea. Es bastante menos que en tiempos normales pero saben que les pagarán el mejor precio por kilo del mercado. Y se van para sus casas con el cuerpo cansado pero mejor ánimo desde que pudieron volver a trabajar.

Un rato antes, a menos de cien metros de allí, Gabriela Hernández, la fotógrafa de La Pulseada capta con su cámara la figura de un hombre que podría ser cualquiera de los siete que se encontraron en Plaza Rocha. Pero no es. Porque no lleva la camisa azul ni su carro parece contar con la misma capacidad de carga. Seguramente ya no puede usar caballo porque la Municipalidad se lo quitó o porque sabe que si lo localizan esa será su suerte. Dobla los cartones para optimizar el espacio y sigue por calle 6, tal vez emprendiendo una larga caminata de regreso, en soledad. Su rostro se adivina serio debajo del barbijo. Sabe que tendrá que pelear el precio en alguno de los pocos galpones abiertos que compran el material al valor más bajo posible, usando balanzas sospechadas de ir a menos.

El coronavirus desnudó desigualdades y en las zonas donde los índices de pobreza se registran con crudeza trazó una línea aún más dolorosa. Para miles de personas los relatos de cuarentena son un sonido de fondo ajeno. Para ellos, la diferencia entre alimentarse o no estuvo desde el vamos en lo poco que podían encontrar en la calle o en la solidaridad de los comedores barriales que multiplicaron su esfuerzo. La ayuda de parte del Estado en ese plano  fue tardía y, en general, insuficiente.

Los carreros de camisa azul y leyenda de la Federación de Cartoneros, Carreros y Recicladores forman parte de un colectivo que logró nuclearse a través de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) para encarar la transición del trabajo individual al cooperativo. En el medio pelearon con la Municipalidad hasta que llegaron a un acuerdo para tener aseguradas mejores condiciones revalorizando un rol urbano y ambiental. En un pasado cercano la mayoría trabajó con caballos y fue una condición dejarlos para ingresar al sistema.

Son poco más de cien y además del dinero que obtienen por la mercadería que recolectan cobran los 8.500 pesos de salario complementario que aporta el Ministerio de Desarrollo Social a quienes forman parte de un emprendimiento productivo y los 4.500 de un plus municipal. Pueden redondear una cifra cercana a los 16 mil pesos por mes, algo menos que la ya demasiado baja línea de pobreza.

Los carreros que no están incluidos en la cooperativa que trabaja con la Municipalidad son la mayoría y dependen exclusivamente de lo que logran juntar en la calle: uno de cada diez carreros de La Plata logró acceder a esa relativa formalidad

Pero son muchos más los que quedaron afuera de ese acuerdo. Un número en trazo grueso indica que uno solo de cada diez carreros de La Plata logró acceder a esa relativa formalidad. El resto, la inmensa mayoría, sigue trajinando en soledad y sin más respaldo que su fuerza, como el cartonero de calle 6. Desde que el presidente Alberto Fernández decretó el aislamiento para contener la propagación del virus COVID-19 las changas cayeron a nivel cero y conseguir material vendible en las recorridas con los carros es poco menos que una búsqueda del tesoro. Son pocos los que cuentan con los 8.500 pesos de salario complementario, algunos accedieron con dificultades al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de 10 mil pesos o suman la plata de la Tarjeta Alimentar.

“Luchamos con la Municipalidad por incorporar más gente a nuestro sistema y muy de a poco algo logramos”, dice Marisa Cantariño, integrante del MTE, quien además es promotora ambiental de la cooperativa. Vive en el barrio cerca de la bajada de la Autopista, y padece el aislamiento porque su trabajo está vedado ya que requiere de un contacto personal. Apenas se cerró el acuerdo eran menos de 50 trabajadores, pero con las protestas de 2019 lograron duplicar la cantidad. Ella calcula que debe haber más de mil cartoneros que no están incluidos y tuvieron que seguir transitando la calle como si el decreto presidencial no hubiera existido. “Al principio, cuando todo estaba cerrado, ni siquiera tenían lugar donde vender, pero se arriesgaron igual para por lo menos acopiar mercadería”, explica.

Temporada baja

Las actividades en la cooperativa volvieron con alguna regularidad casi a fines de abril, aunque a otro ritmo. Pudieron hacerlo sólo algunos carreros y parte del plantel de recicladores del galpón de 144 entre 47 y 49, en San Carlos. Todo se redujo: la cantidad de días que salen a la calle, el volumen de mercadería y el dinero que recaudan. También la cantidad de trabajadores, porque muchos de ellos forman parte de los grupos de riesgo.

Las medidas de prevención exceden el uso de barbijo y el alcohol en gel. El material recolectado debe permanecer quieto por 48 horas

La circulación del virus les impuso protocolos de prevención que van mucho más allá del uso de barbijos y la desinfección permanente con alcohol en gel o agua con lavandina. La falta de certeza respecto a la permanencia del virus en los objetos los obliga a dejar estacionar lo que ingresa al galpón al menos 48 horas. Por eso los carreros no salen todos los días, sino los lunes, miércoles y viernes. Y los recicladores tienen que organizar lo que ingresa para respetar esos tiempos.

En la calle trabajan con carritos de mano con un bolsón que carga hasta 120 kilos de material. En tiempos normales, en cada jornada de trabajo juntan entre uno y tres bolsones por persona. Aunque hay material en la calle, la merma hoy es notoria. Javier Acuña, uno de los coordinadores del galpón lo pone en números: antes de la pandemia ingresaban unos 60 bolsones por día, de lunes a viernes; ahora están entrando entre 30 y 40 cada dos días. La merma en la semana es superior al 70%.

Los integrantes de la cooperativa suman a lo que juntan para vender el plus que les paga la Municipalidad de $4.500 y el salario complementario de 8.500

El ritmo del trabajo de la cooperativa en la calle se organiza territorialmente. Tienen postas con paradas en las plazas Rocha, Olazábal, Moreno, Italia y España. La cuarentena también los obligó a reducir el horario y por eso recorren las calles, cada uno con una ruta predeterminada, entre las 16 y las 19, hora en la que se encuentran con el camión. Los bolsones tienen un precinto con las identificaciones, lo que facilitará el pago posterior.

El ritmo en al galpón, donde trabajan otras 30 personas especializadas en la clasificación de la mercadería, fue reconfigurado para garantizar la preparación de la mercadería que es posible vender. Urge la necesidad de que ingrese dinero para que la labor cobre sentido. Es el pago para cada carrero en función de lo que recolectó y para los que trabajan en la clasificación en el galpón. Pero también para ayudar a quienes no pueden salir. “Hay compañeros que son grandes, otros que tienen alguna enfermedad que los coloca en el grupo de riesgo y otras, como nosotras la promotoras, que no podemos salir porque no es una actividad esencial”, dice Marisa.

“Inicialmente se pensaba que no iba a demandar tanto tiempo el aislamiento y no estamos en condiciones de parar del todo porque hay que pagar alquiler y los sueldos”, dice Acuña. Además, mucho del material lo requiere la industria alimentaria para reutilizar como materia prima en los empaquetados. “Y el objetivo del reciclaje es que se fabrique menos papel y cartón. Si paramos nosotros se para una rueda”, agrega.

Esa relación directa, sin intermediarios, con las empresas que usan el material es la que le permite a la cooperativa pagar a cada carrero algo más que lo recaudarían en los galpones particulares.

Javier Acuña, coordinador en el galpón de San Carlos
Javier Acuña, coordinador en el galpón de San Carlos: antes de la pandemia entraban al centro de reciclaje 60 bolsones por día. Ahora, entre 30 y 40 cada dos días.

La jornada de trabajo está por terminar cuando La Pulseada llega al galpón de reciclado de San Carlos donde operan los clasificadores del material que viene en el camión desde el casco urbano. Acuña es el coordinador del turno pero hay otros seis trabajadores concentrados en distintas tareas. El galpón está en el fondo de un terreno y lo antecede un ingreso flanqueado por tres enormes contenedores, una montaña de fardos de botellas de plástico compactadas. Es el único material que reciben que no pueden vender durante la cuarentena y deberá esperar una flexibilización.

Debajo del tinglado están los cartones clasificados en los últimos días, que pronto serán trasladados para su reutilización. Son parte esencial de la economía del emprendimiento en estos días críticos en que no todo el material sale del galpón a un buen timo. En unos días llegará un camión para llevarlo a Bernal, donde está uno de los pocos compradores activos, la principal fuente de ingreso. Con un montacarga de mano los trabajadores los mueven de la compactadora para completar una pila que ya tiene tres pisos de fardo.

Los carreros y clasificadores cooperativizados son cerca de 150. Hay más de mil que trabajan por su cuenta y que tuvieron que desafiar el aislamiento desde el primer día

En el centro del galpón están David Enarriaga y Jonathán Méndez, abren el proceso de clasificación de cada bolso que llega de la calle. Cuentan que en tiempos de pandemia aparece algo más de material inservible, un reflejo de que las cosas en la calle están distintas. Cada carrero tiene su circuito y en épocas normales los vecinos ya los esperan con material que saben les servirá y casi no hay descarte. Por las manos expertas de los clasificadores pasa el cartón, el plástico, el papel de diario, el aluminio, el nylon, el preciado papel blanco.

Al fondo, Federico Antipán, Walter Vazquez y Mariano Cantero trabajan sobre seis o siete bolsones que están llenos de botellas de plástico y de vidrio. Parecen concentrados y hablan poco debajo de sus barbijos rojos. Trabajan con guantes y sistemáticamente ubican cada objeto seleccionado en el lugar correspondiente.

Mientras esperan que sobre las siete de la tarde llegue el camión, la jornada empieza a bajar su intensidad en San Carlos. Es hora de empezar a cerrar el día y Ariel Arrelana se hace cargo de las planillas. Además de asentar el trabajo diario, en el galpón tienen que ser muy organizados para llevar los números de los carreros. Cada bolso tiene la identificación de los caminantes para calcular el dinero que les corresponderá a cada uno.

La mayoría excluida

La posibilidad de integrarse en un sistema cooperativo reconocido por la Municipalidad de La Plata que les paga por su servicio se concretó después de meses de lucha en la calle, persecuciones por el uso de caballo y marchas y contramarchas en las negociaciones. Pero los carreros que lo lograron saben que tienen cierto privilegio en comparación con la gran mayoría, que sigue trabajando en la mismas condiciones y sufriendo las mismas persecuciones.

En una primera etapa empezaron a trabajar 50 personas entre el galpón y la calle. Y en una segunda lograron incluir a otros 40 pero sin el beneficio del plus municipal (unos 4.500 pesos), al que accedieron recién en diciembre pasado después de otra pulseada con las autoridades en la que corrió riesgo todo el sistema.

El esquema municipal tampoco tiene en cuenta a las 15 promotoras ambientales que realizan tareas de concientización sobre la importancia de la separación de residuos

El esquema municipal tampoco tiene en cuenta a las promotoras ambientales, unas 15 trabajadoras que realizan tareas de concientización sobre la importancia de la separación de residuos en origen y sus efectos en el ambiente y la economía. Dan charlas y capacitaciones en los denominados “puntos azules”, que son los lugares de acopio de residuos en clubes, facultades y escuelas.

Marisa Castariño, la primera de izquierda, con sus compañeras promotoras ambientales
Marisa Castariño, la primera de izquierda, con sus compañeras promotoras ambientales

“Nuestro trabajo se basa en el contacto con la gente, con lo cual estamos totalmente paradas. No tendría sentido usar los protocolos que impone la pandemia porque nuestras charlas son con grupos, no individuales”, relata Marisa, quien cuando está en actividad también hace recorridas puerta a puerta. Y cuenta que su ingreso por esa actividad se reduce a los 8.500 pesos del salario complementario que provee el Ministerio de Desarrollo Social para quienes están incluidos en emprendimientos productivos.

El número de carreros “sueltos” crece al mismo ritmo en que se profundiza la crisis económica producto de la pandemia. En la cooperativa calculan que la cifra de mil ya fue superada y que por cada uno que está incluido hay otros diez que no. “Queremos agregar más gente y constantemente lo estamos pidiendo”, dice Marisa Cantariño. Ella asegura que sería posible hacerlo porque quedan muchas zonas del distrito que no están en el casco urbano a las cuales el servicio que presta la empresa 9 de Julio no llega. “Son zonas donde hace falta lo que hacemos”, dice la referente territorial del MTE y adelanta: “Vamos a seguir peleando por ellos para que al menos accedan al plus municipal”.

Federico, Walter, Jonathan, David, Ariel, Javier y Braian, trabajadores de la cooperativa, en el galpón del barrio San Carlos.

“Como vamos a todos lados vemos que la empresa privada no pasa o lo hace muy poco y los contenedores explotan de basura. Eso podría ser cubierto por carreros que se incorporen al sistema”, analiza la dirigente. Y agrega que la concesionaria tampoco respeta la diferencia entre bolsas verdes y negras.

Por ahora, en el galpón de San Carlos sólo se recibe el material que recogen los carreros que están dentro del sistema, pero un sueño es sumar un camión para comprarle a quienes trabajan por afuera. “Sería un modo de al menos ofrecerles un mejor precio de compra”, dice Marisa. El obstáculo es la capacidad: “No tenemos estructura. El camión -comprado con un préstamo y con ayuda del Ministerio de Desarrrollo Social- lo cuidamos como oro porque los necesitamos para cumplir con nuestro recorrido”.

La mayor parte de los carreros que no están incluidos ni siquiera cuentan con el salario complementario de 8.500 pesos. Las subsistencia cotidiana pasa a depender casi exclusivamente de la ayuda de los comedores y ollas populares, a las que también les cuesta proveerse de mercadería.

La cuarentena, que en términos formales se extenderá en La Plata al menos hasta fines de junio, se refleja en las calles de la ciudad con una flexibilización de hecho durante los primeros días del mes, al cierre de esta nota. La pelea por sumar nuevos carreros al sistema municipal será retomada cuando la pandemia sea pasado y sus consecuencias a todo nivel, no sólo el sanitario, estén a la vista y sean mensurables. Y tal vez sea parte de los aprendizajes la necesidad de una inclusión real de los vastos sectores de la población que resultaron golpeados por la emergencia sanitaria en zonas marginadas desde hace décadas//LP

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