Nota principal: Seguimos dando La Pulseada…
Acabo de llegar de la marcha. Me quité ‘las zapa’, puse la pava y en mi cabeza sonaba como un eco: “somos los pibes de Cajade”. Tengo 46 años, pero hoy me sentí uno de ellos. No pude evitar remontarme a mi niñez, una niñez con muy poco de todo. Lo único que sobraba era el amor de mamá, una vieja que salía a laburar para que pudiéramos comer. Recuerdo que con mi hermano salíamos a pedir a las verdulerías, verdura y fruta picada para así cocinar afuera y a leña porque no teníamos gas. Los famosos pucheritos sin carne. Y así pasó mi infancia, con obligaciones (demasiadas para nuestra edad): cocinarnos, ir a la escuela solos, limpiar y cuidarnos entre nosotros, como podíamos. Así aprendimos a crecer. Fueron tiempos difíciles, muy pero muy duros. En la marcha miraba a nuestros pibes y me preguntaba por qué teníamos que estar ahí. ¿Cuál era su historia? ¿Por qué no podían estar jugando y pasándola bien en las casitas, como siempre? En mi cabeza volvió nuevamente el eco: “Somos los pibes de Cajade”. Claro. Entendí que estaban ahí porque necesitan de las casitas, necesitan a sus educadores, como a su familia. Están ahí porque algunos políticos no aprendieron lo que a mí me enseñaron: “dignidad”. Me preguntaba, mirándolos, cuánto más fácil hubiese sido para mí y mi hermano si hubiese existido una casita para que nos cuidaran como a ellos, en mi barrio… Perdón, me emocioné al ver a mis hijos en la marcha, tocando y cantando, portando nuestra única bandera: la de los humildes de Cajade… Me tomé un mate y les agradecí a mis hijos por exigir y hacer valer sus derechos dignamente. Ellos saben que hay que dar, no lo que te sobra… ¡No! Hay que dar hasta que te duela. Ojalá el señor gobernador entienda esto… El hambre es delito. Los pibes no se tocan… Carlos Cajade presente, hoy y siempre. (Adriana Sanguinetti, mamá de Agustín, uno de los pibes de Casa Joven)