Carloncho, el embajador de los presos

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118-CarlonchoCarlos Barrese vvió su niñez y juventud en institutos y cárceles, pero pudo “torcer el rumbo” de su destino, según cuenta en uno de sus libros. Trajo a La Plata esa “pizza finita y con muchas cosas arriba” que vende en plaza Rocha. A los 74 años brinda conferencias en unidades penitenciarias y comenzó a trabajar en una asociación civil para ayudar a quienes recién recuperan la libertad.

Por Daniel Rojas Delgado 

“No se le pueden pedir peras al olmo. Y al penal de Olmos mucho menos… Aunque pensándolo bien hay cosas que te da sin que se las pidas. Olmos en vez de peras te da penas, penas y penas… no por nada es un penal. ¡Y vaya qué penal!”. Así comienza uno de los capítulos del libro Corazón de hierro, editado por De los Cuatro Vientos; allí Carlos Barrese, “Carloncho”, narró su historia de vida, que se puede sintetizar en tres grandes momentos: 30 años de prisión en reformatorios y cárceles, exilio en Estados Unidos y reinserción social en la ciudad de La Plata.

¿Quién se animaría a volver, luego de haber conocido la libertad, a aquellos círculos del infierno y arriesgarse a recordar lo que allí sufrió? Este ex presidiario tiene 74 años y sigue vinculado a la cárcel de distintas maneras, más allá de la escritura. Por ejemplo, en 2006 fue designado representante de Cáritas dentro de los penales bonaerenses; cuenta con autorización del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) para ingresar libremente a los penales; y hace una década ofrece su testimonio regularmente a miles de internos de las cárceles de la Provincia (ya visitó más de 20).

Una de esas visitas fue a fines de octubre de 2013 en la Unidad N° 1 que el SPB tiene en la localidad de Lisandro Olmos, un gigante de hormigón inaugurado en 1939 que alberga a hombres mayores de 18 años en un régimen cerrado de máxima seguridad. Ese día el cielo anunciaba una tormenta, aunque se despejó lentamente.

—Yo estuve ahí —dijo en el patio la voz solemne de Carloncho, que se detuvo unos segundos para señalar uno de los pisos superiores.

Según el último informe anual del Registro Nacional de Tortura y/o Malos Tratos, presentado en agosto de 2013 por la Procuración Penitenciara de la Nación, “el cupo real de la cárcel es de 1.056 plazas”, pero hoy su población asciende a 2.100. De ellos, alrededor de 1.200 profesan el culto evangélico.

En la capilla con techo a dos aguas del penal esa jornada de octubre había carteles por el Día de la Madre y pequeñas banquetas de madera hechas por presos. Antes de que empezara la charla, 500 internos cantaron temas religiosos durante una hora, aplaudiendo sin cesar con los ojos cerrados. Algunos, entre lágrimas. Carloncho vestía una camisa rosa claro, traje gris, mocasines blancos y un viejo reloj de pulsera. Tras la presentación, a cargo del pastor Daniel Oscar Tejeda y de Gabriela Ríos, jefa del departamento de Cultura del SPB, brotó un aplauso estruendoso.

—¡Cómo me hubiera gustado tener unos pastores como tienen ustedes! —reconoció Carloncho, pese a no ser creyente. Después se sentó frente a una mesa cubierta por un mantel plástico con estampado de frutas, donde habían colocado un micrófono y una copa con agua. El silencio invadía el auditorio y sólo murmuraba un ventilador de piso. La mayoría de los oyentes estaba en zapatillas deportivas, sentados junto a sus biblias.

Media hora bastó para que Carloncho expusiera cómo fue abandonado a los tres o cuatro años en el Instituto Riglos de la Capital Federal, el primero de los varios que conocería; describiera su recorrido por diferentes cárceles —en las que asegura que estuvo al borde de la muerte—; y contara cómo fue que se animó a cambiar el destino: se fue a Estados Unidos, donde aprendió el oficio de pizzero, y a su regreso, en 1979, levantó su primer local en La Plata. La clave del éxito habría sido que introdujo la pizza a la piedra. Hoy es un empresario gastronómico respetado y querido, y tiene el tradicional local Carloncho, sobre la plaza Rocha.

—Tengan fe de que van a salir —dijo más tarde, con los pulgares en alto—. ¡Quiero que salgan muy pronto a la calle! Nunca más la cárcel.

Afuera había comenzado a lloviznar.

 “Voy a soplar muchos años más”

Casi un mes antes de ir a Olmos, Carloncho recibió a La Pulseada en el estudio de su abogado, entre libros y diplomas. Había llegado con una campera negra para hacerle frente a una tarde algo fresca, pero en bermudas de jeans y zapatillas.

—¿Prefiere que hablemos de preso o de persona privada de la libertad?

—Es preso. En el diccionario dice preso. Vas a España y te dicen preso, vas a Noruega y te dicen preso. No te dicen privado de su libertad. “Persona privada de su libertad” se les dice a los que tienen buena posición económica.

En su primer libro, Corazón de hierro, publicado en 2003 (y agotado), utilizó metáforas, letras de tangos y citas de autores como Dante Alighieri, José Hernández y Jorge Luis Borges. El segundo salió en 2009, nuevamente con la editorial De los Cuatro Vientos, se titula Cárceles, el día después, y es una ampliación de su obra. Según informes del SPB, ya brindó conferencias ante más de 20.000 presos, en las que también suele entregar ejemplares.

—¿Le gusta el tango?

—No. Se asimila a veces lo que yo escribo con algo de tango y lo pongo. Por ejemplo, “viejo es el viento y todavía sopla”, que escribo en el libro. Yo cuando dije eso pensé: voy a soplar muchos años más.

—¿Lee poesía?

— Ahora ya no, pero leía poesía cuando estaba preso.

Se pone serio. En otro momento de la entrevista dirá, quizás en relación con sus hábitos de lectura, que “el preso tiene las 24 horas para pensar”.

 

Carloncho le cuenta a La Pulseada que para avanzar con el proyecto de la fundación Corazón de hierro, conformada en julio de 2013 y pensada para apoyar con distintas estrategias jurídicas y sociales a quienes transitan el paso de la cárcel a la libertad, necesitan apoyo económico. “Nos va a costar mucho. Necesitamos conseguir una casa grande. Tenemos que tener un subsidio también del Estado [provincial]. Si no tenemos ayuda del Estado es muy difícil hacer lo que queremos hacer”, plantea.

—¿Cómo debería actuar el Estado para favorecer la reinserción social?

—Darles una casa, que no paguen impuestos durante 15 años, darles los elementos necesarios para que pueda vivir y darles un trabajo. El Estado está pagando 6.000 pesos por cada preso. Que se lo pague a ese hombre que salió. Le puedo asegurar que de diez presos me puede cagar uno. Nueve no delinquen más. Ellos le explican al hijo. Se va adaptando la familia— plantea Carloncho, que el año pasado participó de la dramatización de un juicio en el Teatro Argentino, en el marco de la reglamentación de la ley de Juicios por Jurado.

Un hombre treintañero, antes de irse de la capilla, se le acerca:

—Yo también estuve en un reformatorio cuando era chico. Muchas gracias por el testimonio —le dice, y le da la mano—. Esta es la quinta vez que caigo preso.

—Que esta ya sea la última. Ya es hora —le pide Carloncho.

Los proyectos de la asociación

Paredes blancas, la luz clara de una lámpara sobre un escritorio con muchos papeles. Luis Logran, abogado y amigo de Carloncho, 34 años, traje, corbata y una cinta roja de tela en la mano derecha, detalla que el objetivo de la asociación Corazón de hierro es “trabajar contra la inseguridad, pero desde un lugar mucho más sensible que el trabajo clásico, que vulgarmente se conoce: desde la reinserción social de aquellas personas que se encuentran privadas de la libertad”.

“Yo pulí un poco lo que hacía Carloncho y agregué unas cositas El tema del ‘derecho de admisión’ es algo mío también. A él mucho no le importa, pero a mí sí —continúa Luis. Se refiere al compromiso que se espera de las personas—. Si vos querés participar de un programa de formación que cuesta poder brindarlo, necesito que te comprometas de palabra con la Asociación en que nunca más en tu vida vas a robar”.

Suena el timbre y responde apurado. Vuelve a sentarse, esta vez con las piernas cruzadas, y cuenta que con Carloncho representante de Cáritas sostenían el “Ropero Solidario”, una iniciativa en la que los internos se dedicaban a reparar la ropa, en parte para usarla y en parte para donarla a institutos y hospitales. En el presente, apunta en un papel del escritorio, Corazón de hierro proyecta su trabajo en “cuatro programas”: conferencias, formación, donaciones (que incluye actividades solidarias y espectáculos deportivos) y “probation” o suspensión de juicio a prueba —una estrategia judicial que se puede solicitar para personas acusadas por determinados delitos, que permite cerrar las causas a cambio de trabajos sociales—. Pero aclara: “Todo esto va a entrar en vigencia plenamente cuando dispongamos de un espacio físico”. Para tener más fuerza, cuenta, buscan hacer alianzas con organizaciones que trabajen temáticas similares.

En el programa conferencias, destaca Luis, Carloncho les propone a los internos “no ser cobardes, pero cuando él dice no ser cobardes lo dice de una manera… pero no de una manera en la que vos o yo, una persona que nunca estuvo presa conoce como cobarde. Esa palabra tiene dentro de la jerga carcelaria otro significado. Dice ‘no sean cobardes’ y lo refuerza con ‘háganles caso a sus padres, escuchen a su esposa, escuchen a sus hijos, a sus abuelos y a las personas que los quieren’. Él apunta la familia como tronco, sostén, amortiguador de la desgracia económica o social que pueda tener una persona y la haya llevado a tomar los caminos del delito”.

Cuenta, además, que Carloncho les abrió las puertas de su pizzería a decenas de personas que salieron de prisión y 13 que trabajaron con él consiguieron abrir un emprendimiento gastronómico propio en sus casas.

 

Obra y reconocimientos

“Muchos me agradecieron. Incluso en la pizzería, todas las noches, se sacan fotos conmigo. Y no pueden creer que yo esté vivo —cuenta Carloncho—. Además de esos reconocimientos hay otros, de carácter más oficial”.  El Concejo Deliberante de La Plata en 2003 y después la Cámara de Diputados y el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires declararon de interés cultural al libro Corazón de hierro. La Sociedad de Escritores de la Provincia, por su parte, le otorgó en el rubro “autobiografía la Faja de Honor 2003-2004”, enmarcada cerca de la caja de la pizzería de Barrese. Sin embargo, Carloncho y Logran se quejan de que la Municipalidad de La Plata no acceden a reeditar la obra en su editorial (La Comuna). Dicen que le van a “hacer juicio”, porque “no se entiende cómo tienen recursos para publicar revistas de propaganda política a toneladas, en las que el único que sale beneficiado es el intendente, y no para publicar un libro de tal relevancia social y tantos reconocimientos institucionales”.

Un secreto a la piedra

Afuera, sobre los toldos amarillos de la pizzería, hay banderas gastadas de los países que Carloncho recorrió. Adentro, paredes verdes adornadas con un sinnúmero de cuadros con distinciones, fotos con famosos, la autorización del Servicio Penitenciario Bonaerense para ingresar libremente a los penales y hasta algunas caricaturas que le hicieron a este ex detenido. Así es el local actual, ubicado sobre la plaza Rocha, entre diagonal 73 y la avenida 60. El primero que tuvo, cuando volvió de Estados Unidos en 1979, estaba en 51 y 5; después se fue a 7 y 59. Llegó a tener hasta tres locales.

Luis Logran, su abogado, dice sobre el éxito gastronómico de Carlos Barrese: “Tuvo ingenio al traer a la Argentina la pizza a la piedra. Fundó Carloncho I en la esquina de la Gobernación con la clásica receta italiana que trajo de Manhattan, que es la pizza al ladrillo refractario: pizza finita con muchas cosas arriba”.

Cómo contactarse con la fundación

Por correo electrónico: fundacioncorazondehierro@gmail.com

Facebook: Fundación Corazón de Hierro (Carloncho).

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