Carlitos, en nuestro cumpleaños

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Llega abril y con el cuarto mes del calendario llega también un nuevo cumpleaños de La Pulseada. Ya son nueve años de estar acompañándolos. Y como los aniversarios suelen aprovecharse para hacer balances, es oportuno que nos preguntemos: ¿estamos yendo por el buen camino? Por supuesto que son ustedes, los lectores, los que tienen la respuesta definitiva. Pero mientras llega ese veredicto final, nosotros le propusimos un desafío a nuestra imaginación. Nos planteamos una situación hipotética en la que Carlitos Cajade, nuestro fundador, tenía la posibilidad de contestarnos personalmente, nueve años después,  a este interrogante crucial: ¿es ésta la revista que soñó? Nos figuramos entonces que Carlitos hojeaba junto a nosotros nuestro último número. Ya lo tenemos al lado y puede hacernos oír sus comentarios:

“Yo quería que esta vez sí fuese cierto ese lugar común de darle voz a los que no la tienen”, dice Carlitos. Y aprueba que en las páginas de La Pulseada encuentren eco las palabras de los pibes internados en el centro Nuevo Dique, los tobas formoseños que reclaman justicia por sus muertos y restitución de sus tierras, los sacerdotes que demuestran con su compromiso de vida que existe otra Iglesia que practica un cristianismo auténtico. Ante los conmovedores testimonios de los chicos que hoy buscan reinsertarse en la sociedad con el apoyo de instituciones mucho más humanas que los infames reformatorios de la época del patronato, Cajade recuerda, con lágrimas en los ojos, lo que pensó cuando pudo recorrer, junto a la Hermana Marta Pelloni y otros miembros de la Comisión por la Memoria, las cárceles de la provincia: “Están llenas de pibes como los de nuestro Hogar, sólo que a ellos nadie les dio una oportunidad. Eso es lo único que piden: que de verdad les demos una oportunidad…”. Carlitos se alegra de que la revista, su revista, decida participar del falso debate sobre la baja de la edad de imputabilidad dando, además de un rechazo categórico, buenas y sólidas razones para oponerse al proyecto. Insiste en que “la sociedad tiene que cuidar a los pibes y no cuidarse de los pibes”. Como siempre quiso una publicación con una agenda diferente a la de los medios comerciales, se enorgullece de que aparezcan en La Pulseada los que casi nadie menciona: Diego Duarte, sepultado por los desperdicios en los basurales de José León Suárez; los dos chicos baleados por la bonaerense tras el descarrilamiento de un tren en ese mismo emblemático distrito de la Operación Masacre que reveló Rodolfo Walsh; los niños wichis muertos por desnutrición en territorio salteño. Leyendo La Obra a diario se emociona al comprobar con qué dignidad sigue en pie lo que levantó con tanto esfuerzo. Se conmueve repasando lo que fue el pesebre viviente representado en el Hogar, pensando en el inminente cumpleaños de 15 de su adorada Negri, enterándose de los nuevos logros de la panadería del Viejo Pepe, admirándose de lo linda que quedó la capilla reconstruida por sus entrañables amigos de Villa Argüello. Como se considera “parte de una generación que pagó con treinta mil vidas su fidelidad al sueño de construir un mundo más justo”, se siente satisfecho de que la memoria se haya fortalecido, al ver la simbólica foto del juicio a los represores de la Unidad 9 y al enterarse de que hoy hay estudiantes secundarios que componen canciones dedicadas a que no se olviden los horrores del Proceso. Dado que para él La Pulseada no es sólo un proyecto periodístico alternativo sino también una iniciativa social para ayudar a los que lo necesitan, se congratula al compartir la historia de Adriana, la vendedora que ofrece la revista mientras empuja el cochecito de su bebé por las calles de la ciudad.

Pero si nos animamos a imaginar la satisfacción de Carlitos, no es porque hayamos caído en la autocomplacencia. La revista no es perfecta y seguramente tiene mucho por mejorar. Carlitos tampoco era perfecto. Tenía, como todos, sus defectos. Era un tipo común con una capacidad de entrega poco común. Transformarlo en un santo y recluirlo en una estampita equivale a convertirlo en un modelo inalcanzable. Nosotros preferimos considerarlo un ejemplo posible. Alguien con la capacidad de sacar lo mejor de cada uno. Generoso en el reconocimiento e indulgente con las faltas. Por eso mismo alguien dispuesto  a felicitarnos por lo hecho y a alentarnos a seguir: “¡No paremos  de dar la pulseada cuando ya nos falta tan poco para festejar la primera década!”.

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