Caídos de la mesa

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El desempleo, la inflación y la pobreza castigan a las zonas más humildes como en las peores épocas. Los comedores son cada vez más pero no alcanzan a cubrir una demanda que se duplicó. La cena familiar desaparece y los problemas de nutrición vuelven a ser una preocupación mientras la ayuda estatal decae.

Producción y textos
Abril Lugo, Pablo Spinelli, Martina Dominella y Francisco Martínez

Fotos Andrés Milstein

Las cifras del Indec son frías y no alcanzan para mostrar el impacto que las políticas de ajuste tienen en los sectores que más las sufren. Desocupación, pobreza e indigencia crecieron en todo el país en el último cuatrimestre de 2018 y no hace falta que esas planillas se actualicen para percibir que la tendencia es creciente en el arranque de 2019. El testimonio de quienes administran carencias en comedores y merenderos es elocuente: la demanda de chicos y adultos creció más del doble, la cena es un momento familiar que empieza a desaparecer o depende de la solidaridad y como contraposición vuelven a tener presencia los problemas de nutrición vinculados con el bajo peso.

Las voces desde los barrios, recogidas por La Pulseada para este informe, trazan un cuadro que se agrava por una ayuda que llega a cuentagotas y complica el funcionamiento cotidiano de los emprendimientos solidarios. El Estado les provee sólo alimentos secos que se acaban a los pocos días y un aporte monetario que no alcanzaría ni siquiera para una familia tipo. La carne, la verdura y la fruta, que son los productos con los nutrientes más importante para el crecimiento, tienen que ser costeados en los comedores recurriendo a los propios vecinos beneficiarios. La consecuencia es que muchos de ellos tienen que reducir la actividad a tres días por semana o directamente cerrar. La necesidad de las familias que queda sin resolverse no entiende de razones burocráticas y el malestar suele explotar en situaciones de violencia.

Es evidente que es hambre, no es juego”, dice Luz Chávez, acostumbrada a ver el comportamiento de los chicos en el momento de la merienda. Lo compara con un tiempo atrás y encuentra diferencias que es imposible graficar en tortas porcentuales o fórmulas de Excel. Ella atiende el merendero “Los amigos felices” que funciona en Hernández, en el barrio Villa Celmira. La motivación de los chicos ya no es ir a un lugar de encuentro o una ayuda para la familia. Pasó a ser un aporte imprescindible, la mitigación de una necesidad acuciante.

Su descripción no es aislada. Los responsables de los comedores coinciden en un diagnóstico que comienza a parecerse demasiado a lo que produjo la crisis de principios de siglo.

Y el círculo es cerrado: mayor demanda lleva a que en los barrios se reproduzcan las almas solidarias que buscan aportar una ayuda. Pero la falta de respaldo genera frustración cuando las ganas no alcanzan. Organizaciones con presencia en el territorio como Barrios de Pie, la Corriente Clasista y Combativa (CCC), el Movimiento de Unidad Popular (MUP), la agrupación Claudia Falcone o la Federación de Organizaciones en Lucha (FOL) aseguran que los emprendimientos se multiplicaron en el último año pero son muchas las dificultades para sostenerlos. Algunos que tenían años de historia tuvieron que cerrar por la desesperación de no poder responder.

Sobre la ayuda estatal, el coordinador de Barrios de Pie Cristian Medina pinta el trazo el general. Reciben alimentos secos (fideos, arroz, aceite, lentejas, ocasionalmente leche) a través del Ministerio de Desarrollo Social pero asegura que están retaceando o demorando las entregas. Y el aprovisionamiento no crece al mismo ritmo que la necesidad. “Siguen dándonos lo mismo que el año pasado para una demanda que creció al doble”.

Respecto de “lo fresco” (pollo, carne, verdura), tienen que comprarlo ellos. “Se recurre a las alitas, que es lo menos nutritivo, y la verdura se estira lo máximo posible para que alcance para todos los comedores”. Lo más difícil es decir “no” porque “no alcanza” cuando los contactan para pedirles que abran nuevos comedores.

Intentan que no sea una opción bajar la calidad de la comida, algo a lo que los empuja la inflación. En las cocinas de los lugares donde se ofrece el almuerzo o se preparan viandas para la cena, la carne, la pechuga o la pata y el muslo hace rato que no aparecen como ingrediente de un guiso. En la dieta abundan los fideos y el arroz. Alguna vez se puede servir carne picada.

La consecuencia es indefectible. Malnutrición que puede derivar en obesidad en el mejor de los casos. En el último año reaparecieron síntomas de incipiente desnutricion: físicamente se expresa en bajos niveles de peso y talla; pero en la vida cotidiana aparecen problemas en el aprendizaje y la comprensión, y relatos de chicos que se duermen en clase.

Dos veces por año, la organización Barrios de Pie realiza un relevamiento de talla y peso en comedores, merenderos, clubes de barrio e iglesias. El último informe, difundido a fines del años pasado, fue con 880 chicos de La Plata, Berisso y Ensenada de 0 a 19 años, de los cuales el 57,16% registraba malnutrición y el 10,49% baja talla. La obesidad alcanzaba al 30,91% de los casos, el sobrepeso al 24,43% y el bajo peso al 1,82%. Las cifras de la región son sensiblemente más altas que la que se detectaron a nivel provincial en el marco del mismo estudio: el promedio general de afectados fue de entre el 48 y el 49%.

Aunque aumenta la cantidad de comedores, algunos que tenían años de historia tuvieron que cerrar por la desesperación de no poder responder a la demanda

Medina explica a La Pulseada que temen que cuando esos números se actualicen el panorama sea aún peor. Durante abril y mayo pasado realizaron las nuevas mediciones y el informe será presentado en junio. También ofrece un contexto: “Empieza a preocuparnos que aparecen síntomas de desnutrición, pero la mayor cantidad de casos es una malnutrición, muchas veces expresada en sobrepeso por saturación de comidas que engañan al estómago pero no cuenta con los nutrientes necesarios. En general es por mucho contenido de carbohidratos, harinas, fideos” (ver “Es imprescindible consumir una amplia variedad”). Su análisis económico apunta a la inflación. “Donde más golpea es en las verduras, la fruta, los lácteos, el yogurt, que es lo que los pobres mas necesitan”, dice.

Las planillas

El padecimiento en comedores y merenderos es un reflejo de lo que ocurre en las viviendas, donde las penurias para asegurar una comida se agudizan con las necesidades de calefaccionar o conseguir el combustible para cocinar. Y aunque despersonalizadas y parciales, las cifras del Indec con las que cuenta el Estado para perfilar lo que está ocurriendo en los barrios confirman la preocupación. Los últimos datos son del segundo semestre de 2018.

Incidencia de la pobreza y la indigencia”, es el título del informe oficial. El concepto de “línea de Indigencia” usado por el organismo considera si los hogares cuentan o no con ingresos suficientes para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas: es la Canasta Básica Alimentaria. La “línea de pobreza” extiende ese límite para incluir la vestimenta, el transporte, la educación y la salud, para conformar la Canasta Básica Total.

Las últimas cifras indican que a nivel nacional el 23% de los hogares está por debajo de la línea de pobreza, lo que alcanza al 32% de las personas. El corte por edades coloca en esa situación a casi la mitad de los niños menores de 14 años, el 47%. La indigencia, en tanto, subió al 4,8% de los hogares y el 6,7% de las personas.

A escala local, La Plata es considerado uno de los 31 conglomerados urbanos, juntos a los distritos vecinos. No escapa a la situación general y según cómo se miren las cifras la profundiza. El nivel de indigencia es un punto más alto que a nivel nacional, el 5% de los hogares y el 7,7% de las personas, y viene escalando progresivamente desde el segundo semestre de 2016 cuando se encontraba en el 3,5% y el 4,5% respectivamente.

En la región, los que están por debajo de la línea de la pobreza (por la forma de medición el porcentual incluye a los indigentes) alcanzaron al 21,5% de los hogares y al 30,9% de los habitantes. Con leves vaivenes, la evolución fue constante desde 2016, cuando el índice era de 16,5% y 24,2%.

Los porcentajes engloban personas y familias. Son, según esos mismos números oficiales, 64.674 familias bajo la línea de pobreza, donde viven 270.933 personas. De los cuales 15.036 hogares donde habitan 67.576 personas están hundidos en indigencia.

Un diagnóstico menos técnico esbozado por las organizaciones sociales que trabajan en el territorio administrando comedores y merenderos indica que durante 2018 la realidad empeoró y la situación tiende a agravarse en la primera mitad de 2019, “cuando comienzan a verse situaciones de deterioro social similares a las de los años 2001-2002”. El informe semestral difundido por el MUP indica que “vecinos vinculados a la red de trabajo social en el territorio, en localidades como Villa Elvira, Altos de San Lorenzo, San Carlos, Hernández, Gonnet y Los Hornos plantearon la necesidad de abrir comedores y merenderos para paliar la imposibilidad de miles de familias de acceder a alimentos”.

Sin cena

Al comedor Pequeños Gigantes del barrio Las Margaritas en Melchor Romero se llega caminando por una vía de tren en desuso, a la altura de las calles 516 y 168. Es necesario internarse en los pasillos de un barrio con casas de madera o chapa y gallineros para llegar al lugar en el que un grupo de voluntarias cocinan con leña porque no pueden costear la garrafa. Acaban de inaugurar una guardería para que los chicos del barrio puedan pasar el rato mientras sus padres y madres salen a changuear o van al Fines que funciona en una casilla pegada a la cocina. Hilda López luce una remera de la CCC y con habilidad para calcular porciones comanda el trabajo en el lugar. Desde hace un tiempo le está costando porque todos los días llegan bocas nuevas que alimentar. El día del paro general, el 29 de mayo en que se inauguró la guardería, fueron más de 200 pibes porque había ñoquis. Habitualmente preparan entre 100 y 120 viandas que las familias se llevan para compartir en casa. El año pasado no eran más de 70.

“A la noche toman té, muchos ya se olvidaron de esa comida de la cena. Es lo real que se está viviendo en los barrios” (Hilda López, del comedor Pequeños Gigantes)

La demanda creciente y los recursos insuficientes obligaron a reducir la atención a tres días a la semana. “Ya no nos alcanza la tarjeta de 6.500 pesos que nos da la Municipalidad para todo el mes”, saca cuentas y lamenta. Pueden comprar alimentos secos, los fideos y el arroz que abunda en los menúes. Para los frescos se las tienen que rebuscar como pueden. Y ese como pueden implica trabajo: es una tendencia que se impuso en todos los comedores ante la necesidad y lo llaman día de “finanza”. Es una jornada en la que quienes sostienen el comedor producen algo para salir a venderlo en el barrio y juntar el dinero para la verdura y la carne.

Sobre la jornada de “finanzas” habla Irma Parra , de “Carita de ángel” que funciona en Villa Nueva, un barrio ubicado detrás de la destilería de YPF, en 8 entre 137 y 138 de Berisso. Es una jornada por semana en la que los encargados del emprendimiento cierran el comedor para preparar el pan casero que saldrán a vender por el barrio. “Es el único modo de acceder a los alimentos frescos, el pollo y las verdura”. El barrio ya sabe que todos los martes pasan con las canastas y todo el que puede colabora. De todos modos recaudan uno 700 pesos con los que tienen que hacer magia.

En el caso de “Pequeños Gigantes” de Romero es pastafrola, pan casero y algo de costurería y capintería. Los vecinos también ayudan en la venta y en la compra porque el barrio es parte de la comunidad. “La idea es cocinar bien, porque con fideos blancos no solucionamos nada”, dice Hilda, consciente de las consecuencias de la malnutrición.

Las familias dependen cada vez más del aporte de los comedores y la cena empezó a ser un momento en extinción en la vida cotidiana. “A la noche toman té, muchos ya se olvidaron de esa comida de la cena. Es lo real que se está viviendo en los barrios, capaz que la clase media no lo ve, o quienes gobiernan no lo ven, pero son los pobres los que están pagando todas las medidas de ajuste”, dice Hilda.

Coincide con lo que ocurre en “Carita de ángel”, que nació como copa de leche encuadrada en Barrios de Pie, pero en la medida que se sumaron más nenes empezaron a preparar la cena. Allí los chicos van después de la escuela y comen a la tardecita. Tienen 105 inscriptos, pero la demanda ha crecido tanto que ocurre que los nenes y nenas van los fines de semana pese a que ya saben que no está abierto. “Igual termino dándoles un paquete de fideos o arroz porque sé que si no, no tendrán para comer durante dos días”, dice Irma.

El perfil de los habitantes del barrio se repite. “La mayoría no tiene trabajo o sólo mantiene lo de las cooperativas. Los nenes lo saben y lo cuentan cuando vienen. Entonces te piden un kilo de azúcar. Así estamos”.

En 29 entre 86 y 87 de Altos de San Lorenzo está el comedor El Refugio donde se entregan viandas y reparten víveres secos a más de 130 familias, además de alojar a personas en situación de calle. Rosa de Jesús coordina el espacio desde hace años: “Estamos las 24 horas, funcionamos como comisión, pero también hay mamás voluntarias”, afirma. “Tenemos microemprendimientos de panadería, huerta y damos cursos de panadería”.

El Estado les provee sólo alimentos secos que se acaban a los pocos días y un aporte monetario que no alcanzaría ni siquiera para una familia tipo

Rosa explica cómo se siente la crisis: “Hubo un retroceso muy grande, hay mucha necesidad. La demanda en el comedor aumentó; las mamás piden préstamos en Anses para comprarle ropa, zapatillas y comida a los chicos, cuando antes eran para arreglar sus casas”. La ayuda desde el Estado es nula: “La institución tenía convenios con la Municipalidad y nos daban mercadería, gas y una vez por semana víveres frescos y carne. Pero con el cambio de gestión, hace cuatro años, nos sacaron todo. Ahora recibimos donaciones de Cáritas, de los evangelistas y de la gente pobre, que es solidaria: los vecinos que trabajan en las quintas traen verduras”.

En Villa Elvira la situación es similar: Mimí Ríos, de la Agrupación Claudia Falcone, abrió un comedor en su propia casa hace tres años, en 90 entre 2 y 3, para dar la cena: «A las seis de la tarde, las familias dejan sus tuppers, así sabemos cuánto hay que cocinar y ocho y media vienen a buscarlos”. La comida es lunes, miércoles y viernes. Los chicos almuerzan en las escuelas. “Hace un año y medio abrí otro comedor en 115 y 97, allá hay 19 familias anotadas, para las cenas de martes, jueves y sábados, pero por ahora sólo podemos darle a cinco, las demás están en espera”.

No reciben alimentos de la organización desde hace dos meses por falta de recursos, y desde Provincia y Nación se dejaron de enviar alimentos secos hace un mes y medio, por lo que la cena diaria pasó a ser tres veces semanales.

Las mujeres que sostienen el comedor y la guardería Pequeños Gigantes, en el barrio Las Margaritas de Melchor Romero

En el frente de la casa de Mimí, de madera y con el contrapiso casi terminado, está el comedor «Pedacitos de pan», pintado de blanco y con ilustraciones de los chicos que van a los talleres de dibujo y música que da la Red Universitaria de Estrategias de Abordaje Territorial (RUEDAT). Dentro, hay una pequeña biblioteca en el comedor, y una cocina con bacha y mesada. Hay niños y niñas corriendo por todo el comedor decorado de banderines de un lado a otro. Cada fin de mes se festejan los cumpleaños con merienda y torta que llevan las talleristas.

Mimí cocina a leña: “Este año me robaron cuatro veces la garrafa. Es una pena que los mismos chicos que comen acá entren a robar, pero es nuestra realidad. Tenemos un horno pizzero, pero ya no puedo usarlo porque no nos alcanzan los recursos para comprar otra garrafa”. Tiene ganas de dar la cena en el comedor: “Pero no tengo los elementos. Ni sillas, ni cubiertos, ni platos, sino, para nosotros sería mucho mejor que los chicos vengan a comer acá, hasta podríamos prepararles un postre”, se lamenta.

Querer y no poder

El merendero de la calle 82 de Pocha Camiña cerró hace tres meses por falta de leche: “Dejaron de mandarnos desde Desarrollo Social, tanto provincial como nacional, y ya no pudimos sostenerlo. Las organizaciones políticas que colaboraban tampoco pueden hacerlo”, contó a La Pulseada la mujer de 65 años, que vive en Altos de San Lorenzo desde 1972, cuando empezó a militar a los 16 años. “Siento que nací ahí, en la Unidad Básica ‘Susana Lesgard’, ahí conocí el barrio, y ya me quedé a vivir”.

La casa de Pocha funciona actualmente como un Centro de Extensión Universitario, a cargo de la Facultad de Periodismo. Tiene un comedor pequeño, con una mesa redonda de madera y unos muebles. Al fondo, una puerta da acceso al aula que usan los chicos y chicas del Fines. “Empezamos a darlo en mi casa a principios de 2013, y últimamente organizamos charlas y capacitaciones sobre género, política y otros temas similares”, afirma, sentada en la mesa de su cocina.

La idea del merendero había surgido cuando una alumna del Fines se desmayó en clase: “Nos contó que hacía dos días que no comía y empezamos a cocinar los sábados, una vianda para que se lleven a sus casas, y luego hicimos la copa de leche”, cuenta, y explica por qué es importante para ella que los chicos lleven la vianda a su casa: “Así come toda la familia. Si no vienen los tres o cuatro pibes que saben caminar y los más chiquitos o los viejos se quedan sin comer”.

Estoy segura de que el 99 por ciento de los chicos del barrio, de las familias, pasa hambre. Sabemos que los comedores de las escuelas no están dando abasto, a pesar de que ahora dan una merienda reforzada, pero vemos ir a los chicos y las familias de un comedor a otro, porque por ahí fulana no cocinó hoy pero mengana sí, entonces se aseguran el almuerzo. Tenemos que entender que hay pibes que no tienen cena”, relata.

Del Fines de la Pocha egresó en 2014 Silvia Tabárez, una misionera que llegó en 2001 con su familia a Puente de Fierro, a unas cuadras. El barrio, que integra Altos de San Lorenzo, va de 86 a 90 y de 21 a 131. Silvia participa de la Mesa de Trabajo de Puente de Fierro, así como otros diez referentes más del barrio. “Desde la mesa trabajamos en favor del barrio: conseguimos hacer dos plazas y una canchita de pasto sintético, con trabajo para los vecinos, además de gestionar luz, agua y cloacas, que todavía no inauguraron porque los hicieron mal”, cuenta.

Hace cinco años abrió con un compañero “La Patriada”, en 87 y 27, su casa. Silvia tampoco pudo gestionar la copa de leche: “En estos tres años volvimos tres décadas atrás. Hay mucha demanda y nosotros no podríamos dar a basto. Antes podías sostener un comedor, porque o sacabas algo de tu bolsillo, o te daban tarjetas alimentarias para comprar mercadería al por mayor. Hoy en día no hay nada, hasta se caen las ayudas sociales de las madres, que de por sí no alcanzan”, cuenta.

A veces recibimos donaciones, pero son muy pocas, y a mí no me da la cara para dar un día la leche y al otro tener que decirle que no al chico que viene con la jarra, porque no tengo”, explica, e insiste: “Además, cada chico tiene derecho a comer en su casa y no estar pasando frío en un local. Es lindo poder ver las caras de los chicos comiendo, sentir la satisfacción de que estén alimentados, yo he trabajado en comedores. Pero al mismo tiempo sentís que esto no tendría que estar pasando”. Hace semanas que no recibe donaciones, pero cuando lo hace Silvia decide repartir los alimentos a las madres solteras, o a familias que son albergadas en otras casas, para que puedan hacerse ellos la comida.

La mancha crece

El último censo de todos los comedores de la CCC, la organización bajo la cual está encuadrado el comedor de Las Margaritas de Romero, indica que a los comedores que tiene en distintas zonas concurren unos 1.750 chicos, el triple de demanda que el año pasado, cuando el universo oscilaba entre los 500 y 600 pibes. La organización arrancó a principio de la década pasada con cinco comedores, después pasó a nueve y ahora, con un despliegue territorial mayor, tiene 28 emprendimientos solidarios.

La pérdida de posibilidades laborales explica buena parte del agravamiento. “Los que tenían cierta estabilidad, hoy son nuevos piqueteros y dependen de changas que salen cada vez menos”, dice Hilda López. Tienen que volver a la explotación en los invernáculos y recurrir a las ferias de ropa usada para poder vestirse o cambiar las zapatillas.

La situación se repite y es causa de la proliferación de comedores y merenderos. En el testimonio de los dirigentes territoriales la mancha en un mapa de pobreza es dibujado en el aire, mentalmente, y se hace cada vez más extensa. El Peligro, Santa Ana, Las Rosas, La Quintas, Villa Elvira, Barrio Nuevo, Villa Montoro, Villa Garibaldi, Abasto, 2 de Abril, Malvinas, San Carlos, Olmos, Los Paraguayos, San Cayetano, Villa Nueva en Berisso. Y la lista sigue.

Villa Celmira se sumó hace rato. Es un barrio ubicado entre las localidades de San Carlos y Hernández en el que los vecinos pelean desde hace tres décadas por la propiedad de la tierra, comprada de buena fe, pero que no pueden terminar de certificar. Sobre la calle 31 bis, a la altura de 527, cerca de un gran descampado, está el merendero “Los amigos felices” que Luz Chávez administra como puede. En la zona viven unas 300 familias y son cada vez más los chicos que concurren por un vaso de leche. Se le hace hace difícil porque no es un emprendimiento grande. La evolución marcha al ritmo del aumento de la pobreza: había arrancado 2018 con 30 chicos y a fin de año ya tenía 60.

“Hubo un momento donde no había tantos chicos para el merendero pero sí para el apoyo escolar, ahora vienen por el vaso de leche y algo para comer” (Luz Chávez, del merendero “Los amigos felices”)

Está tan mal la cosa que nos están reclamando que abramos el comedor al menos un día del fin de semana”, dice Luz preocupada porque sus propias condiciones de vida le complican seguir adelante. A lo máximo que puede aspirar es a ayudar a algunas familias proveyéndoles bolsones de comida no perecedera que a ella le entrega el MUP, la organización con la que coordina el trabajo. El universo vulnerable excede a los niños y Luz habla de muchos abuelos y mujeres que quedaron viudas y no tienen ingresos.

También describe la evolución, una relación que se invirtió de modo negativo. Luz empezó con un pequeño merendero y poco a poco fue creciendo. “Hubo un momento donde no había tantos chicos para el merendero pero sí para el apoyo escolar, ahora vienen por el vaso de leche y algo para comer con lo que puedan irse a la cama, porque la cena en familia casi no existe”.

Cristian Medina vuelve a pintar un panorama macro sobre todos los emprendimientos solidarios que coordina y afirma que la demanda es algo más del doble respecto al año pasado. “Hasta hace dos o tres años iban pibes y pibas, porque sus padres vivían de changas. Entonces con el comedor y la copa de leche se la rebuscaban. Ahora vemos que se acercan familias enteras, el padre y la madre, también jubilados. Porque no están llegando a adquirir el plato de comida necesario de cada día”, dice.

Cambiaron también las dinámicas barriales. En los días de lluvia, en las zonas donde se dificulta andar por las calles embarradas, normalmente se suspendían las actividades porque los chicos no podían llegar. “Ahora piden que abramos sí o sí, porque vienen de todos modos. Eso es una señal de la magnitud de lo que se está viviendo en los barrios”.

El repaso barrio por barrio ratifica la tendencia de una demanda en aumento. En San Carlos hay un comedor al que van 170 personas, en el del barrio Cementerio son 150, entre 90 y 100 van a Berisso. “Es una demanda que explotó en los últimos dos años y que ya excede a los chicos. Y pienso que si hubiera más mercadería sería más la gente que concurriría, porque llegan momentos en que tenemos que decir que ‘no hay más’”, sintetiza.

Lo que dicen Luz Chavez e Hilda López de sus barrios se repite en el relato que como coordinador recibe Medina desde muchos lugares. “Son cada vez más comunes las historias de familias en las que el padre llega pidiendo que le recarguen el tupper porque si no a la noche no comen, o incluso para el almuerzo del otro día”.

Luz está siempre atenta a la conducta de los niños y describe la desesperación con la que llegan. Palpa en su propia casa, todos los días, lo que reflejan las encuestas que realizan las organizaciones. También le pone cuerpos y rostros a la consigna del hambre y el crimen. “Si hay más, piden más –dice Luz–. Y no juegan con la comida, es evidente que es hambre, no es juego”. 


Para ayudar

Comedor “Pequeños gigantes” – 516 y 168 – Tel. +54 9 221 669-5083
Merendero “Los amigos felices” – 131 bis y 527 – Tel +54 9 221 626-4946
Comedor “Carita de angel” – 8 entre 137 y 138 (Berisso) – +54 9 221 618-4211
Comedor “El Refugio” – 29 entre 86 y 87 – +54 9 221 665-9783
La Patriada” – 87 y 27 – +54 9 221 616-0216 y +54 9 221 5341603
Comedor de la ONG Ruedat – en Facebook


Merenderos nuevos en el barrio de Chispita

Año a año se está haciendo más complicada la situación”, dice Mónica Auge, Coordinadora del centro Chispita, parte de la Obra de Cajade, en Los Hornos, que está ayudando a casi 50 familias, con un total de 70 chicos en los dos turnos.
Están viniendo familias, a las cuales no conocemos, a pedirnos alguna changa a pagar con mercadería. Esto nunca lo habíamos vivido. Vemos mucha gente desocupada que pasa por la puerta y nos ofrece cortar el pasto o pintar o cualquier cosa que necesitemos”, relata.
Mónica agrega que “este año no nos mandaron mercadería en seco por casi tres meses y por la gran inflación, la carne y verdura semanal comenzó a rendir mucho menos”.
Cuenta que en el barrio de Chispita “han abierto merenderos que abren después de las cinco de la tarde y dos veces a la semana, preparan cena y los chiquis nuestros nos cuentan que van allí también y suponemos que en muchos casos es la última comida del día”.
Dice también que como los fines de semana son bastante difíciles para las familias, “los lunes tratamos que el desayuno sea abundante porque es el día que más comen. ya sea desayuno o almuerzo”.
Otro problema con el que nos encontramos es la falta de vacantes en las escuelas de la zona. Tenemos un chiquito sin escolarizar y han venido mamás que no son del barrio a preguntarnos si podemos incorporar a sus hijxs en la Casita hasta que puedan ingresar a alguna escuela”, acota.


En las escuelas, una elección forzada

Por la situación en los barrios, los comedores de las escuelas adquieren un valor esencial en la alimentación cotidiana de los chicos. Los menúes provistos por la Municipalidad de La Plata a través del Sistema Alimentario Escolar (SAE) son considerados apropiados tanto por los directivos de las escuelas como por los gremios docentes que realizan monitoreos permanentes.

La Provincia provee un menú sugerido al Municipio, con controles de calidad nutricional y valor proteico. Cuenta incluso con asistencia técnica de institutos profesionales que intervinieron cuando se detectó sobrepeso o dietas de baja calidad, en la que prevalecían alimentos con déficits respecto de los nutrientes esenciales.

La conformación del desayuno, la merienda y los almuerzos esta pensada en función de esa realidad. La presencia diaria de leche o yogurt para asegurar el aporte de calcio, la incorporación de frutas y una reducción del contenido de azúcares agregados, grasas saturadas y sodio. Así como los menúes con hortalizas no feculentas, la presencia alternada de carne, huevos, legumbres, cereales y fruta fresca.

El problema está dado por los cupos, los cuales en muchos casos no alcanzan para satisfacer a todos los chicos. Wilfredo González de Udocba La Plata ejemplifica con el caso de la Escuela 73 de Abasto, anclada en una zona de asentamientos y barrios carenciados, donde hay 600 alumnos y cupos para el comedor que alcanzan solo para 420 chicos. O la 37 de Gorina, donde envían cuatro pollos para 54 chicos “y alegan que es el gramaje que corresponde para servirlos desmenuzados con puré o jardinera”.

No lejos de ahí, en el barrio Las Margaritas de Romero, donde está el comedor “Pequeños gigantes”, los padres que acompañan a los niños contaron algo parecido a La Pulseada , aunque desde su propia perspectiva. Como no alcanza para todos, directivos y docentes deben hacer una selección de acuerdo a la situación económica de las familias. El corte es demasiado bajo y deja afuera a niños que la están pasando apenas un poco menos mal que los que pueden sentarse a comer.


“Es imprescindible consumir una amplia variedad”

La licenciada en Nutrición Silvia García contó a La Pulseada cuáles son las necesidades de alimentación de un chico en su edad temprana. Distingue entre

¿Cuáles son las necesidades nutricionales de un niño/a en etapa escolar? – preguntó La Pulseada a la licenciada en Nutrición Silvia García.
–Un niño/a en edad escolar se encuentra en pleno crecimiento. Así como cuando se construye una casa, la selección de los materiales hará una diferencia con su durabilidad y mantenimiento, en las personas, la calidad de la alimentación diaria es clave para determinar su salud actual y futura. Esta situación es más crítica en etapas de desarrollo y crecimiento, como es el caso de los niños, adolescentes, embarazadas y madres que amamantan. Cuando comemos, ingerimos diversos materiales a los que llamamos nutrientes . Esquemáticamente:

Macronutrientes : hidratos de carbono, proteínas, grasas, agua. Estos nutrientes tienen funciones específicas y, además, aportan energía para poder mantener las funciones vitales y hacer actividades diarias como estudiar, caminar y jugar.

Micronutrientes : vitaminas y minerales. Si bien no aportan energía, tienen funciones muy importantes; entre otras facilitar reacciones químicas en el cuerpo para que pueda ocurrir el crecimiento.

La cantidad suficiente y la variedad en el consumo de nutrientes esenciales determina en una importante medida la calidad del crecimiento y de la salud de una persona. Llamamos nutrientes esenciales a aquellos imprescindibles y que el cuerpo humano no puede formar. Necesitamos imperiosamente consumirlos con los alimentos.

Para consumir todos los nutrientes y energía que necesitamos, es imprescindible consumir una amplia variedad de alimentos.

Para eso están las Guías Alimentarias, como las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA), organizan los alimentos en grupos (lácteos, carnes y huevo, frutas y verduras, legumbres y cereales, aceite).

A la hora de elegir los alimentos dentro de cada grupo, hay un concepto importante a resaltar: la densidad de nutrientes de un alimento, que representa el aporte de un nutriente de un alimento con relación a la cantidad de energí a (Calor í as) que aporta.

“Los alimentos frescos o naturales están siendo desplazados por los productos ultra-procesados”

Los alimentos con mayor densidad de nutrientes esenciales, como proteínas, á cidos grasos esenciales, hierro, calcio, zinc, vitaminas A, B, C, D, E, hacen la diferencia.

En general, los alimentos con mayor densidad de nutrientes esenciales son los naturales, las frutas, las verduras, las carnes y vísceras como el hígado, los huevos, el aceite, y otros alimentos naturales o mínimamente procesados.

Otro concepto a tener muy en cuenta es que, en todo el mundo –y Argentina no es la excepción– los alimentos frescos o naturales están siendo desplazados por los productos ultra-procesados. Se trata de un procesamiento industrial, que vuelve a los productos más sabrosos, más baratos, pero con una franca desventaja nutricional: menos nutrientes esenciales. Como si eso fuera poco, además , son ricos en nutrientes cuyo consumo conviene limitar, como son azúcar, sodio y ácidos grasos saturados. Los productos ultra-procesados tienen una densidad de nutrientes esenciales muy baja. Y su consumo va en aumento y en detrimento del consumo de alimentos con nutrientes esenciales y alta densidad nutricional.

Por eso tenemos que trabajar para lograr una alimentación con un contenido suficiente de alimentos con alta densidad de nutrientes. Por ejemplo, agregando diariamente 2 cucharadas de zanahoria, una fruta cítrica, media porción de carne o hígado o corazón (60g), una taza de leche y un pocillo de legumbres cocidas (ej: lentejas o porotos), una cucharada sopera de aceite crudo, se cubre gran parte las recomendaciones de vitaminas A, C, calcio, hierro y zinc, y ácidos grasos cuyo consumo es frecuentemente deficitario en los niños.

¿Cuáles son las consecuencias de una dieta baja en carnes, verduras frescas y legumbres para niños en etapa en desarrollo?
– Las alteraciones nutricionales asociadas al patrón de consumo de alimentos prevalente en nuestro medio en los niños son las relacionadas con el bajo consumo de alimentos con nutrientes esenciales y alto consumo de alimentos ultraprocesados: retraso crónico de crecimiento (déficit de nutrientes esenciales; probable déficit moderado de energía), retraso crónico de crecimiento con obesidad (cuando la cantidad de energía consumida es suficiente pero no se consumen los nutrientes esenciales suficientes, por ejemplo, con una dieta basada en hidratos de carbono como arroz, pan, azúcar), anemia por deficiencia de hierro, deficiencias de vitaminas y minerales, caries, obesidad, dislipemias, obesidad con HTA e hígado graso, diabetes tipo 2 y mayor riesgo de padecer estas enfermedades crónicas en la adultez.

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