Buenos Aires indígena

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Ilustración Juan Bertola

Durante décadas, un relato oficial nos convenció de que venimos de los barcos. Cuando ese mito europeísta se fue resquebrajando, ubicamos nuestras raíces originarias en el Norte o en la Patagonia. En el mes del indio americano, un periodista del Movimiento en Defensa de la Pacha escribe sobre cementerios milenarios destruidos por barrios privados, héroes olvidados, comunidades originarias que viven en la ciudad y la posible existencia de restos indígenas bajo la Casa de Gobierno bonaerense.

Por Pablo Badano 

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Hay indios donde estás. Hubo indios donde estás. Estas páginas salen de territorio indígena y son leídas en territorio indígena, aunque no veas cerros ni montes al levantar los ojos de esta revista.

¿Quiénes habitaron el actual territorio bonaerense antes de la conquista europea? ¿Qué lugar ocupa hoy la identidad originaria en esta región del país? En 1905, Juan Bautista Ambrosetti, considerado el iniciador de la arqueología científica en Argentina, excavó y encontró restos materiales de los pueblos originarios en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada. ¿Había existido en ese lugar un asentamiento originario? ¿Se trataba de restos de la mano de obra indígena utilizada durante la Colonia? Sea cual fuera la respuesta, ese descubrimiento habla de la fuerte presencia aborigen en un territorio donde la colonización logró lo que en otras regiones no pudo: una invisibilización casi total de aquella presencia ancestral.

En aquellos tiempos, cuando surgieron nuestras ciudades, hubo acontecimientos bélicos memorables, dignos de películas, que parecen silenciados. Una lluvia de flechas incendiarias destruyó la primera Buenos Aires, fundada por Pedro de Mendoza en 1536 y abandonada en 1541. Según el historiador Daniel Conlazo (autor de Los indios de Buenos Aires), 23.000 guerreros de distintos pueblos (querandí, chaná timbú, charrúa y guaraní) se unieron para resistir la invasión europea. Muchos nombres de esos caciques quedaron en las crónicas de la primera y de la segunda fundación, pero casi ninguno es conocido por la actual población porteña y bonaerense.

En Chile, el líder mapuche Lautaro, que resistió a los españoles en el 1550, es tomado como héroe nacional, y durante las guerras de la independencia latinoamericana existió la Logia Lautaro, integrada por José de San Martín, Simón Bolívar y Bernardo O’ Higgins. En la Argentina, en cambio, los nombres de los caciques Manuá y Telomián Condié no han tenido la misma “suerte”. La figura del segundo de ellos es más conocida en el sudoeste bonaerense, en los municipios aledaños al río Matanza, curso de agua que habría sido denominado así por una batalla contra la gente de Telomián. Las aguas se tiñeron de rojo y fue así que comenzó a llamarse Valle y Río de La Matanza. Por su parte, Manuá es un desconocido en Buenos Aires, a pesar de haber ajusticiado nada menos que al fundador definitivo de la ciudad, Juan de Garay, en 1583.

La memoria de las civilizaciones indígenas que cuatro siglos atrás resistieron y fueron masacradas en la actual área metropolitana pasa desapercibida. Garay tiene una estatua a un costado de la Casa Rosada, en un lugar privilegiado del paisaje porteño, y los indígenas ‘permanecen’ dóciles en el famoso cuadro de la fundación de Garay, una obra centenaria del artista español José Moreno Carbonero que es telón de fondo en la Sala de Conferencias de la Jefatura de Gobierno para cada discurso de Mauricio Macri.

Cementerios aborígenes en Buenos Aires

Por lo menos 116 cuerpos de ancestros fueron extraídos por arqueólogos en 11 enterratorios en el área conocida como “Bajíos ribereños continentales”, y 136 restos esqueletarios fueron retirados de otros 7 sitios en el “Delta inferior”. Un total de 252 cuerpos originarios en esa región (con antigüedades entre 600 y 3.500 años), que corresponde a los municipios de Tigre, San Fernando, Escobar y Campana, en la zona norte bonaerense.

Ese número es el que reconoce el informe “Las prácticas mortuorias en el humedal del Paraná inferior”, firmado por Bárbara Mazza y Daniel Loponte, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL) de la Secretaría de Cultura de la Nación. Estos profesionales fueron los asignados por la Dirección de Patrimonio Cultural de la provincia de Buenos Aires para el resguardo de los sitios aborígenes, aunque están cada vez más cuestionados por diversos sectores, por no respetar los derechos indígenas (ver Funcionarios y profesionales cuestionados).

¿Dónde están los 252 cuerpos?, nos preguntamos desde el Movimiento en Defensa de la Pacha (MDP), una organización indígena y vecinal del Gran Buenos Aires que este periodista integra junto a otros comunicadores, pobladores originarios de distintas generaciones e identidades culturales, vecinos, ambientalistas y educadores, con el objetivo de proteger los lugares ancestrales ante el avance del “progreso” y los barrios privados.

A diferencia de lo que ocurre en el valle y el delta del Nilo, por ejemplo, que guarda las tumbas de los faraones egipcios y es un lugar sagrado y respetado en el mundo entero por sus majestuosas construcciones, en el delta del río Paraná y su valle de inundación los arqueólogos estiman que existen cientos de cementerios de las culturas originarias rioplatenses pero sólo una mínima porción está identificada. El informe del INAPL se refiere a 27 yacimientos.

En Tigre, por ejemplo, los recientes megaemprendimientos inmobiliarios de barrios privados Nordelta (1.600 hectáreas) y Villa Nueva (850 hectáreas) han destruido dos lugares que se encontraban identificados: los sitios Sarandí y Garín respectivamente, pero los especialistas descuentan que han arrasado con muchos otros, que no se encontraban detectados. Hace cinco años, el propio Daniel Loponte reveló a este periodista que en las 1.400 hectáreas donde se construye el Nordelta 2 “no debe de haber dos o tres sitios, sino decenas”.

El poder y la resistencia

Graciela Satalic es una vecina de origen europeo que encontró en Punta Querandí, hace casi una década, restos de vasijas milenarias al costado de un arroyo en paraje Punta Canal, en el límite de los partidos de Tigre y Escobar; el hecho derivó en un lento boca en boca y en enero de 2009 culminó en la formación del MDP. Hoy, esa zona, un lugar público con restos arqueológicos, alberga un conflicto, como cuatro siglos atrás.

Hay una “batalla en nombre de los ancestros”, como definió la agencia de noticias Télam al cubrir los festejos del 20 de febrero por el tercer aniversario del acampe sostenido por vecinos y militantes indígenas para defender ese lugar. Están los empresarios poderosos, que desplazan familias, cierran caminos y avanzan sobre lugares públicos, pero también están los que resisten: gran parte de los vecinos tienen raíces en las provincias, pasado indígena o mestizo.

De los negociados inmobiliarios de la zona participa sobre todo una de las principales corporaciones del país, Eidico, dirigida por familias “de apellido” y descendientes directos del ex dictador Agustín Lanusse (el ingeniero agrónomo Patricio Lanusse es su  sobrino; Jorge O’Reilly, sobrino nieto) que son activos militantes de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica y están vinculados con la Asociación por la Justicia y la Concordia, fundada en 2009 para defender a militares y civiles detenidos por delitos de lesa humanidad.

Jorge O’Reilly, que estudió abogacía en la Universidad Católica Argentina, fue asesor de la Jefatura de Gabinete de la Nación cuando el cargo lo ocupaba el actual intendente de Tigre, Sergio Massa. Además de ser el principal directivo de Eidico, es propietario de muchas empresas de diversos rubros en el país, como Farmacity, Lo Jack, Centro Médico Pueyrredón y Nieves de Chapelco. Su poder ha sido detallado en una serie de notas de Horacio Verbitsky en Página/12 desde 2008.

En tanto, el acampe vecinal se transformó en todo un símbolo en la zona de Punta Canal, un paraje con menos de 30 familias, y sus pequeñas dos localidades vecinas: Dique Luján, del lado de Tigre, tiene 3.000 habitantes, e Ingeniero Maschwitz, del lado de Escobar, algo más de 10.000.

“En la escuela me contaron que vinieron un montón de indios y sacaron a las topadoras”, le dice a La Pulseada un chico del humilde barrio San Miguel de Maschwitz. “Yo me enteré que tengo sangre indígena a partir de la existencia del acampe”, cuenta Eduardo Duarte, otro adolescente, quien vive a solo 100 metros de Punta Querandí y en los últimos años dio el mismo testimonio a todos los medios que se acercaron a cubrir el conflicto.

La luna los hará arrepentir

La lucha en resguardo de los cementerios aborígenes la protagonizan integrantes de comunidades que se vieron obligadas (ellos, sus padres o sus abuelos) a emigrar a la gran ciudad. Santiago Chara y su familia son originarios del pueblo toba en la provincia del Chaco. Como muchos de los que llegan a Punta Querandí, lo hizo para pescar. Allí se encontró con una ceremonia indígena y pensó “esto es lo que estoy buscando desde hace muchos años”. Ahora cuenta que siempre se reconoció como “indio”, pero no encontraba el lugar donde participar, a pesar de que sus parientes en Rosario y Chaco tienen cooperativas de viviendas o están relacionados con agrupaciones indígenas.

Con el “acampe de los indios”, como se lo conoce en la zona, lo indígena dejó de ser visto únicamente como algo de otras provincias. Ya pasaron cuatro años desde la formación del MDP y unas veinte instituciones educativas visitaron el “sitio sagrado de los pueblos originarios”.

“¡Agassaganup o Zobá!”, gritan desde el acampe, y responden con fuerza los integrantes del grupo de sikuri Vientos de Manuá, que lleva el nombre del cacique que ajustició a Juan de Garay. Ese idioma supuestamente muerto resuena sobre el Canal Villanueva, que divide las tierras en conflicto con los terrenos conquistados (antiguos bañados hoy rellenados y edificados con lujosos countries). En su libro, Conlazo menciona a esa frase como uno de los pocos legados que sobreviven de la lengua querandí. Significaría “La luna los hará arrepentir” y fue registrado por el viajero francés André Thevet en el siglo XVI.

La lucha, como antaño, es por el territorio: las comunidades reclaman tierras aptas y suficientes para desarrollarse, llevan generaciones viviendo en Buenos Aires (la “París del Plata”, que esconde un pasado e invisibiliza un presente), donde como en toda América hay una historia de preexistencia indígena, reconocida por la Constitución Nacional desde 1994, y donde además se exige el reconocimiento a las costumbres, ceremonias y espiritualidades distintas de la occidental.

Muchas décadas antes de esta reforma, en 1940, el Primer Congreso Indigenista Interamericano propuso el 19 de abril como Día del Indio Americano para hacer visibles las realidades de los pueblos originarios. En Argentina la fecha es oficial desde 1945 (por el decreto Nº 7550). Muchas organizaciones indígenas, e incluso la Pastoral Aborigen de la Iglesia Católica, realizan “La Semana de los Pueblos Indígenas”, entre el 19 y el 25 de este mes.

 

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