Batallón 601: salir de la oscuridad

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Hace 42 años Marcela Quiroga tenía 12 años y fue secuestrada por la misma patota que asesinó a su mamá. En noviembre se realizó el juicio a cinco de los responsables. Hubo cuatro condenados por homicidio, secuestro y torturas, pero todos fueron absueltos por la sustracción de menores. “Siento que ahora puedo reparar mi vida cotidiana”, dice a La Pulseada.

Por Soledad Iparraguirre

Fotos Gabriela Hernández

Con cuatro perpetuas y una absolución terminó un juicio inédito en la región, en el que cinco militares del Batallón 601 de City Bell fueron llevados al banquillo de los acusados por el crimen de dos militantes montoneros y el secuestro de tres hermanos menores de edad. Marcela Quiroga, testigo clave, fue secuestrada a los doce años y pasó por el Vesubio y el Sheraton, centros neurálgicos de tortura y represión. En diálogo con La Pulseada revivió el proceso que llevó a la condena: “Destrozaron mi familia, el día que murió mi mamá fue el día que nosotros también morimos. Ahora veo todo con una claridad que nunca tuve antes en mi vida”.

El fallo sorprendió al absolver a todos los acusados por el delito de sustracción, retención y ocultamiento de dos menores de edad

Noviembre llegó gris y con un halo de justicia. El Tribunal Oral Federal (TOF) Nº 2 de La Plata, integrado por los jueces Alejandro Esmoris, Nelson Jarazo y Germán Castelli, condenó a prisión perpetua a cuatro ex militares: el ex segundo jefe del batallón, Carlos Alberto Bazán; el ex oficial de Inteligencia, Francisco Ángel Fleba; el ex oficial de Operaciones Eduardo Arturo Laciar; y el ex jefe de la Compañía B, Daniel Eduardo Lucero. Todos fueron hallados coautores de los delitos de homicidio agravado, privación ilegal de la libertad y aplicación de tormentos. En tanto, el ex jefe de la compañía B, Eduardo Enrique Barreiro, fue absuelto y se ordenó su liberación inmediata.

El fallo sorprendió al absolver a todos los acusados por el delito de sustracción, retención y ocultamiento de dos menores de edad, crímenes por los que el Ministerio Público Fiscal (MPF) había pedido la pena máxima. El proceso contó con dos hechos novedosos. Por primera vez, se juzgó a represores del Batallón de Comunicaciones de Comando 601 de City Bell, centro operativo zonal del Ejército. Durante el juicio, se investigó el secuestro y la captura de tres hermanos menores de edad, hijos de militantes montoneros, en septiembre de 1977. La fiscalía pidió la pena máxima para todos los acusados y una serie de medidas de reparación, que hacen foco en la dimensión del daño provocado.

 “Hay pichones”

En 1972, María Nicasia Rodríguez (34), apodada La Mary, y Cipriano Octavio Quiroga vivían con sus hijos Marcela (12) y Sergio (10) en Berazategui. Él era mecánico y ella ama de casa, y militaban en Montoneros, organización a la que ella se sumó mientras trabajaba en la limpieza de una unidad básica. Marcela recuerda a su mamá ocupándose de ellos, pendiente de las tareas escolares y saliendo a pintar paredes por las noches. Habla de un antes y un después de la histórica plaza de julio del 74. “Perón nos echó”, le había contado su padre. Sobrevinieron tiempos de clandestinidad, en los que debieron ir mudándose por Temperley, Lavallol, Guernica. A los meses se separaron. Cipriano dejó de militar, María no. Ella formó pareja con Juan Guillermo Fernández Amarilla y tuvieron una nena, Marina. A Fernández lo secuestraron en septiembre del ’76, cuando se presentó a una cita en una estación de servicio en Banfield. Continúa desaparecido. Para 1977, María compartía vivienda con Arturo Jaimez (22), alias Silver, compañero de militancia de la columna sur de Montoneros. Él aparentaba ser mayor y simularon ser una familia. El 6 de septiembre de 1977 el barrio Unión de Villa España, en Berazategui, amaneció con los tiros y las bombas que el Ejército disparó contra una humilde casa prefabricada, en un descomunal operativo. María dejó a los niños en el baño, único espacio de material de la casa.

–Pórtense bien, que mami los quiere– les dijo. De pronto, las ráfagas, un estampido, la balacera. Un silencio sepulcral y efímero y una voz que ordenó disparar.
–¡No tiren!– gritó Marcela.
–Paren. Hay pichones en el nido, se oyó.

El infierno

Una patota tiró la puerta abajo. Marcela, Sergio y Marina estaban en ropa interior y remera. Así los sacaron de la casa. Separaron a los hermanos. A Marcela la llevaron ese mismo día a reconocer y marcar compañeros de militancia de su mamá. A sus hermanos los llevaron a una comisaría en Quilmes y luego a una comisaría de la mujer en La Plata. Cipriano los buscó varios días. Como no era el padre de la bebé, le pidió a la hermana de su exmujer, María del Carmen Cruceño, que se presentara para hacerse cargo de Marina. Mientras tanto, su hija Marcela seguía desaparecida. Marina terminó criándose con los tíos maternos. Desde pequeña supo la verdad y creció sabiendo que los primos que la visitaban, eran en realidad, sus hermanos.

El mismo día del ataque, a Marcela la llevaron a reconocer y marcar compañeros de militancia de su mamá

María Nicasia Rodríguez y Arturo Jaimez fueron asesinados a quemarropa. Los restos de Rodríguez fueron recuperados en 2007 –habían sido enterrados como NN en el cementerio de La Plata– por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Seis meses después de la exhumación, se confirmó que el ADN del cuerpo había dado positivo. El 20 de julio de ese mismo año, pudieron sepultarla.

El mismo día del secuestro, los militares llevaron a Marcela a que “marcara”. Ella fue reconociendo, dijo lo que sabía. Pero querían más. La niña se puso nerviosa y mintió: dijo que en una torre en Ezpeleta vivía un conocido suyo. En el edificio vivía un militante, pero no quien ella había nombrado. Pagaría caro su error. La llevaron a una pieza, la acostaron en una camilla y le taparon la cara con una almohada. Mientras uno le golpeaba las costillas, otro le retorcía los pezones.

–Yo sabía que existía algo llamado picana, pero no iba a creer eso si no me lo hacían. Eso me mantuvo entera. Tras un mes en el Vesubio, a Marcela la trasladaron a la comisaría de Villa Insuperable en Lomas del Mirador, donde funcionaba el centro clandestino de detención (CCD) Sheraton. Allí compartió tiempo con Silvia Corazza de Sánchez, Elena Alfaro, Héctor Germán Oesterheld, Tato Taramasco, Clara Lorenzo “Chela”, Graciela Moreno, Juan Marcelo Soler y con María del Pilar García Reyes, entre otros. Oesterheld, caricaturista y creador del mítico Eternauta, estableció una rutina con la niña: se levantaban temprano y salían al patio a tomar sol. Con él jugaban, le leía y le hablaba sobre literatura.

Fresco y el Francés, dos de los secuestradores que no están identificados, se hicieron cargo de ella. ”Te quiero adoptar. Quiero que seas la hermana mayor de mis hijas”, le confesó Fresco un día. Luego, le dijeron que habían estado con su papá, a quien finalmente la entregaron. Habían pasado unos tres meses del secuestro.

“Yo sabía que existía algo llamado picana, pero no iba a creer eso si no me lo hacían. Eso me mantuvo entera”, cuenta Marcela, quien tenía 12 años cuando fue secuestrada

 El juicio

Lo que la investigación pudo reconstruir fue que la patota que comandó el feroz ataque a la casa del barrio Entre Vías estuvo integrada por decenas de militares y soldados de la Tercera Sección de la Compañía B del Batallón de Comunicaciones Comando 601 de City Bell. También participaron la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense (DIPBA) y el Destacamento de Inteligencia 101 de La Plata. El operativo fue desproporcionado, entendió la querella, y empleó tácticas similares a otros operativos en la región, como el ataque a la casa de calle 30 de donde secuestraron a la pequeña Clara Anahí Mariani Teruggi.

El comunicado oficial expresa: «Se informa a la población que el día 6 del corriente, a las 7.30, y en oportunidad que fuerzas legales efectuaran operaciones de control en el Barrio Unión Villa España, de la localidad de Berazategui, recibieron desde el interior de una casa, intenso fuego, hiriendo a dos soldados. Posteriormente, dos delincuentes subversivos intentaron fugar por los fondos de la vivienda, siendo abatidos. Al registrarse el domicilio, además de material de propaganda, documentación y algunas armas, se comprobó la presencia de tres menores, hijos de los delincuentes subversivos, los que afortunadamente resultaron ilesos. Este comando lamenta asimismo informar que el soldado dragoneante Luis Alberto Barbuzano, falleció posteriormente al llegar al hospital, en tanto que el otro soldado se encuentra fuera de peligro. El dragoneante Barbuzano, muerto en acción contra la subversión, suma su nombre a la lista de aquellos que dieron su vida para que la paz se restablezca en nuestra patria definitivamente».

El operativo fue desproporcionado y empleó tácticas similares al ataque a la casa de calle 30, de donde secuestraron a la pequeña Clara Anahí Mariani Teruggi

Los acusados siguieron el juicio por videoconferencia desde sus lugares de detención. Antes de la lectura del veredicto, tuvieron su última palabra. Excepto Laciar, que no quiso hablar, Bazán, Fleba, Lucero y Barreiro expresaron pesar por este hecho desdichado, doloroso. Fleba pidió que todas las víctimas sean recordadas respetuosamente (en alusión a la muerte del soldado Barbuzano). “Nadie tiene el monopolio del dolor”, sentenció.

*

Marcela Quiroga tiene la mirada transparente. “Me fabriqué un personaje para sobrevivir”, dice, ante la pregunta repetida que se cuela sobre sus hombros: cómo hizo para seguir. Sobrellevó el juicio con una entereza inquebrantable. La mañana final, en la que se definiría la suerte de sus verdugos, se levantó temprano, desayunó junto a su hija y partieron rumbo a La Plata. En una ocasión, en una de las audiencias, pidió no ser enfocada para evitar la mirada indeseada de los asesinos. Esta vez, no fue necesario. “Durante mucho tiempo, debí afrontar este proceso medicada, con un nivel de angustia muy grande. No podía tolerarlo. Era tal el nivel de ansiedad que una vez vine, me senté y dije ‘vengo a escuchar la sentencia’. Y era una audiencia más”, recuerda. “Al final del juicio llegué más preparada, más entera”, le cuenta Marcela a La Pulseada. “Fui acompañada por mi hija, mi hermana y una sobrina. El cierre del juicio es el cierre de una etapa de mi vida. Hoy lo veo a la distancia, hoy puedo sentir que se hizo justicia. Esperaba una condena fantasma, esperaba que les dieran cinco, diez años, o domiciliaria también, por la edad que tienen. Todo este tiempo me aferré a la condena social a modo de que nada me sorprendiera, como intento quizás de resguardarme. Me sentí muy acompañada con lo que el tribunal decidió”.

En cautiverio, Marcela compartió el tiempo con Oesterheld, el caricaturista y creador del Eternauta, con quien estableció una rutina: jugaban, leían y hablaban de literatura

–El fallo implica el cierre de una etapa en tu vida.
–Sí, totalmente. Ahora empieza una nueva etapa de vida personal y familiar. Siento que me fui afianzando. Vivía con miedo y escondida. Ahora hablo con mucha gente, me siento más predispuesta. Aún no fui al cementerio, los días posteriores a la condena descansé mucho, tenía esa necesidad. Eso será parte de otro proceso que vengo dejando para más adelante. Cuando recuperamos los restos de mi mamá, la enterramos en el cementerio de Avellaneda, con una placa que tenía tres fechas: el día en que nació, el día que murió, y el día en que la pudimos enterrar. Cuando hicimos el funeral fue cerrado, sólo para la familia, hermanos, primos y la gente del Equipo (Argentino de Antropología Forense). No tenía la necesidad en ese momento de un acto reivindicatorio de mi mamá. Ahora me encuentro más suelta también en ese sentido. Entiendo que los juicios traen aparejado un cierre por un lado que implica abrir algo más. Yo, recién ahora puedo empezar a resolver muchas otras cuestiones desde lo cotidiano, lo rutinario. Pienso que si pude lograr atravesar todo aquello puedo lograr todo lo demás. Siento y me debo una reparación a lo cotidiano y lo familiar.

Marcela reparte su presente con su entorno familiar, que la sostuvo siempre y al que se aferró, y el compromiso de seguir dando testimonio. Y cuenta que su hija le propuso dar una charla en su colegio el 24 de marzo. “Me preguntó si me animaba. Me sorprendió porque ella cuida mucho sus espacios y esto es abrirme su lugar en la escuela. Me animo, sí, siempre que esté acompañada, mejor”. En unos días, Marcela se encontrará con la hija del matrimonio Carri con quien compartió cautiverio en el Sheraton. “Me llamó y quedamos en encontrarnos. Hay un camino que siempre voy a seguir dando”, dice. Y su mirada serena, se clava en el horizonte.

 


La reparación necesaria

Juan Martín Nogueira, fiscal auxiliar, representante del Ministerio Público Fiscal, dialogó con La Pulseada sobre la génesis del juicio.

–¿Cómo vivió este proceso?
–Fue un juicio muy especial por distintas razones. En primer lugar, es un caso sui generis, con la lógica del Terrorismo de Estado, que interviene en un operativo, y después por el hecho en sí: quizá porque se focalizó directamente en las víctimas de este operativo. La dimensión del daño fue para nosotros un elemento sustantivo en el juicio, con una lógica absolutamente ligada a la desaparición de personas. Cuando declararon Marcela, Sergio y Marina, no vimos sólo a personas narrando un hecho sino otra vez a esos niños que estuvieron en ese lugar, en aquel momento, y fue muy fuerte la necesidad de lo reparatorio, más allá de la condena en sí.

–¿El pedido de perpetuas y la serie de medidas reparatorias tiene en cuenta primordialmente la dimensión del daño provocado?
–Sí. Tenemos la necesidad de dar una serie de respuestas en tanto Estado que estén vinculadas al conocimiento público. En este caso, pedimos señalizar el lugar, y a medidas que apunten a reconocer este hecho. Por ejemplo, que en la Universidad de Córdoba se establezca la razón de por qué (Arturo) Jaimez dejó de ser estudiante, que es su razón de desaparecido. La cuestión de la reparación es tan esencial como la condena misma. En lo personal, me quedó una frase de Marcela cuando dijo, en una declaración, que tenía la necesidad de que su casa y sus cosas siguieran funcionando, con este corte abrupto que se había dado en su vida. Lo que uno vislumbra es ese drama familiar. Tantos años sin poder hablar. La última palabra de los acusados tendió a una equiparación de las muertes, con la impronta de la teoría de los dos demonios. Esto lo dejamos muy claro en el alegato, son crímenes de lesa humanidad perpetrados desde el Estado. Toda asimilación y equiparación de las violencias no tienen proporción. En ningún momento dijeron desconocer lo que estaban haciendo, eso quedó evidenciado.

–¿Qué lectura hace de las absoluciones?
–Nos sorprenden las variantes. En la absolución de Barreiro entendemos que no había casi margen para hacerlo. En cuanto a la responsabilidad del delito por el secuestro de los chicos, había una demostración cabal en la mecánica de los delitos de lesa humanidad. Por otro lado, la sustracción de menores es una parte de ese plan por lo cual no se puede deslindar como parte extraña, ajena. Debemos esperar a febrero, que estarán los fundamentos.

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