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1.Introducción
al informe
2.La
Denuncia (Médicos residentes)
3.Hijos
de la Miseria (por Pablo Mugica)
4."Nueva
Esperanza" (por Verona Demaestri)
5.Reportaje
a Dr.Carlos Bertolotti (por Carlos Fanjul)
6.Yamile
sí le está ganando la pulseada a la desnutrición
(por Verona Demaestri)
Sin palabras
frente a la desnutrición
¿QUIÉN
MATÓ A ALEX BAZÁN?
En comienzo de una nota siempre tratamos de sintetizar lo que van
a leer cuando den vuelta la hoja. A veces lo escribimos en dos minutos...
En algunas oportunidades cuesta un poco más. Hoy, en cambio,
nos resulta imposible. No encontramos palabras para describir lo
que tenemos. No encontramos imágenes para mostrar lo que
pasa. No encontramos calificativos para transmitir nuestra bronca,
nuestra indignación, nuestra impotencia.
Alex Bazán tenía 2 años y medio. Estaba desnutrido.
Lo llevaron a la salita de Romero. Los médicos lo atendieron
más de una vez y elevaron el informe a las autoridades municipales
de La Plata. Alex murió el 2 de abril. Se podía haber
evitado.
En las páginas que siguen, van a encontrar la denuncia de
los médicos, la opinión y las vivencias de dos periodistas,
una entrevista a un doctor vinculado a la Obra del padre Cajade
y el testimonio de la abuela de un nenito desnutrido que hoy no
está con Alex porque recibió amor y dedicación.
Nada menos. Claro, porque es bueno decirlo: en La Plata hay muchos
chicos desnutridos y cada día hay más... Y es bueno
saberlo: es posible recuperarlos.
En la tapa de La Pulseada de setiembre del año pasado, decíamos:
"En La Plata, Berisso y Ensenada hay 116 mil indigentes y un
plato de comida cuesta 0,39 centavos. Para alimentar a todos hacen
falta sólo 16 millones de pesos por año, hacen falta
43.800 pesos por día... Hace falta querer hacerlo".
¿Qué palabras usar para calificar a quienes no quisieron
hacerlo?
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LA DENUNCIA
Por Martín Silberman, Esteban Ronsino, Alejandro Barletta,
Eleonora Valenti, Leonardo Weiss, Valeria Maio, Laura De Irureta,
Belén Maruelli, Antonella Paniza, Gustavo Ibraimosky,
Sergio De Andrea, Sergio Rucinski, Cristina Sierra
(Médicos residentes de Medicina General del Hospital Alejandro
Korn, con trabajo en terreno
en el área programática de la Unidad Sanitaria N°34
del barrio Santa Ana de La Plata)
"Los médicos
que trabajamos en atención primaria de la salud, ya sea en
unidades sanitarias o en hospitales, estamos acostumbrados a ver
y a diagnosticar la desnutrición en nuestra ciudad. Nos preocupa,
nos da bronca, y sobre todo, como dijimos recién, nos estamos
acostumbrando. Eso es lo peor.
Nos preocupa porque vemos cómo estamos destruyendo generaciones
enteras que no se desarrollan, que no rinden igual en la escuela,
que cuando sean adultos no van a rendir lo mismo que aquellos que
tuvieron la suerte de crecer en un medio más favorable. Nos
da bronca porque vemos que el sistema de salud en las unidades sanitarias
no tiene ningún tipo de respuesta organizada para prevenir
o para tratar al paciente desnutrido y a su familia.
Estamos cansados de ver, pesar y medir chicos desnutridos, conocemos
a sus padres, conocemos sus casas, los Amarilla, los Choque, los
Colque, Juana, etc. Estamos cansados de darles tratamiento que sabemos
que en su mayoría no van a poder cumplir. Porque no tienen
dinero para ir al hospital a buscar un antiparasitario que no hay
en la salita o porque vuelven a sus casas a tomar agua cruda del
pozo perforado quién sabe a cuántos metros del pozo
ciego.
Nos da bronca que chiquitos como Alex Bazán, de sólo
dos años y medio de edad, quien fue visto en enero pasado
en nuestra unidad sanitaria y que fue diagnosticado y tratado por
desnutrición junto con su familia, haya fallecido de la manera
que todos conocemos.
Alex Bazán murió el 2 de abril de 2003 en la Clínica
del Niño luego de ser trasladado, en gravísimo estado,
desde el Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero, a donde la madre
lo había llevado luego de varios días por una diarrea
que no cedía.
Alex pertenecía a una familia humilde de la zona. Era uno
más de nueve hermanos en un hogar de padres desocupados,
que la peleaban más aún luego del nacimiento de los
hermanos mellizos de Alex, los menores de la familia, que en ese
momento tenían cuatro meses y medio.
Alex y su familia también habían sido vistos en su
domicilio. En ese momento -a principios de año- se supo que
los mellizos tenían bajo peso para la edad. Ambos estuvieron
internados en el Hospital de Niños por cuadros de diarrea
y deshidratación. La casa de los Bazán, como muchas
otras del barrio, no tiene agua. Usan la que les da un vecino que
la extrae con un bombeador colocado en una perforación casera.
Los Bazán guardan el agua en un recipiente con tapa.
Todo esto, que no es ninguna novedad, complica muchas veces los
tratamientos antiparasitarios que de por sí son complicados.
Los remedios deben ser retirados de la farmacia del hospital; deben
tomar un micro para ir a retirarlos y, como no pueden dejar a los
chicos solos, deben llevarlos con ellos en colectivo, lo que encarece
aún más el viaje... Aún consiguiendo el tratamiento,
vuelven a tomar el agua cruda del pozo.
Alex Bazán fue visto en la unidad sanitaria en enero y también
en febrero. Los hermanos fueron controlados; se realizó una
encuesta social para solicitar refuerzo alimentario y planes de
jefas y jefes de Hogar a los padres, y se comenzó a completar
la vacunación a los hermanos.
Toda esa información que se generó en la unidad sanitaria,
los informes sociales que se completaron, las solicitudes por refuerzo
alimentario que se llenaron y que nunca llegaron a la casa de Alex,
¿dónde fueron? ¿Nadie vio las fichas con la
descripción del grado de desnutrición de Alex? Se
llenan planillas, formularios, encuestas, historias clínicas,
etc. y se elevan a la Secretaría de Salud de la Municipalidad;
de ahí se supone que deben ir a Acción Social de la
comuna, pero llegado el momento no se sabe dónde están...
No existen números de expedientes, ni recibos de entrega,
dejando totalmente expuestos y como únicos responsables a
los profesionales actuantes, quienes se transforman en portavoces
de un sistema que no tiene capacidad de respuesta.
¿Puede ser que no exista un mecanismo formal y excepcional
de manejo de este tipo de emergencias, a través de un número
de expediente, una vía administrativa rápida y bien
aceitada para que sean tratadas las familias en alto riesgo social
y sanitario?
No, no existe. Con Alex no existió y aún no existe
para tratar a sus hermanos, los mellizos de cinco meses, que aún
hoy siguen desnutridos, que aún hoy viven en una humilde
casa sin agua corriente, sin cloacas, sin gas de red y sin un Estado
que los ampare.
Como decíamos, los médicos de atención primaria
nos estamos acostumbrando a este tipo de situaciones, donde los
conocimientos médicos se agotan ante lo inabarcable del cuadro.
Entendemos que ejecutando políticas contra la desnutrición
se da por cierto que ésta existe, pero ya no se puede esconder
más bajo la alfombra.
Nosotros vamos a seguir, vamos a dar pelea por la salud y por mejores
condiciones de vida. Algo que no nos han enseñado en la Facultad
de Medicina y que aún estamos aprendiendo.
Hoy ya es tarde para Alex y para muchos niños desnutridos
que mueren día a día. La desnutrición no está
tan lejos como nos quieren hacer ver. Está acá, a
quince minutos del centro de la ciudad de La Plata, por causas como
diarreas, neumonías y otras que son favorecidas por un estado
inmunitario disminuido y por un organismo débil que no puede
dar respuesta a infecciones banales que no matarían a un
niño sano, correctamente alimentado y tratado a tiempo.
Ojalá que, aunque sea, esto sirva para que la historia de
los mellizos Bazán y la de tantos otros pibes de la periferia
platense, tenga un mejor final".
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HIJOS DE LA MISERIA
Por Pablo Mugica
Corrado Alvaro
describió la vida miserable en las covachas levantadas en
las montañas de Calabria señalando, con delicadeza
latina, que "no es buena la vida de los pastores del Aspromonte
cuando empieza el invierno". Tampoco lo es para los pobres
de La Plata, habitantes de un cinturón cada vez más
ancho que engrosa día a día sumando casillas precarias
de chapa, cartón y madera.
El pediatra Carlos Bertolotti, que dos días a la semana recorre
casa por casa los asentamientos de barrio Aeropuerto, asegura que
"hay que vivir en esas condiciones o estar con ellos un buen
tiempo para comprobar cómo los deteriora la pobreza"
y no sólo se refiere al deterioro del organismo. Y tiene
razón. Para hablar o comprender ese fenómeno que los
tecnócratas anonimizan detrás de cifras cada día
más abultadas o detrás de eufemismos como población
NBI o similares. Lo que Bertolotti quiere decir en buen cristiano
es que a la pobreza hay que conocerla desde adentro, tutearla, sentir
su olor hasta dejar de distinguirlo, sentir cómo lastima
el cuerpo el chiflete que se filtra por las rendijas de sus paredes
de madera o chapa, tener que echar aliento a las manos para poder
asir el tazón de mate cocido caliente que engañará
al estómago para poder dormir esa noche.
Recorrer hasta la madrugada la ciudad, calle por calle, arrastrando
el carro en busca de cartón que asegure un mínimo
sustento para el día siguiente, llueva o corra un viento
helado. Hacer el amor sabiendo que la mujer parirá chicos
en desventaja, como lo fueron ellos y sus padres. Saber que no se
puede pensar en pasado mañana, porque hay que solucionar
el hoy, acotando los sueños a 24 horas. Darse cuenta de que
uno de sus hijos se hartó de agachar la cabeza y trajinar
con el carro y decidió jugarse la vida en una noche de caño;
hijo que si se topa con la policía podrá decir con
aquél pastor rebelde de la novela de Alvaro, "al fin
podré hablar con la justicia. ¡Cuánto ha sido
necesario para poder encontrarla y contarle mis problemas!",
porque es sólo así, en su forma represiva, que la
justicia llega a los pobres.
Y es allí, en esas casillas misérrimas, en donde vive
la desnutrición. No es algo nuevo. Es la vieja pata de cabra.
Sucede que el modelo imperante la ha tornado inocultable a los ojos
de la clase media y de los pudientes. Es tal su número que
no cabía debajo de la alfombra en donde el poder barre y
esconde sus llagas. Por ella, la gente pobre suele ser más
petiza que los de la clase media y repiten más asiduamente
de grado o dejan la escuela. Son los sobrevivientes, los que vivirán
en desventaja respecto a sus pares de otra clase social a la hora
de pelear un sitio en el mercado laboral. Crecerán y vivirán
en la adversidad. Serán changarines mal pagos de la construcción
o las quintas, vivirán del cirujeo o del servicio doméstico.
Son los hijos de la miseria, los pobres estructurales que no son
sólo cifras. Son personas. Tienen nombre y apellido, familia,
un barrio en el que su drama cotidiano no los distingue de otros.
Es Elena que bajó los brazos y la sostienen sus ocho hijos
pequeños en barrio Aeropuerto, que de tan flaquitos parecen
altos. Conmueve verlos pelear con la vida, hermosos, con sus ojos
encendidos golpeando puertas o hurgando en lo que tiran para encontrar
algo que les permita cocinarse. Es el hijo de Juan, cuya muerte
golpeó a los platenses; habitante de Romero, desnutrido de
segundo grado, murió de un cuadro broncopulmonar que cualquier
chico de clase media hubiera sorteado con dos días de cama.
Pero el hijo de Juan vivía en una casilla de chapa y madera,
lejos, como viven los pobres y por lo que siempre llegan tarde al
médico. Todos ellos, como asegura Bertolotti, reciben sólo
el 50% de las comidas que alimentan a chicos de otras clases sociales.
Un almuerzo magro y farináceo, tazas de mate cocido y pan.
Miseria que genera rebeldías, jugarse al todo o nada con
una pistola después de limarse con merca o evadirse con el
vino barato y químico o el pegamento.
Hay otros que encauzan la rebeldía para agruparse porque
así descubrieron que son más fuertes. Como Adriana
y Luis, militantes de la CTA de Romero, que en
la casa de su mamá levantaron un comedor que alimenta a 200
familias del barrio y que claman por una balanza y una cinta para
salir puerta por puerta y encontrar a tiempo los casos de desnutrición.
También está Elsa, que vive heroicamente con su marido
y sus 7 hijos en un asentamiento de El Retiro y que agrupó
a las otras mujeres junto a Sandra y María, cavando zanjas,
instalando caños para llevar agua potable, levantando un
comedor para 150 chicos. Y es tan conmovedor el gesto de Elsa, por
la precariedad de la casilla que habita, en la que sus hijos comparten
a la noche una pieza en donde sólo caben colchones, uno pegado
al otro y ella cocina en un tambor de latón de 200 litros
que perforó para colarle las ramas y encender el fuego. Elsa,
Adriana, Sandra, María, Luis, iniciaron sus luchas reivindicativas
desde sus propias necesidades, conscientes como Evita que en donde
hay una necesidad, hay un derecho. Y no son los únicos.
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"NUEVA ESPERANZA"
Por Verona Demaestri
Romero. 520
y 152. Bajo del Oeste. Comienzo a caminar alejándome del
asfalto. Ni siquiera es ripio; el camino de tierra no está
alisado. Todavía hay que ir esquivando algunos charcos que
dejó la lluvia de hace tres días. Un perro piel y
hueso viene zigzagueando, buscando algo que roer. Unos arcos pelados
y asimétricos dan la clave de que ese descampado no es más
que una canchita. La bordeo. Al doblar se ven chicos; correteando
unos, jugando a la bolita en una cancha improvisada otros.
Llego al comedor "Nueva Esperanza" -517 entre 152 y 153-
y pregunto por Mabel o Adriana. Me atiende Adriana, la hija de Mabel,
y en seguida me invita a pasar a la construcción de chapas
emplazada en el patio de su casa, que ya les va quedando chica (la
casa y la construcción-copa de leche-comedor).
Frente a la entrada, se alza una bomba manual. Al principio no mira
a los ojos, le toma un rato entrar en confianza mientras corta el
pan casero que ella misma horneó, "aunque cualquiera
de nosotras se encarga de hacerlo", aclara.
A la derecha hay una cocina a leña que espera ser usada más
tarde, cuando comiencen con el comedor. La leña ocupa todo
el bajo mesada; sobre él hay una gran olla que tiene la leche
que ellos mismos consiguen. Adriana mide con un vaso de plástico
la ración por chico. Los pibes entran con recipientes vacíos
de todo tipo, y salen con la merienda para sus hermanitos. Sobre
la mesada hay letreros hechos con cartulina que indican las instrucciones
para detectar problemas comunes: Hantavirus, bajo peso, vacunas
a tener en cuenta... A la izquierda están apiladas las cajas
que contienen la ropa que, "en un tiempito nomás",
será un ropero.
-Solamente tres de las que estamos tenemos Plan, y no te alcanza
para nada. Yo le compro ropa a los chicos, y nunca llego a comprarme
yo. Pero acá se ven muchas cosas, otras cosas...
En el barrio no hay hombres a la vista. Luis, hermano de Adriana,
es el único que aparece en toda la tarde. Se suma a la charla:
-Son como unas 100 familias de acá y de allá, hasta
del otro lado (de la 520)... Ninguno con trabajo estable, todo changas
y Plan. Queremos poner una bloquera y una panificadora, porque si
se llegan a caer los planes... Además, para ayudar a lo del
Plan, que no alcanza.
Ahora no paran de hablar. Sentados uno junto al otro, Adriana ceba
mate dulce y ofrece unos pancitos. Fue ella quien se enteró
en la Cooperadora de la escuela de los chicos que había un
comedor "Volver a Empezar". Ahí convocó
a su esposo, a su hermano, a su padre (viejo militante de la JP).
Algo usual en estas duras realidades postmenemistas: la mujer que
convoca a los hombres. Aquel comedor les quedaba lejos, así
que ofrecieron la propia casa para poner una copa de leche en el
barrio.
-Hace siete meses que estamos y ya pusimos el comedor. No nos dan
leche así que nos rebuscamos para comprarla, comenta Luis.
-Acá hay chicos con bajo peso... Lo vemos a simple vista,
pero todavía hay que hacer un estudio de peso y talla, revela
Adriana.
-Les damos la leche a los chicos y después se cocina; los
vienen a buscar porque no queremos que los pibes coman separados
de los papás, que por ahí los ven nada más
que a la noche, explica Luis.
-Una vez por semana viene un médico y chicas de Malvinas.
Ellos nos dicen cómo controlar la salud de los nenes. El
otro día hicimos una prueba: le dije el peso del chico mío
y me dijo que estaba bajo, pero nada grave. Hace poco llamamos a
la ambulancia para un nene de un año y pico que estaba con
segundo grado de desnutrición. Pesaba poco, lo veíamos
desnutrido, con las piernas encogidas. La tía nos avisó.
Cuando llegó la ambulancia los padres estaban como ofendidos,
avergonzados de que nos metiéramos, pero algo había
que hacer. Ella está embarazada otra vez y tiene 20 años,
dice Adriana mirando al piso como sin mirar.
-Es que no tienen movilidad, no tienen movilidad, repite Luis como
refiriéndose a una bici o algo parecido, pero también
al simple hecho de moverse de la situación en la que están
anclados.
-Ellos decían que el nene estaba bien. No volvieron por acá.
Pasadas las 5 de la tarde, llega María, la tía del
nene con grado dos de desnutrición. No mira a los ojos. Esquiva.
Yo hablo y hablo, hasta que ella por primera vez me mira fijo y
arremete convencida:
-¿Querés que te cuente desde el principio?... Yo lo
veía mal, ella me decía que no, pero yo lo veía
mal. Mi marido me dice que no haga caso porque no escuchan... Pero
no estaba bien. Siempre sobre la cama. Lloraba y a la cama. Lloraba
y a la cama. Las piernitas así (encogidas). Leche, leche.
Nada más que leche.
-¿Nada sólido?
Menea la cabeza.
-Yo me decidí y lo conté acá. Lo fueron a ver
y llamamos a la ambulancia, pero como no era urgencia dijeron que
no lo podían atender... No tenía fiebre y entonces
decían que no era una urgencia... Que cuando tenga fiebre
sí. Le dijeron que vaya al Hospital, pero no lo llevan...
Van dos veces que se cae de la cama. Se queda duro con los ojos
cerrados y no hace nada hasta que reacciona y llora. Después
se pone blanco, todo blanco y vomita. Cuando nació el otro
hermanito lo pusieron directamente en Terapia Intensiva. Ella fumaba
y no comía y nació con los pulmones mal. Le dijeron
que lo llevara de vez en cuando porque se tenía que controlar,
pero no lo lleva. Está embarazada y flaca. Ella me dice que
está bien.
Salgo por un poco de aire. Saco la cámara, los chicos se
enloquecen. Todos quieren fotos y posan.
Me siento con bronca, impotencia, impertinente por hacer preguntas
que deben responder a un extraño, desde la mucha dignidad
que les queda.
Tanto mate... Me da ganas de ir al baño. Pido que me indiquen
dónde está.
Entonces atravieso todo un pasillo que bordea la casa de chapa.
"Cerrá la puerta de madera", me indican. Hay algunas
moscas. Pienso en lo expuesto que está un pibe con las defensas
bajas. En invierno, el frío de seguro se colará por
cada agujerito de las chapas. Alguien espera para entrar. "Ocupado",
digo. Salgo. Saludo y prometo cocinarles yo la próxima. Ellas
agradecen contentas mientras pican, lavan, pelan.
Oscurece y el atardecer es un degradé impecable entre los
sauces. Voy hacia el asfalto y me cruzo al perro piel y hueso que
por fin encontró algo que roer. En quince minutos de micro
estoy en el centro de La Plata. Llego, prendo el televisor y veo
en medio del humo a las mujeres grandes, maduras, costureras de
Brukman. La Policía dispara gases, balas de goma y de las
otras. "Fueron más de 500 mil pesos tirados en esa represión",
dirá una periodista al día siguiente. Esto fue "hace
instantes", mientras hablaba con Adriana, Luis y María.
Me quedo mirando a esas mujeres que, de no recuperar su fuente de
trabajo, estarán condenadas a repetir la misma historia,
en calle de barro.
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Carlos Bertolotti
LA
PLATA ES TUCUMAN
La muerte de
Alex obliga a una visión menos hipócrita de la realidad.
El doctor Carlos Bertolotti, del Hospital de Niños, recorre
continuamente la periferia platense y asegura que cualquier manzana
de esas no tiene diferencia alguna con cualquier manzana de Tucumán.
"Habrán construido un paredón en las avenidas
de circunvalación para no mirar del otro lado", ironiza.
El caso del
chiquito de Romero que murió por desnutrición, generó
una rápida aclaración oficial, tendiente a que no
se confundan los tantos. "Sólo el 8 por ciento del rastrillaje
realizado presentó cuadros de desnutrición de primer
grado y sólo hallamos casos insignificantes, bajo el punto
de vista estadístico, de desnutridos de segundo grado. La
Plata no es Tucumán", se apuró en asegurar el
secretario de Salud municipal, José Luis Mainetti, preocupado
por evitar que una ciudad considerada como Patrimonio Histórico
de la Humanidad, entre otras denominaciones de falsa magnificencia,
sea comparada con otras regiones empobrecidas del país. No
sea cosa que el honor ciudadano se hubiera visto manchado esa misma
noche en alguno de los noticieros televisivos, en los que, curiosamente,
no existieron tratos similares a los dados por los conmocionantes
casos tucumanos.
¿Verdad o intención de esconder la basura debajo de
la alfombra? Pregunta de fácil respuesta a poco que cualquiera
se anime a meter los pies en el barro de una realidad incontrastable.
Como lo hace diariamente el doctor Carlos Bertolotti, un reconocido
médico platense que desde hace tiempo reparte su tarea en
el Servicio de Neumonología del Hospital de Niños
platense, con la de recorrer los barrios de la periferia para atender,
en sus casas si es necesario, a los pibes que ni siquiera pueden
llegar hasta el Hospital. Y que se mueren de hambre, olvidados por
casi todos: "La única preocupación que tiene
la gente que está dentro de la pobreza estructural sirve
para graficar el drama que vive: sólo se preguntan ¿cómo
vamos a sobrevivir hoy?... Ahora... Dentro de dos horas. A partir
de ahí uno empieza a comprender el fondo de la problemática.
Porque acá tienen el hospital dedicado a los niños,
más grande de la provincia; tienen 41 salitas (que no funciona
bien ninguna) también cerca y, sin embargo, el chico se les
muere en la casa. Muchos relativizan el tema hablando de problemas
culturales y demuestran no saber nada del tema.
Todo tiene una explicación. A veces tienen que decidir entre
ir al hospital o darle de comer a otros seis o siete chicos, y sólo
hay monedas para gastar. Acá hay que entender que la salud
depende de las condiciones de vida; en general tiene que ver con
el confort social, físico, psíquico y de todo ello
depende la calidad de vida de cada persona. Y todos esos factores
están determinados por una sola cuestión que no todos
quieren ver: el punto decisivo es la distribución de la riqueza.
Les guste o no les gusto a los señores del poder. En ese
reparto desigual se decide la existencia de muchísima gente.
La pobreza se instala a partir de esa incorrecta distribución
del dinero y desde ella nace la mayor cantidad de las enfermedades.
Y de éstas, la muerte. Lisa y llanamente, este es el circuito
que se repite una y otra vez en este sistema que es una verdadera
fábrica de pobres. Es decir que parece que el sistema está
hecho para fabricar gente con necesidades. Y que hasta el mismo
sistema se retroalimenta de eso".
-Vayamos a la parte médica de un chico desnutrido...
-Toda patología tiene porcentajes de mortalidad. Es decir
que hay personas que se mueren por ella y otras que no, aunque queden
con alguna secuela. Pero si uno mira lo que aquí está
ocurriendo, se dará cuenta de que los pibes que se mueren
por una neumonía o una diarrea común vienen con una
clara destrucción previa del sistema inmunológico.
A esos chicos cualquier virus común los precipita a cuadros
graves. Si ellos pertenecieran a otra clase social, si vivieran
en el centro por ejemplo, no hubieran estado más de un par
de días en cama o no hubieran tenido más que un resfrío
fuerte o una descompostura fácilmente controlable. Los chicos
bien alimentados, los hijos de los funcionarios, o mis propios hijos
y los de cualquier persona de la clase media, con estas enfermedades
no se internan y mucho menos se mueren luego, como le paso al pibe
de Romero que falleció semanas atrás.
-Los funcionarios, ¿deberían convivir con la pobreza
para entender esto?
-Mire, yo tengo tres momentos de atención diaria y compruebo
tres niveles de atención médica bien diferenciados.
Tengo un consultorio en el centro al que le dedico 4 horas por día;
estoy todas las mañanas en el Hospital de Niños y,
también, atiendo y recorro distintos puntos periféricos.
Las diferencias que uno nota son aterradoras. Por ejemplo, el Hospital
de Niños no es el último escalón que uno pudiera
imaginarse. Allí está la realidad, pero no toda la
realidad, ya que, si bien por su condición de hospital público
atiende a gente humilde de la ciudad y de toda la provincia, recibe
a niños acompañados por su papá o su mamá,
que de alguna forma llegan hasta la atención médica...
La pueden pelear todavía. Pero después está
este otro nivel al que nos referimos, compuesto por chicos que,
generalmente, ni siquiera pueden llegar hasta el hospital, que no
tienen ni a la mamá o al papá o que, si tienen a alguno
de ellos, también están tremendamente deteriorados
por la dramática situación que viven. También
malnutridos, sin trabajo, golpeados por la vida por otros hijos
que ya se les murieron o porque escuchan llorar de hambre todas
las noches a los que aún viven... Hijos que se drogan, hijos
que roban, hijos que los matan o los maltratan. Estos cuadros no
son casuales, sino producto de aquel cuadro de extrema pobreza estructural,
nunca visto por los funcionarios o, mejor dicho, generado por muchos
de ellos.
-¿Desde cuándo comenzó a observar esta realidad?
-Cuando se recorre la calle y se convive con la pobreza, uno puede
predecir lo que va a ocurrir dentro de 4 o 5 años. Hace un
tiempo se pudo adivinar lo que iba a pasar ahora. Y ahora nos animamos
a aventurar un futuro mucho peor para dentro de unos años.
Siempre hay una clase social que nace para ser pobre. Es decir,
gente que tuvo las oportunidades y prefirió seguir donde
estaba. Eso ya no existe hoy, porque con el empobrecimiento generalizado,
o globalizado, se empiezan a generar los nuevos pobres y estos hunden
un poco más a los ya existentes. Uno podría decir
que esto se observó con claridad desde Menem para acá.
Hasta Menem, muy pocos se morían de hambre, pero hoy se puede
asegurar que Menem fue una bisagra en este tema. Él pensó
un país para el 20 por ciento de los ciudadanos y que el
otro 80 por ciento se cague de hambre, y lo logro. Fue la continuidad
de lo que se sembró en la dictadura militar; siguió
y profundizó el camino ya iniciado, y eso se vio claramente
en lo mío. Pobres cada vez más pobres y otros que
pasaron a esa condición. Ahí empieza la pobreza estructural.
Antes una persona pobre sobrevivía, hoy ya le cuesta demasiado
y NO porque no quiera salir. Simplemente que no puede, ya no come
y, cuando llega a ese punto, comienza su camino hacia la muerte.
-Alguna clase media mira para otro lado y sigue diciendo que
"son pobres porque quieren". ¿Qué les contesta?
-Que salgan del centro y se acerquen verdaderamente a la pobreza.
Hay que convivir con las personas pobres para entender qué
les pasa. Es decir, llevan muchos años de pobreza y los más
viejos ya se quebraron. En realidad, la gente de 50 o 60 años
ya ni está... No sé dónde está, tal
vez muerta. Uno va a un barrio y, generalmente, encuentra a madres,
adolescentes y niños... Ya ni los hombres están. Estarán
tirados en una zanja, presos o fallecidos, pero allí no están
y, aunque suene feo, muchas veces es mejor que así sea...
-¿Por qué?
-Porque en general el varón que ha perdido la dignidad de
poder mantener a su familia, ya se quebró. Se cansó
y se volvió violento con su esposa, sus hijos y sus vecinos.
Por eso, generalmente están las madres y sus hijos. Y esos
hijos van creciendo y van entendiendo lo que les pasa. Uno habla
con un pibe chorro y te entiende todo. Ya tuvo varias entradas en
la cárcel porque robó una gallina y fue en cana; después
otra y volvió a ir en cana; luego un kiosco y también.
Y al final deciden meterlo en algún instituto de menores
y allí lo derrumban definitivamente. Si vos querés
perder del todo a un chico, metelo en un lugar de esos. Luego terminará
en Olmos o termina muerto antes o violado durante o muerto más
tarde por la Policía que lo agarra en otro robo posterior.
Ese es el recorrido habitual de un chico pobre. Por eso cuando vos
hablás con uno de ellos, te cuenta, por ejemplo: "Yo
llegué a casa, somos nueve hermanos que dormimos en un colchón
y, después de intentar dormir, mi hermano más chiquito
empezó a llorar y a pedir comida. A las cinco de la mañana,
me levanté y salí a buscar comida". Cuando un
pibe te cuenta por qué fue detenido 14 veces, uno piensa
que en su lugar hubiera robado, y hasta matado, muchas más
veces que esas.
-¿El poder no ve la problemática del hambre, o
la ve pero prefiere mirar hacia otro lado?
-Es tan duro lo que pasa en los alrededores de la ciudad, que yo
no puedo creer que gente inteligente no pueda darle una salida a
todo esto. Uno puedo intentar la salida y no obtener resultados,
por mil circunstancias. Pero lo inadmisible es que no existan planes
en serio. No cargados de palabras, sino de acciones concretas. La
inequidad alcanza su manifestación más extrema en
el campo de la salud, pues tiene directa relación con el
derecho a la vida. Es decir que cuando se es injusto en la distribución
de la salud, estás directamente manejando la vida, y también
la muerte, de la gente.
-¿Están provocando la muerte?
-Como en un tablero, están diciendo: "Este que se muera.
Este que viva. Este que se la rebusque. Este que se muera... Este
que se muera...". Es terrible, pero es así. En un país
y en una ciudad empobrecida, la gente no se muere porque no se puede
hacer un transplante de corazón o por una patología
que cuesta 20 mil dólares, se muere por infecciones virales,
por neumonía, diarreas, anemias. Todas cosas relacionadas
al sistema inmunológico. A la mala alimentación. Entonces,
para salvar a la mayoría, hay que fortalecer la implementación
de políticas de salud dirigidas a la atención primaria
más elemental. La más barata de todas, la que tiene
que estar al alcance de todos. Hay un trabajo, que ya fue publicado
por ustedes, en el que se demuestra que una persona estaría
bien alimentada, comiendo por 40 centavos. Esto es igual. En los
países desarrollados, los mejores profesionales no están
atendiendo en los centros de alta complejidad, sino en las periferias,
porque se entiende aquello de la inversión y no del gasto.
Hay sistemas muy baratos, y muy efectivos, para implementar. En
La Plata, por ejemplo, hay 41 salitas sanitarias. Todas están
abiertas y funcionan, pero ninguna le soluciona el problema a la
gente.
-¿Por qué?
-A ese consultorio de la Casa del Niño lo armé con
una vitrina, una camilla, una mesita y dos sillas. Y mi maletín
ambulante. Esto lo digo para mostrar que no hace falta nada de estructura
para atender a la gente. En aquellas salitas hay de todo y están
muy bien construidas, pero falta el concepto. Tiene que haber un
médico, enfermeras y, básicamente, un sistema coordinado
con el resto de la estructura. Qué quiero decir: para no
ser injusto con la gente y para resolverle los problemas, la salita
tiene que ser la puerta de entrada al sistema médico de alta
complejidad, es decir a los hospitales. No se le puede contestar
a una persona necesitada que vaya a un hospital, o recetarle algo
que, se sabe, no podrá adquirir. Porque en lugar de solucionarle
un problema, le estás creando un segundo. A la enfermedad
le agregás un traslado, que a veces no podrán hacer,
o la compra de un medicamento que jamás podrán adquirir.
Es decir, en una salita tenés que resolver el 90 por ciento
de las patologías y, cuando no lo podés resolver,
tenés que poder derivar al lugar indicado... Llevar a la
gente al hospital y al médico indicado.
-¿Cuánto cuesta eso?
-Nada. Un médico comprometido con una idea, que tenga buen
conocimiento del barrio y de sus necesidades, y unos pocos medicamentos:
un antibiótico, un antitérmico, un broncodilatador,
un corticoide, gasas, vendas y una pomada para heridas. Esas son
las cosas que necesitan los pobres para las patologías sencillas
que se presentan primariamente. Todo eso es extremadamente barato.
Y, luego, dos o tres ambulancias para ser llamadas y trasladar a
la gente. Porque, para un pobre tomar el micro es una cuestión
que no siempre puede resolver. Porque no tiene dinero o porque tiene
cinco o seis chicos más. Y, además, casi siempre tiene
problemas de comunicación y ni siquiera sabe cómo
entrar al hospital. Muchas veces alguien llega al hospital y se
va sin ser atendido, o sin ser atendido por la persona indicada,
porque no supo hacerse entender. Y voy más allá todavía:
hay gente que, a veces, no llega ni a la salita. Entonces, hay que
ir a sus casas para ver si necesitan algo. Rondas sanitarias para
ir a buscarla. En el Hogar de Cajade lo hacemos. Nos juntamos un
sábado y salimos a recorrer. Y vemos a quince o veinte chicos
en una tarde, buscando patologías importantes que pongan
en riesgo la vida. Y esto tampoco cuesta nada si se quiere hacer.
No veo por qué no se hace desde la estructura oficial.
-El Secretario de Salud de la Municipalidad dice que "La
Plata no es Tucumán"...
-Yo no sé por dónde camina él. Yo creo que
sí, que La Plata es como Tucumán. Si vos caminas de
1 a 31 y de 32 a 72 es probable que estemos mucho mejor que los
tucumanos y que no encuentres pibes desnutridos. Ahora, si pasás
de las cuatro calles de circunvalación, digo que una manzana
cualquiera de la periferia platense es exactamente igual a una manzana
cualquiera de la periferia tucumana. Uno pregunta y le contestan
que hay planes de salud, ahora andá y preguntale a la gente
cuáles alimentos les llegan. La realidad indica que los planes
figuran pero están cortados desde hace cuatro meses y sólo
se entrega leche fortificada a quienes la van a buscar al hospital.
Te dicen que hay estadísticas sobre desnutrición y
yo digo que están viciadas, que para nada reflejan la realidad.
Entonces, si acá no está Tucumán, se parece
bastante. Me limito a contestar que sólo el centro platense
no es Tucumán. Y que si no ven lo que pasa detrás
de la circunvalación, será porque habrán construido
un paredón para no mirar del otro lado.
Carlos Fanjul
SOBRAS
De su trato cotidiano con los que más necesitan en materia
de salud, el doctor Bertolotti también rescató una
historia testigo, referida a cuánto dan los que nada tienen:
"Una vez me fue a ver una señora, a la que no conocía,
para que le controle un bebito. Lo reviso y estaba bien nutrido,
lo cual me llamó la atención. Ahora, la señora
había venido acompañada de otra hija, de 8 años,
muy flaca. Le pregunté por esa nena y la señora me
dijo que estaba bien... No quería abordar el tema. A ellos
les da vergüenza la humillación que viven a diario.
Tienen dignidad y la defienden.
Empezamos a hablar sobre la comida que ingería y luego de
una charla bastante larga y sincera, la madre se quebró y
me confesó que, en realidad, tenían otros hijos chicos
y que habían decidido que la poca plata que tenían
para comer la iban a destinar a alimentar a quienes más posibilidades
tenían de morirse, por estar más indefensos. O sea,
los hermanos más chicos comían primero. Si sobraba,
comía la nena. Y si había más, recién
comía ella. Esto no debe ser tomado como una anécdota.
Son casos comunes; es la triste realidad que muchas personas viven
en los barrios periféricos de La Plata".
C.F.
OTRO TIPO
El doctor Carlos Bertolotti tiene 54 años y desde hace 12
es parte fundamental de la Obra de Carlos Cajade. Se acercó
junto a un grupo de padres del colegio al que asistían sus
hijas. En aquel momento sintió vergüenza por la forma
dada a ese acercamiento: "Llegamos a proponerles cosas y casi
a decirles cómo había que solucionar los problemas
que, en la Obra, conocían mucho mejor que nadie. Me quedé
en un rincón y no hablé, pero unos días más
tarde volví sólo para plantear la cosa con un sentido
inverso: '¿Qué necesitan que haga? ¿En qué
los puedo ayudar?'. Y a partir de allí me quedé para
siempre".
Bertolotti atiende un par de veces por semana tanto en la Casa de
los Bebés, como en la Casa de los Niños, y, muchos
sábados, realiza una especie de operativo rastrillaje, junto
a los educadores del Hogar, y recorre casa por casa los barrios
más marginados de la periferia, para detectar los problemas
de desnutrición.
"Desde que me acerqué a la Obra, he cambiado muchísimo
como persona. En estos años soy otro tipo. Claro que sí.
Creo que todo esto me ha hecho mejor persona".
C.F.
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Yamile sí le está ganando la pulseada a la desnutrición
ESTE
ES EL CAMINO
La
política de Salud, gran divisora de aguas entre la vida y
la muerte, está en manos de autistas que niegan lo innegable.
Cínicos mecanismos culturales callan las bocas, también
hambrientas, de los padres que se culpan por una realidad que los
excede. Puestos a jugar a esta ruleta rusa, quienes nacen fuera
del trazado urbano de la ciudad carecen del principal remedio: el
alimento.
Esto sucedió con Alex, el pibe de Romero que murió
en abril. Idéntico final se anunciaba para Yamile, un bebé
que en cuatro meses de vida había aumentado sólo 300
gramos. Piel y hueso, pancita hinchada, el grado tres de desnutrición
parecía irreversible.
"Queremos descartar terminantemente que haya fallecido por
desnutrición", dijeron desde la Secretaría de
Salud tras la muerte de Alex. ¿Dirían lo mismo con
Yamile? Esta vez no hubo oportunidad.
A la leche que le daban diariamente en el hospital, sin obtener
ni un gramo de resultados favorables, Isabel y Liliana le sumaron
cuidado intensivo desde la Casa de los Bebés, lugar donde,
además, se ocupan de 41 niños malnutridos. El incremento
de un 30% de su peso en tan sólo 10 días, hizo que
Yamile saliera de la zona de riesgo. Las manos de los educadores
populares, salvavidas en tiempos de crisis que parecen eternizarse,
una vez más habían logrado lo que no se planifica
desde los centros oficiales.
Con su nieto ya fuera de peligro, Susana, "eje de la familia",
como ella misma se define, pide y quiere contar aquellas realidades
que muchas veces la vergüenza obliga a esconder.
Se la ve llegar a la cita menuda, bajita, cabello largo y marmolado
por las canas. Madre siempre prematura de chicos con bajo peso.
"Y..., anémica la tipa", justifica. En sus 45 años,
cuenta 10 hijos entre vivos y muertos. Cuenta 17 nietos entre muertos
y vivos, clasificación que se reitera como estigma durante
la charla. Con su mano sostiene firme a Celeste, su nieta mayor.
Entramos al cuartito; las risas y gritos de los pibes van quedando
de fondo. Susana se siente a gusto en la Casa de los Bebés.
La luz roja del grabador se enciende, y comienza a disparar verdades.
-¿Qué te dijeron en el Hospital cuando lo atendieron
a Yamile?
-"Está desnutrido, se te puede morir en cualquier momento".
¿Para qué me lo habrán dicho? Y yo veía
que era muy chiquito, porque la pasé... Y si el nene se me
muere piensan que es porque sos una hija de puta, porque sos esto
y el otro... Y no es así. Vos te levantás a la mañana
y pensás "los chicos tienen que comer, sea como sea,
tienen que comer". No vas a ir a robar, ¿no? Por qué
si hay un poco de cartón, un poco de botellas. Yo laburé
casi 20 años de cartones. La peleé toda la vida sola.
Y tengo que seguirla pechugando.
-¿Qué pensás cuando escuchás que acá
no hay desnutrición?
-Estos hijos de puta de los políticos dicen "no hay
hambre en La Plata, no hay desnutrición". ¡Macanas,
papito! Lo que pasa es que ellos, claro, están allá.
¿Sabés cuándo vienen y se acuerdan de vos?
Cuando necesitan un voto y te traen algo de mercadería, pero
después nunca más los ves, olvidate. Decían
que iban a mandar mercadería allá en 20 y 50. ¿Cómo
puede ser que vos vayas a buscar al otro día y no haya? La
venden, papito, la venden. En el comedor se la manotean primero
los que están encargados. Eso me duele a mí, ¿entendés?
-¿Cómo ves la cosa de acá en más?
-Ayer por ejemplo "¡hay que votar, hay que votar!",
te dicen ellos, y ¿de qué te sirve? si cuando están
arriba se olvidan... Se olvidan ahora que no son nada, imaginate
más adelante... Va a venir más hambre y cada vez más
miseria. Esto está todo al revés. Que sepan que acá
hay desnutridos, que se preocupen un poco más. Pero no. ¿Sabés
de qué se preocupan estos hijos de puta? De llenarse los
bolsillos.
-¿El único de tus nietos con bajo peso es Yamile?
-Sí, pero la Cami, por ejemplo, está linda, la ves
gorda... y puede que después resulta que le faltan vitaminas
o está anémica. Norma Rosa está gordita y sin
embargo estaba anémica... Era gorda falsa. A la mamá
de ella -señala a Celeste- le dijo la médica: "Vos
estás anémica, y tu leche no le alimenta", y
era razonable. Últimamente me estaba preocupando que Yamile
tiene como escamitas, que para mi son hongos, ¿pero de dónde?
Claro, ahí -quieras o no- hay mugre, hay tierra. Hay que
tener mucho cuidado porque cuando son chicos así como Yamile,
con bajas defensas, pasa una mosca y algo se agarró.
-¿Cómo es la situación en tu barrio en general?
-Yo no veo solamente el caso de Yamile. Ahí en el barrio
ves un montón de chicos. Y la pobreza se ve mucho; la mayoría
labura con carrito a mano. Cuando veo a los pibitos comiendo directamente
de la basura, me digo "¿puede existir esto?". Y
hay gente que va con los pibes y come de la bolsa. Guarda, yo eso
lo veo mal. ¿Querés que te diga por qué? Si
vas con tus hijos, vos comé, pero al pibe no le des. Ya al
haber basura es foco infeccioso, ¿y después? Andá
a cantarle a Gardel si al chico le pasa algo.
-Comparando cuando te tocó criar a tus hijos y ahora que
ellos tienen que criar los suyos, ¿te parece que era más
fácil antes?
-¿Sabés por qué ahora la veo un poco más
difícil? Por el tiempo en que estamos, la época en
que estamos. La Argentina está fundida, no hay laburo. Es
jodido. Vos antes ibas a laburar, a juntar cartones, a lo que sea
y te rendía. Yo me rompí el alma de las 7 de la mañana
hasta las 4 de la tarde, cuando no le pegaba hasta las 9 de la noche.
Pero ahora no. Ahora nada, es nada. Si vos le tenés que comprar
una vestimenta al chico..., porque tienen que tener una vestimenta,
si vos lo tenés que llevar al médico por ejemplo,
tienen que tener alguna ropita limpita, ¿no?
-Una cuestión de dignidad...
-Exactamente.
-Esto de no tener laburo, ¿en tu familia viene de lejos?
-Mis papás se rompían el traste, llegaron a tener
una casillita, pero con piso de madera que mi mamá enceraba;
una cocinita de chapa pero bien baldeadita, como se debe. Mi papá
se crió laburando en el carbón en 50 y 122. Él
cumplió 66 años los otros días y está
laburando con un carrito a mano. El otro día casi se nos
muere el viejo, pero yo no tengo medios, un caballo, algo para...
Me duele lo que pasa. Esto viene de arrastre, y así vivimos,
así sobrevivimos. Yo pude llegar a cuarto año de Comercio,
y me hubiera recibido, y me hubiera ido a estudiar abogacía
porque me gustaba, pero no se pudo mamita...
-¿Dónde comen tus nietos? ¿En la escuela?
-Sí y a la noche en el comedor. Salvo los tres más
chicos: queda la Cami, queda el Emanuel, y el nene más chiquito,
Yamile.
-Tantos chicos en riesgo por falta de alimento... ¿Cómo
habría que hacer para llegar a todos?
-Acá lo que tendrían que hacer es casa por casa, pienso
yo. ¿No? Casa por casa. Agarrar una bolsa de mercadería
para que tengan para comer, pero no lo hacen y los guachos se están
muriendo de hambre... Y ¡estamos en Argentina! Este es el
país más rico que hay, acá tirás una
semilla así, y crece cualquier cosa. Ahora andá a
decir "mirá, yo necesito una bolsa de semilla de papa,
o de maíz, o lo que fuere", y no te lo dan. Ellos tienen
siembra, para qué, para llevárselo afuera y llenarse
los bolsillos. Y es la verdad. Yo no soy ignorante; seré
chiquita pero no ignorante. Y encima tenés que votarlos,
sino te sacan del Plan... Y después la ves peor que ahora...
Agradezco que Yamile esté aumentando; se está poniendo
hermoso, está creciendo... Si no hubiera sido por el cuidado
que tienen con mi nietito, Yamile estaba ¿sabés dónde
ahora?, en un cajón.
-Hay muchos padres que no ven que sus hijos están bajos
de peso, o que lo ven y que no lo aceptan, que tienen vergüenza
o culpa y no hablan...
-Hay mucha gente que se siente culpable. Yo también, cuando
murieron mis hijos, me sentí culpable. Y he llorado un montón;
estuve en tratamiento médico porque me estaba volviendo loca
de los nervios. Pensaba: "Yo entonces no sirvo como madre porque
mi hijo se me murió, pero si yo hice todo lo posible, ¿por
qué?". Pero después me dijo la médica
que lo que sucede es que "si vos no tenés apoyo de nadie
no podés esto y lo otro, bla, bla" y lo entendí.
Y soy una mina que sufrió mucho. El sufrir te enseña...
Tenés que golpearte para aprender, te fortalece a vos misma.
Pero si no lo hablás... ¿Por qué vas a esconder
las cosas, si es la realidad? ¿Vos sabés que si vos
hablás podés ayudar a mucha gente también,
a muchos chiquitos como el tuyo?
Verona
Demaestri
Se
autoriza la reproducción total o parcial del contenido, citando
la fuente y remitiendo un ejemplar de la publicación a La
Pulseada.
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