Tenía 16 años, los uniformados ya lo habían amenazado y el pasado 29 de enero lo asesinaron en el barrio Costa Esperanza, de San Martín. Hoy aprietan a su familia para que no denuncie el caso, justo cuando se cumplen cuatro años de la masacre de los pibes de Carcova, ocurrida ahí nomás.
Por Matías Ortega
Después de reconocer el cuerpo frío de su hermano recostado como un pájaro desalado en la cama del Bocalandro, Daiana no pudo contener la furia. Y, en el eco de aquel lugar sin ángel, reaccionó con un grito que pareció brotar de sus lágrimas: «¿Por qué me lo mataron?».
La Policía había colmado el pasillo del hospital de San Martín y, en lugar de contención, le respondió con violencia. «¿Por qué no te callás, negra de mierda, por qué no te vas de acá?», le gritaron los bonaerenses, que llegaron en seis patrulleros cuando se corrió la noticia de que había un pibe muerto tras el robo de un auto. Daiana entonces fue rodeada: sus gritos no se iban a tolerar. Un oficial le tiró gas pimienta en los ojos y una «femenina» −en palabras de Daiana− la esposó y la estampó contra la pared. «Quedate acá tranquilita y cerrá la boca», la amenazaron.
Dora, que presenció la escena fugaz aún absorta por la muerte de su hijo, apuró a los policías: «Suéltenla porque vamos a traer a todos los canales». Y sus palabras fueron certeras. Escuchó bien claro cuando un oficial de mayor rango le dijo a la «femenina»: «Soltala que si te la llevás vamos a tener problemas».
A Daiana el ardor en la vista le duró dos días. Todavía tenía los ojos rojos cuando le contó al fiscal que a Alejandro, su hermano, lo había matado la Policía a ocho cuadras de su casa.
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Este 3 de marzo cumplía 17. En la foto que su familia me presta −una fotocopia en color delicada como un pergamino, un viejo regalo de una novia−, Alejandro irradia una mirada triste, un gesto hermético. Fueron dos episodios los que marcaron esa forma de ser: la prisión de su hermano mayor −que fue su consejero en la filosofía de la calle− en Florencio Varela y la muerte de su amigo Pipi el verano pasado en manos de la Policía. «Pasó las fiestas muy triste por el dolor que llevaba adentro», resume Dora.
«No tengo miedo. Yo voy a robar para que no te falte nada de comer», le decía a su madre. Lo guiaban los viejos códigos: no robar en el barrio, no robar a los pobres. Cuando conoció la falsa coraza que le creaban las pastillas, empezó a robar para consumir. «Lo quisimos internar en un centro de rehabilitación pero nunca tuvimos respuesta», recuerda Dora.
El jueves 29 de enero salió del barrio junto a su amigo, Matías Manuel Acosta. En San Martín robaron un auto y cuando estaban volviendo al barrio, Costa Esperanza, un móvil policial los interceptó y comenzó a dispararles. Según el relato de su familia, la Policía chocó a los pibes por atrás. Ambos autos se detuvieron y los oficiales se bajaron del móvil. Un oficial -señalado como «el Colorado»- se acercó y le disparó en la cabeza a Alejandro, que venía sentado en el asiento del conductor.
Alejandro no sobrevivió al disparo. Su hermana cuenta que las pericias demostraron que tenía plomo en el cráneo, o sea que le dispararon de cerca. También le encontraron un arma, pero llevaba el cargador lleno en el bolsillo de su pantalón. Esa prueba refutaría la clásica argumentación policial de «ellos tiraron primero». Daiana, además, relata lo que le confesó un jefe de calle de Costa Esperanza, proveniente de la comisaría de Billinghurst: «El que le disparó a tu hermano fue el Colorado. A mí no me vengan a meter en un quilombo».
Los vecinos vieron también que Matías salió del auto con las manos alzadas y que el mismo oficial lo tiró, le pisó la cara y le disparó en la espalda. Matías es el sobreviente y el testigo absoluto que vio cómo le dispararon a quemarropa. Actualmente está internado en grave estado en el hospital Thompson, recuperándose de la bala que le destrozó la espalda. Tiene a dos gendarmes como custodia para protegerlo de posibles represalías.
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Dora y Daiana hicieron públicas sus denuncias contra la Bonaerense el pasado 3 de febrero en la puerta de los Tribunales de San Martín, en ocasión del cuarto aniversario de otra brutalidad contra pibes: la masacre de Carcova (ver aparte). Allí sacaron a luz las amenazas que venía sufriendo Alejandro por parte de la Policía. «Ya le habían dicho que lo iban a ‘bajar’», sostuvo Daiana. Contó también que era común que la Policía le quitara el botín robado a Alejandro. Estos son datos que ya maneja el fiscal Fernando Sirni.
Sin embargo, el asedio policial continúa rondando la casa de los Segovia. «Pasan de civil y nos vigilan, nos sentimos amenazadas», relata Dora. El apriete también lo sufrió en carne propia Luciano, hermano mayor de Alejandro y trabajador de la Ceamse en José León Suárez. “Ahora te toca a vos, mejor te quedás en el molde”, le dijeron.
Los aprietes no impidieron que la familia marchara por Costa Esperanza acompañada de representantes de la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional. La foto de Alejandro, junto a los carteles de justicia pintados a mano, recorrieron desde la puerta de su casa, en Ombú y Petunias, hasta Libertador esquina Jazmín, lugar donde lo asesinaron a sangre fría. La marcha la encabezó Daiana, otra mujer que supo convertir el ardor de los ojos, el dolor en el pecho, en lucha.
La masacre de Carcova
Pasaron cuatro años de la masacre de Carcova (La Pulseada 116), cuando la Bonaerense asesinó a Mauricio Ramos y Franco Almirón y dejó gravemente herido a Joaquín Romero, y en San Martín se realizó una jornada de reclamo frente a los Tribunales. Allí se colocaron árboles en representación de cada uno de los pibes y por la tarde se marchó por el barrio, recorriendo el lugar donde ocurrió la masacre y ahora hay una plaza con juegos infantiles en homenaje al Pela y al Gordo.
El eje de las críticas fue el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal Nº2 de San Martín, que dejó sensación de impunidad en el barrio al dictar una sentencia que absolvió al sargento Gustavo Sebastián Rey, acusado de haber asesinado a estos pibes, y condenó al subteniente Gustavo Ezequiel Vega a siete años de prisión por “intento de homicidio simple” tras haberle disparado a quemarropa a Joaco, causándole lesiones gravísimas que casi le cuestan la vida.
«No sólo digan que todos somos (el fiscal) Nisman, también digan todos somos los pibes de Carcova. Que haya justicia para todos», reclamó Analía, tía del Pela, acompañada de su madre, María Elena. En nombre de la familia de Joaquín, tomó la palabra su tía Doris. “Cada día hay pibes muertos y no hay justicia para ellos», dijo antes de llamar a «luchar por los que no tienen voz”.
Las familias de las víctimas, con el patrocinio del Centro Estudio Legales y Sociales (CELS) y del abogado Juan Carlos García Dietze, presentaron un recurso de casación para revisar lo decidido por el Tribunal y que se condene a los dos policías acusados. «La Sala I de la Cámara de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires tiene la oportunidad y la responsabilidad de rever la decisión judicial y de enviar un mensaje al Poder Ejecutivo provincial, a la Policía Bonaerense y a los jueces sobre la necesidad de prohibir el uso letal de la fuerza en situaciones de conflictividad social y de que se realice un control judicial exhaustivo y no tolerante de estas prácticas violatorias de derechos humanos», expresa un comunicado del CELS.