Nuestro programa dialogó con Marta Alanis, una de las fundadoras y actual secretaria de relaciones institucionales de la asociación civil Católicas por el Derecho a Decidir e integra la comisión de articulación de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Fotos: Gabriela Hernández / Archivo La Pulseada
El movimiento Católicas por el Derecho a Decidir nació en Argentina en 1993 y forma parte de una red latinoamericana de organizaciones similares de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua, Paraguay y Perú, que cuenta además con la adhesión de una entidad hermana de España. Se definen como “personas católicas comprometidas con la defensa de los derechos de las mujeres, especialmente los que se refieren a la sexualidad y a la reproducción humana, y a una vida libre de violencia y discriminación”. La agrupación -añaden- “trabaja por la equidad en las relaciones de género y por la ciudadanía de las mujeres contrarrestando, desde una perspectiva teológica y feminista, los fundamentalismos religiosos”.
La Pulseada Radio conversó con Marta Alanis, miembro de la institución y reconocida en 2006 como Mujer destacada del año por el Ministerio de Salud de la Nación, galardonada en 2010 con los Premios Democracia otorgados por el Centro Cultural Caras y Caretas e incluida en 2012 entre las “Heroínas Cotidianas” por la delegación Córdoba del Instituto contra el Racismo, Discriminación y Xenofobia (INADI).
– ¿Se puede ser católica y estar a favor de la despenalización del aborto? La condena al aborto de la Iglesia oficial, ¿tiene un fundamento teológico, una justificación bíblica, o es algo impuesto por la jerarquía eclesiástica en razón de su concepción patriarcal?
–No hay contradicción en que tengamos una postura a favor de la legalización y despenalización del aborto y seamos católicas. En realidad los que no apoyan esto están a favor de los abortos clandestinos. Están cómodos con que 500.000 mujeres al año recurran a ellos. Nosotras no podemos menos que promover la legalización y la despenalización. Todas las personas -incluidas las feministas, sean católicas o no creyentes- estamos a favor de la vida. ¿Quién puede proclamarse en contra? Oponerse en base a supuestas verdades absolutas es negarle un derecho a las mujeres. Además, la Iglesia no tiene por qué ocuparse de la legalización y la despenalización. Puede tener sus enseñanzas, su doctrina, su código canónico para ver cuáles son los pecados y cómo se sancionan pero no deberían incidir en la decisión de los legisladores. En la Biblia el tema del aborto aparece una sola vez, para señalar que si se golpeara a una mujer embarazada hasta provocarle un aborto, habría una pena más grave para el agresor. Es lo único que dice. Está hablando del aborto como consecuencia de los golpes, de algo que seguramente ya era frecuente en esa época y que todavía no hemos podido superar. Asimismo hay que considerar que la Iglesia católica no es monolítica, contiene pluralidad de posiciones y en ella conviven diferentes teologías. Y la doctrina dice claramente que es un pecado más grave obedecer a ciegas que resolver un dilema responsablemente, decidiendo en base a lo que ocurre en una realidad dada. La doctrina puede ser inspiradora de las personas católicas pero siempre se encuentra a distancia de los hechos concretos. No hay un dogma de fe respecto de este tema. Hay posiciones que con el transcurso de los siglos se han ido deformando, teólogos muy antiguos o padres de la Iglesia que han hablado de cuándo comienza efectivamente la vida. Algo que todavía seguimos discutiendo. Pero ya es tiempo de que la clase política, en especial diputados/as y senadores/as, asuman plenamente su responsabilidad en la cuestión. Es un escándalo que hoy en la Argentina el aborto sea casi imposible aún en los casos que ya están permitidos por la legislación vigente. Tenemos que avanzar, como le cabe a una sociedad democrática, hacia un derecho personalísimo de las mujeres, que somos nada más ni nada menos que la mitad de la población.
–¿A ustedes también las sorprendió esta movida de Macri de habilitar el tratamiento parlamentario del tema? ¿Cómo la interpretan?
–El derecho al aborto, su legalización y su despenalización y el proyecto de la Campaña entran al parlamento por la gran puerta del feminismo. Eso quedó demostrado el 8 de marzo. Seguramente, el Poder Ejecutivo Nacional tomó una decisión en base a una evaluación de la gran relación de fuerzas que tenemos como movimiento de mujeres y feministas. Y también debe haber tenido en cuenta -supongo- que somos la mitad de la población. Creo que por esas razones apostó a incorporarlo a la agenda parlamentaria. Semanas antes dijeron que no iba a estar y se hicieron muchas movilizaciones. Me parece que han leído la realidad como una necesidad de las mujeres que se animan a dar el debate. Se dice que hay mucha voluntad porque este tema atraviesa transversalmente a todos los partidos políticos. De allí que el mérito de que esto se haya vuelto posible sea muy compartido.
Por la vida y por la libertad
–Si fueras legisladora, ¿con qué ejes fundamentarías tu voto a favor de la legalización?
–Los principales argumentos serían la salud pública, la justicia social, la igualdad de oportunidades y la equidad entre mujeres y varones. Hay una injusticia que está afectando sólo a la mitad de la población: nunca un hombre se va a encontrar atravesando esta situación. Diría, resumiendo, que apoyaría la ley por la vida y por la libertad de las mujeres. Porque tenemos derecho a decidir y a llevar una vida plena. Por otro lado, consideramos que hay que jerarquizar la maternidad. Nosotras pedimos educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir. Pero, además, jerarquizamos la maternidad. Cuando una puede decidir, la maternidad tiene otro significado. Cuando una desea y aspira a tener un hijo es muy diferente a cuando un embarazo es producto del destino, la mala suerte, la falta de acceso a la salud o a la información. Un hijo no puede venir porque todo el sistema falló para contener a las mujeres en situación de vulnerabilidad, de manera que quedan embarazadas y el Estado no hace nada si quieren interrumpir la gestación. El proyecto que presentamos no obliga a nadie a abortar, Cada una puede seguir siendo absolutamente fiel a sus propias creencias y valores. Pero la base de un Estado laico es que esas creencias y valores no se pueden imponer al conjunto de la sociedad.
–¿Sos optimista respecto del resultado del debate parlamentario?
–Sí, esta vez sí. Nosotras estamos trabajando codo a codo con los diputados/as y senadores/as y conversando con las personas influyentes de los distintos partidos. Están todos: el PRO, el radicalismo, el Frente para la Victoria, la izquierda. Cada cual tiene la posibilidad de dar uno, diez o 30 votos según su disponibilidad de bancas. El propio partido radical sacó una declaración muy importante que estimula el voto favorable en ambas cámaras. No nos queremos anticipar a lo que va a pasar. Vamos a seguir trabajando para que esto sea posible. No queremos juzgar prematuramente cómo van a salir las cosas pero reina el optimismo dentro de la Campaña y del movimiento.
–¿Qué piensan del proyecto concreto que ingresará al debate, el séptimo que alcanza estado parlamentario?
–Este proyecto lo elaboramos nosotras. Defendemos la legalización y la despenalización, que el Estado garantice hasta las 14 semanas de gestación la posibilidad de interrumpir un embarazo por la sola decisión de la mujer y que se mantengan las causales que ya se mencionaban previamente. Hay otros proyectos y hay muchas situaciones que se pueden presentar. Habrá que lograr un consenso y eso es tarea de los legisladores/as. Estaremos ahí apoyando, criticando lo que no nos guste, movilizándonos. Ya veremos con qué estrategias nos haremos escuchar si el debate se banaliza o pierde el sentido. Esperemos que no suceda porque no se puede jugar con este tema. Tenemos ya 72 firmas de diputados/as avalando el proyecto, que se empezaron a juntar a principios de marzo, y seguimos buscando más.
–Cuando hablás de banalización del debate viene a la mente el contraproyecto que se presentó poco después, que más se parece a una provocación…
–Hubo más de uno. Pero no prosperarán porque la sociedad ya está madura para estos temas. Hay incluso un proyecto (de Marcela Campagnoli, diputada de Cambiemos) que propone, para los casos de mujeres que quieran abortar, hacer nacer a los bebés a los seis meses, ponerlos después en incubadora y darlos en adopción. Algo totalmente irracional. El tema es cómo lograr consenso y evitar planteos que sólo buscan quedar bien. En estos temas controvertidos hay que tomar postura. El acuerdo debe lograrse pensando en la realidad de las mujeres, no por razones abstractas o convicciones religiosas. Sabemos que es inevitable que haya una negociación entre legisladores/as pero esperamos que lo que se logre implique un avance. Desde el propio oficialismo y desde todos lados hablan en principio del proyecto de la Campaña. Pero no ignoramos que, a la hora de discutir, se van a poner todos los proyectos sobre la mesa y entonces se verá qué se toma de cada uno. Insisto en que están todos los partidos involucrados y por eso somos optimistas.
–El movimiento de mujeres es muy amplio y plural. ¿Ustedes, como parte, se han sentido en algún momento mal miradas o resistidas por declararse católicas?
–Para nada. Había cierto debate dentro del vasto colectivo que participaba de los sucesivos Encuentros Nacionales de Mujeres. En 1997 se realizó en San Juan y la jerarquía eclesiástica local organizó a un grupo de ultracatólicas para que vayan a romper la reunión, haciendo sobre todo hincapié en el rechazo al derecho al aborto. Esa actitud tan patriarcal no hizo más que conseguir que todas nos pusiéramos de acuerdo en la despenalización y legalización.
–Ustedes, en su organización, también incluyen hombres…
–Sí, en tanto organización de personas católicas que defiende los derechos de las mujeres, somos mayoritariamente mujeres. Pero en nuestra entidad y en la Campaña hay también presentes varones, que forman parte de la comisión y colaboran dentro de alguna región o provincia. Esto se da por el compromiso de estas personas en estos temas.
Cuando intervino Marcelito Santillán y dijo que él estaba en contra del aborto, Marta le respondió: “A mí me parece bien que cada uno tenga su posición. Cada cual tiene sus razones en su vida. Yo respeto muchísimo tu opinión y te invito a que comprendas la nuestra. A veces no estamos de acuerdo con algo que afecta a otro sector de personas. En esos casos podemos solidariamente apoyarlas y respetarlas en su derecho a optar. Nosotros no le queremos cambiar la cabeza a nadie sino que haya una posibilidad de decidir. No deseamos que cada vez haya más abortos: somos personas adultas y responsables que estamos pretendiendo cambiar una ley, no hacerle daño a nadie. Estamos a favor de la vida plena de todas las personas”.
–Recientemente la revista mensual “Donne, Chiesa, Mondo” (“Mujeres, Iglesia, Mundo”), que edita “L’Osservatore Romano”, incluyó numerosos testimonios anónimos de monjas que revelan que están sometidas a una situación de servidumbre, ocupándose del servicio doméstico de cardenales, obispos y sacerdotes sin horario ni paga… Llama la atención por tratarse de una publicación oficial del Vaticano que difícilmente difunda esto sin el aval de Francisco…
–Es bueno que el Papa reconozca que estas cosas pasan. La Iglesia es una institución masculina y patriarcal. Contiene también a gente de buena voluntad pero la organización en sí es muy machista. En el transcurso de la historia han ocurrido en su seno cosas muy desagradables, aunque también ha sido un espacio de socialización y contención para muchas mujeres, en especial en América Latina. La Iglesia tiene esas contracaras. Me parece bien que Francisco admita la explotación de las mujeres. Pero no sólo porque se las manda a fregar pisos. También hubo abusos sexuales. Y continúa una discriminación que apenas les permite acceder a la catequesis. En lo asociado al culto, en el ámbito de lo sagrado, sigue sin haber lugar para las mujeres. Hay un pensamiento jerárquico y misógino que tiene que modificarse. Ya no necesitamos de arzobispos, obispos y cardenales que encarnan una mentalidad propia de épocas pasadas. Tiene que haber un cambio muy profundo para que la Iglesia vuelva a ser creíble./LP