“No soy militante; tampoco tuve grandes posibilidades de serlo, por mi edad. Mi primaria y mi secundaria transcurrieron durante el Proceso militar. Recuerdo haber intentado armar algo parecido a un centro de estudiantes en segundo año del Liceo y lo único que logramos fueron algunas expulsiones y la disolución de mi división… ¡Qué época de mierda! Luego, en Bellas Artes, muy de a poco, me desayuné de que uno solo no puede nada, y de la importancia de unirse y organizarse para luchar por un objetivo común. La Franja Morada, el PI, el MUI, qué se yo… picoteaba de todos pero no me casé con nadie. Hoy estoy realmente sorprendida de todos y de mí misma, de sentirme de repente compartiendo un sentimiento que me excede, me supera, que es de todos o al menos de muchos. Siento la necesidad de estar, poner el hombro, aportar mi granito de arena. Creo que ésta es una oportunidad de crecimiento colectivo e individual. No sé cómo, no sé qué, no sé dónde, pero me hace sentir viva”.
Así decía el correo electrónico. En sintonía con un mar de mensajes, indicaba que algo había comenzado a pasar desde la muerte de Néstor Kirchner. Tal vez desde su asunción. En junio de 2003, en la nota editorial de La Pulseada, Carlitos Cajade decía: “Esperamos que la mayoría de los argentinos no permita que se cierre esta ventana de esperanza, aire fresco y luz que se ha abierto en el país”.
Hoy, jóvenes que nunca se interesaron en la política quieren abrazarla y adultos que nunca militaron o resultaron desengañados por experiencias pasadas vuelven a tener ganas. Buceamos en este momento del país con algunas opiniones en forma de palabras y de ilustraciones.
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