Una crónica conmovedora sobre Villa San Carlos campeón.
Por Gabriel “Colo” López
25 de mayo de 2005, se jugaba el reducido en la “C” y esa tarde había que bancar la parada con Excursionistas, que contó con otra hinchada de refuerzo al pedirle alquilada la cancha a “Saca”. Ahora comprendo que fue se día donde quedo detenido para siempre, como en un orsai que me marca la existencia, pero un orsai que me dejó entre cuatro paredes blancas del hospital Español de La Plata, en la sala de guardia, con un cuerpo tembloroso. Serían las 10 de la noche; es decir, transcurridas cinco horas de la eliminación del equipo que dirigía Don Goro. Que San Carlos se quede en Cuartos de Final no era nada al lado de lo otro. Los jugadores se fueron con lágrimas, igual que nosotros en la tribuna, donde hubo que gambetear también algunos bastones de la Federal. Los jugadores lloraban por la misma pérdida física que ese día había enlutado al barrio Juan B. Justo: mataron a Claudio Fhur, pero no a su alma que todavía anda por acá.
Para mí, Claudio fue el “uno entre los unos” de los que gritan sin parar, un amigo que sólo ves en la cancha y que un día me invitó a morfar y a conocer a su madre. Ese día subió al segundo piso y de su cuarto trajo una caja, y de ella salió una de las mayores sorpresas de mi vida: viejas historias escritas en el diario o el semanario donde me tocó ganarme el pan.
Me fui bicicleteando por la 66 (todavía de tierra y con su fauna de bichos coleando) sin dejar de pensar que “si por tantos años había postergado familia, asuntos materialistas como una casa o algún proyecto, este gesto del HINCHA me dio toda la paga suficiente”. Gracias por hacermelo saber antes de partir, Claudio.
Pero desde que te fuiste, poco a poco, torneo tras torneo, algo me estuvo pasando, como esa mano invisible de Dios de la que hablan los que están cambiando… Vos, al igual que yo, no podés desmentir que fuimos cambiando, tanto como San Carlos.
Allá por 2006 fui a un entrenamiento. Se había salvado La Villa con la Promoción y en la pretemporada de invierno le ofrecí un jugador, que además gusta del periodismo deportivo: Máximo Randrup, que aunque pocas veces era citado, fue un pichón de campeón enamorado de San Carlos. Otro día, le pregunté al “Gallo” Daher si podía entrenar un pibe que estaba en prisión. Así llegó “Joni”, que tenía permiso del Instituto Almafuerte, para intentar el sueño de libertad… y la tuvo, en un descuido dijo ‘¿dónde está el kiosko?’. Y se terminó por fugar…
Creo que fue ésta mi última locura con mi buen amigo Villa San Carlos. Después, qué sé yo, incluso el mundo empeoró y hasta la gente se metió mucho más adentro con esto de la computación.
Hoy los vi llorar… De algunos cuerpos ya viejos sentí el calor de pueblo. Confieso que volví a ver muy poco del juego, pero cuando me concentraba un poco ahí mordían Sommariva, Oroná, Gonzalo y su hermano el detonador de sueños.
Hice la de Diego (aquel que pintaba las banderas ricoteras) tomó distancia y se dedicó a pensar en el club, en sus viejos, mientras bajaba esa música que no se compara a un concierto. Cuando ya estaba el 1-0 asegurado, “Panda” Cabrera me habla sin decir palabra, la telepatía nos lleva de regreso a la manzana 9, a la cancha de Meregildo, a los queridos frates que arriba en la tribuna cantaban el himno.
Vuelvo al 25 de mayo de hace ocho años, cuando Excursionistas nos sacó del sueño inmenso de estar en un Reducido… Los gomazos de la Policía no podían borrar otro dolor más profundo, el que no está en los huesos, sino en el espíritu divino de ser Villero… Fhur se nos había ido. Entonces, cuando llegué a mi trabajo, empecé a escribir la derrota y después de mi hermano de la cancha, cuando no pude seguir. En el cuerpo sentí un hormigueo, una presión de asfixia, una corrida al nosocomio más cercano.
La doctora de guardia me recibió cálidamente, y preguntó con una voz de té de tilo:
-¿Usted cuántos años tiene? ¿A qué se dedica?
-Soy periodista deportivo.
-¿Y qué estuvo haciendo hoy? –insistió la enfermera del cuerpo, no del alma-.
-¿Yo? Fui a la cancha, a ver a Villa San Carlos, ¿lo conoce?
-No, soy de Tres Arroyos.
-Bueno, yo… sufrí bastante hoy.
-Pero dígame: ¿usted jugó en ese partido? ¿me dijo que era periodista?
-Mire, estuve en la tribuna, acompañando a unos amigos, y después por unas injusticias me puse a gritar. Y tuve todo el segundo tiempo gritando por el equipo.
Acá sigo, escribiendo, van como veinte años, y cuando me tiran una página le meto a las teclas como el Pollo, el Gallo, el Ale Vallejos, el Pincha, Turco o el Topo. Me decían que era mucho escribir sobre un club y hasta me llegaron a decir: «Che, ¿cuántos hinchas tienen?». Me preguntás en serio… No sé, pero si son pocos cada uno vale por cuatro. Qué vamo’ a andar contando que había una vez un Curuchi o un Chiva que jugaban para Primera y hacían reír de locuras hasta en los entrenamientos, cuando había cinco faroles y el paredón apenas llegaba al metro…
Pinino Amaya, Palín González, Hugo Capel, Cacique Márquez, Pindonga Salas, Leandro Martini, sé que están recontra retirados, pero me tiento en decir que por todo lo que dieron está para ponerlos en la lista de buena fe para el Nacional.
La profesional del hospital no podría jamás entender todo esto, aunque a decir verdad ahora nadie entiende nada, ni los jugadores nuestros, ni Ricardo Rezza con tantos años en el ruedo. Me gustaría explicarle que ahora el pulso subió de nuevo, pero hasta el Nacional.
Aquel 25 de mayo me recomendaron alguna medicación, y que además reflexione sobre lo que había hecho. No dije nada, volví caminando y silbé alguna canción vieja de las que aprendí de chico en los mismos tablones de Martín Blanco, el “Bolsita”, el Negro Backer, el Relay, el Gato, el Loco Morzilli, tantos cantantes populares sin cartel, ni dinero ni auto ni propiedades ni tarjeta de crédito, solamente seguidores auténticos de un sentimiento, celeste y blanco.