Naufragaron en la lluvia demencial del 28 de febrero, los cascotazos de hielo y el nuevo diluvio de marzo; pero también en las cataratas de explicaciones técnicas y las avivadas. Porque no sólo se inundaron las casas quintas y los countries de nuestro norte platense. Aquí, historias en terreno anegado, redes sociales desbordadas, paraguas políticos y futuros a la intemperie.
Por Laureano Barrera, Verona Demaestri, Josefina López Mac Kenzie
La edición impresa está ilustrada con fotos cedidas a La Pulseada por los vecinos inundados
Los indicios del saber popular no pudieron anunciarlo: ni la aureola grisácea anillando la luna, ni el olor a azufre en el aire, ni el espesor de las nubes. Tampoco lo anticiparon los meteorólogos: ningún alerta anunciaba tamaña tormenta, la del 28 de febrero, cuando cayeron 120 milímetros en 80 minutos (entre las 15.05 y las 16.25), y dejaron 90.000 damnificados, riesgo sanitario y psicológico en muchos barrios, y pérdidas materiales por más de 250 millones.
Muchas veces, en discursos ampulosos, se había anunciado el fin de las inundaciones en La Plata; pero, lejos de ser eliminadas, éstas se sucedieron y superaron entre sí, marcando récords. Como otros anteriores, el último aluvión funcionó como lupa sobre realidades cotidianas, invisibilizadas, de la periferia. La bronca de los countries y casas quintas se hizo oír… Pero las clases medias y medias bajas —y ni hablar de los asentamientos y barrios más pobres— quedaron silenciadas bajo el agua. A continuación, historias, algunos cómos y porqués.
El Rincón, casi un embudo
El mediodía gris no amenazaba más que cualquier otro día de lluvia. Mientras su esposo se iba a trabajar, Ana optó por quedarse en su casa de 429 y 24, en el barrio de Villa Elisa conocido como El Rincón. En ese nombre anida la singularidad topográfica que le depararía esa tarde una fatalidad: hace algunos años, las premuras socioeconómicas obligaron a algunos vecinos a asentarse en terrenos devaluados de esa zona baja, de bañados silvestres, cercana o superpuesta a la planicie de inundación del arroyo Carnaval, cuyo curso impone un límite natural a la expansión del barrio y, a la vez, lo encajona en una trampa mortal.
Cuando la lluvia se volvió torrencial, la hija de Ana le contó, por mensajes de texto, que a unas cuadras los vecinos abandonaban sus casas, cargando hijitos amarrados a colchones, resignados a un destierro lastimoso. A Ana la alertó una escena surrealista: aprisionados entre la corriente y el mosquitero, sapos y víboras daban espasmos para alcanzar la superficie del agua, que superaba el marco inferior de las ventanas. Ella alcanzó a escribir en su celular “acá todo se va a la mierda y yo me voy montada en un sorete”. Lo hizo antes del sinsentido que le hizo echar llave a la puerta y de que el río infecto la arrastrara a su patio delantero con la fuerza de un remolino. “Me encomendé a Dios, agarré la virgen con una mano y mi perro con la otra”, cuenta. La Rosa Mística tenía medio metro, más que su perrito faldero; dos talismanes para campear la catástrofe: uno para proteger; el otro para que la protegiera.
En la locura, Ana siempre confió que Defensa Civil, la Policía o alguien iba a llegar en lancha a socorrerla. “En la primera no entro, entraré en la segunda, qué sé yo”, pensó. Pero naufragó más de tres horas, en el patio, sobre el futón de dos plazas de una vecina o aferrada al portón, con el agua hasta el cuello. Cuando se le empezaban a entumecer las piernas, sus vecinos lograron llegar al techo y, con una manguera gruesa, la ayudaron a subir. “Me di cuenta de que pesaba como una lápida. No podía mover el cuerpo”, recuerda. Haciendo resbalar su cuerpo por una losa, la arrastraron bajo un tanque y la taparon con una chapa acanalada. Casi de madrugada, nueve horas después de la crecida, Bomberos de Ensenada la trasladó al refugio del Camino General Belgrano en 426, donde el agua les llegaba a los tobillos. Ana estaba shockeada: paró una patrulla policial que confundió con un taxi y le pidió una Coca-Cola chica y un sándwich al cabo que conducía.
El Molino y el Estado ausente
Carlos Cáceres se levantó esa mañana, miró los nubarrones que tapizaban el cielo y, sin darles demasiada importancia, se dispuso a colgar globos de colores, en racimos de a cuatro. Esa tarde, una de sus cinco hijas festejaba sus 15 años. “No podíamos hacerle una fiesta con vestido y todo eso, porque estábamos haciendo el techo, que salió una fortuna”, explica.
Carlos quedó huérfano a los 4 años y se crió en un orfanato de la zona (que, paradójicamente, en plena tempestad abrió sus puertas a los evacuados). El año en que asesinaron a Miguel Bru, hace una década y media, se unió a las filas de la Bonaerense. Con su sueldo de personal de la comisaría 1ra de Berisso y un rebusque como custodio de un registro automotor en La Plata, fue levantando ladrillo a ladrillo, “y sin tocar un peso que no sea legal”, el ranchito donde vive con su mujer y sus hijos. El Molino es un caserío de City Bell con viviendas de chapa o madera que se extiende unas diez cuadras por la ribera sur del Carnaval y limita con Villa Elisa.
Carlos aprontaba los preparativos de la fiesta cuando la marea podrida ganó los contrapisos de su rancho. En 45 minutos tenía un metro y medio de agua donde flotaban desde las salchichas y hamburguesas hasta los electrodomésticos y una biblioteca. Pero eso ya no importaba. Con Daniel, un vecino, fueron rescatistas, bomberos y médicos: improvisaron un pasamanos atando una cuerda desde el tronco de un árbol hasta un poste de luz, para que mujeres y niños cruzaran los rápidos torrentosos que avanzaban por la calle 456 y golpeaban con violencia el alambrado del Parque Ecológico. En el epicentro del caos, Daniel alcanzó a cinchar con una soga, hasta el remanso, a un chico de 12 años al que se tragaba la corriente. A Ángel, parapléjico por un accidente en la columna, lo sacaron con otros cinco vecinos usando su cama como balsa y, seis horas después, una camioneta de Bomberos lo trasladó a un refugio cercano.
Con sus familias albergadas por la zona, los hombres montaron guardia de pie la noche del jueves, con el agua arriba de la cintura pero sin beber, comer, ni tener ropa seca, y sin más lumbre que el haz de sus linternas. El agua comenzó a drenar a las tres de la madrugada. La ayuda municipal llegó un día tarde y a cuentagotas: el viernes a la noche, un camión, obligado por los vecinos a parar sobre el Camino Belgrano, descargó colchones, frazadas, un par de litros de agua, paquetes de arroz y fideos, y algunas verduras. No hubo listas ni turnos: la repartija se dejó librada al criterio de los vecinos.
Puente Venecia, la peor película
No es una licencia poética: así se llama el barrio de Gonnet (también conocido como Nirvana) ubicado a la vera del arroyo Rodríguez, en 482, que también quedó tapado por la podredumbre aquel día. A Andrea Dippolito, bióloga y docente, le extrañó ver, al salir de una clase, dos cuadras de cola para el colectivo. Llamó a su casa, donde estaban sus hijos, Daniel, Eugenia y Violeta, y el agua llegaba a la puerta. A los diez minutos, una vecina le avisó que el arroyo estaba desbordado. Y ya no pudo comunicarse con los chicos, pues las líneas de celulares habían colapsado.
Cuando bajó del ómnibus, la foto la descorazonó: el agua superaba unos cuantos centímetros la línea del Camino Belgrano, el punto más alto de la zona. En la calle de su casa, el riacho que bajaba desde las nacientes desbordaba el cauce del arroyo y succionaba con fuerza todo lo que hallaba a su paso. Sus hijos se refugiaron en el primer piso de una casa cercana. Daniel había salvado a las hermanas. Con el agua arriba del abdomen, caminó llevando a una de la mano y a la más pequeña, de siete, en los hombros. Y, como en esos rodajes de desastres naturales, volvió a su casa a nado, puso los perros sobre las cuchetas, cerró con llave y se fue.
Los dos llamados al 911 fueron en vano. Tampoco respondían en Defensa Civil y Bomberos. La desesperación de Andrea era por Daniel, que es diabético insulinodependiente. Así que, con una vecina, paró un patrullero y oyó el diálogo entre éste y un policía de civil, desde una camioneta sin chapa identificatoria, aparentemente de la Departamental de City Bell: “Puenteá la Departamental y sintonizá la frecuencia de Defensa Civil, que está acá a cuatro cuadras”. Los primeros botes de rescate llegaron a las 23. Era Defensa Civil de Berisso.
La Granja: Pascua en el colchón podrido
Desde febrero, Magdalena se la pasa mudando los ojos entre las nubes y el barro. Y no deja de suplicarle a San Ramón, el patroncito de su Orán natal, que ya no llueva. Que La Granja ya no sea ese río inmundo hasta el ombligo que la dejó rumiando pobreza sobre un colchón que ahora huele a podrido. “Tengo miedo de que pase de nuevo. Va a pasar”, decía después de la primera tormenta, sin dejar de escrutar el cielo. Y el cielo volvió a caerse a pedazos el 21 de marzo, con piñas de hielo que le dejaron el techo como un colador. Llamó a Bomberos, a algunas radios y a Defensa Civil. Pero ni cuando tuvo un metro de agua adentro ni después, la asistió nadie; ni policías ni psicólogos.
Y ya no quiere llorar. “Lo que necesito ahora es menos agua y más entereza”, piensa. La mantienen activa la bronca y la experiencia. El itinerario: Municipalidad, Delegación, Defensa Civil, Defensoría ciudadana, Desarrollo Humano y vuelta a empezar, eso sí que lo hace a ciegas. ¿O acaso no era igual hace 15 años, cuando la crecida, en vez de entrar de El Gato a su rancho de 142 y 523 bis, le entraba desde río Pilcomayo?
Qué le importan las teorías explicativas (si la autopista, si la urbanización, si Dios…). Necesita atención e indemnización, poder dormir en un colchón seco, volver de su trabajo en el centro y no tener la casilla copada por ratas, víboras, mosquitos y basura, dejar de vigilar al cielo. Sueña con convencer a sus vecinos, los demás náufragos paraguayos y argentinos de La Granja, de que no tengan miedo de hablar y juntar firmas. Ella las repartiría por oficinas públicas del casco urbano. Magdalena recuerda que los olvidados no olvidan tan fácilmente como aquellos que recuerdan cada cuatro años. “Para las elecciones, Bruera iba casa por casa. A la mía entró y todo. Ahora no vino nadie. No existimos”, confiesa. Y promete jamás olvidar que aquellas garrafas surfeando el arroyo Del Gato no fueron parte de un sueño ni de un cuento de Felisberto Hernández.
Vulnerables
“La paradoja es que mucha gente ya estaba en emergencia habitacional, laboral, sanitaria. Lo que hizo la inundación fue acentuarla”, dice Guillermo Vaccarini, vecino de Villa Elisa, guardavidas de profesión, que estuvo entre los que, como pudieron, ayudaron los días posteriores al 28 de febrero, pero desde mucho antes trabaja “lo social” en su barrio, El Jardín. Andrea Dippolito, desde Gonnet, refuerza ese mismo concepto: “Esto sucede sobre una trama política y social mal construida… O destruida. Es un desastre porque opera sobre una trama con graves deficiencias. En ella salen piojos, pulgas, sarna, ratas; les ponemos el cebo y vienen a pedir más”. Unos sufrieron pérdidas mayores y quedaron más expuestos desde lo sanitario, psicológico o material. Pero toda la heterogeneidad que convive en la zona norte —countries y villas, casas quintas y asentamientos— fue sorprendida por esa gran inundación.
La vulnerabilidad de base en las zonas más pobres se había certificado en letra de molde ya en 1994 y por encargo del entonces intendente Julio Alak. El trabajo de campo llamado Censo Distrital de Hogares y Personas en Riesgo Social relevó información sobre necesidades básicas insatisfechas y niveles de acceso a la educación y la salud en 16 sectores de la zona norte y 18 de la zona sur de La Plata que reunían las condiciones de asentamientos o villas miseria. Y permitió confeccionar lo que se llamó En los márgenes. Estudio de la Población en riesgo social del partido de La Plata, y se conoció como Mapa de la Pobreza. Los resultados fueron elocuentes: “El 95,1% no satisfacía los niveles mínimos del índice compuesto de NBI; 91,6% de los hogares eran viviendas precarias; 35% de los hogares vivía en hacinamiento; 20,3% de hogares estaba sin acceso a la red pública de agua; 62,5% de las viviendas, sin cañerías dentro; 63,8% de las viviendas, sin retrete con descarga de agua; 96,2 % de las viviendas, con pisos precarios”. ¿Qué pasaría si llovía más de lo previsible?
“Cuando se inunda, lo primero que sale a flote es la mierda”, grafica un inundado de Villa Elisa. Desbordan los pozos, se contamina el agua… Esto también se conoce hace mucho: “Casi el 40% de la población de La Plata no tiene desagües cloacales y el 20% vive en condiciones de hacinamiento”. Estos datos surgieron del Observatorio de Calidad de Vida, elaborado en 2000, en la órbita de la Municipalidad y la secretaría de Extensión de la UNLP, para la elaboración de las políticas públicas del gobierno local de entonces. Hasta hoy, no han sido actualizados.
Un mes después de la última inundación, los casos de diarrea ya se habían duplicado en las salitas médicas de Villa Elisa, City Bell y Gorina. Médicos de esos barrios atribuyen tal incremento a la contaminación del agua potable por el desborde de los arroyos. Y obtener agua segura no es sencillo: hervirla es caro a falta de gas de red, el agua mineral cuesta más todavía y clorarla es barato y fácil pero requiere de una educación permanente. Con las inundaciones también brotan enfermedades de piel, como escabiosis (sarna) e infecciones; patologías respiratorias; problemas con los roedores (que, aunque están siempre, con el agua pululan por todos lados), que reeditan el fantasma del hantavirus; y traumatismos, porque el agua arrastra de todo a su paso.
Guillermo Vaccarini cuenta que en Villa Elisa le pidieron a Neri Fures (director de la Región Sanitaria XI, donde está nuestra ciudad) “que declarara la emergencia sanitaria y nos contestó que eso lo maneja Municipalidad. Nos dio paracetamol, mejoralito y unas pocas cosas más. Cesar Montalsé (un médico pediatra amigo) le quiso pasar una lista con los medicamentos mínimos para una situación como ésa y el tipo se los negó”. Montalsé y Vaccarini salieron de recorrida por las suyas. “No se estaba haciendo nada después de la inundación —cuenta César—. Y le dije a Guillermo que nos calzáramos el overol y fuéramos casa por casa a ver qué pasaba. Eso fue durante varios días tras la inundación”. “Golpeamos las manos —retoma Vaccarini—: ‘¿Cómo te llamás?, ¿qué necesitas?’, ‘Esto, esto y esto’. Así hicimos la ronda sanitaria, sin conocer a la gente. Porque lo que tenían que hacer el Estado municipal y provincial era armar una carpa e instalarse hasta resolver el problema sanitario. Si nosotros hicimos un relevamiento con un médico, bajo la lluvia, con una camperita de nylon… El lunes siguiente a la tormenta, cuando fuimos con mi mujer a buscar los medicamentos al ex hospital Naval, los tres hospitales móviles estaban estacionados en un playón”.
Basta con esta muestra: Yanina vive en El Progreso con su marido, tiene 24 años y siete hijos. El más pequeño, de sólo seis meses, tenía sarpullidos supurantes en el cuerpo y la cabecita; se había lastimado de tanto rascarse. Ningún médico había pasado por su casilla de cuatro maderas y piso de barro donde se amontonan los nueve y rondan las moscas. Sin ayuda económica, están a la deriva hasta la próxima inundación.
Al lado de las enfermedades post inundación, la contención psicológica parece un lujo. Pero después de tener, como en algunos barrios, casi 2 metros de agua en la casa, es difícil aplacar el temor (ver Comité en crisis). “Cuando fuimos a limpiar, mi hijo lloraba y gritaba ‘nos vamos a ahogar, nos vamos a ahogar’”, recuerda la mujer de Carlos Cáceres, de El Molino. “La contención psicológica no existe: lo que pasó en tres horas de agua, tiene una proyección de toda la vida”, afirma Vaccarini, que sabe de qué habla. En El Rincón, Ana, Cristina, Nélida y otras vecinas estaban aterrorizadas. La tele anunciaba alerta meteorológico. Pero esta vez no fue tan trágico: sólo cayó granizo del tamaño de un puño y se volaron varios techos en El Rincón del mundo.
Desbordados
“Aunque la lluvia en el sur es pan de cada día, este diluvio parece harina de otro costal” El albergue de las mujeres tristes, Marcela Serrano.“Siempre quedé en una isla, y los vecinos quedaban bajo el agua. Pero esta vez me tocó a mí. Y lo viví en carne propia. Con 62 años, tenía el agua por el cuello.”, escupe sin pensarlo Nélida, que vive en El Rincón hace 20 años. Su vecina Cristina la mira y asiente: en 42 años allí, tampoco había visto algo semejante. Después de ese 28 de febrero en que el agua subió hasta el metro setenta, comenzaron a multiplicarse las preguntas frente a la única certeza: un Estado casi ausente. “¿Quién es el responsable de que se hagan asentamientos sobre los lechos del arroyo, de permitir que una autovía esté mal levantada sobre terraplenes? Un montón de elementos ameritan sentarse a la mesa, evaluar en frío a los responsables de antes, de ahora, y de mañana. De lo único que estamos seguros todos es de que va a volver a llover”, dice Vaccarini en lo de Nélida.
Lo que también evalúan los vecinos es que no hubo un plan de contingencia. Y es que las inundaciones agarraron al Municipio in fraganti: con la crucial Dirección de Hidráulica (creada tras la inundación de 2002 y ocupada por última vez por Luis Carusso), acéfala. Una fuente que prefirió mantener su nombre en reserva confirmó que a esa dirección «la dieron de baja». Y un trascendido asegura que la gestión Bruera tuvo un espasmo inicial para cubrir esa área vital, pero como la Comuna ofrecía sueldos bajos y, además, la dependencia iba a tener atribuciones totalmente subsidiarias del poder político, el puesto quedó vacante. En el Municipio, las respuestas oscilan entre «no hay director nombrado», «no sabemos» y «el responsable de Hidráulica es Mario Descarga», y reconocieron que la información «es confusa». En la página web oficial no hay datos y el supuesto teléfono de la dirección sigue sonando.
Guillermo Vaccarini, que tiene experiencia en emergencias y fue guardavidas voluntario en la inundación de 2003 en Santa Fe, asegura: “No hubo plan de contingencia para dirimir qué rol cumple todo el espectro que trabaja en estos casos. Sin plan, los bomberos actúan como pueden o saben: no llevaban chalecos salvavidas, fueron a la corriente con sogas en lugar de cinchos, sin bote de emergencia y bote sanitario para la persona lastimada que hay que atender antes de que llegue la ambulancia”. Mario, un vecino de El Rincón que colaboró rescatando vecinos en febrero, apunta: “Hubo negligencia, empecemos por ahí. Edelap no cortó la luz hasta último momento, tuvimos que llamar nosotros… Vinieron los de Defensa Civil, los diez bomberos voluntarios de Ensenada y de La Matanza. Y los bomberos de acá no los dejaban entrar”.
“Hoy fue una inundación. Y si fuera un incendio en el Estadio Único en un recital de Los Piojos o uno en (la facultad de) Humanidades, donde trabajo, para intentar salir todos hay una sola escalera —contextualiza, alarmada, Andrea Dippolito—. En un Municipio con más de 700.000 habitantes, debe haber un plan de contingencia”. En el living desde donde habla, aún están sus muebles arrumbados y la huella del agua en las paredes.
Va a escampar
“Una de las cosas que aparecen en estos casos es la conciencia de red. Lo que se armó en El Rincón tras la inundación, es un ejemplo, un tejido social barrial. La necesidad los llevó a conocerse. Queda establecida la red solidaria por debajo de todo lo otro”, sonríe Guillermo Vaccarini. Él dio un ejemplo el 28 de febrero: en el Centro de Fomento de Villa Elisa, que él integra, evacuaron a 70 personas, y la Municipalidad sólo entregó 15 colchones. Así comenzó a organizarse la cosa. “¿Sabés qué pasa? Que mucha de la gente que se encontró en esta catástrofe, antes no se trataba. En los primeros cuatro días todos nos parecemos. Y después, cuando no aparecen las soluciones, todos nos volvemos a diferenciar. Como también es cierto que, desde que nos reunimos en asamblea, tengo diez celulares de diez vecinos que antes no tenía”, sonríe también Dippolito.
Vaccarini, guardavidas bonaerense, siempre recuerda con sus compañeros una frase de su jerga: “Lo que vos le tirás al agua, después el agua te lo multiplica”… Multiplica la basura, la enfermedad y la mierda, pero también las redes.
Cheque impuesto
Ante una asamblea vecinal, el 5 de marzo último, Pablo Bruera aseguró que el resarcimiento económico de los 90.000 damnificados era responsabilidad de la provincia y de la nación. “Los arroyos es una cuestión de la Provincia, no se los digo a ustedes, se lo digo a ellos. Esa plata la tienen que poner ellos. (…) El tema de quién controla la autopista es nacional. La indemnización que le tiene que pagar la autopista al Municipio y a los vecinos es nacional”. Y aseguró que el millón de pesos recibido “lo gastamos en la emergencia: vacunas, colchones, la comida que le dábamos al Ejercito”.
Sin embargo, con un manejo poco transparente (muchos vecinos contaron que se entregaron cheques a punteros políticos que oficiaban de agentes intermediarios entre el Ejecutivo y los vecinos), la Comuna recorrió algunos barrios repartiendo cheques de 1.000 pesos, con el compromiso de dar otros 4.000. “El 10 de marzo, Gabriel Bruera nos dijo que no iba a haber plata; cuando llegué a mi casa estaban repartiendo cheques que tenían (…) una segunda hoja. Debías firmarla obligatoriamente; por un lado decía que podías recibir el cheque sin tener la documentación probatoria considerando que eras inundado, pero que a partir de esa firma renunciabas a demandar a la Municipalidad. Yo firmé en disconformidad después de discutir con la persona que tenía el cheque, porque me dijo que si no firmaba el papel, no me lo daba”, cuenta una vecina de Gonnet.
Por esos días, voceros oficiales le había negado al portal Infocielo la participación del Ejecutivo en el reparto: “Nosotros no tenemos dinero para entregar subsidios, de eso se encarga la Provincia”. Pero la misma vecina dijo que el cheque se lo entregaron personas de la Dirección de Juventud del Municipio y que el documento, con emisión del 6 de marzo, llevaba al dorso la firma de Pablo Bruera. “Se pudo cobrar hasta este lunes (17 de marzo). A partir del martes, los cheques no estaban en la Municipalidad: gente a la cual le dejaron la notificación de que fuera a retirar el cheque, va a buscarlo y el cheque ya no está”, completa.
Según la zona, el cheque llegaba o no, tenía destinatario o era modalidad “al portador”. Más de la mitad de los entrevistados durante la producción de este informe no habían recibido nada a pesar de repetidos reclamos. 1.000 pesos para mitigar las pérdidas es una cifra irrisoria; más para cubrirse las espaldas con cláusulas en letra chica que para ayudar a las víctimas a salir adelante.
Comité en crisis
“Hemos comenzado con las tareas de dragado del arroyo Martín; el Plan de Acción prevé continuar con el arroyo Carnaval, el Pereyra, el Rodríguez, el Gato, el Maldonado y el Don Carlos. Trabajos que se desarrollarán ininterrumpidamente en los meses subsiguientes. Debemos saber que estos incidentes climáticos ya no tendrán la excepcionalidad de años anteriores, son de recurrencia frecuente, es por ello que creamos el Comité Permanente de Crisis”. El anuncio lo hizo el propio intendente Bruera el jueves 3 de abril, en la apertura del 65º período de sesiones ordinarias del Honorable Concejo Deliberante.
Sin embargo, el Gabinete múltiple, integrado por la Dirección de Control Urbano municipal, Defensa Civil del Municipio y de Provincia, Prefectura, Bomberos, Cruz Roja y representantes de Camuzzi y Edelap, había entrado en funciones el viernes 21 de marzo. Paradójicamente, a poco de nacer el comité, entró en crisis.
Ese mismo viernes santo, un espeso frente de tormenta provocó un nuevo alerta meteorológico y reflotó en la subjetividad del vecindario las peores imágenes recientes. “Estoy re asustada. ¿Viste el viento, la tormenta, el granizo que cae? Se cortó la luz…esperemos que pase”, le dijo Nélida en ese momento a La Pulseada. Alrededor de las 19, el cielo se derrumbó en un vendaval y una granizada del tamaño de ciruelas. Por fortuna, amainó pronto, aunque dejó cristales destrozados, techos arrancados, membranas agujereadas, tilos desplomados y muchos vehículos arruinados. Y sembró psicosis en los vecinos. Entonces, quisimos saber cómo debutaba el flamante Comité, siendo un ciudadano más: pongámosle Carlos, esposa y cuatro hijos pequeños, barrio El Progreso, Villa Elisa. ¿Los resultados? Sólo Control Urbano dijo que estaban “mandando móviles y avisando a Defensa Civil” y que estaban “las 24 horas”. En la delegación de Prefectura de La Plata nos dijeron que llamáramos “cada dos horas” para “averiguar el tema del estado meteorológico”. En Edelap no sabían cuándo iban a restablecer el servicio. Y la enfermera de guardia en la unidad sanitaria de Villa Elisa no podía combatir un sarpullido. El resto de los animadores del Comité tuvo su primer desafío, ese viernes crítico, con contestadores automáticos, líneas ocupadas o ausencias.
Causas y azares
«Arroyos sucios», «la autopista», «falta de inversión»… Los intentos de volver comprensible la mayor inundación en décadas ocuparon los diarios hasta que el paro del campo se ganó las tintas. Repasamos algunas de las —a veces contradictorias, a veces complementarias— explicaciones posibles:
¡Diluvió! El factor primario de la inundación es la lluvia «torrencial» (técnicamente: mucha agua en poco tiempo) del 28 de febrero, cuando cayeron más de 120 milímetros en 80 minutos (entre las 15.05 y las 16.25) que se concentraron sobre zonas puntuales (el Norte). No puede compararse esto con el fenómeno del 21 de marzo: un temporal de viento y granizo, que cayó en otras zonas y provocó otros daños. Los técnicos coinciden en que, si hubiera habido sudestada, el escenario habría sido aún peor. Norberto Coroli, director provincial de Saneamiento y Obras Hidráulicas, habló de «un fenómeno extraordinario pero cada vez más recurrente». De hecho, la magnitud de esta tormenta fue similar a la del 27 de enero de 2002. Guillermo Jelinski, del Departamento de Hidráulica de la Facultad de Ingeniería de la UNLP, y Mirta Cabral, geóloga del Centro de Investigaciones de Suelos y Agua de uso Agropecuario (Cisaua), coinciden en que se pueden prever lluvias como éstas cada tanto y que, en las condiciones actuales, cada vez que eso ocurra habrá inundación, aunque afirman que las causas de ésta son múltiples.
Coviares S.A. El intendente Pablo Bruera culpó a la autopista La Plata Buenos Aires por funcionar como barrera de contención del desagote. Esa teoría fue relativizada por Coroli y también por el Cisaua. «La obra está sobre una zona de bañados, con desniveles de tres o cuatro metros respecto del suelo natural, como una palangana. Teniendo más alcantarillas hubiera escurrido más rápido, pero no se puede simplificar que funcionó como un dique», expresó el geólogo Martín Hurtado, del Cisaua.
Arroyos sucios. Desde el derrame por una poda, hasta chatarra y basura van a parar a los arroyos, que son asunto compartido por provincia y municipio. Según Coroli, su falta de mantenimiento no pudo ser decisiva para que el sistema colapsara. Para el Cisaua y Jelinski, el «factor arroyos» se sumó al resto de las causas, y su limpieza constante es crucial. Pablo Romanazzi, director del Laboratorio de Hidrología de la Facultad de Ingeniería (UNLP), opinó que «muchos desagües de arroyos necesitan obras de refacción y ampliación».
Suelo modificado. «Cuando todo esto era una gran pradera, el agua caía y filtraba al suelo, las inundaciones eran mucho menos frecuentes«, describe Hurtado. «Hoy la superficie está cada vez más impermeabilizada por tierra compactada, pavimento, etc. El agua escurre rápida y superficialmente, llega al cauce y usa la planicie natural de inundación de los arroyos (lugar natural por donde el agua puede salir en situaciones extremas)».
Centro y periferia. Mientras el casco urbano de La Plata tiene una planificación matemática, en las afueras se han ido encimando villas miseria y countries, construidos aleatoriamente sobre las planicies, algo que «aumenta el volumen y el pico de la crecida en los arroyos», afirma Romanazzi. Y el reclamo de una política para «liberar» las riberas es unánime. En el Cisaua indican que «el arroyo tiene un derecho natural a crecer y bajar. Y cuando lo ocupás, lo pagás… con inundación. Deberían levantar las construcciones de las planicies, sobre todo si son barrios precarios. Se inundan y obstaculizan el escurrimiento. Aunque hayan rellenado, tapizado con pavimento o construcciones, el ondulado del paisaje sigue y el agua va hacia esas depresiones».
Pero los ribereños, ¿tienen acceso a viviendas en otras zonas u ocupan las márgenes porque esas tierras, inundables, son más baratas? Según el Observatorio de Calidad de Vida de La Plata, en el casco urbano vive sólo el 35% de la población —y la tasa de crecimiento demográfico no ha aumentado en los últimos 20 años— mientras que en la periferia la población trepó 50% en igual período.
Obras. Luis Carusso, ex director de Hidráulica durante el gobierno de Alak, denunció «la falta total de una política hídrica, que legalmente es competencia de la Provincia». Pero, pese a la cuestión jurisdiccional, Alak tenía su Plan Maestro Hidráulico (cuya inversión total, según anunció el 1 de abril de 2004 era de 15 millones), su grandilocuente Plan Estratégico 2010 que también contemplaba la cuestión. Además, en su gestión se creó la dirección de Hidráulica tras las inundaciones de 2000, pese a décadas de anuncios de jugosas inversiones, antecedentes e información de sobra.
Desde el Cisaua aseguran que «se hicieron cosas, pero en mucho tiempo no se había hecho nada y todo creció mucho; muchos conductos, por ejemplo no dan abasto». Jelinski plantea que no hay obras preparadas para afrontar semejante caudal de agua y que las inundaciones van a seguir si, entre otras precauciones, no se hacen nuevas obras o no se mejoran las existentes.
No fue azar. Martín Hurtado está seguro de que éste «es un problema político, social y educacional», porque «las inundaciones de este tipo no ocurren por casualidad». Además, los riesgos habían sido anticipados por informes técnicos encargados por el propio Municipio, que debe planificar y concientizar. Comprender los hechos no como una «catástrofe natural» sino como un «problema ambiental» donde convergen factores climáticos y antrópicos (con intervención del hombre) ayudará quizá a contar con abordajes multidisciplinarios para prever nuevos escenarios críticos.
A río revuelto…
El recibidor del estudio del abogado Fernando Burlando está lleno de pobres; la mayoría, mujeres con bebés que toman la teta o se aburren sobre el suelo impecable. Es mediodía y ellas esperan que termine la reunión entre el letrado y otro grupo de personas, también pobres, también damnificadas por las inundaciones.
Desde muy temprano, la cola para ver al conocido abogado, que encabeza una cruzada contra el Estado —en sus distintos niveles— y Coviares por los daños provocados por las últimas inundaciones, ocupaba toda la cuadra del estudio de calle 8, entre 55 y 56. El agua había afectado propiedades del propio Burlando en la zona norte platense.
Más tarde, ya desde su oficina en Puerto Madero, el abogado responde a las inquietudes de La Pulseada. Los representados “son 700, y siguen viniendo», dice Burlando, que antes de que el agua dejara de caer ya se paseaba por los barrios más perjudicados por la tormenta. «En esta etapa estamos indagando en los motivos del estrago y siempre aparece algún funcionario del Estado…», afirma. Según publicaron medios locales, la demanda es por «estrago doloso» (figura que se enmarca en los delitos «contra la seguridad pública y la administración pública»). La causa, por la que ya ha sido citado Bruera, está en manos del fiscal Marcelo Romero y el juez César Melazo. Además, el estudio Burlando lleva adelante la demanda por el caso de José María Aventín, un hombre que murió de un paro cardiorrespiratorio, presuntamente vinculado a la inundación.
En nuestra primera visita a Villa Elisa nos sorprendió ver tantas personas en un centro de Villa Rica. Era una reunión para reclutar vecinos para la causa por estrago. «Yo lo ayudo porque él va a ganar los juicios», dijo Claudia, una vecina que sumaba adeptos en una planilla. «Se va a quedar con el 30% de lo que ganemos, pero eso no importa», completó. «Estamos con él porque no nos queda otra», confesó el dueño de un kiosco de El Progreso. «Se puede quedar hasta con el 60%», afirmó una vecina que prefirió no dar el nombre. Otro vecino pensó en voz alta: «La falta de red social hace que el terreno sea propicio para lo que yo llamo el negocio con los pobres».