Ponerse a pensar en “La obra de Cajade” es mover todos los recuerdos bien de dentro.
Lo primero que pienso es en Abel Gnazzo, el primer educador que habitó esa abandonada tierra de Sicardi en la 643 al fondo de la ciudad de La Plata.
Me imagino al entonces Abel ranchando con los primeros pibes sin ventanas, sin comida, sin agua, sin salida y en pleno invierno.
Lo hermoso que siempre tuvo la obra es estar rodeada de esfuerzos y militancia que sostenían el día a día. Porque quienes allí vivimos sabemos que Cajade era el más conocido, pero el que menos tiempo pasaba allí.
La obra la construyeron los educadores y principalmente las mujeres educadoras, quienes mas habitaban la vida con el piberío.
Pensar en cuatro generaciones de pibes que transitaron por allí habla de lo importante de la continuidad, la insistencia, la resistencia y la perseverancia.
Sobran eficientistas para festejar o llevarse el fruto, necesitamos más obras como esta para bancar el proceso.
Pensaba en el Abel que iniciaba esta hermosa obra junto a Cajade, pensaba en Fabiana que inauguró la primera década o en Marcelo que la potenció luego. Pensaba en Matute, en Carloncho o en Gladys. Pensaba en el Chino, en Laura o Beto. Pensaba en Silvana, el Muchi, el gordo Nievas, en Tony y la lista podría no terminar.
Pensaba en quienes construyeron La Pulseada y las casitas en las barriadas.
Pero la obra es tan grande y diversa como quienes egresamos de allí.
Una obra que cambio el rumbo de muchos en estas cuatros generaciones siempre será reconocida e importante, mis primeras militancias sucedieron allí.
En la obra aprendí a estar mas lejos de los cargos perfumados y mas cerca de las ollas populares.
En la Obra aprendí a decir lo que pienso sin aplaudir por conveniencia o extorción.
En la Obra aprendí a no lavarle la cara a ningún gobierno represor.
En la Obra aprendí de pibe, porque de pibe nos «llevaban a las marchas» aunque alguna cheta de la paz que nunca vivió en Tolosa, nos lo quiera prohibir.
En la obra aprendí de rebeldía y del combate contra los opresores, y la ternura con los oprimidos.
En la obra aprendí «que el dolor no me sea indiferente» y si desalojan familias con topadoras y balazos no hay que hacerse el distraído con comunicados obsecuentes.
En la obra aprendí a rodearme de las madres, las abuelas, los piqueterxs, lxs presxs, los crotos y los rotos.
En la obra aprendí.
Siempre estaré agradecido por la única herencia que recibimos quienes fuimos pibxs sin privilegios allí.
En la obra heredamos luchar, luchar, crear, crear. Poder Popular.
En la obra heredamos la ternura como como insumo para combatir el capitalismo no para maquillarlo.
A la obra que me alojó entonces le agradezco el abrazo genuino y la rebeldía actual.
(*) Egresado del Hogar del Padre Cajade